Tercer Domingo de la Cuaresma (Marzo 15 de 2020)

Las lecturas para hoy nos hablan de los catecúmenos. Moisés experimenta una fe más profunda en la Palabra de Dios. La mujer samaritana experimenta una nueva vida en Cristo. San Francisco de Sales anota: Hay dos vidas completamente diferentes que está representadas en nosotros: La “antigua vida” y la “nueva vida”. En la “antigua vida” nosotros vivimos de acuerdo a las culpas y padecimientos que hemos contraído como resultado de nuestra condición y cultura humana.  Somos como el águila que arrastra sus plumas viejas por el piso, incapaz de alzar el vuelo. Si deseamos entrar a la “nueva vida”, debemos liberarnos de la antigua vida, ‘sepultándola en las aguas del sagrado bautismo y la penitencia”.

En la “nueva vida” vivimos en base al amor, el favor, y la voluntad de nuestro Salvador. Nuestra nueva vida en Cristo nos sana y nos redime. Es vida, vívida, y vivificante. Nos da la capacidad de remontarnos por los aires porque estamos “vivos para Dios y en Jesucristo nuestro Señor”. Nuestra nueva vida también es como el águila, que una vez se ha despojado de sus plumas viejas, adquiere plumas nuevas. Rejuvenecida por el crecimiento de sus nuevas plumas vuela con gran poderío. Desafortunadamente, existen tiernas almas, recién nacidas de entre las cenizas de la penitencia, que experimentan gran dificultad para volar por el aire libre del amor sagrado. Aún cuando viven, animadas, aladas por el amor, puede que sigan conservando dentro de sí ciertos hábitos propios de su antigua vida. Durante nuestro paso transitorio por este mundo podemos inclinarnos por el amor sagrado, o por los amores inútiles.

Cuando escogemos dedicarnos a perseguir amores inútiles, nos volvemos titubeamos en nuestra decisión de servir a Nuestro Señor. Esto es normal. Cuando ofendemos a un amigo es normal sentirnos avergonzados. Pero jamás debemos vivir en la vergüenza. Nuestro proceso de maduración en el amor divino es tal, que siempre queda una apertura para los asaltos de otros objetos y aparentes beneficios. El motivo por el cual experimentamos inseguridad para encomendarnos a Dios en nuestra fragilidad, es para que podamos arrojarnos, con más fuerza aún, a Sus brazos misericordiosos. Debemos tener coraje para descartar la antigua vida. Afiancemos nuestra confianza para así poder vivir una nueva vida en Jesucristo, quien desea profundizar nuestro amor para que podamos ser eternamente amorosos.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Segundo Domingo de Cuaresma (Marzo 8 de 2020)

Este domingo escalamos el Monte Tabor con Jesús. Allí alcanzamos a vislumbrar brevemente la gloria de nuestro Salvador, cuyo amor divino nos transforma continuamente. San Francisco de Sales observa: Jesús, por medio de su Transfiguración, nos muestra un destello de la felicidad eterna que nos espera. Nuestro Señor se transfiguró para generar en nosotros el deseo de obtener la felicidad eterna en su totalidad.

Nuestro gentil Salvador hace uso de sus atracciones e inspiraciones divinas, para acercarnos a la expresión más pura de Su amor. Cuando Dios nos da fe, El se comunica directamente con nuestra mente a través de las inspiraciones. El Espíritu Santo se encarga de propagar en nosotros estos primeros indicios del amor de Dios. En aquellos corazones que acceden, EL va fortaleciendo, poco a poco, gentilmente, el amor sagrado que emana de las inspiraciones.

Los discípulos experimentaron tanta dicha en el Monte Tabor que por un instante desearon quedarse allí. Entreguemos nosotros también todos nuestros afectos a Nuestro Salvador, y aspiremos a obtener la felicidad que Dios ha preparado para nosotros. EL nos ha otorgado todos los medios necesarios para alcanzar la felicidad de la gloria eterna. Nosotros también estamos escalando el Monte Tabor, ya que también hemos hecho la firme resolución de servir bien a Nuestro Salvador, y a amar Su divina Bondad. Aún así, y como sucede cuando comenzamos a avanzar por la senda de la santidad, muchas veces encontramos que nuestros afectos todavía están enredados en amores inútiles. Pero no se disgusten por ello. Tómenlo como una oportunidad de poner en práctica las virtudes. Ustedes sienten un gran deseo de lograr la santidad. Alimenten ese deseo y permítanle que crezca cada día. Si se tropiezan, clamen a Nuestro Señor quien desea obtener su amor, y quien los tomará de la mano. Escalemos entonces el Monte Tabor, sin desfallecer, rumbo a la visión celestial que nuestro Salvador nos ha dado.

Caminen dichosos por entre las dificultades que se presentan en esta vida pasajera. Asuman todos los retos que se les presenten a lo largo del camino que Dios ha señalado para ustedes, y manténganse en paz. La transformación es el verdadero sello de una manifestación divina. ¡Ojalá que ustedes siempre sientan el deseo de ser transformados!

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Primer Domingo de la Cuaresma (Marzo 1 de 2020)

El Evangelio de hoy se enfoca en las tentaciones de Cristo. San Francisco de Sales nos dice lo siguiente: Nuestro Señor no fue en busca de la tentación. No obstante, El permitió que el Espíritu lo guiara al desierto para que fuera tentado, y así poder mostrarnos cómo debemos resistir. Ninguna persona que esté al servicio de Dios estará exenta de las tentaciones. Sin embargo, esto no significa que debemos ir a buscarlas. Si el Espíritu nos conduce a un lugar donde nos cruzamos con la tentación, debemos confiar en que El también se encargará de devolvernos al camino correcto.

Cuando se percaten de que la tentación los está rondando, actúen como los niños cuando ven un oso en el campo. Ellos inmediatamente corren a los brazos de su padre o su madre, o al menos los llaman para que les brinden protección o auxilio. Recurran a Dios del mismo modo, porque no debemos confiar en nuestra propia fuerza, o nuestro propio coraje, para vencer el mal. Si la tentación persiste, ocupen sus pensamientos con cualquier tipo de actividad que sea sana y loable. Cuando ustedes permiten que los buenos pensamientos tengan cabida,      que encuentren un espacio en sus corazones, éstos se encargarán de desplazar los malos pensamientos.

