Vigesimoprimer Domingo en el Tiempo Ordinario (27 de Agosto de 2017)

En el Evangelio de hoy escuchamos a Pedro que, con pleno convencimiento, identifica a Jesús como “Cristo, el Hijo del Dios viviente”. San Francisco de Sales tiene mucho para decirnos sobre San Pedro:

Dios no siempre escoge a los mas santos para gobernar y server en Su Iglesia. Nuestro Señor escogió a Pedro como el Líder de los Apóstoles, aún a pesar de sus muchas imperfecciones. Pedro poseía un gran fervor, pero tendía a ser impulsivo. Aunque indudablemente siguió a nuestro Salvador con todo su corazón, tuvo más de un tropiezo después de su llamado inicial. Presumía diciendo que él jamás abandonaría a Nuestro Señor. Sin embargo, para su sorpresa se descubrió a si mismo maldiciéndolo y negando haberlo conocido. ¡Ese acto desgarró el corazón de Nuestro Señor!

Aún así, Nuestro Señor no rechazó a San Pedro porque estaba seguro que él poseía una determinación férrea y constante de corregirse a sí mismo. Pedro debió confiar más en el poder del Señor, en lugar de depender en el fervor que sentía. La disposición natural de Pedro de satisfacer sus sentimientos y deseos, en parte explica el porqué de sus de sus fallas. Si durante nuestro proceso de conversión actual experimentemos ciertas fallas, esto no quiere decir que vamos a abandonar la búsqueda de la santidad. Tal y como lo hizo Pedro, debemos armarnos de una determinación firme e inquebrantable, y tomar las medidas que sean necesarias para corregir nuestro comportamiento. Solo entonces nosotros también recibiremos favores y bendiciones especiales en la tierra y en el cielo.

¡Qué gran razón para depositar toda nuestra esperanza y confianza en Nuestro Señor! Porque aún si vivimos nuestra vida en medio de crímenes e injusticias horribles, podremos encontrar perdón si regresamos a la Fuente de nuestra Redención, a Cristo. No debemos escuchar esa voz que nos dice que nuestras faltas son imperdonables. Debemos decir con valentía que nuestro Dios murió por todos nosotros. No importa cuán impía sea una persona, él o ella encontrará la redención en nuestro Salvador. Reflexionemos acerca de la paciencia con la que nuestro divino Salvador espera por aquellos que lo han rechazado. Entonces, tal y como lo hiciera Pedro, podemos decir, “Tú eres el Cristo, Hijo del Dios viviente” nuestro Redentor.

(Adaptación de los escritos de San Francis de Sales)