SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO (Diciembre 6, 2020)

SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO (Diciembre 6, 2020)

 Énfasis Sugerido

 “Preparen el camino del Señor…”

 Perspectiva Salesiana

 Las lecturas de Isaías, Marcos y Pedro para este Segundo domingo de Adviento, nos urgen a “preparar el camino del Señor” y a estar listos para el “día de nuestro Señor”. Entrelazado en estas exhortaciones esta un llamado a arrepentirnos y a prepararnos para la llegada triunfante de Cristo. Pedro nos recuerda que desconocemos el día o la hora exacta de la llegada de nuestro Señor y que por ello debemos estar constantemente vigilantes, esperando y “comportándonos.... de forma santa y devota” (2 Pedro 3, 11).  En nuestras primeras dos lecturas hay también un mensaje de consuelo y de esperanza. “Consuelo, consuelo mi pueblo dice su Dios. Diríjanse con ternura a Jerusalén” (Isaías 40, 1-2); “Nuestro Señor no posterga el cumplimiento de su promesa en el sentido en que algunos entienden la palabra “postergar”, él es paciente con ustedes y no desea que ninguno perezca sino que anhela que todos logren el arrepentimiento” (2 Pedro 3, 9)

 Juan Bautista es nuestro ejemplo a seguir para este segundo domingo de Adviento. Al mismo tiempo que él predica un mensaje de urgencia y de arrepentimiento, también nos señala el camino hacia la salvación: Jesucristo, nuestro Señor. Nosotros estamos llamados a equilibrar la tensión que existe entre la urgencia de organizar nuestras vidas en preparación para la venida de Cristo, y la esperanza de que Dios nos ama y que se preocupa por nosotros, tanto, que a través de este mismo Cristo El nos envía los dones que necesitamos para realizar nuestra vocación en este mundo con devoción y santidad.

 San Francisco de Sales nos llama a enfrentar las tensiones, las urgencias y los trastornos de esta vida con una “confianza perfecta” y a no dejarnos llevar por la ansiedad, sino a “sentirnos seguros en manos de Dios y de su divina providencia” para que “él nos ayude en todas las situaciones. Francisco de Sales nos instruye a “permanecer en paz, liberen su imaginación de todo aquello que los preocupe”. Esta vida puede estar llena de frustraciones, de obstáculos, de golpes. En medio de nuestros esfuerzos por mantenernos enfocados en la Palabra de Dios durante el transcurrir de esta vida llena de ocupaciones y estrés, podemos llegar a hacernos vulnerables a la tentación de abandonar nuestra búsqueda hacia la devoción y la santidad. En este día, en esta época de problemas financieros, de terrorismo internacional, de un incremento del desempleo y de tanta incertidumbre, nosotros podemos llegar a desviar nuestra atención del llamado que nos hace Juan Bautista para que preparemos el camino del Señor, para que no nos perdamos la llegada de Cristo a nuestras vidas, a lo más íntimo de nuestro ser.

 Francisco de Sales nos urge a acudir a la oración, a preparar nuestros corazones para que estén en paz al comienzo de cada día, y para volver nuestros ojos hacia Dios varias veces durante el día, especialmente en los momentos de crisis, y así recibir todo lo que necesitamos para poder sobrepasar cualquier problema que se nos presente. Por que Dios es paciente con nosotros y no desea la muerte del pecador, sino que desea que él o ella se arrepientan y puedan vivir en la esperanza. Debemos hallar consuelo en el conocimiento de que no importa lo que venga, Dios esta de nuestro lado y El no permitirá que las penas de este mundo nos abrumen siempre y cuando nos entreguemos y entreguemos nuestras vidas a Su providencia. Hacer esto es “preparar el camino del Señor” en preparación para el “día del Senior”.

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO (Noviembre 29, 2020)

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO (Noviembre 29, 2020)

 Énfasis Sugerido

 "La expectativa llena de esperanza!"

Perspectiva Salesiana

Para San Francisco de Sales la celebración de la temporada de Adviento era el punto máximo del año litúrgico. A él le encantaba celebrar la temporada de Adviento porque la experimentaba como un tiempo de “expectativa llena de esperanza.”  Para de Sales el énfasis de la temporada se hallaba en ese encuentro único que se da entre el Dios amoroso y Su creación. El Adviento es un tiempo que está lleno de expectaciones y por lo tanto esta también lleno de visión y de oportunidades. Es un tiempo para imaginar todo aquello que es posible en ese mundo sin fronteras que es la interacción personal con un Dios amoroso.

En nuestra lectura del Evangelio para este primer domingo de Adviento escuchamos que Jesús llama a sus discípulos a que “estén vigilantes! que estén alerta!” la expectativa es un estado que transporta la mente de un extremo al otro del espectro: nos puede llevar de la maravilla y la esperanza a la desesperación y el miedo. Quién de nosotros no ha experimentado ese sentimiento de anticipación que precede un logro significativo como una graduación o un matrimonio, o quién no ha experimentado el miedo y la preocupación que produce tener que someterse a una cirugía o la pérdida de un trabajo?

Al mismo tiempo que nos mantenemos atentos, es necesario que tengamos la habilidad de ver al Señor cuando y donde El se manifiesta. A medida que nos preparamos para la venida del Hijo de Dios, hay cierta urgencia que requiere nuestra atención y vigilancia. El Evangelio reflexiona sobre la importancia de estar preparados para recibir y experimentar el amor divino. En lo que nos preparamos para la llegada de Jesús, necesitamos apartar un tiempo para poder estar en silencio, para oír y para percibir Su presencia en nuestra vida.  De Sales nos recuerda que podemos encontrar a Dios en las cosas simples. No hay necesidad de que multipliquemos nuestras tareas para poder alcanzar la “quietud”, por el contrario, lo único necesario es que reconozcamos que Dios se encuentra con nosotros en cada momento presente.

Francisco creía que la Encarnación es el resultado inevitable del acto creado por el Padre ya que la creación llega a su conclusión en la persona de Jesús. Tal entendimiento contradice la formidable oportunidad que nos ha sido libremente otorgada por el Dios amoroso para que cada uno de nosotros podamos encontrarnos con nuestro Creador en la persona de Su Hijo. Nosotros vivimos en medio de la esperanza, no en el miedo.

Ahora que comienza esta temporada de Adviento tenemos la oportunidad una vez más de recordar quienes somos, de parte de quien hemos venido, y las oportunidades que pueden llegar a definir nuestras vidas en esa relación única y personal que se hace disponible para nosotros en Jesucristo.