No importa qué tipo de tentación los aseche, y no importa el tipo de placer que implique, mientras que ustedes se rehúsen a consentirla ésta no logrará ofender a Dios. Permitan a los enemigos de nuestra salvación continuar  al asecho en el umbral de sus corazones, tratando de obtener acceso a ellos. Mientras que el rechazo hacia ellos se mantenga vigente en nuestros corazones, podemos estar tranquilos porque el amor divino, la vida del alma, persiste dentro de nosotros.   A través de la oración continua, de los sacramentos, y de la confianza en Dios, nuestra fuerza retornará y todos gozaremos de una vida saludable y feliz.

Caminen con confianza entonces, y manténganse en paz. Vivan bien en medio de la gentileza, la humildad, y la sencillez. Si creen en Dios, y en la verdad de la palabra de Dios, nada puede hacerles daño. Resuelvan no pecar, pero no se sorprendan, ni se dejen perturbar, si caen en el pecado. Debemos encomendarnos a la bondad de Dios quien, a pesar de todo, no nos amará menos.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Séptimo Domingo en el Tiempo Ordinario (23 de febrero de 2020)

En el Evangelio de hoy Jesús nos llama a poner en práctica el amor supremo. ¡Jesús nos llama a perdonar y a amar a nuestros enemigos! Evidentemente, esta no es una tarea fácil. San Francisco de Sales subraya la noción de que quizás la mejor manera en que podemos convertirnos en instrumentos del amor misericordioso e indulgente de Dios, es aceptando en primer lugar ese mismo amor divino, misericordioso, e indulgente nosotros mismos.

Verdaderamente no debemos desfallecer. Porque aun cuando somos débiles,  nuestra debilidad no es tan grande como la misericordia de Dios hacia todos aquellos que deseamos responder al amor de Dios. Todos nosotros estamos sujetos a algunas pasiones o a cambios y altibajos. No debemos preocuparnos por estas emociones. Perseveremos en nuestro llamado a alcanzar la santidad. Todos estamos esforzándonos por darlo todo por Dios de buena fe. Es el amor misericordioso de Dios lo que constantemente nos transforma, por lo tanto debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance.

A primera hora en la mañana debemos preparar nuestros corazones para estar en paz. Durante el día debemos esforzarnos para que nuestros corazones regresen a ese estado y, por así decirlo, debemos llevarnos en nuestras manos. Si de pronto hacemos algo de lo que nos arrepentimos, no debemos asombrarnos ni molestarnos. Reconozcamos nuestra falta. En silencio, dirijámonos a Dios e intentemos recuperar la compostura con serenidad. Digámosle a nuestra alma: “Hemos cometido un error, pero debemos seguir adelante y ser más cuidadosos”. Hagamos lo mismo cada vez que nos caigamos. No importa cuán frágiles y débiles nos sintamos, tenemos que recordar que el divino Artesano se regocija erigiendo edificios magníficos hechos con piezas de madera que están retorcidas y que pareciera que no sirvieran para nada.

Cuando logremos alcanzar la paz interior, no perdamos la oportunidad para hacer todas las buenas obras que podamos-con tanta frecuencia como sea posible- y sin importar qué tan pequeñas parezcan. Porque como dice nuestro Señor: “La personas que son fieles en las pequeñas cosas, recibirán grandes recompensas”.

Caminemos con humildad por la senda que nuestro Señor nos ha mostrado y sin preocuparnos. Porque si los polluelos se sienten completamente seguros cuando se encuentran cobijados por las alas de su madre, ¡cuán seguros deben sentirse los hijos de Dios estando bajo Su protección! El amor misericordioso de Dios es eterno.

 

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales, particularmente Francisco de Sales, Juana de Chantal: Cartas de Guía Espiritual, J. Power, W. Wright, Eds. P)

Sexto Domingo en el Tiempo Ordinario (16 de febrero de 2020)

El salmo responsorial de hoy nos dice: “Bienaventurados aquellos que siguen la ley del Señor”. Al respecto, San Francisco de Sales nos explica lo siguiente:

¿Cómo seguir la “ley del SEÑOR” para vivir de mejor manera? Primero, debemos purificar todas nuestras intenciones tanto como nos sea posible. Debemos hacer el firme propósito de aprovechar el día de la mejor manera para que nuestra intención de vivir bien sea de conformidad con los designios de Dios. Debemos anticipar aquellas tareas, interacciones y sucesos que harán parte de nuestro día, y que representan oportunidades para servir a Dios. ¿A qué tipo de tentaciones se verán expuestos? ¿A la ira, al amor egoísta o a otro tipo de caprichos? Prepárense cuidadosamente para evitar, resistir, y vencer cualquier obstáculo que les impida vivir a Jesús verdaderamente.

Para que puedan seguir la ley del Señor, lo primero que deben hacer es un propósito sagrado de crecer en el amor que Jesús nos enseñó. Con el fin de prepararse para poner en práctica ese propósito, pídanle a nuestro Salvador que los ayude a utilizar los medios a su disposición para crecer en el amor sagrado y para poder servirlo de la mejor manera posible. Admitan que ustedes solos no pueden llevar a cabo la decisión de alejarse del mal y de hacer el bien tal y como Dios desea que lo hagan. Tomen sus corazones en sus manos y ofrézcanselos a nuestro Salvador junto con todas sus buenas intenciones. Pídanle que se encargue de proteger y de fortalecer sus corazones para que así ustedes puedan avanzar en Su amor verdadero.

Para que puedan seguir la ley del Señor deben aprender a orar. Deben recibir los sacramentos con frecuencia. A medida que se dedican a realizar las tareas propias de sus vocaciones, nunca olviden poner en práctica la humildad, la gentileza, la paciencia y la sencillez; virtudes que crecen como flores al pie de la Cruz.

