Tercer Domingo de Adviento (Diciembre 17 de 2017)

El Evangelio de hoy nos habla de Juan el Bautista. San Francisco de Sales desglosa ciertos aspectos del carácter de Juan que nosotros podríamos comenzar a desarrollar en nuestros corazones durante esta temporada de Adviento:

Juan Bautista vivía en el desierto como una roca, inamovible en medio de las olas y las tempestades que traen consigo las tribulaciones. Nosotros, por el contrario, cambiamos de acuerdo al tiempo y la estación. Cuando el tiempo es bueno nada puede igualar nuestra dicha. Pero cuando la adversidad se avecina sobre nosotros, de repente quedamos totalmente desanimados. A veces nos molestamos por cualquier nimiedad que vaya en contra nuestros gustos. Como resultado somos incapaces de restablecer la paz de nuestra alma por mucho tiempo, y no sin antes haber tenido que recurrir al uso de muchos “ungüentos sanadores”. En resumen, espiritualmente somos inconstantes, no sabemos qué es lo que queremos. Un momento nuestro corazón se encuentra alegre, al siguiente momento somos severos y estamos amargados. Somos como cañas que permiten que cualquier humor o estado de ánimo las agite en todas las direcciones.

Juan Bautista nos dice que debemos aprender a nivelar estos caminos en preparación para la llegada de nuestro Señor, que es para nosotros la senda a la plenitud. Hasta cierto punto todos los santos lograron dicha nivelación, aunque ninguno la alcanzó a la perfección. En cada uno de ellos hubo algo que estropeó la perfección de su ecuanimidad espiritual. Esto fue cierto incluso en el caso de Juan el Bautista. Nosotros debemos examinar nuestras acciones; debemos reformar todas aquellas que no encierran una buena intención, y perfeccionar aquellas que si la tienen. Nuestra meta debe ser actuar con una sola intención: conformarnos a la verdadera imagen de Dios en nosotros. Porque la razón por la cual Jesús vino a la tierra, fue para mostrarnos nuestro verdadero yo en Dios.

Siempre debemos recordar que la gracia de Dios nunca nos falla, y que si somos fieles y cooperamos con la primera gracia que Dios nos otorga recibiremos muchas más. Por esta razón en la Escritura Sagrada Dios nos recomienda que seamos fieles en el seguimiento de nuestros impulsos, nuestro entendimiento e inspiraciones. Cuando hagamos esto, la grandeza que encierra la infinita misericordia de Dios indudablemente brillará para nosotros.

(Adaptación de los Sermones de San Francisco de Sales V.4, L. Fiorelli, ed.)