Estos encuentros se presentan diariamente en nuestras vidas, por que es en las cosas comunes y corrientes que hallamos las oportunidades para experimentar lo extraordinario, pero solo si tenemos la voluntad para abrir nuestros brazos, llenos de fe, de esperanza y de expectativa, al Dios amoroso quien se acerca a nosotros de tantas y tan simples formas cada día. La “expectativa llena de alegría” que tanto emocionaba a Francisco de Sales está en nosotros en este día, se halla en nuestros encuentros personales con nuestros hermanos y hermanas y en nuestro mundo de descubrimiento que nos presenta nuevas oportunidades para experimentar la salvación. La alegre expectativa que nos produce la presencia de Dios se halla a nuestro alrededor; solamente necesitamos el coraje para extender nuestros brazos y acogerla.

Cristo Rey Noviembre 22 de 2020

A pesar de su popularidad dentro de la Iglesia, la celebración de Cristo Rey no fue incluida en el calendario litúrgico hasta 1925. San Francisco de Sales nos habla un poco más acerca de Jesús el Rey:

Jesús, el rey, fue llamado a convertirse en nuestro Salvador. EL deseó que otros, particularmente su santa Madre, pudieran compartir la gloria que encierra el liderazgo. Nuestra Señora Bendita nos pide que acojamos a su Hijo como el Rey de nuestros corazones, para que de este modo EL pueda reinar en nosotros. Sus mandamientos son buenos y muy útiles, ya que otorgan bondad a quienes de otra forma carecerían de ella, e incrementa la bondad en aquellos que continuarían obrando bien, aun si no fuesen mandados a hacerlo.

Es por ello que Jesús hizo que la bondad de Dios predominara por encima de la maldad. El reinado de Dios resulta realmente beneficioso cuando toma en cuenta nuestras miserias, y las hace merecedoras del amor divino. Cuando el Espíritu Santo vierte el amor divino en nuestros corazones, no sólo recobramos nuestra salud sino que también recibimos el poder necesario para participar en la obra de nuestro Salvador: Propagar el amor y el cuidado de Dios entre todos aquellos que se encuentren a nuestro alrededor.

Dado que el Señor nos ha sanado a todos por igual, y que EL desea que todos contribuyamos a difundir el conocimiento de Su Reino, nosotros también debemos amar todo aquello en los demás que, desde nuestro punto de vista, equivalga a una representación genuina de la sagrada Persona de nuestro Amo. No debemos amar nada de nuestro prójimo que sea contrario a esa imagen sagrada. Caminemos entonces de la misma forma en que lo hiciera Jesucristo. EL entregó Su vida, no sólo para sanar a los enfermos, para obrar milagros, y para enseñarnos los pasos que debemos seguir para llevar una vida humana de manera divina. EL también nos enseñó cómo entregar nuestra vida, con tanto amor como EL mismo lo hizo, por aquellos que pueden llegar a quitárnosla.

Qué felices somos cuando escogemos a Jesús como nuestro líder, quien nos otorga una paz y una calma sin igual si nos decidimos a seguirlo. Ojalá permanezcamos fieles a los deseos de nuestro Rey, para que así podamos comenzar en esta vida la obra que, con el favor del amor de Dios, continuaremos eternamente en el Cielo: Vivir en la gloria con Jesús quien, al haber vencido al mal por medio del bien, ha comprobado que EL es el verdadero Rey.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales, particularmente los Sermones, L. Fiorelli, Ediciones).

Trigésimo Tercer Domingo en el Tiempo Ordinario Noviembre 15 de 2020

En el Evangelio de hoy Jesús nos dice que es igualmente importante y útil, el servirle fielmente haciendo uso de un talento o de varios. He aquí algunos pensamientos de la tradición salesiana respecto al uso de nuestros talentos:

¿Cuál fue el error del ciervo que enterró su único talento? Que desperdicio demasiado tiempo evaluando su capacidad para hacer el trabajo que hacia su amo. Se dedicó a pensar en todas las demás aptitudes que le hacían falta, y esto se convirtió en un obstáculo parar que pudiese cumplir fielmente las tareas que le habían sido asignadas. Se quedó aferrado a un falso sentimiento de seguridad. Sentía miedo del riesgo que implica el embarcarse en un viaje espiritual.

 Colocar nuestros talentos al servicio de Dios implica que debemos ser pacientes con los demás, pero antes que nada con nosotros mismos. Como sucedió a la mayoría de los santos, nos tomará años poder librarnos de nuestros deseos egoístas, incluyendo nuestra ambición de lograr una falsa seguridad. Aún así, gradualmente iremos desechando nuestros afectos desordenados, y nos iremos abriendo a lo que Dios desea para nosotros. Entonces seremos libres de llevar a cabo nuestras actividades diarias, con plena confianza en que estamos cumpliendo con la voluntad de Dios.  Nuestra verdadera seguridad, nuestra verdadera felicidad, se halla en Dios-quien nos otorga todo lo necesario para que podamos establecer Su reino en todas nuestras tareas diarias.         

Jesús nos dice que a la hora de hacer el trabajo de Dios, quienes poseen un sólo talento son tan útiles e importantes como quienes poseen varios. Las abejas son un buen ejemplo de esto. Hay unas que se dedican a recolectar la miel, otras que cuidan de la colmena, y otras que la mantienen limpia. Sin embargo, todas se alimentan de la misma miel. Nosotros también, tanto los fuertes como  los débiles, trabajamos juntos en Cristo. Los siervos fieles hacen todo lo que saben para complacer a Dios, quien llena el vacío que sienten. A través de sus obras diarias ellos dejan entrever su potencial para unirse a EL. Ellos reconocen que Dios rige cada una de sus las actividades que llevan a cabo día tras día. Bienaventurados son aquellos que hacen uso de sus talentos para establecer el amor de Dios a su alrededor.  ¡EL jamás les permitirá ser improductivos! No importa si tan sólo pueden hacer algo mínimo por Dios, EL de igual manera les colmará de bendiciones en esta vida y en la próxima.

(Adaptación de los escritos de San Francis de Sales)

Trigésimo Segundo Domingo en el Tiempo Ordinario Noviembre 8 de 2020

En el Evangelio de hoy Jesús nos dice que quienes experimentan el reino celestial son sabios y prudentes. San Francisco de Sales nos ofrece las siguientes observaciones al respecto:

Los buenos cristianos, quienes viven en este mundo materialista, deben hacer uso de la prudencia para poder mejorar su situación. Deben dedicarse al cuidado de sus familias y a atender las necesidades. Si actuaran de otra manera estarían faltando a sus responsabilidades. Aún así, los buenos cristianos también confían en la sabiduría de Dios, por encima de sus habilidades propias. Ellos trabajan fielmente, pero permiten que Dios se preocupe por sus trabajos. Las obras que realizan resultan insignificantes, si tienen en cuenta tan sólo el hecho de que la dignidad de dichas obras se debe a que han sido establecidas por la voluntad de Dios, dispuestas por la Providencia, y proyectadas de acuerdo a Su sabiduría. La sabiduría de Dios es el amor que EL siente por nosotros.