A medida que se dedican al cuidado de sus familias con la debida diligencia, siembren en esas almas el amor por Dios infundiendo inspiraciones positivas en sus corazones. Las grandes oportunidades para servir a Dios pocas veces se presentan, pero las pequeñas oportunidades para hacerlo abundan. Al tiempo que ustedes cumplen con sus responsabilidades para que éstas glorifiquen a Dios, todas las actividades, incluso el comer, beber, el dormir o el divertirse, serán llevadas a cabo en el nombre de Dios quien, a través de Jesucristo, nos conduce a la verdadera plenitud.

(Adaptación de los escritos de San Francisco De Sales)

Quinto Domingo en el Tiempo Ordinario (9 de febrero de 2020)

Las lecturas de hoy nos recuerdan que nosotros somos la luz del mundo. Para San Francisco de Sales esto significa compartir nuestra vida en Cristo con los demás, para así poder dar gloria a Dios.

Así como Jesús iluminó al mundo con el resplandor de Su vida, nosotros debemos hacer lo mismo con nuestras vidas. Ustedes deben sentirse honrados por haber sido escogidos para esta misión. Consideren la nobleza y la excelencia que implica el hecho de ser humano. Ustedes han sido otorgados el don del entendimiento, el cual les permite conocer este mundo visible, pero también saber que existe un Dios que es sumamente bondadoso e indescriptible. Ustedes saben que la eternidad existe. También saben cual es la mejor manera de llevar una buena vida en este mundo visible, para que así puedan disfrutar de Dios por toda la eternidad. Más aun, ustedes poseen una voluntad extremadamente noble que les permite amar a Dios y al prójimo. Miren dentro de sus corazones y reconozcan cuan generosos son. El amor de Dios en ustedes les hace un llamado a amar a los demás.

Amar a nuestros semejantes en exceso es algo que jamás ocurrirá, siempre y cuando el amor de Dios ocupe el lugar primordial en nuestros corazones.  La imagen de Dios en todos nosotros es el motivo más poderoso que poseemos para amarnos los unos a los otros. El amor por nuestros semejantes nos provee la oportunidad de hacer muchas cosas por Dios. Nunca digan, “no soy lo suficientemente virtuoso” o, “no tengo talento suficiente para expresarme bien”. Nada de eso importa. Simplemente háganlo, hagan lo que tengan que hacer. Dios les indicará lo que deben decir y lo que deben hacer. Si alguna vez sienten miedo, díganse a ustedes mismos: “El Señor proveerá”. Nuestro corazón encuentra su descanso exclusivamente en Dios, quien se preocupa por nosotros.

No se preocupen si sienten que no están produciendo los frutos que ustedes pretenden dar. Al final solo se les preguntará si han cultivado fiel y sabiamente estas tierras estériles y áridas. Habrá otros que tendrán vidas más abundantes gracias al ejemplo que ustedes les están dando. Prosigan entonces, simplemente, y llenos de coraje. Nuestro Salvador estará con ustedes siempre, mientras se dediquen a trabajar por la gloria de Dios. Al igual que las estrellas permanecen escondidas cuando brilla la luz del sol, “Nuestra vida permanece escondida en Cristo con Dios”. Caminando por la senda de la Luz de Dios, y compartiendo la abundancia del amor de Dios en nosotros, así es como somos la luz del mundo.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Presentación del Señor (2 de febrero de 2020)

En el Evangelio de hoy escuchamos a María y a José cuando presentan al niño Jesús, el hijo de Dios, en el templo. Al respecto, San Francisco de sales nos dice lo siguiente:

El Rito Oriental llama a esta fiesta la “Presentación del Hijo de Dios en el Templo”, porque fue ese el día en que María y José fueron a Jerusalén a presentar al único Hijo de Dios en el Templo de Dios. En dicha ocasión habían diferentes tipos de personas reunidas en la Iglesia de Dios. En el Templo, junto con María y José, se encontraban Simeón y Ana, una profetisa y un viudo, ambos siervos buenos y fieles, y Nuestro Señor, que es Dios y hombre (Sermones 2:172-3).

Ese es el día en que el Hijo de Dios es ofrecido a Su Padre. Esta ofrenda es representada de manera hermosa con velas encendidas que nos recuerdan el momento en que María entró al Templo llevando en brazos a su Hijo, quien es la Luz del mundo. Hoy cuando los cristianos llevan velas encendidas en sus manos lo hacen para  dar testimonio de que, si fuera posible, ellos llevarían a Nuestro Señor cargado en brazos del mismo modo en que lo hicieron María y Simeón (Sermones 2:173).

El glorioso San Simeón fue muy feliz cargando al Salvador en sus brazos. Nosotros podemos llevarlo sobre nuestros hombros si estamos dispuestos a soportar y a sufrir, con un buen corazón, todo lo que Dios desee enviarnos, sin importan cuán difícil y pesada llegue a ser la carga que Él coloque sobre nuestros hombros, tal y como lo hiciera con algunos santos (Sermones, 2:187).

Todos podemos cargar a Nuestro Salvador en nuestros brazos como lo hicieron San Simeón y María. Hacemos esto cuando soportamos con amor los trabajos y los sufrimientos que Él nos envía; dicho de otra forma, hacemos esto cuando el amor que tenemos nos hace sentir que el yugo de Dios es algo fácil y placentero, a tal punto que amamos estos dolores y estos trabajos, y que somos capaces de recoger dulzura en medio de la amargura. Si lo cargamos de este modo, Él, sin duda alguna, también nos cargará en Sus brazos (Sermones, 2:188).

¡Qué felices seremos si permitimos que nuestro querido Señor nos cargue en Sus brazos, y si lo cargamos a Él sobre nuestros hombros y en nuestros brazos, si nos entregamos completamente a Él y accedemos a que Él nos lleve donde desee! Entréguense en los brazos de Su Divina Providencia; sométanse a Su Ley y dispónganse a soportar todos los dolores y el sufrimiento que tengan que enfrentar en esta vida. Una vez hayan hecho esto, se darán cuenta que las cosas más difíciles y dolorosas les resultarán dulces y agradables, y podrán compartir la felicidad que experimentaron San Simeón y Ana, la profetiza. Tan solo hagan el intento de imitarlos en esta vida; así bendecirán al Salvador y Él los bendecirá a ustedes en el Cielo, junto con los santos gloriosos. (Sermones, 2:188).

