Vigesimoquinto Domingo en el Tiempo Ordinario (24 de Septiembre de 2017)

En el Evangelio de hoy Jesús nos habla sobre el Reino del cielo: un lugar donde la misericordia generosa de Dios, y su bondad, exceden completamente nuestra concepción de la justicia. San Francisco de Sales nos hace la siguiente observación:

Cuando llegamos al punto en que hemos perdido toda esperanza de hallar el bien en las personas, es precisamente en ese instante que la infinita misericordia de Dios resplandece, y supera la justicia Divina. El proceder de Dios no es como el nuestro. Dios prefiere obrar milagros antes de dejarnos desvalidos. Es por esta misma razón que nuestro Salvador vino a redimirnos y a liberarnos de la tiranía del pecado. El corazón de nuestro Salvador está completamente lleno de misericordia y de bondad para con la familia humana.

La providencia de Dios posee más sabiduría de la que nosotros poseemos. A veces creemos que nos sentiríamos mejor si estuviéramos en otro barco. Puede que eso sea cierto ¡pero eso solo sucederá si logramos cambiar! La tentación de sentirnos insatisfechos, y de deprimirnos a causa del mundo en el que debemos vivir, siempre está latente en nosotros. No debemos desfallecer. Dios jamás nos abandonará. Somos nosotros quienes lo abandonamos a EL.

Cuando estamos preocupados no deseamos alejarnos de Dios. Una onza de virtud puesta en práctica en tiempos de adversidad, vale más que mil libras de virtud demostradas en tiempos de prosperidad. Puede que seamos débiles, pero nuestras debilidades jamás se igualarán a la inmensa misericordia que Dios demuestra a quienes desean amarlo, y a quienes depositan toda su confianza en EL. El problema, es que todos los rincones y las esquinas de nuestros corazones están abarrotadas con miles de deseos que impiden a nuestro Salvador colmarnos de todos los dones que EL quiere entregarnos.

Nosotros debemos ser como el marinero que mantiene sus ojos fijos en la aguja de la brújula a medida que direcciona su barco. Nosotros debemos mantener nuestros ojos bien abiertos para poder corregir nuestras ambiciones, y para tener una sola: complacer a Dios. Permitamos a nuestro Señor reinar en nuestros corazones, tal y como EL desea hacerlo. Si hacemos esto podremos estar en paz, y vivir sin apuros ni miedos dentro de nosotros, y podremos seguir nuestro camino. En la medida en que busquemos hacer el bien, y que nos mantengamos anclados en nuestro deseo de amar a Dios, estaremos avanzando por el camino correcto.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)