Vigesimoprimer Domingo en el Tiempo Ordinario (26 de agosto de 2018)

En el Evangelio de hoy Jesús nos urge a que sigamos siendo fieles a Él, y a que continuemos viviendo en el “espíritu que nos da la vida”. Al respecto San Francisco de Sales observa lo siguiente:

Nuestro Salvador vino al mundo para recrear a la humanidad. Cuando vivimos en el Espíritu de Jesús trascendemos de nuestra vida común y corriente para empezar a vivir una vida más excelsa. El amor divino nos colma de tal manera, que somos como estrellas cuyo brillo ha sido eclipsado completamente por la luz del sol. Dios vive en nosotros, y nuestro único deseo es unir nuestra voluntad a Su Voluntad.

Para seguir progresando en nuestra vida en el Espíritu de Jesús, antes que nada debemos aceptarnos a nosotros mismos con todo y nuestras imperfecciones. No se den por vencidos, sean pacientes. Esperen y prosigan en el cumplimiento de sus actividades diarias llenos júbilo. Hagan todo lo que se les ha enseñado con un espíritu de gentileza y fidelidad. Desarrollen un espíritu de compasión. Una vez hayamos sembrado y regado debemos comprender que el desarrollo de esos árboles, que representan nuestras buenas inclinaciones y hábitos, queda en manos de Dios. Es por esta razón que debemos esperar para poder obtener los frutos de nuestros deseos, y de nuestra labor, de manos de la Divina Providencia.

No se dejen perturbar si se dan cuenta que no logran progresar como deseaban. En el momento en que tomamos la decisión de vivir una vida sagrada, la totalidad de nuestra existencia queda destinada a convertirse en una prueba práctica. Permanezcamos en paz; esforcémonos por lograr que la calma reine siempre en nuestros corazones. De nosotros depende que podamos cultivar bien nuestras almas, y debemos asistirlas fielmente en dicho empeño. Pero en lo que se refiere a tener una cosecha abundante, dejemos esto al cuidado de nuestro Señor. El trabajador jamás será responsable por una mala cosecha, a menos que él o ella no hayan sembrado el campo con el cuidado necesario. Nuestra dependencia constante en Dios nos asegura que estamos plantados sólidamente donde Él desea que estemos.

No me cabe la menor duda que nuestro Salvador los lleva siempre de la mano. Si en algún momento tropiezan, es sólo para recordarles que si sueltan Su mano la próxima vez van a caerse. Para aquellos de nosotros que amamos y tenemos esperanza en Dios, nuestra debilidad no resulta tan grande como Su misericordia.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)