Décimo Quinto Domingo en el Tiempo Ordinario
14 de julio de 2024
En el Evangelio de hoy revivimos el momento en que Jesús les otorga a los Apóstoles la autoridad para continuar con Su labor, y cómo la fe en Él los guiará para que puedan continuar llevando a cabo buenas obras. Al respecto, San Francisco de Sales observa lo siguiente:
La fe viviente genera muchas y muy buenas obras. Sin embargo, muchas veces vemos como hay personas que, aun siendo fuertes y saludables, necesitan ser motivados frecuentemente para que hagan buen uso tanto de su fuerza como de sus talentos. La mano debe guiar su labor. Aun cuando toda alma que acarrea el peso de una gran carga posee el poder para creer y depositar sus esperanzas en el amor de Dios, muchas veces no tiene la fuerza para percatarse de ello. La angustia se apodera de ella. Pero nuestro Salvador jamás nos dejará solos mientras transitamos por la senda. El Espíritu de Jesús siempre está con nosotros, instándonos a seguir adelante, apelando a nuestros corazones, e impulsándolos a avanzar para así poder hacer buen uso del amor sagrado que Él deposita en nosotros.
Una madre amorosa guía a su pequeño hijo, lo ayuda y lo lleva en brazos tanto tiempo como lo considere necesario. Ella lo deja que de unos cuantos pasos por sí solo en lugares donde pueda caminar sin dificultad y sin tropiezos. Entonces lo toma de la mano y lo sujeta con firmeza. A veces lo toma en sus brazos y lo carga. De este mismo modo nuestro Salvador cuida constantemente, y se encarga de guiar a Sus hijos. Él les permite caminar al frente Suyo. Él les toma de la mano cuando atraviesan por dificultades. Es por esto que, cuando todo nos falle, cuando nuestra angustia llegue a su punto máximo, debemos encomendarnos a Dios. Él jamás nos fallará. Nos llevará en sus brazos cuando tengamos que enfrentar sufrimientos que Él considere insoportables para nosotros, siempre y cuando lo dejemos.
Dios tiene muchas maneras de proteger y cuidar de todos aquellos que tienen fe en las enseñanzas de Jesús. Nuestro bienestar consiste no solo en aceptar la verdad de la palabra de Dios, sino también en preservarla. Por lo tanto, debemos demostrar un gran coraje y confianza en que Él nos ayudará en todo lo que hagamos por glorificarle. Hagamos que nuestra fe despierte. Avivémosla, demostrando que creemos plenamente en el amor y el cuidado de Dios para con nosotros. Entonces todas nuestras obras darán frutos similares a los que produjeron los doce Apóstoles.
(San Francisco de Sales, Tratado del Amor de Dios; Sermones de San Francisco de Sales, L. Fiorelli, Ed.).