Quinto Domingo en el Tiempo Ordinario (Febrero 10, 2019)

En las lecturas de hoy escuchamos a Isaías, a Pablo, y a Pedro en el momento en que se dan cuenta de que los pecados que cometieron en el pasado no les impidieron convertirse en verdaderos discípulos de Dios. San Francisco de Sales observa: “No hay duda de que cuando hemos sido desleales con Dios nos queda siempre un sentimiento de vergüenza. Esta vergüenza resulta ser muy buena cuando es utilizada de manera constructiva. La vergüenza sólo es útil si contribuye al establecimiento de una unión íntima entre nuestro corazón y Dios”.

Jamás debemos quedarnos sumidos en la vergüenza, o permitir que nuestro corazón se quede hundido en la tristeza o la inquietud. San Pablo nos enseña que debemos “desechar la naturaleza vieja y ponernos la nueva”.  Debemos revestirnos de Dios y elevar nuestros corazones por medio de una confianza sagrada en El. Los fundamentos de nuestra confianza se hallan en Dios, y no en nosotros mismos. Nuestro bienestar depende de nuestra capacidad total para dejar que sea el Espíritu de Dios quien nos guíe y nos dirija, y nos transforme a través del amor divino.

Aun cuando los santos eran conscientes de sus muchas imperfecciones, estas no les impidieron seguir adelante con la tarea de Dios. Dios dejó indelebles en muchos de sus queridos discípulos las cicatrices de sus inclinaciones malvadas, incluso después de que ellos se convirtieron, pero sólo por su bien. Por ejemplo Pedro, quien tropezó infinidad de veces después de recibir su llamado inicial y fracasó miserablemente en el momento en que negó a Dios.

No podemos pretender hacernos santos de un momento a otro. Poco a poco, paso a paso, debemos ir adquiriendo el dominio de nosotros mismos, algo que a los santos les tomó años poder lograr. Tengan paciencia. Dios nos lleva de la mano y así lleva a cabo muchas obras que requieren nuestra cooperación. Hay árboles que dan fruto cada año, mientras que otros lo dan cada tres años. Contentémonos con saber que Dios nos permitirá dar nuestros frutos tarde o temprano.

La bondad de Dios permite que El tenga toda la voluntad de llevarnos y guiarnos por este largo peregrinaje en la tierra. Aún así, El siempre deseará que nosotros demos pequeños pasos por cuenta propia; haciendo todo lo posible para poner de nuestra parte en la práctica de las virtudes y el cumplimiento de las buenas obras,  con la ayuda del amor de Dios.

(Adaptado de los escritos de San Francisco de Sales)