Si imitamos a Simeón y a Ana tendremos la capacidad para ver más allá de las vicisitudes de nuestra vida actual, y podremos experimentar el reino de Dios entre nosotros.

Tercer Domingo en el Tiempo Ordinario (Enero 26 de 2020)

En el Evangelio de hoy Jesús llama a varios pescadores a que lo sigan. San Francisco de Sales ofrece las siguientes reflexiones sobre el llamado hecho a ellos, y a nosotros también, para que sigamos a Nuestro Salvador:

Cuando Nuestro Salvador le dice a Sus apóstoles que los ha escogido, no hace ninguna excepción. Incluso Judas recibió el llamado, aún cuando hizo mal uso de su libertad y rechazó los bienes que Dios le había dado. Nosotros debemos estar completamente seguros de que cuando Dios llama a alguien a acogerse al Cristianismo, ya sea soltero o casado, a ser religioso, bien sea sacerdote u obispo, El brinda a cada persona toda la ayuda necesaria para que pueda alcanzar la santidad por medio de su vocación.

Aun así, e incluso después de su conversión, algunos de los apóstoles estaban sujetos a ciertas imperfecciones. Tal es el caso de San Pedro, quien fracasó miserablemente al negar al Señor. De tal modo, nos damos cuenta de que es imposible superar en un dia todos los malos hábitos que hemos adquirido como resultado del mal cuidado que le hemos dado a nuestra salud espiritual. No obstante, Nuestro Salvador desea que ustedes le sirvan tal y como son, por medio de sus oraciones y de sus acciones, y de acuerdo al estado y la etapa en la que se encuentran sus vidas. Una vez estén convencidos que deben servir a Dios desde sus lugares, continúen haciendo lo que venían haciendo, sientan afecto por su estado en la vida. Sean buenos de corazón, cultiven su viñedo con amor divino.

A medida que se dedican a sus tareas diarias encomiéndense en manos de Dios, quien desea ayudarles a llevar a cabo todos sus propósitos con éxito. Deben tener fe en que Dios hará lo que El considere mejor para ustedes, siempre y cuando ustedes pongan de su parte y sean diligentes. No se sorprendan si los frutos de su labor se demoran en aparecer. Si cumplen con la labor de Dios con paciencia, su esfuerzo no será en vano. Nuestro Señor, quien hace hogares para las tortugas y los caracoles, los guiará bien; permítanle hacerlo. Debemos caminar fielmente por la senda de nuestro Señor, y permanecer en paz tanto en el invierno de la esterilidad como en el otoño de la fertilidad. Caminen con dicha, y sigan su vocación con plena confianza en la Divina Providencia.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Segundo Domingo en el Tiempo Ordinario (Enero 19, 2020)

En el Evangelio de hoy, el testimonio que ofrece Juan Bautista declara que Jesús, el Hijo de Dios, viene a erradicar el pecado del mundo. San Francisco de Sales ofrece las siguientes palabras al respecto:

Juan Bautista aceptó y proclamó a Jesús como el Hijo de Dios. Hubo personas que se negaron a reconocer a Jesús como el Salvador. Juan  Bautista fue un hombre de gran humildad. El primer paso para alcanzar la humildad es que no pretendamos que se nos estime, o se nos idealice, por lo que no somos.  Juan Bautista rechazó todos los honores y títulos que se le ofrecieron. El pudo haber enfocado la atención en sí mismo, pero por el contrario,  reconoció a Jesús como el Redentor, y se encargó de encaminar a los demás hacia El.

Ahora bien, el éxito puede ser algo excelente: si lo disfrutamos y nos regocijamos en él porque glorifica a Dios, quien es el autor de todos nuestros logros. Aún así, el éxito y la ambición, ambos tienen la capacidad de seducir el corazón humano. Desafortunadamente nuestra naturaleza siempre se muestra demasiado ansiosa por atraer todo aquello que le represente un beneficio. Las personas siempre buscan erigir ídolos e imágenes las cuales consideran  dioses ¿Cuántos de nosotros nos dejamos deslumbrar por cosas mundanas como la elegancia, el prestigio, la superioridad y la celebridad?   En ese sentido nuestra forma de actuar es completamente diferente a la de Juan Bautista. Su espíritu  sobrepasaba el espíritu de nuestro tiempo. Caminando por la senda de la humildad, Juan Bautista aceptó la grandeza de Nuestro Señor, y reconoció su dependencia en el Hijo de Dios como su guía. 

Juan Bautista se rehusó a dejarse llevar por la vanidad. Padeció el martirio como verdadero amante de la verdad que era. Aún cuando nosotros no hemos sido llamados a ser mártires, debemos tener coraje para sufrir y pelear sobre todo en aquellos momentos en que las pequeñas tentaciones nos asechan. Si deseamos hacerle frente al mal, primero debemos armarnos con suficiente humildad para reconocer nuestra dependencia en la grandeza y la bondad de Dios. Si deseamos madurar en el amor divino, primero comencemos por imitar a Juan Bautista, aceptando al Amo de la verdad y la bondad en nuestros corazones. Una vez hayamos logrado esto, entonces podremos guiar a los demás en dirección a Nuestro Salvador: La luz de todas las naciones.

 

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales, específicamente los Sermones, Fiorelli, ed)

Bautismo del Señor (Enero 12 de 2020)

Hoy celebramos el Bautismo de Jesús. Este evento marca el inicio de su ministerio. San Francisco de Sales nos dice que Dios también nos ha llamado a servirlo, aún a pesar de los defectos presentes en nuestra naturaleza:

Nuestro Salvador tiene formas incomprensibles, pero a la vez diversas y encantadoras, de llamarnos a servirlo.  Cuando poseemos una determinación firme e inquebrantable de querer server a Dios de la forma, y en el lugar, en que El nos llama a hacerlo, entonces estamos demostrando que nuestra vocación es verdadera.