Aún así, el problema del espíritu humano es que éste casi nunca escoge mantenerse en un curso neutral sino que usualmente opta por irse a los extremos. Podemos preocuparnos demasiado por nuestro bienestar, o ser totalmente indiferentes al respecto. Cuando nos empeñamos en tratar de seguir siempre por un camino recto, es natural que de vez en cuando nos inclinemos hacia un extremo u otro. Podemos recobrar nuestro equilibrio si escogemos la sabiduría y la prudencia de Dios, porque éstas nos acercan a Su amor, y nos ayudan a rechazar todo aquello que nos pueda hacer mal.

No permitamos que los deseos terrenales se interpongan en el camino de la sabiduría amorosa de Dios. En la medida en que reorganicemos nuestras vidas por medio de la oración y de la práctica de las virtudes, nos daremos cuenta de que el amor de Dios nos dará la fuerza para actuar equilibradamente, y para que nuestros esfuerzos por vivir sabiamente sean fructíferos. Debemos ser como los niños que con una mano se aferran a sus padres, mientras que con la otra arrancan moras de las zarzas. Así entonces, si con una mano ustedes manejan los bienes de este mundo, con la otra deben sujetar siempre la mano de su Padre celestial, cuya amorosa sabiduría nos proporciona infinidad de medios para que podamos entrar en el reino de los cielos.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

TODOS LOS SANTOS Noviembre 1, 2020

“Unamos nuestros corazones a estos espíritus celestiales y a estas almas benditas. Del mismo modo en que los ruiseñores jóvenes aprenden a cantar en compañía de los viejos, nosotros por medio de nuestra unión celestial con los santos debemos aprender la mejor forma de orar y de alabar a Dios” (Introducción a la Vida Devota, Parte II, Capitulo 16).

Estamos apoyados en los hombros de unos gigantes. A lo largo de los últimos dos mil años incontables hombres, mujeres, y niños de muchas eras, lugares, y culturas han pasado sus vidas al servicio de las Buenas Nuevas de Jesucristo. De entre esos tantos un grupo más pequeño de individuos ha logrado obtener la distinción de ser conocidos como “santos”.

Estos son personas reales que nos sirven de ejemplo. Estos son personas reales en quienes nos inspiramos. Estos son personas reales en quienes buscamos ánimo y en quienes buscamos la gracia.

Estos santos – estas personas reales- iban abriendo un camino en medio de las pruebas a las que se enfrentaban, a medida que vivían y proclamaban el Evangelio. El reto para nosotros es seguir su ejemplo de formas que encajen con el estado y la condición de vida en la que nos encontramos. 

En caso de que aún no se hayan dado cuenta, ustedes también han sido llamados a llevar una vida santa – centrados en Dios, una vida de entrega - en los lugares donde viven, donde aman, donde trabajan y donde juegan cada día. Francisco de Sales escribió: “Observen el ejemplo que nos dan los Santos en cada etapa de sus vidas. No hay nada que no hayan hecho por amor a Dios y para ser seguidores devotos de Dios. Porqué entonces no habríamos de hacer lo mismo, de acuerdo con nuestra posición y vocación en la vida, por mantener esa preciada resolución y las declaraciones que hemos hecho?” (Introducción a la Vida Devota, Parte V, Capitulo 12).

Qué significa ser un santo? Sorprendentemente es algo mucho más práctico y que esta más al alcance de nuestras manos de lo que suponemos. Francisco de Sales observaba que: “Debemos amar todo lo que Dios ama, y Dios ama nuestra vocación; por ende nosotros también debemos amar nuestra vocación y no debemos desperdiciar nuestra energía anhelando tener una vida diferente, sino que por el contrario debemos continuar con nuestra labor. Sean como Martha y también como Maria, y sientan dicha de ser como ellas… de cumplir fielmente con la tarea que han sido llamados a desempeñar…” (Stopp, Cartas Selectas, Pagina 61)

A los ojos de San Francisco de Sales la santidad se mide por medio de nuestra voluntad y nuestra habilidad para aceptar el estado y la condición de vida en la que nos encontramos. Los santos son personas que acogieron sus vidas como vinieron, desde lo más profundo de su ser, y sin desperdiciar tiempo deseando o esperando una oportunidad de poder vivir la vida de alguien más. La Santidad está marcada por nuestra voluntad para honrar la voluntad de Dios como nos ha sido manifestada durante los altibajos de nuestro diario vivir.

Cómo han sido ustedes llamados a ser santos el día de hoy? Cómo podemos abrir caminos de amor en medio de tantas pruebas el día de hoy?

Trigésimo Domingo en el Tiempo Ordinario 25 de Octubre de 2020

En las lecturas del Evangelio de hoy escuchamos a Jesús decirnos que debemos amar a Dios y a nuestros hermanos. Estos mandamientos son la base de la Espiritualidad Cristiana, y están presentes en todos los escritos de San Francisco de Sales:

Para demostrarnos cuán ferviente es el deseo de Dios por nuestro amor, EL nos exige ese amor en términos maravillosos: “Amarán al Señor con todo su corazón, con toda su alma, y con toda su mente. Este es el primer y más grandioso de todos los mandamientos”. Muchas veces nosotros creemos que Dios es tan grande, y nosotros tan pequeños, que seremos incapaces de amarlo. Entonces, para que no nos desanimemos y nos alejemos del amor de Dios, se nos ha dicho que somos sumamente capaces de amarlo con toda nuestra fuerza, incluso a pesar del pecado.

Amar a Dios por encima de todas las cosas significa que debemos colocar a Dios por sobre todos nuestros ídolos; porque nuestros corazones tienden a perseguir demasiadas cosas materiales y consuelos espirituales. Más aún, tan pronto como las obtenemos se agita en nosotros el deseo de empezar a buscarlos de nuevo. Nada nunca satisface nuestro corazón.  La voluntad de Dios es que nuestro corazón no halle morada permanente en nuestros ídolos; que sea libre para regresar a EL, de quien proviene. Las abejas sólo pueden posarse sobre las flores que han florecido. Igualmente sucede con nuestro corazón. Nuestro corazón sólo puede hallar descanso en el amor de Dios. ¿Por qué entonces queremos interferir con ese deseo que sentimos por el amor de Dios, y nos dedicamos a perseguir otros amores?

