<b?Enfasis data-preserve-html-node="true" Sugerido,/b>
"Toda la comunidad Israelita se quejó en contra de Moisés y Aron…”
Perspectiva Salesiana
Si hay algo peor que las cosas malas que nos suceden, es invertir nuestro esfuerzo y energía quejándonos de ellas.
Piénsenlo. ¿Quién de nosotros alguna vez realmente ha logrado mejorar su situación o su suerte en esta vida quejándose de lo que le ha tocado? Aún así nos quejamos… y para nuestro propio detrimento.
¿Que los Israelitas pasaron una temporada muy dura en el desierto? Por supuesto que si! Que a pesar de lo mala que fue su vida en Egipto ¿al menos no tenían “tres comidas y un catre”? Si! Por el contrario en el desierto, ¿disfrutaron de alguna comodidad? Pues aparentemente, aparte de la libertad, no realmente!
Aun así, Dios los había redimido de la esclavitud. Dios les había otorgado líderes cuya tarea era guiar a los Israelitas hacia la tierra prometida, un lugar donde emanaba la leche y la miel. Sin embargo, uno se pregunta ¿de dónde sacaron la idea los Israelitas de que esta caminata, o esta búsqueda, sería sólo viento en popa? No obstante se quejaron… cosa que aun ahora parece algo banal o mezquino.
Ahora analicemos esto en lo que concierne a nosotros mismos. ¿Quién de nosotros no ha sido tentado por el deseo de empezar a quejarnos cuando las cosas no resultan de la forma que nosotros esperamos, cuando nuestro trabajo, nuestro matrimonio, nuestras relaciones resultan ser más difíciles o más exigentes de lo que suponíamos o esperábamos? Y, para ser totalmente honestos, ¿quién de nosotros puede afirmar que el quejarnos constantemente de la suerte que nos ha tocado hace que las cosas mejoren? De hecho las quejas solo hacen nuestra suerte –dolorosamente- más difícil.
Francisco de Sales es muy claro en lo que respecta a las quejas constantes: “Quéjense lo menos posible de las cosas malas que les suceden. Que no quepa la menor duda que una persona que se queja está cometiendo un pecado al hacerlo, dado que el amor propio siempre siente que las heridas son mucho más graves de lo que realmente son”. (Introducción a la Vida Devota, Parte III, Capítulo 3)
Entonces, ¿esto significa que nunca debemos plantear una duda, un problema o una queja? No, pero debemos ser sensatos en cuanto a las personas a quienes escogemos para comentar nuestras inquietudes. Francisco decía: “no se quejen con personas irascibles o criticonas. Si se presenta un momento justo que amerita que nos quejemos con alguien, ya sea para subsanar una ofensa cometida, o simplemente para restaurar la tranquilidad de nuestro espíritu, debemos hacerlo con alguien que sea equilibrado y que verdaderamente ame a Dios. De lo contrario en vez de calmar sus mentes ellos ocasionarán problemas peores, y en vez de ayudarles a sacar la espina que les está haciendo daño la clavarán aun más profundamente en sus pies” (Ibid).
No cabe duda que Dios escucha el clamor de quienes se quejan. Pero si somos sinceros, ¿Acaso no hay mejores formas de utilizar la palabra…. y mejores cosas en que ocupar nuestras vidas?