Aún cuando somos firmes y perseverantes en nuestro servicio a Dios, podemos llegar a cometer faltas. Puede que también lleguemos a poner en duda nuestra resolución de hacer uso de los medios nos han sido otorgados para servir a Dios. Todos estamos a merced de nuestros sentimientos y emociones, y por lo tanto estamos sujetos a cambios y altibajos. No debemos preocuparnos si a veces experimentamos sentimientos de desagrado o desaliento a la hora de responder a nuestro llamado al servicio de Dios. Es normal que experimentemos estas emociones. Aún si no somos extremadamente virtuosos, seguimos siendo aptos para servir a Dios. Pero debemos mantenernos firmes frente a nuestros cambios de estado de ánimo. Hay ciertas virtudes que sólo pueden ser puestas en práctica en medio de las dificultades. Es nuestra voluntad- no nuestras emociones y sentimientos- lo que da fe de cuán firme y categórico es nuestro compromiso de amar como Dios desea que amemos. Es la lucha de la voluntad de perseverar, lo que determina nuestro compromiso con el servicio a Dios.

El buen músico tiene la costumbre de revisar las cuerdas de su instrumento con frecuencia para cerciorarse si necesitan ser afinadas. Esto con el fin de garantizar que en el momento de interpretar una melodía ésta sea perfectamente armónica. Igualmente nosotros debemos examinar y poner a consideración todos los afectos de nuestra alma, para ver si son acordes a los deseos y los mandamientos de Nuestro Salvador. Fortalezcamos nuestro fervor, reafirmando a menudo nuestro compromiso de ser hijos de Dios, quienes han sido llamados a amar de forma divina. Vivan con coraje, manteniendo su fe anclada en la inclinación original de sus corazones de servir a Dios; de esta forma serán felices.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Epifanía del Señor (Enero 5 de 2020)

La fiesta de la epifanía nos recuerda que Dios está dispuesto a aceptar a todos aquellos que se acercan a Él con humildad en su corazón. San Francisco de Sales observa:

El nacimiento del Salvador estuvo marcado por varias maravillas. La primera fue la aparición de la estrella que guió a los reyes magos. Ellos llegaron al pequeño establo, sus corazones llenos de humildad, a homenajear y rendir tributo a nuestro nuevo Rey que allí yacía. Amemos a Nuestro Salvador del mismo modo, con sencillez en nuestro corazón, teniendo un solo propósito y objetivo para todo lo que hacemos. La sencillez no es más que un simple y puro acto de caridad,  que llevamos a cabo con una sola meta en mente: obtener el amor de Dios. Un corazón que lleno de amor sagrado no demuestra menos afecto en momentos en que debe dirigir su atención al cumplimiento de tareas externas, que cuando está sumido en la oración. En tales corazones el silencio y el habla, sus acciones y sus contemplaciones, su trabajo y su descanso, todo alaba a Dios por igual. Esos corazones realizan todas sus obras, pequeñas y grandes, con un amor inmenso. Así, de este modo, eran las vidas de los santos.

Puede que nos preguntemos, “¿Cómo podemos obtener el amor de Dios?” Hay algunas personas que piensan que debemos dominar cierto arte para lograr la consecución del amor sagrado. Pero en realidad no se necesita ningún arte más que decidirnos a trabajar en el amor a Dios, lo cual significa que debemos dedicarnos a la práctica de todas esas cosas que lo complacen; simplemente, sin problemas ni preocupaciones. Ustedes deben imitar ese amor simple que caracteriza a las palomas. Ellas solo tienen una pareja por quien todo lo hacen, a quien desean complacer. Imítenlas también en su sencillez para demostrar su amor. Ellas se alegran con tan solo retozar en silencio, una en presencia de la otra.

La verdadera fórmula  para que podamos encontrar y obtener el amor sagrado, implica que permanezcamos en presencia de Dios. Una vez en presencia Suya, deleitémonos en la dicha que produce el poder experimentar las diversas inspiraciones y afectos, por que pertenecemos exclusivamente a Dios. Acerquémonos a la cuna del Niño Dios, como lo hicieron los reyes magos, y enriquezcámonos en el amor por nuestro Salvador quien desea enseñarnos como debemos amar.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

María: Madre de Dios (Enero 1 de 2020)

María es llamada Madre de Dios, dado que ella es “la progenitora del divino redentor”. Ella concibió, dio a luz, y alimento al Hijo de Dios aquí en la tierra.  Aún cuando es subordinada de su Hijo, ella es la más grande entre todos los santos.

María desempeña un papel único en nuestra historia de salvación. El hecho de que ella hubiese accedido, sin dudarlo un instante, a cumplir con la Voluntad de Dios en el momento de la anunciación, ha tenido una influencia sumamente benéfica para toda la familia humana. Fue ella quien dio Vida a toda la familia humana. Dado que ella es la Madre del Hijo de Dios, Madre de la Iglesia, y nuestra Madre, quien nos acerca a su Hijo, es más que apropiado honrarla de manera especial.

Hoy es un día apropiado para rendir tributo a María, quien ocupa el primer lugar entre todos los santos, y quien ha traído al Gran Pacificador  a la familia humana.

Bendición

Señor, hijo de María, haz de nosotros, la familia humana, un instrumento de tu paz.
Donde haya odio, haz que amemos.
Donde haya herida, perdón.
Donde haya duda, fe.
Donde haya oscuridad, luz.
Donde haya tristeza, dicha.
Permite que no busquemos ser consolados, sino que ofrezcamos consuelo.
Que no busquemos ser comprendidos, sino que ofrezcamos comprensión, que no busquemos ser amados, sino que amemos.
Porque dando recibimos.
Perdonando es que somos perdonados,
Y es con nuestra muerte que nacemos a la vida eternal.

Amén.

La Sagrada Familia de Jesús, Maria y José (Diciembre 29 de 2019)

Hoy celebramos la Fiesta de la Sagrada Familia. En el Evangelio escuchamos que la Divina Providencia guio a la Sagrada Familia en medio de sus tribulaciones. San Francisco de Sales observa:

El Evangelio de hoy nos cuenta como el ángel ordenó a José que tomara al Niño y a Su madre y se marchara con ellos a Egipto. Al igual que la Sagrada Familia, nosotros debemos irnos a un mundo donde nos encontramos rodeados de enemigos. Puede que nos inquietemos cuando las cosas no salen como nosotros lo deseábamos. Para poder evitar los naufragios, que frecuentemente se dan durante nuestra navegación por las aguas de este mundo, tengamos presente la grandiosa paz y serenidad mental que poseía la Sagrada Familia. Con plena confianza en la Divina Providencia ellos permanecieron siempre en calma y en paz, aún cuando debieron enfrentar situaciones inesperadas. Dios nos protegerá a nosotros también por el mar de la vida, cuando la confusión se apodere no sólo de nuestro entorno sino también de nuestro interior. .

