Sexto Domingo de la Pascua (21 de Mayo de 2017)

Las lecturas de hoy nos recuerdan que amar a Jesús significa tener presente Su palabra y pensar, sentir y actuar según Su palabra. San Francisco de Sales subraya la importancia de que aprendamos a mantener Su palabra y a vivir a Jesús por medio de una vida de oración y virtud.

La oración ilumina nuestra mente con el resplandor de la luz de Dios y expone nuestra voluntad al calor de Su amor. La oración es como un riachuelo de agua bendita que ayuda a las plantas de nuestras buenas intenciones a crecer y a florecer. Cada día debemos sacar tiempo para meditar. De ser posible, mediten temprano en la mañana cuando la mente usualmente está despejada y más enfocada después de haber descansado durante la noche. Para que puedan vivir a Jesús, pídanle a Dios que los ayude a orar de corazón.

Si meditan sobre la vida de Jesús aprenderán de Su ejemplo y moldearán sus acciones según Su patrón de vida. Gradualmente se acostumbrarán a pasar con facilidad de la tranquilidad de la oración al cumplimiento de sus múltiples tareas, aun si esas tareas son totalmente diferentes a los afectos que recibieron durante la oración. El abogado debe tener la capacidad de pasar de la oración a la defensa de sus casos, el comerciante a las finanzas y el padre al cuidado de sus hijos. Nuestros actos diarios, que hacen parte de la vida virtuosa que llevamos, deben derivarse de la meditación.

Cada persona debe poner en práctica las virtudes propias del tipo de vida que él o ella han sido llamados a vivir. Cuando vayamos a poner en práctica las virtudes debemos inclinarnos por aquellas que más se ajustan a nuestras obligaciones, en vez de aquellas que nos resultan más agradables. Por lo general, los cometas parecieran ser más grandes que las estrellas porque están más cerca de nosotros. De igual manera, a veces tendemos a creer que ciertas virtudes son mejores simplemente porque parecen tener más importancia. Aun así, para poder avanzar en el amor sagrado debemos escoger las virtudes que contrarresten nuestras falencias y debilidades habituales. Por ejemplo, si nos asalta la ira debemos poner en práctica la gentileza, sin importar cuán pequeño parezca este acto de virtud. La verdadera virtud no tiene límites. Si actuamos por reverencia a Dios y de buena fe, Él nos elevará hasta unas alturas realmente grandiosas para que podamos vivir a Jesús aun si sufrimos por hacer lo que es correcto.

Por supuesto, la Buena Nueva del Evangelio de hoy es que no estamos solos- no estamos abandonados a nuestra propia suerte- en nuestro intento por Vivir a Jesús. ¡Contamos con la promesa que nos hizo Cristo de que el Espíritu Santo nos ayudará, nos guiará y nos acompañará!

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)