Décimo Tercer Domingo en el Tiempo Ordinario (30 de Junio de 2019)

En el Evangelio de hoy Jesús les llama la atención a sus discípulos quienes quieren imitar a Elías en su forma violenta de combatir el mal. Jesús siempre actúa por la vía pacífica. San Francisco de Sales ofrece la siguiente reflexión:

Hay personas que creen que sentir gran ira es requisito para poder sentir gran entusiasmo o fervor. Nuestro Señor hizo que sus discípulos entendieran que Su espíritu y Su fervor para erradicar el mal de este mundo siempre fueron gentiles y misericordiosos. Aún cuando es cierto que debemos odiar el pecado, debemos también amar al pecador. A continuación les contaré la historia de un monje del siglo VI que ilustra mejor este punto.

Hubo una vez en un pagano que convenció a un cristiano para que se volviera idólatra. Enfurecido por este acontecimiento Carpus, un obispo quien supuestamente era reconocido como un hombre que llevaba una vida de santidad, oró para que ambos hombres dejaran de vivir. Al ver que esto no sucedió se llenó de ira en contra de ambos y los maldijo. Nuestro Salvador entonces apareció ante Carpus, y lleno de misericordia por ambos hombres les extendió Su mano para ayudarlos.

Hasta cierto punto es justificable que la pasión de Carpus, o su fervor por lograr erradicar el mal, hayan despertado su ira. Pero una vez la ira despertó en él abandonó toda razón y todo el fervor que la generó. Su enfado sobrepasó todas las barreras y los límites del amor sagrado, y consecuentemente del entusiasmo, que es el fervor del amor sagrado. Su ira se transformó del odio al pecado en odio al pecador; convirtió la más amable de las caridades en una crueldad extrema.

El más excelente ejercicio del fervor consiste en soportar toda dificultad que sea necesaria en aras de prevenir el mal, del mismo modo en que Jesús lo hizo hasta el día de su muerte en la cruz. El fervor sagrado, en especial, es una cualidad del amor divino que hace que muchos de los siervos de Dios observen, obren, y mueran en medio de las llamas del ardor. Mientras que la falsa pasión es atribulada, colérica, arrogante e inestable, la pasión verdadera no da lugar al odio, es afable, gentil, diligente e incansable. Felices aquellos que saben cómo controlar su fervor por medio del amor de Jesucristo, quien nos urge a que lo hagamos.

(Adaptado del Tratado del Amor de Dios de San Francisco De Sales)