Aun así, sin importar la dirección que tome el barco, nuestro corazón, nuestro espíritu, nuestra voluntad, que es nuestra brújula, debe apuntar al amor y la paz de Dios, porque Dios halla Su paz en un corazón que está tranquilo. Cuando un lago está en calma en una noche serena, las estrellas en el cielo se reflejan sobre las aguas. Si observamos detenidamente esas aguas apacibles, veremos que la belleza del cielo reflejada en ellas es tan nítida que pareciera que estuviésemos observando el firmamento mismo. Igualmente sucede cuando nuestra alma está en perfecta calma; cuando no permite que los vientos de las preocupaciones superfluas, la intranquilidad de espíritu o la incertidumbre la perturben, adquiere la capacidad de reflejar la imagen de nuestro Señor.

La Sagrada Familia nos enseña cómo embarcarnos por el mar de la Divina Providencia. Si tienen confianza en la buena providencia de Dios no deben sorprenderse, o preocuparse, si se ven enfrentados a problemas similares a aquellos a los que la Sagrada Familia tuvo que enfrentar. Traten de hacer el bien hoy sin pensar en el día de mañana. Si de alguna forma se quedan cortos, no se desanimen. El corazón de nuestro Salvador es grande, y desea que nuestro corazón halle su morada en El.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Vigilia de la Navidad (Diciembre 24 de 2019)

Hoy celebramos la Fiesta de la Sagrada Familia. En el Evangelio escuchamos que la Divina Providencia guio a la Sagrada Familia en medio de sus tribulaciones. San Francisco de Sales observa:

El Evangelio de hoy nos cuenta como el ángel ordenó a José que tomara al Niño y a Su madre y se marchara con ellos a Egipto. Al igual que la Sagrada Familia, nosotros debemos irnos a un mundo donde nos encontramos rodeados de enemigos. Puede que nos inquietemos cuando las cosas no salen como nosotros lo deseábamos. Para poder evitar los naufragios, que frecuentemente se dan durante nuestra navegación por las aguas de este mundo, tengamos presente la grandiosa paz y serenidad mental que poseía la Sagrada Familia. Con plena confianza en la Divina Providencia ellos permanecieron siempre en calma y en paz, aún cuando debieron enfrentar situaciones inesperadas. Dios nos protegerá a nosotros también por el mar de la vida, cuando la confusión se apodere no sólo de nuestro entorno sino también de nuestro interior.

Aun así, sin importar la dirección que tome el barco, nuestro corazón, nuestro espíritu, nuestra voluntad, que es nuestra brújula, debe apuntar al amor y la paz de Dios, porque Dios halla Su paz en un corazón que está tranquilo. Cuando un lago está en calma en una noche serena, las estrellas en el cielo se reflejan sobre las aguas. Si observamos detenidamente esas aguas apacibles, veremos que la belleza del cielo reflejada en ellas es tan nítida que pareciera que estuviésemos observando el firmamento mismo. Igualmente sucede cuando nuestra alma está en perfecta calma; cuando no permite que los vientos de las preocupaciones superfluas, la intranquilidad de espíritu o la incertidumbre la perturben, adquiere la capacidad de reflejar la imagen de nuestro Señor.

La Sagrada Familia nos enseña cómo embarcarnos por el mar de la Divina Providencia. Si tienen confianza en la buena providencia de Dios no deben sorprenderse, o preocuparse, si se ven enfrentados a problemas similares a aquellos a los que la Sagrada Familia tuvo que enfrentar. Traten de hacer el bien hoy sin pensar en el día de mañana. Si de alguna forma se quedan cortos, no se desanimen. El corazón de nuestro Salvador es grande, y desea que nuestro corazón halle su morada en El.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Cuarto Domingo de Adviento (Diciembre 22 de 2019)

El Evangelio de hoy nos recuerda que, al igual que San José, debemos tener confianza en el plan que Dios tiene para nosotros. Dios tiene un plan para nosotros que es mucho más grande que el nuestro. San Francisco de Sales observa:

En Evangelio de hoy nos habla del momento en que José descubre que Maria está embarazada. El estaba dispuesto a divorciarse sabiendo que el niño no era suyo. Pero el ángel le reveló a José que el Hijo Sagrado estaba destinado a ser Nuestro Salvador. Con gran paz y serenidad mental, José aceptó ese suceso inesperado en su vida. Nuestra confianza en Dios debe ser igual a la confianza que demostró San José.

Los fundamentos de nuestra confianza no se hallan en nosotros mismos sino en Dios. Aún cuando nosotros estamos sujetos a los cambios, Dios siempre se muestra gentil y misericordioso; tanto en los momentos en que somos débiles e imperfectos, como cuando somos fuertes y perfectos. Cuando sentimos absoluta confianza en Nuestro Señor somos como un niño en el seno de su madre. El niño se deja cargar y guiar a donde su madre quiera llevarlo. Del mismo modo, cuando amamos la voluntad de Dios en todo lo que nos sucede, debemos sentir la confianza necesaria para dejarnos llevar.

Sentir una confianza sagrada en la bondad de Dios significa la vida para el espíritu humano. A medida que nuestro amor por Dios aumenta, experimentaremos las contracciones y las punzadas del nacimiento espiritual. Cuando tengamos problemas Nuestro Salvador nos guiará por la senda sin importar cuán difícil sea esta. Reflexionemos sobre las palabras de nuestro gentil Salvador: “Cuando una mujer da a luz se debate en medio de la angustia, pero después del parto se olvida del sufrimiento que ha vivido porque le ha dado vida a un hijo”. Nuestras almas deben dar luz al Hijo más amado que una persona pueda desear. Ese es Jesús, a quien nosotros debemos dar forma y traer a la vida dentro de nosotros. El Hijo vale todo lo que tengamos que soportar. ¡Qué felices seríamos si dedicáramos todos nuestros esfuerzos a cumplir con lo que Dios desea para nosotros! Obtendríamos de la generosidad de Dios todo lo que podríamos llegar a desear y a necesitar, una nueva y vigorizante existencia ¡Un renacimiento sagrado en Cristo!