 El mandamiento que nos dice que debemos amar a Dios es mucho más importante que el mandamiento de amar a nuestros semejantes. Pero nuestra naturaleza se resiste con más fuerza a amar a los demás. Sin embargo, cuando depositamos nuestra confianza en el amor de nuestro Salvador, nos llenamos de coraje para amar la imagen de Dios que habita en los demás, y que frecuentemente está oculta a nuestros ojos.  Entonces aprendemos a reconocer la semejanza con el Creador presente en nosotros y en los demás. Porque amar a Dios plenamente es amar todo aquello que es de Dios, y que está presente en todas las criaturas. Imitemos a Jesús, quien nos enseño mucho más a través de Sus obras que de Sus palabras. Nos enseño cómo amar a nuestro Dios con todo nuestro corazón, nuestra alma y nuestra mente, y a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

(Adaptación tomada de los escritos de San Francisco de Sales, particularmente El tratado del Amor de Dios).

Vigesimonoveno Domingo en el Tiempo Ordinario 18 de Octubre de 2020

El Evangelio de hoy nos dice que debemos dar a Dios lo que es de Dios, y al estado lo que pertenece al estado. San Francisco de Sales observa que, para poder disfrutar de un estado justo, debemos obedecer a aquellos a quienes Dios ha otorgado la autoridad para gobernar. Sin embargo, él se enfoca más en lo que “es de Dios”, y lo explica a través del concepto de “la obediencia del amor”:

Nosotros poseemos un deseo natural de amar a Dios, que también nos dice que pertenecemos a EL. Somos como ciervos que llevan las iniciales de su dueño grabadas en la piel. Aún cuando él les permite deambular libremente por el bosque, todo el mundo sabe a quién pertenecen dichos ciervos. De manera similar, nosotros también somos libres, y nuestra inclinación natural de amar a Dios permite a nuestros amigos y enemigos saber que pertenecemos a EL, quien desea mantenernos unidos bajo la “obediencia del amor”.

Esta obediencia del amor consagra nuestro corazón al amor y al servicio de Dios. Jesús es el modelo a seguir. Cuando nosotros depositamos todos nuestros deseos en manos de Dios, estamos permitiendo que sea  EL quien nos forme y moldee. Ese tipo de obediencia no necesita de amenazas, ni recompensas, de mandamientos, ni de ley, para despertar en nosotros. Se anticipa a todas estas cosas ya que se entrega libremente a Dios. Con sumo amor se da a la tarea de llevar a cabo todo lo que contribuya a la unión de nuestro corazón con EL, y emprende dicha travesía con naturalidad.

Algunas veces nuestro Señor nos urge a que corramos a toda velocidad para cumplir con las tareas a nuestro cargo. De pronto nos hace detenernos a mitad de la carrera, cuando más afianzados nos sentíamos en nuestro recorrido. Aún cuando debemos hacer todo lo posible por llevar a buen término la obra de Dios, debemos también acoger los resultados con tranquilidad. Nuestra obligación es sembrar y regar cuidadosamente, pero el crecimiento pertenece exclusivamente a Dios.

No obstante, del mismo modo en que una dulce madre guía a sus pequeños hijos, les ayuda, y los sostiene en la medida en que ella ve la necesidad de hacerlo, nuestro Salvador también nos carga, y nos toma de la mano cuando nos enfrentamos a dificultades insoportables. Disfrutemos entonces de la serenidad de corazón, adoptando la obediencia del amor que nos une a Dios, a quien pertenecemos.

(Adaptación tomada de la obra de San Francisco de Sales, en particular el Tratado Sobre el Amor de Dios)

Vigesimoctavo Domingo en el Tiempo Ordinario 11 de Octubre de 2020

En el Evangelio de hoy escuchamos a Jesús decirnos que quienes responden a la abundante gracia de Dios podrán entrar en Su reino. San Francisco de Sales nos habla un poco más acerca de esa respuesta que se espera de nosotros:

La bondad suprema de Dios ha vertido abundantes bendiciones sobre toda la familia humana. La voluntad de Dios es que todos logremos la salvación por medio del conocimiento de la verdad que nuestro Salvador vino a entregarnos- el fuego del amor sagrado- y desea que éste permanezca encendido en nuestros corazones.

¡Con qué fervor Dios desea nuestro amor! EL nos demuestra ese deseo colmándonos de amor divino. Dios, el sol de la justicia, nos envía numerosos rayos de inspiración, calienta nuestros corazones con bendiciones, y toca a cada uno de nosotros con el encanto del amor divino. La inspiración de Dios es la fuerza que da aliento a nuestra voluntad; la ayuda, la refuerza, y la mueve con tan suma gentileza que ésta acaba deseando volar libremente en busca del bien que encuentra en la inspiración de Dios.

Dios depositó en sus corazones las inspiraciones sagradas y ustedes las recibieron; cooperaron con ellas al consentirlas. Su voluntad comenzó a moverse libremente al unísono de la gracia celestial. Dios continuó fortaleciendo sus corazones a través de varios movimientos; hasta que finalmente llegó el momento en que EL inculcó en ustedes el amor sagrado, y ese amor se convirtió en fuente de vida y salud perfecta.  No obstante, en todo momento ustedes tuvieron la libertad para aceptar o rechazar la divina bondad.

Solía decirse que un pequeño pez poseía el poder para detener a un buque navegando en alta mar. Sin embargo, ese pez no tenía el poder para hacer que el barco zarpara. Igual sucede con nuestro libre albedrio. Cuando el viento favorable de la gracia de Dios llena nuestra alma, todos tenemos plena libertad de escoger si lo recibimos, o lo rechazamos. Pero cuando nuestro espíritu zarpa, y se encamina una prospera travesía, no somos nosotros quienes hacemos que los vientos de la inspiración nos lleguen. Es Dios quien mueve el barco, que es nuestro corazón. Nosotros simplemente recibimos y consentimos ese viento proveniente del cielo. ¡Bienaventurados son aquellos que responden a la palabra de Jesús desde el fondo de sus corazones, porque el Reino de Dios les pertenece!

(Adaptación tomada del Tratado Sobre el Amor de Dios, de San Francisco de Sales)

Vigesimosexto Domingo en el Tiempo Ordinario 27 de Septiembre de 2020

En el Evangelio de hoy Jesús nos dice que si creemos en EL, y vivimos Sus enseñanzas, podremos entrar en el reino de Dios. Al respecto, Francisco de Sales nos dice lo siguiente:

Jesús ha venido para enseñarnos lo que debemos hacer para amar de forma divina. Su mensaje confunde a esa cultura que nos incita a perseguir logros falsos, una cultura que constantemente nos vende ideas como “¡Qué felices que son las personas acaudaladas!” A los ojos de Jesús, los bienaventurados son aquellos que viven la vida con plena confianza en Dios. Ellos obtendrán la paz y la tranquilidad perpetua. Ellos escuchan la palabra de Dios, la reciben, y se benefician de ella.

