Presentación del Señor (2 de febrero de 2020)

En el Evangelio de hoy escuchamos a María y a José cuando presentan al niño Jesús, el hijo de Dios, en el templo. Al respecto, San Francisco de sales nos dice lo siguiente:

El Rito Oriental llama a esta fiesta la “Presentación del Hijo de Dios en el Templo”, porque fue ese el día en que María y José fueron a Jerusalén a presentar al único Hijo de Dios en el Templo de Dios. En dicha ocasión habían diferentes tipos de personas reunidas en la Iglesia de Dios. En el Templo, junto con María y José, se encontraban Simeón y Ana, una profetisa y un viudo, ambos siervos buenos y fieles, y Nuestro Señor, que es Dios y hombre (Sermones 2:172-3).

Ese es el día en que el Hijo de Dios es ofrecido a Su Padre. Esta ofrenda es representada de manera hermosa con velas encendidas que nos recuerdan el momento en que María entró al Templo llevando en brazos a su Hijo, quien es la Luz del mundo. Hoy cuando los cristianos llevan velas encendidas en sus manos lo hacen para  dar testimonio de que, si fuera posible, ellos llevarían a Nuestro Señor cargado en brazos del mismo modo en que lo hicieron María y Simeón (Sermones 2:173).

El glorioso San Simeón fue muy feliz cargando al Salvador en sus brazos. Nosotros podemos llevarlo sobre nuestros hombros si estamos dispuestos a soportar y a sufrir, con un buen corazón, todo lo que Dios desee enviarnos, sin importan cuán difícil y pesada llegue a ser la carga que Él coloque sobre nuestros hombros, tal y como lo hiciera con algunos santos (Sermones, 2:187).

Todos podemos cargar a Nuestro Salvador en nuestros brazos como lo hicieron San Simeón y María. Hacemos esto cuando soportamos con amor los trabajos y los sufrimientos que Él nos envía; dicho de otra forma, hacemos esto cuando el amor que tenemos nos hace sentir que el yugo de Dios es algo fácil y placentero, a tal punto que amamos estos dolores y estos trabajos, y que somos capaces de recoger dulzura en medio de la amargura. Si lo cargamos de este modo, Él, sin duda alguna, también nos cargará en Sus brazos (Sermones, 2:188).

¡Qué felices seremos si permitimos que nuestro querido Señor nos cargue en Sus brazos, y si lo cargamos a Él sobre nuestros hombros y en nuestros brazos, si nos entregamos completamente a Él y accedemos a que Él nos lleve donde desee! Entréguense en los brazos de Su Divina Providencia; sométanse a Su Ley y dispónganse a soportar todos los dolores y el sufrimiento que tengan que enfrentar en esta vida. Una vez hayan hecho esto, se darán cuenta que las cosas más difíciles y dolorosas les resultarán dulces y agradables, y podrán compartir la felicidad que experimentaron San Simeón y Ana, la profetiza. Tan solo hagan el intento de imitarlos en esta vida; así bendecirán al Salvador y Él los bendecirá a ustedes en el Cielo, junto con los santos gloriosos. (Sermones, 2:188).

Si imitamos a Simeón y a Ana tendremos la capacidad para ver más allá de las vicisitudes de nuestra vida actual, y podremos experimentar el reino de Dios entre nosotros.