Reflexión Salesiana para el Domingo
Domingo de Ramos/de la Pasión del Señor
10 de Abril de 2022
En el Evangelio de hoy experimentamos a Jesús como el “siervo que sufre”. El sufrimiento de Jesús, que culmina con su muerte, trae consigo la vida eterna para la familia humana. San Francisco de Sales hace la siguiente reflexión respecto a este evento: “La razón más ponderosa para la muerte de Jesús, es porque a través de ella el amor de Dios logra colmar el espíritu humano. De la muerte ha surgido la vida, la maravillosa paradoja que el mundo no logra comprender. Él no solo padeció una muerte cruel para poder traernos el amor de Dios, sino que además sufrió miedo, terror, abandono y depresión, a un grado que nunca nadie ha experimentado ni experimentará jamás. Él hizo esto para que nosotros también pudiéramos perseverar en nuestra búsqueda del amor divino”.
Los sentimientos humanos que experimento Jesús dejaron su corazón totalmente expuesto al dolor y a la angustia. Es por esto que le oímos clamar: “¿Padre, por qué me has abandonado?” El monte del Calvario es el monte de los enamorados; allí se entremezclan la muerte, la vida, y el amor. Fue por amor que Jesús escogió morir en una cruz para que nosotros pudiéramos vivir como hijos de Dios quienes poseen el amor eterno. La sabiduría cristiana consiste en saber escoger correctamente. Por ello, debemos desechar todos esos amores y deseos egoístas que existen en nosotros para que podamos ser colmados por el amor de Dios, el cual da origen a una nueva vida en nosotros.
Debemos consagrar cada momento de nuestras vidas al amor divino, materializado en la muerte de Nuestro Salvador. Si alguien nos hace daño, debemos pensar constantemente en Jesucristo crucificado, abandonado, abrumado por toda clase de angustias. Debemos pensar en todas esas personas cuyas penas son incomparablemente mayores a las que nosotros estamos padeciendo. Entonces debemos repetir: ¿Qué acaso mis dificultades no parecen rosas comparadas con las de aquellas personas que sin ayuda, asistencia, sin socorro alguno, viven una muerte continua, soportando la carga de aflicciones que son infinitamente más grandes que las mías? Cuando todo nos falle, cuando nuestra desolación esté en su punto máximo, repitamos las últimas palabras que pronunció Jesús en la cruz: “En Tus manos encomiendo mi espíritu”. ¡Qué felices seremos cuando nos encomendemos totalmente en manos de Dios! Si con cada cosa que hacemos buscamos dar gloria a Dios, todo lo que hagamos estará bien hecho.
(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)