Existen dos razones por las cuales las personas no se benefician de la palabra de Dios. En primera instancia, puede que verdaderamente la escuchen y que ésta remueva algo en su interior, sin embargo deciden no hacer nada al respecto hasta el día siguiente. Nuestra vida es el hoy que estamos viviendo. ¿Quién puede prometerse a sí mismo un mañana? Nuestra existencia consiste en el momento presente que vivimos ahora. Sólo contamos con la certeza de este instante que estamos disfrutando, sin importar cuán breve sea.

Segundo, hay personas que poseen una gran cantidad de conocimientos, que se dedican a acumular todo tipo de consejos espirituales y de información, pero jamás los ponen en práctica. La única forma en que realmente aprendemos algo de las enseñanzas impartidas por Jesús, es cuando las hacemos parte de nuestra vida diaria. Para vivir a Jesús debemos darnos la oportunidad de deshacernos de nuestras emociones, hábitos, y afectos desordenados.

Debemos transformar nuestras emociones y afectos para que nos ayuden a convertirnos en personas que aman de manera divina. Esto sólo podremos hacerlo, una vez que desechemos todo aquello que haya en nosotros que no provenga de Dios. Para poder dejar nuestros vicios debemos poner en práctica las virtudes que nos ayudan a contrarrestar los vicios de los que queremos librarnos. Por ejemplo, si nuestra ira está fuera de control debemos poner en práctica la gentileza y la paciencia. No se preocupen por nada que no sea seguir las enseñanzas de Jesús. Confíen en la bondad de Dios; EL sin duda alguna les otorgará todo lo que necesitarán para poder entrar en Su reino.

(Adaptación de los Sermones de San Francisco de Sales,

L. Fiorelli, Ediciones)

Vigesimoséptimo Domingo en el Tiempo Ordinario 4 de Octubre de 2020

En las lecturas del Evangelio de hoy Jesús nos dice que el Reino de Dios le será otorgado a aquellos que caminan por la senda del Señor, que es la senda de la verdad y del amor sagrado. San Francisco de Sales ahonda un poco más sobre este tema cuando nos dice:

¡Qué felices seremos si amamos esa divina Bondad que ha dispuesto tales favores y bendiciones para nosotros! Dios se convirtió en uno de nosotros para que pudiésemos ser como EL. Nuestro Salvador nos dio Su vida, no sólo para que curáramos a los enfermos, para que obráramos milagros, y para enseñarnos lo que debemos hacer para poder llevar una vida llena de alabanza y salud. El también dedico su vida entera a moldear Su propia cruz, soportando los insultos de todos aquellos por quienes hizo tanto bien. El escogió dar Su vida por Su pueblo, que ultimadamente lo rechazó.

Vivir en nuestro mundo, y vivir en contra de los valores culturales que enfatizan la necesidad de poseer riquezas materiales, que exaltan la ambición egoísta y el poder, equivale a nadar contra la corriente del río de esta vida. Sin embargo, nosotros podemos deshacernos de todas estas pasiones desordenadas si ponemos en práctica la gentileza interior, la humildad, la sencillez, y por encima de todo, el amor sagrado. Cuando desechamos todo aquello que habita en nosotros, que no proviene de Dios, estamos haciendo un esfuerzo por llevar una autentica vida humana de verdad y amor sagrado. Dado que nadie puede alcanzar una vida así sin la ayuda de Dios, esa vida requiere que continuamente nos apartemos de nosotros mismos para recibir la bondad que EL nos ofrece. Quienes escogen el amor divino de Dios viven por encima de sus deseos egoístas: ya no viven por ellos mismos, sino que viven en, y por el Salvador.

Las abejas primero son larvas, pero abandonan dicho estado para poder convertirse en abejas voladoras. Nosotros hacemos lo mismo. Si llevamos una vida de gracia, lograremos una nueva existencia humana más sublime de la que teníamos antes de que aceptáramos el amor de Dios. Esta nueva vida de amor celestial anima y revive nuestra alma. Entonces, con la ayuda de Dios, adquiriremos la capacidad de dedicar nuestra existencia a caminar por la senda del amor divino. Como los hijos más queridos de Dios, podremos cosechar generosamente los frutos de la verdad y del amor sagrado que se encuentran en el Reino de Dios.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales, en especial los Sermones, L. Fiorelli, Ediciones)

Vigesimoquinto Domingo en el Tiempo Ordinario 20 de Septiembre de 2020

En el Evangelio de hoy Jesús nos habla sobre el Reino del cielo: un lugar donde la misericordia generosa de Dios, y su bondad, exceden completamente nuestra concepción de la justicia. San Francisco de Sales nos hace la siguiente observación:

Cuando llegamos al punto en que hemos perdido toda esperanza de hallar el bien en las personas, es precisamente en ese instante que la infinita misericordia de Dios resplandece, y supera la justicia Divina. El proceder de Dios no es como el nuestro. Dios prefiere obrar milagros antes de dejarnos desvalidos. Es por esta misma razón que nuestro Salvador vino a redimirnos y a liberarnos de la tiranía del pecado. El corazón de nuestro Salvador está completamente lleno de misericordia y de bondad para con la familia humana.

La providencia de Dios posee más sabiduría de la que nosotros poseemos. A veces creemos que nos sentiríamos mejor si estuviéramos en otro barco. Puede que eso sea cierto ¡pero eso solo sucederá si logramos cambiar! La tentación de sentirnos insatisfechos, y de deprimirnos a causa del mundo en el que debemos vivir, siempre está latente en nosotros. No debemos desfallecer. Dios jamás nos abandonará. Somos nosotros quienes lo abandonamos a EL.

Cuando estamos preocupados no deseamos alejarnos de Dios. Una onza de virtud puesta en práctica en tiempos de adversidad, vale más que mil libras de virtud demostradas en tiempos de prosperidad. Puede que seamos débiles, pero nuestras debilidades jamás se igualarán a la inmensa misericordia que Dios demuestra a quienes desean amarlo, y a quienes depositan toda su confianza en EL. El problema, es que todos los rincones y las esquinas de nuestros corazones están abarrotadas con miles de deseos que impiden a nuestro Salvador colmarnos de todos los dones que EL quiere entregarnos.

Nosotros debemos ser como el marinero que mantiene sus ojos fijos en la aguja de la brújula a medida que direcciona su barco. Nosotros debemos mantener nuestros ojos bien abiertos para poder corregir nuestras ambiciones, y para tener una sola: complacer a Dios. Permitamos a nuestro Señor reinar en nuestros corazones, tal y como EL desea hacerlo. Si hacemos esto podremos estar en paz, y vivir sin apuros ni miedos dentro de nosotros, y podremos seguir nuestro camino. En la medida en que busquemos hacer el bien, y que nos mantengamos anclados en nuestro deseo de amar a Dios, estaremos avanzando por el camino correcto.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales).

