Domingo 31 en el Tiempo Ordinario (Octubre 30, 2016)

Domingo 31 en el Tiempo Ordinario (Octubre 30, 2016)

En el Evangelio de hoy experimentamos a Jesús, su deseo de entrar en el hogar de los perdidos aún antes de que hagan su penitencia. San Francisco de Sales comenta:

Nuestro Salvador nos ayuda a encontrar Su corazón lleno de piedad y misericordia generosa para con nosotros, justo en esos momentos en que nuestros corazones se hallan más endurecidos. Al igual que Zacarías, solo necesitamos desear ver a Jesús. Nuestro redentor constantemente nos confiere Su amor sagrado. Continuamente perdona las faltas que a diario cometemos contra El; recompensa hasta el menor de nuestros servicios con grandes favores; continúa recreando a la humanidad por medio del amor misericordioso que El siente por toda la humanidad.

¿Cómo sale a relucir la grandeza de la misericordia de Dios? La misericordia de Dios nos lleva a escoger el bien. Pero, aún cuando nosotros realmente pertenecemos a Dios, El no tiene esclavos, sólo amigos quienes escogen amar libremente. Por nuestra parte, la conversión depende de nuestra libre respuesta al amor de Dios. Nosotros estamos listos para responder de todo corazón al amor de Dios en el momento en que empezamos a purificar nuestros afectos y nuestras obras, moldeándolos de acuerdo a las enseñanzas del Evangelio. Cuando desechemos nuestra obstinada búsqueda de cosas que sólo nos beneficiarán a nosotros mismos, nos deleitaremos al encontrar que nuestro espíritu ha sido liberado. Entonces seremos libres para escoger la verdad y la buena vida en Cristo, la vida que Dios desea para nosotros.

Deshacernos de todo aquello que no proviene de Dios, es algo que representará una lucha constante a lo largo de nuestras vidas. Ciertamente, mientras estemos vivos sentiremos la necesidad de renovarnos y de comenzar de nuevo. Esta restauración es necesaria en la medida en que nuestra naturaleza, siempre cambiante, empiece a volverse fría y a fallar. No existe un reloj que sea tan perfecto como para no necesitar reparación alguna. Así como un reloj necesita aceite para evitar oxidarse, ustedes necesitan ungir sus corazones con los sacramentos de la confesión y la Eucaristía, para así restaurar sus fuerzas y calentar sus corazones. Es de este modo que una vez más lograrán consagrarse al amor de Dios. Si verdaderamente cuidamos de nuestro corazón a diario, iremos adquiriendo la capacidad de renovarlo al servicio de Dios.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)