Decimotercer Domingo del Tiempo Ordinario Febrero 27, 2022

Reflexión Salesiana para el Domingo

Decimotercer Domingo del Tiempo Ordinario

Febrero 27, 2022

En medio de nuestras preocupaciones diarias, en el Evangelio de hoy Jesús nos reta a que hagamos nuestro mejor esfuerzo por producir un buen fruto.  Jesús nos invita a que confiemos plenamente en Él durante los altibajos, las pérdidas y los logros de la vida diaria. Aunque no siempre podemos evitar producir un mal fruto, debemos enfocarnos en las veces en que logramos dar buenos frutos.

San Francisco de Sales nos ofrece su comprensión de los fundamentos de nuestra confianza ingenua en Dios:

El sol visible toca todas las cosas con su calor vivificante y, como un amante universal, les da el vigor que necesitan para crecer. De ese mismo modo, el amor de Dios alienta el corazón humano. Nadie puede esconderse del amor de Dios. Dios quiere amarnos y a su vez quiere nuestro amor.

Es el amor eterno y fiel de Dios lo que nos atrae a una vida llena de fe. Dios está en la entrada; no solo está tocando, sino que está llamando nuestra alma y despertándola: “Vengan, levántense, apresúrense”. Dios incluso clama públicamente: "¡Regresen a mí! ¡Vivan!” Nuestro Salvador divino nos demuestra fielmente que su misericordia supera su justicia y que su redención es abundante. Él desea que todos seamos sanados y que nadie perezca. “Los he amado con un amor eterno y los edificaré nuevamente”. Estas son las palabras de Dios. En ellas, Él nos promete que cuando nuestro Salvador vino al mundo él estableció un Nuevo Reino en su iglesia.

Aun así, el Espíritu Santo –una fuente de agua viviente que fluye a cada parte de nuestro corazón para propagar el amor de Dios– no desea entrar en nosotros a menos que sea con el consentimiento de nuestro corazón. Nunca seremos privados del amor de Dios, pero podemos privar al amor de Dios de nuestra cooperación. Dios nunca nos quita nuestros dones. Somos nosotros quienes apartamos nuestros corazones de Él. Por lo tanto, debemos estar atentos al progreso que logramos en el amor que le debemos a Dios. Porque el amor que Dios nos da nunca será insuficiente. Respondamos a este amor divino con el que el espíritu de Jesús quiere desbordar nuestros corazones.  Entonces experimentaremos una vida nueva en el Espíritu que nos hace enfrentar las realidades de la vida sin preocupaciones excesivas o sin ansiedad abrumadora.

 

(Adaptado del Tratado Sobre el Amor de Dios de San Francisco de Sales)