Vigesimocuarto Domingo en el Tiempo Ordinario 13 de Septiembre de 2020

Las lecturas de hoy nos retan a que aprendamos a perdonarnos los unos a los otros. A continuación presentamos una recopilación de algunos pensamientos en relación al perdón que reflejan las enseñanzas de San Francisco de Sales:

El perdón es algo difícil de lograr. Incluso cuando deseamos perdonar a veces permitimos que sentimientos como la ira nos dominen. Si dejamos que la ira reine en nuestros corazones ésta pasará de ser un retoño para convertirse en una rama grande. El principal motivo por el cual no debemos albergar el enojo dentro de nosotros, es que éste no nos permite florecer como seres humanos sanos y alegres. El perdón por el contrario nos conduce a la plenitud en Cristo, cuyo espíritu inunda nuestro interior con el amor eterno.

Aún así, las heridas que se abren una y otra vez nos recuerdan que nunca podrán ser eliminadas completamente. Justo cuando creemos que hemos triunfado y alcanzado el perdón, descubrimos la ira revuelta una vez más en nuestros corazones. Aún cuando la hemos echado por la puerta de en frente, la rabia, como un ventarrón, se cuela de nuevo por cualquier ventana trasera que se haya quedado sin reparar.

No obstante, en ninguna parte está escrito que debemos permitir que nuestras debilidades controlen nuestras vidas. Dios no nos exige que impidamos a la ira entrar en nuestros corazones. Lo que El desea es que no toleremos que el enfado domine nuestros corazones. Poco a poco debemos aprender a perdonar, a medida que vamos depositando de nuevo, y con gentileza, nuestro corazón en manos de Dios, y le pedimos que lo sane. Díganle a Dios que ustedes desean perdonar del mismo modo en que Jesús perdono. Porque a Jesús a quien debemos encomendar todos nuestros afectos.

Si alimentamos el amor sagrado en nuestro corazón, por medio de la oración y de la práctica de los sacramentos, seremos más receptivos al poder del perdón. El perdón se manifiesta de manera más completa cuando accedemos a que nuestro Salvador entre en nuestros corazones, y que examine todas las habitaciones que necesiten reparación. No debemos dejar que nuestros padecimientos nos perturben, por el contrario, debemos encontrar el esplendor oculto en ellos para que el poder de Dios pueda brillar a través nuestro. Nuestro dolor más profundo nos recuerda nuestras debilidades, y nuestra necesidad de ser más compasivos frente a las debilidades de los demás. Es ahí donde reside el verdadero poder del perdón.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Vigesimotercer Domingo en el Tiempo Ordinario 6 de Septiembre de 2020

El Evangelio de hoy nos reta a amarnos los unos a los otros poniendo en práctica la “corrección fraternal”, un concepto que ha desaparecido de nuestra cultura. San Francisco de Sales hace referencia a este concepto en relación al tema de la verdadera amistad:

A menudo ocurre que cuando tenemos una muy buena opinión de nuestros amigos, terminamos absorbiendo sus imperfecciones. Es cierto que debemos amar a nuestros amigos a pesar de sus faltas. Sin embargo, la verdadera amistad nos exige compartir el bien verdadero, no el mal. Por lo tanto, del mismo modo en que los excavadores de oro dejan la arena en la ribera y se llevan el oro que encuentran, quienes comparten una verdadera amistad deben remover la arena de la imperfección presente en la relación y no permitir que esa arena entre en sus almas.

La verdadera amistad solo sobrevive si está cimentada en la verdadera virtud. Es un afecto que viene de Dios, nos conduce a Dios, y sus lazos perduran eternamente en Dios. La amistad que es pasiva se dedica a observar a los amigos mientras escogen el camino equivocado: los deja perecer, en lugar de llenarse de coraje y hacer uso de la lanza de la corrección para ayudarlos. La amistad que es genuina y digna no puede progresar en medio del vicio. Aún si ese vicio es solo pasajero la verdadera amistad lo corregirá y lo sacará corriendo.

Cuando corregimos con compasión en lugar de ira, el arrepentimiento es asimilado de manera más profunda y penetra más efectivamente.  No hay nada más efectivo y rápido que calme a un elefante enfurecido que cuando ve una pequeña oveja. Cuando la razón viene acompañada de rabia se vuelve más temida que amada. A diferencia de esto, la razón sin rabia, aún cuando es precisa y severa, reprende y advierte de manera pacífica. Los reproches generosos y amorosos de un padre tienen más poder a la hora de corregir al hijo que la rabia y la agitación.

¡Bienaventurados los que hablan sólo para “corregir fraternalmente” en el espíritu del amor sagrado y de la humildad profunda! ¡Mucho más bienaventurados quienes están preparados para recibir esta corrección con un corazón gentil, en paz y tranquilidad! Sólo por el hecho de demostrar su humildad, su fe y su coraje ellos ya han logrado un gran progreso, y alcanzarán el nivel más alto de la santidad Cristiana.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales, particularmente la Introducción a la Vida Devota).

Vigesimosegundo Domingo en el Tiempo Ordinario 30 de Agosto de 2020

En el Evangelio de hoy Jesús nos reta a perder nuestra vida para poder encontrarla. San Francisco de Sales nos habla de perder nuestra vida para poder encontrarla en Cristo, por medio de un cambio de corazón.

Perder nuestra vida en este sentido significa deshacernos de todos nuestros amores malsanos y egoístas. Esto probablemente nos hará sufrir. Pero no debemos dejar que nuestras imperfecciones nos perturben, porque la santidad consiste en librarnos de ellas. ¿Cómo podemos dejarlas a un lado a menos que nos percatemos de ellas y las superemos? La victoria sobre nuestros defectos consiste en ser conscientes de ellos, y en no consentirlos.

Mientras estemos vivos seguiremos siendo susceptibles a la conmoción que produce la ira, y el afecto. Estas emociones del corazón no deben sorprendernos, ya que son inclinaciones naturales y espontaneas. No son estas las emociones que queremos arrancar de raíz. ¡La santidad no consiste en no sentir nada! Lo que si debemos desarraigar, son los actos que se desprenden como consecuencia de dichas emociones. Un ejemplo son esos rumores que voluntariamente alimentamos en nuestros corazones por varios días, y que lo único que logran es hacer que desperdiciemos nuestra energía.

En la medida en que nuestro adorado Jesús se encuentre presente en sus corazones, todo su ser se alejara de una cultura que con mucha frecuencia los ha engañado. Una vez hayan muerto en lo que respecta a su vida pasada, encontrarán una nueva vida en Cristo. Las estrellas no dejan de brillar en presencia del sol; lo que sucede es que la luz solar es tan brillante que las oculta. Del mismo modo, nosotros ya no estamos solos cuando vivimos en Jesús, ya que nuestra vida está oculta en Cristo con Dios.

