Decimonoveno Domingo en el Tiempo Ordinario (Agosto 13 de 2017)

En el Evangelio de hoy Jesús nos reta a que tomemos el riesgo de seguirlo, y de profundizar cada vez en nuestra fe mientras que la tormenta de la vida nos zarandea de un lado a otro. San Francisco de Sales nos dice algo similar:

Cuando, llenos de temor, nos enfrentamos a tempestades y terremotos, llevamos a cabo actos de fe y de esperanza. Aún así, existe otro tipo de temor que nos hace verlo todo difícil y complicado. Gastamos más tiempo pensando en las dificultades a futuro, que en las cosas que debemos hacer en el presente. Levántense y no se dejen asustar por las labores del día. La noche es para descansar y el día para trabajar, eso es lo natural.

Hay tres cosas muy simples que podemos hacer, para poder tener paz. Debemos tener una intención muy pura de procurar, en todas las cosas, el honor y la gloria de Dios. Seguidamente, debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance, por más pequeño que sea, para lograr este fin. Finalmente, debemos dejar todo lo demás en manos de Dios. En mi vida he visto muy pocas personas que logran progresar sin ser puestos a prueba, por lo tanto ustedes deben ser pacientes. Después de la tempestad, Dios enviará la calma. Los niños sienten temor cuando están lejos de los brazos de su madre. Pero sienten que nada puede hacerles daño si están tomados de su mano. Tomen la mano de Dios y EL los protegerá de todo, ya que estarán blindados con la verdad y la fe.

Si les hace falta coraje, hagan lo mismo que Pedro y griten “¡Sálvame Señor!” Después continúen tranquilamente con su viaje. En muchas ocasiones llegamos a creer que hemos perdido la paz porque nos sentimos afligidos. Pero debemos recordar que no perderemos la paz siempre y cuando continuemos dependiendo totalmente de la voluntad de Dios, y desde que no abandonemos nuestras responsabilidades. Debemos tener coraje para cumplir con nuestras tareas; si lo hacemos nos daremos cuenta de que con la ayuda de Dios iremos mas allá de los confines del mundo, mucho más allá de sus límites. Confíen en Dios y todas las cosas les resultarán fáciles; aunque puede que al principio esto les asuste un poco.

Las Escrituras se refieren a Nuestro Señor como El Príncipe de la Paz. Cuando EL es el amo absoluto, EL se encarga de mantener todo en paz. Mantenernos en calma en medio de los conflictos, asumir con serenidad las pruebas que se nos presentan: todo esto es señal de que verdaderamente estamos imitando al “Príncipe de la Paz”.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales,
particularmente Los Sermones , L. Fiorelli ediciones).