Reflexión Salesiana para el Domingo Domino 30 en el Tiempo Ordinario Octubre 23, 2022
Las lecturas de hoy nos recuerdan que Dios responde sin demora al llanto de aquellos que se arrepienten de los errores que han cometido. San Francisco de Sales observa lo siguiente:
Dios, en su misericordia inigualable, abre la puerta al corazón del penitente. Esa alma se hubiese quedado perdida si El no la hubiera ayudado. Para que nuestro arrepentimiento, por no poder vivir a la altura de la imagen de Dios en nosotros, sea genuino, primero debemos despojar nuestro corazón de cualquier otra cosa para permitir que Nuestro Señor lo llene de Si Mismo. Cada rincón, cada esquina de nuestros corazones está abarrotada con miles de cosas indignas de ser vistas en presencia de nuestro Salvador. Entonces es como si lo tuviéramos atado de las manos, y le estuviéramos impidiendo otorgarnos los dones y la gracia que El siempre está dispuesto a darnos, siempre y cuando nos encuentre preparados para recibirlos.
Cuando nos arrepentimos damos paso a la maravillosa humildad de nuestro querido Salvador para que entre en nuestro corazón. La humildad de corazón nos hace conscientes de la bondad de Dios, que es digna de un amor supremo. La humildad de corazón también nos permite comprender nuestra inhabilidad para amar de forma perfecta, por lo cual necesitamos de nuestro Salvador quien nos sacará de nuestra miseria hasta hacernos uno con Su grandeza.
El valor que tiene la virtud de la penitencia es que esta nos lleva a la plenitud. Debemos ser como el arquero que, cuando va a disparar una gran flecha, tira de la cuerda de su arco desde un punto más bajo, dependiendo de cuanta altura desea que la flecha alcance. Para poder unirnos a Dios debemos apuntar lo más alto posible. Por lo tanto debemos rebajarnos mucho más, dejando a un lado la autosuficiencia y abriéndonos a recibir la ayuda de Dios. Debemos dejar todas nuestras tribulaciones en manos de nuestro Salvador, quien siempre se preocupa por nosotros, para así poder entregarnos completamente a El. Cuando damos nuestro consentimiento a Dios para que nos ame de la forma en que desea hacerlo, EL nos recibirá en su misericordia, y también avivará y restaurará completamente nuestra verdadera salud espiritual, que es el amor sagrado.
(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)