La persona que se gane nuestros corazones, nos ha ganado completamente. Aun cuando nuestro corazón es la fuente de nuestras acciones, este necesita nuestras instrucciones para saber cómo proceder. Si ustedes viven a Jesús en sus corazones, no pasara mucho tiempo antes de que comiencen a exteriorizar esta vivencia en todo lo que hacen. Dediquen y consagren su corazón, su alma y su voluntad a Dios, como si los tuvieran en sus manos. Poco a poco, a medida que vayamos cambiando la orientación de nuestro corazón, encontraremos nuestra verdadera existencia en Jesús viviente. Nosotros aprendemos a amar lo que Dios ama. Cuando eso suceda, tal y como hiciera Maria, podremos decir, “¡Todo mi ser proclama la grandeza del Señor!”

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Vigesimoprimer Domingo en el Tiempo Ordinario 23 de Agosto de 2020

En el Evangelio de hoy escuchamos a Pedro que, con pleno convencimiento, identifica a Jesús como “Cristo, el Hijo del Dios viviente”. San Francisco de Sales tiene mucho para decirnos sobre San Pedro:

Dios no siempre escoge a los mas santos para gobernar y server en Su Iglesia. Nuestro Señor escogió a Pedro como el Líder de los Apóstoles, aún a pesar de sus muchas imperfecciones. Pedro poseía un gran fervor, pero tendía a ser impulsivo. Aunque indudablemente siguió a nuestro Salvador con todo su corazón, tuvo más de un tropiezo después de su llamado inicial. Presumía diciendo que él jamás abandonaría a Nuestro Señor. Sin embargo, para su sorpresa se descubrió a si mismo maldiciéndolo y negando haberlo conocido. ¡Ese acto desgarró el corazón de Nuestro Señor!

Aún así, Nuestro Señor no rechazó a San Pedro porque estaba seguro que él poseía una determinación férrea y constante de corregirse a sí mismo.  Pedro debió confiar más en el poder del Señor, en lugar de depender en el fervor que sentía. La disposición natural de Pedro de satisfacer sus sentimientos y deseos, en parte explica el porqué de sus de sus fallas. Si durante nuestro proceso de conversión actual experimentemos ciertas fallas, esto no quiere decir que vamos a abandonar la búsqueda de la santidad. Tal y como lo hizo Pedro, debemos armarnos de una determinación firme e inquebrantable, y tomar las medidas que sean necesarias para corregir nuestro comportamiento. Solo entonces nosotros también recibiremos favores y bendiciones especiales en la tierra y en el cielo.

¡Qué gran razón para depositar toda nuestra esperanza y confianza en Nuestro Señor! Porque aún si vivimos nuestra vida en medio de crímenes e injusticias horribles, podremos encontrar perdón si regresamos a la Fuente de nuestra Redención, a Cristo. No debemos escuchar esa voz que nos dice que nuestras faltas son imperdonables. Debemos decir con valentía que nuestro Dios murió por todos nosotros. No importa cuán impía sea una persona, él o ella encontrará la redención en nuestro Salvador. Reflexionemos acerca de la paciencia con la que nuestro divino Salvador espera por aquellos que lo han rechazado. Entonces, tal y como lo hiciera Pedro, podemos decir, “Tú eres el Cristo, Hijo del Dios viviente” nuestro Redentor.

(Adaptación de los escritos de San Francis de Sales)

Vigésimo Domingo en el Tiempo Ordinario Agosto 16 de 2020

En el Evangelio de hoy experimentamos la profunda fe de la mujer de Canaán en Jesús. San Francisco de Sales elabora un poco más acerca de su respuesta llena de confianza, perseverancia, y fe en Jesús.

Si Dios no nos da un indicio de que ha escuchado nuestras oraciones, o si no responde a ellas inmediatamente, perdemos nuestro coraje. Nosotros no sabemos perseverar en la oración; la abandonamos completamente, ahí y entonces. Ese no fue el caso de la mujer de Canaán. En un principio Nuestro Seño no presto atención a su oración. Su falta de respuesta casi parecía una injusticia hacia ella. No obstante, la mujer persevero en su llamado a Jesús, incluso después que los apóstoles le pidieron que le dijera que se marchara.

Ella demostró una gran seguridad al momento de hacer su petición, enfrentándose a unas borrascas y tempestades que normalmente hubieran debilitado la convicción de cualquier persona. Nosotros, al igual que la mujer de Canaán, debemos confiar firmemente en el poder y la voluntad de Nuestro Salvador, particularmente cuando experimentamos amargura.  ¿Acaso creen que Dios, que ha le ha dado un hogar a la tortuga y al caracol, no los va cuidar, y a demostrar misericordia con ustedes, que son Sus hijos? Este tipo de confianza siempre va de la mano con la fe atenta.

La fe atenta fue lo que la mujer de Canaán nos demostró. Ella estaba entre quienes escuchaban a Jesús, y lo observaba detenidamente. Su fe fue grande. No sólo porque ella presto suma atención a lo que había escuchado decir acerca de ÉL, sino porque también decidió creer lo que los demás le dijeron. Nosotros nos encargamos de hacer de nuestra fe en Dios algo más vívido, cuando reflexionamos con detenimiento acerca de los misterios de nuestro Salvador. Estas reflexiones generan en nuestro corazón un deseo por las innumerables virtudes de Jesús.

La perseverancia es una virtud que fluye de una fe que permanece atenta a los misterios que las Escrituras y la Tradición nos enseñan. Nuestra felicidad está basada en la perseverancia. Si en algún momento tenemos la impresión que Nuestro Señor no nos está escuchando, es solo porque EL desea obligarnos a gritar con más fuerza, y acercarnos más a Dios quien nos da el poder para perseverar. ¡Armémonos de coraje! Y al igual que la mujer de Canaán, caminemos fielmente y con seguridad por la senda de Nuestro Salvador. Solo así seremos eternamente felices.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales,

Particularmente Los Sermones, ediciones L. Fiorelli).

Decimonoveno Domingo en el Tiempo Ordinario Agosto 9 de 2020

En el Evangelio de hoy Jesús nos reta a que tomemos el riesgo de seguirlo, y de profundizar cada vez en nuestra fe mientras que la tormenta de la vida nos zarandea de un lado a otro. San Francisco de Sales nos dice algo similar:

Cuando, llenos de temor, nos enfrentamos a tempestades y terremotos, llevamos a cabo actos de fe y de esperanza. Aún así, existe otro tipo de temor que nos hace verlo todo difícil y complicado. Gastamos más tiempo pensando en las dificultades a futuro, que en las cosas que debemos hacer en el presente. Levántense y no se dejen asustar por las labores del día. La noche es para descansar y el día para trabajar, eso es lo natural.

