Tercer Domingo de la Pascua (Abril 30 de 2017)

Hoy los discípulos de Jesús experimentan el amanecer de la fe en Jesús resucitado, cuando lo encuentran en el camino a Emaús. San Francisco de Sales hace la siguiente observación:

Jesús, vestido como un peregrino, se encuentra con dos de Sus discípulos en el camino a Emaús. El les hace preguntas relacionadas a las conversaciones que han sostenido sobre Su resurrección, pero ellos no lo reconocen. Después de confesar las dudas que están experimentando en lo concerniente a Su resurrección, Jesús los instruye y los ilumina con Sus palabras. Entonces, en el momento en que Jesús se dispone a compartir el pan con ellos, finalmente reconocen al Salvador resucitado y creen en El.

Cuando una persona escucha con gusto la divina palabra, esto es una muy buena señal. Nosotros estamos en comunicación constante con Dios, quien nunca deja de hablar a nuestros corazones por medio de las inspiraciones y de los movimientos sagrados. Dios nos otorga a cada uno de nosotros las inspiraciones necesarias para vivir, trabajar, y mantener nuestras vidas en el espíritu.

Cuando Dios nos da la fe, El entra en nuestras almas, y con simpatía nos plantea que debemos creer a través de la inspiración. Pero nuestra alma, sumida en la oscuridad y la penumbra, sólo atisba un destello de esas verdades. Es como la tierra cuando está cubierta de niebla. No podemos ver el sol, pero alcanzamos a vislumbrar algo de su luz. Esta luz oscura de la fe entra en nuestro espíritu, y paso a paso nos lleva a amar la belleza de la verdad de Dios personificada en Jesucristo, y a creer en ella.

La fe es la mejor amiga de nuestro espíritu humano. La fe nos afirma la bondad infinita de Dios, y por lo tanto nos otorga suficientes razones para amarlo con todo nuestro poder. Debemos cuidar muy bien de lo que escuchamos en nuestro interior, y a nuestro alrededor, acerca de la divina palabra, para que ésta nos fortalezca. Sean entonces devotos de la palabra de Dios, ya sea que la escuchen en conversaciones familiares con amigos espirituales, o durante los sermones. Sigan el ejemplo de los discípulos. Permitan, con alegría, que las palabras de Nuestro Salvador alimenten sus corazones cual si fuesen un valioso ungüento sanador colmado de esperanza.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)