Decimo Cuarto Domingo en el Tiempo Ordinario (8 de julio de 2018)

El Evangelio de hoy nos narra cómo Jesús experimento el rechazo, y cuánto le sorprendió la falta de fe en El que demostraron algunas personas. San Francisco de Sales nos habla de la fe como un acto de consentimiento al amor de Dios:

Casi siempre hay un lapso de tiempo largo entre el momento en que despertamos de la incredulidad, y el momento en tomamos la decisión de creer plenamente en el amor de Dios, y en su preocupación por nosotros. Muchas veces se presentan dificultades entre los primeros movimientos de la fe en la bondad de Jesucristo, y en nuestra decisión de creerlo. San Agustín dejo pasar un tiempo antes de aceptar completamente las enseñanzas de Jesucristo. En una ocasión San Ambrosio le dijo: “Si no crees, ora para que puedas llegar a hacerlo”.

Durante este tiempo nosotros oramos como lo hiciera San Agustín, quien en un momento exclamo: “Señor, yo si creo, pero ayúdame a dejar mi incredulidad”. Esto quiere decir, “aun cuando ya no me encuentro sumergido en la oscura noche de la infidelidad, ilumina el horizonte de mi alma con los rayos de luz de tu fe, ya que aun no soy el creyente que debería ser. El conocimiento que provee la fe aun es frágil dentro de mí, y por lo tanto se mezcla ocasionalmente con la duda”.

Dios llama a nuestros corazones continuamente, hasta que las enseñanzas de Jesús nos resultan placenteras. Mientras logramos llegar a ese punto, la bondad de Dios jamás cesa en sus esfuerzos por lograr un acercamiento con nosotros por medio de las inspiraciones. Aun así, nosotros somos libres para acceder Su llamado amoroso, o para rechazarlo. Los grandes ríos se esparcen al llegar a las llanuras abiertas, y ocupan cada vez mas espacio. Así ocurre con el amor sagrado de Dios, el cual, siempre y cuando no lo rechacemos, continua creciendo en nosotros hasta que nos convierte totalmente. El amor de Dios es nuestro guía en la travesía hacia el perdón. Nos consuela, nos anima y nos fortalece en medio de las dificultades. Es por esto que la fe incluye un punto de partida que es el amor que el corazón siente por las cosas de Dios. No rechacemos ese regalo que es la fe.

(Adaptado de los escritos del Tratado del Amor de Dios de San Francisco de Sales.)