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Tercer Domingo de Adviento (Diciembre 15 de 2019)

Las lecturas de hoy nos revelan que la misión de salvación de Dios se logra a través de Jesucristo, quien ha establecido el reino de Dios en la tierra. San  Francisco de Sales hace la siguiente observación:

En el Evangelio de hoy San Juan Bautista orienta a sus discípulos, no hacia sí mismo, sino en dirección a Jesús. La misión de Jesús era ser el Salvador. Él, como verdadera Luz de la Justicia, iluminó la senda de la Iglesia con el esplendor de Su vida. El descendió a la humanidad para llenarnos de Su divinidad, saciándonos con su bondad, elevándonos para que fuésemos dignos de él, y otorgándonos la existencia divina de los “hijos de Dios”. El constantemente levanta el lento y pesado espíritu de los pobres y los humildes, entregándoles Su propio Espíritu para que puedan lograr grandes cosas.

Nuestro Salvador nos enseña que no es suficiente llamarnos cristianos. Debemos vivir de tal forma que los demás puedan reconocer en nosotros, sin lugar a dudas, a personas que aman a Dios con todo su corazón. Al igual que Juan Bautista, los verdaderos siervos de Dios hacen uso de sus palabras y sus obras para guiar a los demás por la senda que conduce a ÉL. Pongamos atención al ejemplo que nos da Juan Bautista. El nos ensena que lograr un verdadero éxito en esta vida consiste en orientar a los demás, no en dirección nuestra, sino en dirección a Cristo. Una vez en Su compañía, los demás, al igual que nosotros, debemos aprender a hacer lo que sea necesario por Su amor y a su servicio, para así poder lograr estabilidad.

San Juan Bautista fue una roca imperturbable en medio de las olas y las tempestades que generan las aflicciones. El demostraba la misma alegría  tanto en el invierno de las amarguras, como en la primavera de la paz.  Nosotros por el contrario somos como juncos que se dejan revolver por cualquier emoción o cambio en nuestro estado de humor. Nos dejamos agitar por los vientos de la riqueza, los honores, y las comodidades. En lo que a las cosas terrenales se refiere podemos decir, “tengo una cantidad moderada, tengo lo suficiente”. Pero en cuanto a los bienes espirituales, jamás tendremos suficiente. Al igual que Juan Bautista, inclinemos nuestros corazones para recibir el amor divino que Nuestro Salvador desea darnos. Es el amor de Dios lo que permite que llevemos el reino de Dios a los demás, para que reine allí la misericordia, la justicia y la paz. 

(Adaptación del libro Sermones de San Francisco de Sales de L. Fiorelli, ediciones)

Segundo Domingo de Adviento (Diciembre 8 de 2019)

En el Evangelio de hoy escuchamos como nos exhorta Juan Bautista: “arrepiéntanse, preparen la senda del Señor, y enderecen sus caminos”. San Francisco de Sales hace los siguientes comentarios con respecto a este pasaje:

“Enderecen los caminos del Señor”. Los caminos que serpentean y dan demasiadas vueltas solo terminan por fatigar y despistar a los viajeros. Nuestra vida está llena de sendas tortuosas que debemos encauzar en preparación para la llegada de Nuestro Señor. Primero debemos corregir la ambigüedad de nuestras intenciones y tener solo una: complacer a Dios, demostrando un cambio de corazón. Así como el marinero que mantiene siempre sus ojos fijos en la aguja de la brújula mientras maneja el barco, nosotros también debemos mantener nuestros ojos abiertos a la penitencia, ósea, a experimentar un cambio de corazón.

Cuando accedemos a un cambio de corazón, retornamos a la imagen y semejanza de Dios en nosotros. Por medio del arrepentimiento experimentamos la amargura y el dolor que genera el haber ofendido la bondad de Dios. Ya no seremos esclavos de nuestras emociones. Nuestras inclinaciones, sentimientos, y emociones ahora se inclinarán ante el amor a Dios y al prójimo. Claramente vemos que arrepentirnos de nuestras grandes culpas es un acto totalmente razonable, cuando consideramos atentamente los beneficios de llevar una vida virtuosa. Todos los actos de arrepentimiento son llevados a cabo por el bien de la belleza, el honor, la dignidad, y la felicidad, por nuestro propio bienestar. Un cambio de corazón nos motiva a tener una mejor disposición.

Perfeccionar la penitencia significa alcanzar un amor sagrado por Dios, que se desborda en un amor por el prójimo. El amor por Dios y nuestro amor propio viven en constante pugna dentro de nuestro corazón, lo cual nos ocasiona grandes penurias.  El verdadero amor propio está al servicio de Dios. Cuando el amor divino reina en nuestros corazones domina todos los otros amores. Entonces organiza todas nuestras emociones y deseos naturales dentro del plan y el servicio Divino. Caminemos entonces ante Dios como lo hiciera Juan Bautista. Convirtámonos en una voz que proclama que debemos preparar el camino y enderezar la senda para el Señor, para que al recibirlo en esta vida podamos disfrutar de Él en la siguiente.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Primer Domingo de Adviento (Diciembre 1 de 2019)

Las lecturas del evangelio para hoy, el primer domingo de Adviento, nos urgen a caminar por la luz del Señor. Este es un llamado a que respondamos al amor de Dios a través de un cambio de corazón. Al respecto, San Francisco de Sales observa lo siguiente: 

María, cuyo corazón es inigualable, entregó su mente, su corazón y su alma a Dios sin reserva. Su voluntad se conformó a la voluntad de Dios con una perfección superior a la de todas las criaturas. El único cambio en la devoción de María, es un aumento de su virtud y la reafirmación de su resolución de pertenecer completamente a Dios. En nuestro caso, sin embargo, las continuas vicisitudes de la vida y a nuestra tendencia a cambiar constantemente de afectos, hacen necesario que renovemos frecuentemente las promesas que hemos hecho de acoger y vivir la palabra de Dios.

