Perspectiva Salesiana
La Cuaresma es un tiempo en el que cada uno de nosotros recibe un reto: que reconozcamos nuestra necesidad de conversión. La invitación que recibimos es para que examinemos más de cerca nuestra relación con Dios, con nosotros mismos, y con los demás. Dicho de forma más simple, la Cuaresma nos llama a reconocer los pecados, vicios, debilidades—todo aquello— que no permite que la dignidad divina que Dios nos ha dado, se haga realidad en nuestros pensamientos, en nuestras palabras, y en nuestros actos.
Para esta travesía interna, se ha popularizado un ritual que principalmente se basa en “abstenernos” de hacer ciertas cosas durante la Cuaresma. Habrá algunos de ustedes que dejarán de fumar tabaco, otros evitarán el alcohol, y otros tantos renunciarán a comer postres. En resumen, dejamos de hacer algo que normalmente disfrutaríamos.
Dicho en un lenguaje tradicional, la Cuaresma es un tiempo para ayunar.
Francisco de Sales no fue ajeno al ayuno, o al concepto de la “privación”, durante la Cuaresma. El aprobaba que las personas hicieran ayuno, siempre y cuando este cumpliera con tres condiciones.
Primero , nuestro ayuno “debe ser íntegro y universal”. Nuestra “abstinencia” no puede estar limitada a privar nuestras bocas de alimento, bebida, u otros manjares. Francisco insiste en que, entre otras cosas, debemos privar nuestros ojos de todo aquello que sea “frívolo” y malsano. Debemos negar a nuestros oídos las conversaciones “pueriles”, y todo tipo de habladurías. Debemos negar a nuestra lengua todo tipo de palabras que sean utilizadas para calumniar, acusar, o injuriar. Debemos evitar los “pensamientos inútiles, los recuerdos triviales, y todos esos apetitos y deseos superfluos”, propios de nuestra voluntad. Segundo, el ayuno no debe hacerse para satisfacer la curiosidad de los demás. Por el contrario, el propósito de nuestra “privación’ es que sea Dios quien la examine. Tercero, todos nuestros actos, incluyendo el ayuno, deben tener como objetivo “complacer solamente a Dios, a quien debemos todo el honor y toda la gloria”.
Aún así, el ayuno es solamente una parte de la historia. ¡La Cuaresma es también es una temporada para celebrar!
En su libro Un Sentido de Sexualidad (Doubleday 1989) los doctores Evelyn y James Whitehead nos recuerdan que “el ayuno en su máxima expresión, no es un acto puramente ni de castigo ni de abstención. Nosotros no ayunamos solamente para evitar el mal, sino también para recuperar los bienes olvidados”. Dicho de otra forma, “el ‘no’ del ayuno es fructífero, sólo cuando encierra un ‘si’ de un profundo valor para nuestra vida”. La rigurosa disciplina de la festividad complementa nuestro ayuno; necesitamos tener algo por lo cual ayunamos.
Es correcto. Celebrar requiere tanta disciplina como ayunar. La disciplina en un festín celebra de buena forma, y efusivamente, las bendiciones de Dios, sin dejarse llevar por el egoísmo y los excesos.
La Cuaresma entonces se trata más de “hacer” que de “prescindir de”. San Francisco de Sales escribe en su Introducción a la Vida Devota: “Tanto el ayuno como el trabajo nos mortifican y nos disciplinan. Si el trabajo que ustedes hacen contribuye a la gloria de Dios, y a su propio bienestar, yo prefiero mil veces que ustedes aguanten la disciplina del trabajo, y no la del ayuno”. El añade: "Hay personas que conciben el ayuno como algo desagradable, otras consideran desagradable ayudar a los enfermos, otras visitar a los presos, otras escuchar confesiones, otras predicar, otras prestar ayuda a los necesitados, otras orar, otras hacer obras similares. Estas penas tienen tanto valor como las demás".
Ya sea por medio del ayuno o la celebración, ya sea alejándonos del pecado o aceptando la virtud, estos cuarenta días de la Cuaresma se tratan de la fuente de nuestras acciones, de lo que llevamos “por dentro”: nuestro corazón, nuestra mente, nuestros pensamientos, sentimientos, actitudes, esperanzas y miedos. Se tratan de la travesía del alma y del espíritu. “Por mi parte,” dice Francisco de Sales, “me parece que deberíamos comenzar con nuestro interior”.
El Padre Michael S. Murray, OSFS es el Director Principal del Centro Espiritual De Sales.