Hay tres cosas muy simples que podemos hacer, para poder tener paz. Debemos tener una intención muy pura de procurar, en todas las cosas, el honor y la gloria de Dios. Seguidamente, debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance, por más pequeño que sea, para lograr este fin. Finalmente, debemos dejar todo lo demás en manos de Dios. En mi vida he visto muy pocas personas que logran progresar sin ser puestos a prueba, por lo tanto ustedes deben ser pacientes. Después de la tempestad, Dios enviará la calma. Los niños sienten temor cuando están lejos de los brazos de su madre. Pero sienten que nada puede hacerles daño si están tomados de su mano. Tomen la mano de Dios y EL los protegerá de todo, ya que estarán blindados con la verdad y la fe.

Si les hace falta coraje, hagan lo mismo que Pedro y griten “¡Sálvame Señor!” Después continúen tranquilamente con su viaje. En muchas ocasiones llegamos a creer que hemos perdido la paz porque nos sentimos afligidos. Pero debemos recordar que no perderemos la paz siempre y cuando continuemos dependiendo totalmente de la voluntad de Dios, y desde que no abandonemos nuestras responsabilidades. Debemos tener coraje para cumplir con nuestras tareas; si lo hacemos nos daremos cuenta de que con la ayuda de Dios iremos mas allá de los confines del mundo, mucho más allá de sus límites. Confíen en Dios y todas las cosas les resultarán fáciles; aunque puede que al principio esto les asuste un poco.

Las Escrituras se refieren a Nuestro Señor como El Príncipe de la Paz. Cuando EL es el amo absoluto, EL se encarga de mantener todo en paz. Mantenernos en calma en medio de los conflictos, asumir con serenidad las pruebas que se nos presentan: todo esto es señal de que verdaderamente estamos imitando al “Príncipe de la Paz”.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales,

particularmente Los Sermones, L. Fiorelli ediciones).

Decimoctavo Domingo en el Tiempo Ordinario Agosto 2 de 2020

En el Evangelio de hoy experimentamos la forma en que Jesús utiliza su poder para sanar y alentar a los demás. Notros hemos sido llamados a utilizar nuestros dones para amar y cuidar de los demás. San Francisco de Sales elabora un poco más sobre este tema:

Debemos amar demasiado para ayudar a los demás a que prosperen por la senda de la santidad. La fe, la esperanza, y el amor, constituyen el núcleo del corazón generoso. La generosidad nos permite confiar en que la bondad de Dios se encuentra dentro de nosotros. La generosidad nos impulsa a proclamar que podemos hacer cualquier cosa en Dios, quien nos fortalece. Un corazón humilde y generoso, comandado por Dios, puede obrar milagros. Aún cuando se mantiene vigilante para evitar una caída, el corazón que confía en Dios da origen a un espíritu generoso. El espíritu generoso, humilde de corazón, pone manos a la obra con plena seguridad de que Dios  no dejará de otorgarle el poder necesario para hacer realidad sus proyectos.

El corazón generoso no se fía de su propia fuerza para llevar a cabo estas tareas. Confía más bien en los dones que Dios le da. Por lo tanto, debemos valorar enormemente los dones que Dios nos ha otorgado. Debemos reconocerlos, respetarlos, honrarlos y utilizarlos para dar gloria a Dios. Hay personas que poseen una falsa humildad, lo cual les impide ver la bondad en ellos mismos. La verdadera humildad es generosa, y reduce toda la falsedad existente en nosotros. La falsedad nos degrada y no nos permite apreciar nuestra excelencia inherente. La falsedad no desea que tengamos en cuenta la excelencia de Dios en nosotros. Debemos darnos cuenta de que estamos siendo orgullosos cuando rechazamos la gracia que Dios desea darnos. Tenemos la obligación de aceptar los regalos de Dios.

Si valoramos a Dios, quien es el autor de nuestra perfección, aprenderemos a valorar los dones espirituales escondidos en nosotros, y en nuestros semejantes. Nuestro amor propio, y por los demás, tiene origen en el amor de Dios del cual Jesucristo fue el ejemplo. Nuestro Salvador siempre nos prefirió a nosotros antes que a Si Mismo, y continúa haciéndolo cada vez que nos aviva por medio de la Eucaristía. Del mismo modo, El desea que nosotros alimentemos nuestros dones utilizándolos para amarlo y para servirle, con todo nuestro corazón, y con todo nuestro poder.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales, particularmente, Las Conferencias Espirituales, I. Ediciones Caneiro)

 

Decimoséptimo Domingo en el Tiempo Ordinario Julio 26 de 2020

El Evangelio de hoy nos dice que debemos buscar el Reino de los cielos sin importar el costo, ya que éste todo lo vale.  San Francisco de Sales nos ofrece consejos prácticos sobre cómo continuar avanzando en nuestra búsqueda del Reino:

Lo que debemos que hacer no es más de lo que ya estamos haciendo: debemos adorar la providencia de Dios, arrojarnos a los brazos de Dios, y entregarnos a Su cuidado. ¡Benditos aquellos que han escogido entregarse en las manos de Dios! Para poder renovar y cumplir con esta decisión, tan solo tenemos que proclamar que amamos a Dios exclusivamente, y que amamos todo lo demás por amor a EL.  Ser constantes en este empeño nos ayuda bastante ya que infunde amor en todas nuestras obras; es particularmente útil para todas las acciones que llevamos a cabo en el cumplimiento de nuestras labores diarias. El cumplimiento de las tareas requeridas, en base a la vocación de cada persona, ayuda a incrementar el amor divino y recubre de oro una obra de santidad.

Debemos ser como aquella valiente mujer de la que habla el Antiguo Testamento. “Ella alarga su mano a las cosas fuertes, generosas y enaltecidas, y aún así no esquiva el aplicar su mano al huso, y sus manos a la rueca”.  Extiendan sus manos a las cosas fuertes, adquieran experiencia por medio de la oración y de la meditación, recibiendo los sacramentos, guiando a las almas para que amen a Dios, e infundiendo inspiraciones positivas en sus corazones.  Hagan labores importantes de acuerdo con su vocación; pero jamás olviden su huso ni su rueca.  Esto quiere decir que deben poner en práctica las pequeñas virtudes como la sencillez, la paciencia, la humildad, y la generosidad, las cuales crecen como flores cada vez que llevan a cabo pequeñas obras con un gran amor.

El ruiseñor no siente menos amor por su canción cuando hace una pausa, que cuando canta. Del mismo modo, el corazón que es devoto no siente menos amor cuando se concentra en el cumplimiento de las labores externas, que cuando está orando. En dichos corazones el silencio y el habla, el trabajo y el descanso, cantan con un amor rebosante de dicha. Su oración diaria de vida se propaga a todas sus acciones.  Ellos buscan el Reino de Dios a cualquier costo, y éste les es revelado.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales,

 particularmente su Tratado Sobre el Amor de Dios).