¿Cómo podemos afirmar continuamente que pertenecemos solamente a Dios? Si realmente cuidamos de nuestro corazón, cada mañana y noche debemos consagrar nuestra mente, corazón y cuerpo al amor de Dios y a servirlo. Lo primero que deben hacer en la mañana es preparar sus corazones para que estén en paz. A lo largo del día deben asegurarse de que su corazón regrese a ese estado de calma. ¡Bienaventurados son aquellos que caminan por la senda del amor de Dios porque sus corazones han sido transformados!

Ustedes me preguntarán, ¿cómo puedo entregarle mi corazón a Dios sabiendo que tiene tantas imperfecciones? ¿Cómo le complacería a Él este corazón sabiendo que muy pocas veces me he conformado a Su voluntad?

Y yo les diré, ¿acaso no saben que Dios puede transformarlo todo en algo bueno? Dios nunca dijo “Entréguenme corazones que sean puros como los de los ángeles o el de María”, Él dijo, “entréguenme sus corazones”. Por lo tanto, entréguenle a Dios sus corazones tal y como son; Él desea solamente lo que ustedes son.

Busquemos el amor que Dios desea darnos. Así como los ciervos cuando son perseguidos por los cazadores redoblan su velocidad, hasta tal punto que pareciera que volaran, nosotros debemos correr por la senda en búsqueda de todo lo que Dios desea para nosotros. No sólo debemos correr, sino que también debemos pedirle a Dios que nos de las alas de una paloma para que podamos volar muy alto en esta vida y para poder encontrar descanso en la eternidad.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Cristo Rey (Noviembre 24, 2019)

Hoy celebramos la fiesta de Cristo Rey. San Francisco de Sales nos exhorta a servir bajo el Reinado de Cristo:

Sin una reina las abejas se muestran inquietas. Pero cuando la reina nace, se reúnen a su alrededor y se dedican a cumplir con todos sus deseos. Igual sucede cuando nuestros sentidos deambulan incesantemente, arrastrando consigo nuestro yo interior, desperdiciando el tiempo y causándonos ansiedad e intranquilidad; destruyendo la paz que es tan necesaria para nuestro espíritu humano. Nuestros sentidos, nuestra mente y nuestra voluntad son como abejas místicas. Hasta que no tengan un gobernante, es decir, hasta que no escojan a Nuestro Señor como su rey, permanecerán inquietos.

Sin embargo, una vez hayamos elegido a nuestro Señor como nuestro rey debemos ponernos bajo Su mando. Nuestra Majestad es excelente en el ejercicio de la misericordia y la justicia. La misericordia hace que adoptemos lo bueno, mientras que la justicia de Dios hace que nos apartemos de lo malo. Nuestro Señor utiliza la misericordia y la justicia para arrancar de raíz cualquier cosa que nos impida experimentar los efectos de Su bondad. La justicia de Nuestra Majestad es como una pequeña picadura en nuestras consciencias que genera entendimiento y que produce cambios que nos llevan al bienestar. Durante el proceso de conversión de nuestro nuevo yo en Cristo, despojarnos de nuestro antiguo yo puede resultarnos algo doloroso. Pero la misericordia sin igual de Nuestro Señor abre nuestros corazones y restablece nuestra salud a través del Espíritu Santo, quien nos colma con el amor sagrado.

Donde quiera que Nuestro Señor sea el Amo, habrá paz. Para que podamos preservar nuestra paz, es necesario tener la intención pura de desear la gloria de Dios en todas las cosas. Hagamos lo poquito que podemos hacer con ese objetivo en mente, y dejemos que Dios se encargue del resto. Debemos ser lo suficientemente fieles para seguir obedeciendo a la voluntad de nuestro Rey, del mismo modo en que las abejas son fieles a su reina, para que podamos comenzar en esta vida la obra que, con la ayuda del amor de Dios, continuaremos eternamente en el Cielo. ¡Vivan a Jesús!

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Trigésimo Tercer Domingo en el Tiempo Ordinario (Noviembre 17, 2019)

En el Evangelio de hoy experimentamos a Jesús que nos dice que, independientemente de la situación en la que nos encontremos, debemos continuar siguiéndolo. Francisco de Sales nos dice algo similar:

¿Habrá alguna sociedad, religión, institución o estilo de vida que sea tan seguro que está exento de todo mal? Dado que este peligro nos afecta a todos, es arriesgado vivir en un mundo con quienes hacen el mal. Cuando nos enfrentamos a la maldad debemos saber distinguir los hechos reales de los miedos imaginarios. Dios no nos dará fuerzas para enfrentar un conflicto imaginario, pero ciertamente nos dará el coraje que necesitamos cuando surja una necesidad verdadera. Muchos de los siervos de Dios se asustaron y casi que perdieron su coraje ante un peligro imaginario. Sin embargo, cuando el peligro verdadero apareció demostraron su valentía.

Si nos entregáramos a nuestros miedos imaginarios muy seguramente perderíamos nuestro coraje y no haríamos nada por vencer el mal. Es necesario que trabajemos. Nuestro Señor desea que seamos combatientes y conquistadores de la maldad. Si sentimos que nos hace falta el coraje, digamos con confianza “¡Sálvame Señor!”. Si nuestro deseo de servir a Dios es bueno y verdadero, pero nos hace falta la fuerza necesaria para poner ese deseo en práctica, debemos ofrecérselo a Dios quien hará posible que logremos lo que deseamos. Él renovará nuestras aspiraciones cuantas veces sea necesario para hacer que perseveremos. Solo es necesario tener el deseo de pelear valientemente y con una confianza perfecta para que el Espíritu nos ayude.

En la medida en que seamos perseverantes en el cumplimiento de la voluntad de Dios, Él nos ayudará a salir victoriosos durante los tiempos turbulentos. Entreguemos nuestra voluntad a Nuestro Señor quien la renovará para que podamos tener el coraje suficiente durante el resto de nuestra vida mortal. Los niños pequeños se sienten seguros cuando están en brazos de sus madres; sienten que nada puede hacerles daño cuando ellas los llevan tomados de la mano. Aunque los tiempos de conflicto nos produzcan miedo, debemos tomar la mano de nuestro “Dios todo poderoso” quien nos protege y nos hace sentir seguros.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)