Vigésimo Quinto Domingo en el Tiempo Ordinario (23 de Septiembre de 2018)

Vigésimo Quinto Domingo en el Tiempo Ordinario (23 de Septiembre de 2018)

El Evangelio de hoy nos reta a servir a Dios con la sencillez de un niño. La humildad de corazón es algo que deja huella en un hijo amoroso, y es también una de esas “pequeñas virtudes” sobre las que San Francisco de Sales hace énfasis:

Al igual que un pequeño cuyo único deseo es que su madre lo alimente, nuestro corazón demuestra su sencillez cuando amar a Dios es su único deseo. Entonces permitimos que sea nuestro Señor quien nos lleve por la senda y continuamos avanzando de acuerdo a los deseos de Dios, y no en base a nuestras preferencias individuales. Cuando una persona es realmente humilde, él o ella comparten tiempo con el Señor. Él o ella son como niños cuyo único anhelo es poder descansar en brazos de su madre, porque es allí donde se sienten protegidos y amados.

La sencillez exige que nuestro “yo” interior coincida con nuestro “yo” exterior. Esto no quiere decir que somos menos sencillos en esos momentos en que sonreímos a pesar de que nos sentimos molestos. Es cierto que cuando nos enfrentamos a dificultades todo dentro de nosotros se agita. Esto es natural, dado que nuestra miseria tiende a adoptar cursos de acción extremos. Pero cuando reconocemos que un sentimiento se ha apoderado de nosotros, esto no necesariamente quiere decir que tenemos que aceptarlo. Por lo tanto, cuando nos sentimos preocupados por algo y sonreímos, estamos demostrando que somos capaces de hacer frente a las dificultades de una manera buena, sana, y simple, que nos puede ayudar a florecer como hijos de Dios.

Si caminan con humildad, caminarán también con seguridad. Si están con alguien que cambia de humor constantemente, no se preocupen por cómo deben actuar. Simplemente muéstrense tan alegres como siempre. En estos momentos esa persona está triste, pero habrá momentos en que serán ustedes los que se sentirán así. Ayuden a esa persona, y ayúdense ustedes mismos, a disfrutar del tiempo que tienen para compartir juntos. En otro momento, será esa persona la que los ayudará a ustedes a sentirse mejor. De este modo ustedes serán para los demás como niños que sirven a Dios. Entre más logremos deshacernos de todo aquello que nos impide amar a Dios y a los demás, mas nos acercaremos a Su amor. La sencillez lo deja todo en manos de Dios. ¡Bienaventurados aquellos que ya no viajan por sus propios medios, ósea, siguiendo sus propios pensamientos, deseos, preferencias e inclinaciones, sino de acuerdo a la voluntad de Dios! Porque en la sencillez de sus corazones encontrarán Su amor y Su paz.

(Adaptación de los Escritos de San Francisco de Sales)