Primer Domingo de Adviento (Diciembre 2, 2018)

Primer Domingo de Adviento (Diciembre 2, 2018)

En el Evangelio de hoy Jesús nos exhorta a vivir una vida de santidad para que así tengamos oportunidad de experimentar la gloria de Su llegada. Este es un llamado a la conversión de nuestros corazones. San Francisco de Sales hace la siguiente observación al respecto:

Es muy probable que en el momento en que ciertas personas se percaten de que ustedes han decidido llevar una vida de santidad, ellos (o ellas) digan que ese deseo de conversión no es más que hipocresía, intolerancia y artimañas. Puede que digan que el mundo se ha vuelto en contra de ustedes, y que es a causa de este desaire que ustedes han decidido volver a Dios. Habrá amigos que les dirán que esa decisión los va a llevar a la depresión, que va a afectar su reputación, que resultará insoportable al final, incluso, que la vida en sus hogares se verá afectada. Todo esto son simples tonterías. Hay gente que dedica horas enteras a jugar juegos y escasamente se percatan de ello. Pero si de pronto se dan cuenta ustedes le dedican una hora a la meditación, o que se levantan un poco más temprano de lo acostumbrado para orar, inmediatamente todo el mundo asume que algo les debe estar pasando. Debemos mantenernos firmes en nuestra resolución de vivir y ser fieles al amor de Dios.

Cuando nos decidimos a cambiar de actitud, al principio todo resulta un poco extraño porque todo es nuevo. Cuando nos percatamos de que la montaña de la perfección Cristiana es sumamente alta, la primera pregunta que nos hacemos es, “Oh Dios, ¿cómo voy a hacer para escalarla?” Tengan coraje; todos esos sentimientos desaparecerán, y ustedes recibirán incontables bendiciones.

Todos nosotros somos como abejas jóvenes que vuelan por entre flores, montañas y colinas cercanas en busca de miel. Poco a poco, a medida que se alimentan de la miel que las abejas mayores preparan, las abejas jóvenes se hacen más fuertes, sus alas se desarrollan, y esto les permite volar distancias más largas en busca de comida. Igual sucede con nosotros. Al principio no podemos volar tan alto como teníamos planeado, ósea, no podemos ser santos inmediatamente. Pero a medida que nuestros deseos y nuestras resoluciones comienzan a tomar forma, y que nuestras alas comienzan a crecer, nuestra esperanza es que algún día podremos volar muy alto. Sigamos los consejos de los santos que vivieron antes que nosotros y oremos a Dios para que nos otorgue alas; no solo para poder volar muy alto en el presente, sino para que también podamos encontrar reposo en la eternidad que aún está por venir.

(Adaptación de la Introducción a la Vida Devota de San Francisco de Sales.)