Trigésimo Segundo Domingo en el Tiempo Ordinario (Noviembre 10, 2019)

En el Evangelio de hoy Jesús nos revela que los hijos de Dios se levantarán de nuevo. Nos levantaremos porque nuestro Dios no es Dios de los muertos sino de los vivos. San Francisco de Sales nos dice lo siguiente:

En esta vida mortal no debemos buscar nada que sea incomparablemente perfecto. Nuestros corazones tienen una sed que no puede ser saciada por los placeres de esta vida mortal. Si son moderados, los placeres más preciados y apetecidos no nos satisfacen. Si son extremos, nos sofocan y se vuelven perjudiciales. Solo las aguas de la vida eterna que el amor de Dios nos ofrece pueden satisfacer nuestra sed y acallar nuestros deseos.

Dado que el amor de Dios es superior al nuestro, Él deseo convertirse en uno de nosotros para mostrarnos lo que debemos hacer para vivir eternamente. Depositar nuestro amor en Jesucristo es depositar nuestras vidas en Él. El fruto del racimo depende de la cepa a la cual está unido. Así pues, nuestra vida en Cristo nos aviva y nos anima por medio de un amor saludable. A través del amor sagrado que el Espíritu Santo infunde en nuestros corazones, somos capaces de realizar obras sagradas que nos conducen a la gloria inmortal.

Sin embargo, en esta vida mortal el ejemplo de Jesús nos muestra que nuestra salvación es un recorrido hacia la plenitud en Cristo. Soportar lesiones, contradicciones e incomodidades de la manera pacífica en que lo hizo Jesús es lo que nos asegura la eternidad. Una onza de paciencia adquirida a lo largo de una temporada de pruebas vale más que diez libras adquiridas en cualquier otra temporada. Si sienten que su corazón está perturbado, reflexionen sobre la paciencia y oblíguense a practicarla fielmente. Si sienten que su corazón está agitado en esta temporada, sujétenlo con la punta de sus dedos y colóquenlo de vuelta en su sitio. Entonces digan, “Alégrate, mi querido corazón”. Las grandes obras son el resultado de la paciencia y de la duración del tiempo. Tengan coraje. El Dios de los vivos siempre nos acompaña para que podamos volver a levantarnos en Cristo.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Domingo 31 en el Tiempo Ordinario (Noviembre 3, 2019)

En el Evangelio de hoy experimentamos a Jesús, su deseo de entrar en el hogar de los perdidos aún antes de que hagan su penitencia. San Francisco de Sales comenta:

Nuestro Salvador nos ayuda a encontrar Su corazón lleno de piedad y  misericordia generosa para con nosotros, justo en esos momentos en que nuestros corazones se hallan más endurecidos.  Al igual que Zacarías, solo necesitamos desear ver a Jesús. Nuestro redentor constantemente nos confiere Su amor sagrado. Continuamente perdona las faltas que a diario cometemos contra El; recompensa hasta el menor de nuestros servicios con grandes favores; continúa recreando a la humanidad por medio del amor misericordioso que El siente por toda la humanidad.

¿Cómo sale a relucir la grandeza de la misericordia de Dios? La misericordia de Dios nos lleva a escoger el bien. Pero, aún cuando nosotros realmente pertenecemos a Dios, El no tiene esclavos, sólo amigos quienes escogen amar libremente. Por nuestra parte, la conversión depende de nuestra libre respuesta al amor de Dios. Nosotros estamos listos para responder de todo corazón al amor de Dios en el momento en que empezamos a purificar nuestros afectos y nuestras obras,  moldeándolos de acuerdo a las enseñanzas del Evangelio. Cuando desechemos nuestra obstinada búsqueda de cosas que sólo nos beneficiarán a nosotros mismos, nos deleitaremos al encontrar que nuestro espíritu ha sido liberado. Entonces seremos libres para escoger la verdad y la buena vida en Cristo, la vida que Dios desea para nosotros.

Deshacernos de todo aquello que no proviene de Dios, es algo que representará una lucha constante a lo largo de nuestras vidas.  Ciertamente, mientras estemos vivos sentiremos la necesidad de renovarnos y de comenzar de nuevo. Esta restauración es necesaria en la medida en que nuestra naturaleza, siempre cambiante, empiece a volverse fría y a fallar. No existe un reloj que sea tan perfecto como para no necesitar reparación alguna. Así como un reloj necesita aceite para evitar oxidarse, ustedes necesitan ungir sus corazones con los sacramentos de la confesión y la Eucaristía, para así restaurar sus fuerzas y calentar sus corazones. Es de este modo que una vez más lograrán consagrarse al amor de Dios. Si verdaderamente cuidamos de nuestro corazón a diario, iremos adquiriendo la capacidad de renovarlo al servicio de Dios.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Domino 30 en el Tiempo Ordinario (Octubre 27, 2019)

Las lecturas de hoy nos recuerdan que Dios responde sin demora al llanto de aquellos que se arrepienten de los errores que han cometido. San Francisco de Sales observa lo siguiente:

Dios, en su misericordia inigualable, abre la puerta al corazón del penitente. Esa alma se hubiese quedado perdida si El no la hubiera ayudado. Para que nuestro arrepentimiento, por no poder vivir a la altura de la imagen de Dios en nosotros, sea genuino, primero debemos despojar nuestro corazón de cualquier otra cosa para permitir que Nuestro Señor lo llene de Si Mismo. Cada rincón, cada esquina de nuestros corazones está abarrotada con miles de cosas indignas de ser vistas en presencia de nuestro Salvador. Entonces es como si lo tuviéramos atado de las manos, y le estuviéramos impidiendo otorgarnos los dones y la gracia que El siempre está dispuesto a darnos, siempre y cuando nos encuentre preparados para recibirlos.

Cuando nos arrepentimos damos paso a la maravillosa humildad de nuestro querido Salvador para que entre en nuestro corazón. La humildad de corazón nos hace conscientes de la bondad de Dios, que es digna de un amor supremo. La humildad de corazón también nos permite comprender nuestra inhabilidad para amar de forma perfecta, por lo cual necesitamos de nuestro Salvador quien nos sacará de nuestra miseria hasta hacernos uno con Su grandeza.

El valor que tiene la virtud de la penitencia es que esta nos lleva a la plenitud. Debemos ser como el arquero que, cuando va a disparar una gran flecha, tira de la cuerda de su arco desde un punto más bajo, dependiendo de cuanta altura desea que la flecha alcance. Para poder unirnos a Dios debemos apuntar lo más alto posible. Por lo tanto debemos rebajarnos mucho más, dejando a un lado la autosuficiencia y abriéndonos a recibir la ayuda de Dios. Debemos dejar todas nuestras tribulaciones en manos de nuestro Salvador, quien siempre se preocupa por nosotros, para así poder entregarnos completamente a El. Cuando damos nuestro consentimiento a Dios para que nos ame de la forma en que desea hacerlo, EL nos recibirá en su misericordia, y también avivará y restaurará completamente nuestra verdadera salud espiritual, que es el amor sagrado.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Domingo 29 en el Tiempo Ordinario (Octubre 20, 2019)

Las lecturas de hoy nos incitan a ser perseverantes en nuestra fe en la bondad de Dios, permaneciendo siempre atentos a Su Palabra. San Francisco de Sales también hace énfasis en el valor de la perseverancia:

La perseverancia es el valor con el cual obtendremos la corona. Sin embargo a la hora de la práctica, ésta resulta ser la más difícil de todas las virtudes dada la debilidad e inconsistencia del espíritu humano. Un minuto deseamos hacer una cosa, pero poco después cambiamos de parecer. Debemos mantener una vigilancia constante sobre nosotros mismos. El néctar del amor divino no puede ser destilado en un corazón donde nuestro antiguo “yo” es amo y señor. Poder crecer en el amor de Dios implica que debemos trabajar diligentemente para dejar a un lado nuestro egocentrismo y vivir de acuerdo a la razón, y no de acuerdo a las tendencias terrenales.

Tengan coraje. Un profesor no siempre va a exigir que sus estudiantes se sepan toda la lección sin derecho a cometer un error. Es suficiente que los estudiantes hagan su mejor esfuerzo por aprender la lección. ¿Han observado alguna vez a las personas que están aprendiendo a montar en caballo? Muchas veces se caen. Aun así no se dan por vencidos. Porque una cosa es ser golpeado una que otra vez, y otra cosa completamente distinta es ser derrotado.

No siempre tenemos que sentirnos fuertes y llenos de coraje. Es suficiente tener esperanza en que Dios nos dará esa fuerza, y ese coraje, justo donde y cuando los necesitamos. Ciertamente Nuestro Señor jamás exhortará a sus fieles a que perseveren sin estar listo para otorgarles el poder necesario para hacerlo. Si somos fieles progresaremos demasiado. La perseverancia es el don más deseable al que podemos aspirar en esta vida. Por esta razón debemos orar para poder ser constantes, utilizando los medios que Dios nos ha proporcionado para poder conseguir este objetivo: la oración, ayudando a los demás, haciendo uso habitual de los sacramentos, asociándonos con buenas personas, y escuchando y leyendo las Sagradas Escrituras.

Debemos ser como quienes navegan por el mar. Ellos que observando siempre la estrella polar logran un gran avance porque saben que están yendo en la dirección correcta. Sigamos esa hermosa estrella y esa brújula divina sin miedo alguno, porque es nuestro Señor quien nunca nos falla.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Domingo 28 en el Tiempo Ordinario (Octubre 13 de 2019)

Las lecturas de hoy hacen énfasis en la gratitud. La gratitud juega un papel tan central para la Espiritualidad Salesiana que San Francisco de Sales la incluye como parte de su método para la meditación. A continuación reproducimos algunas oraciones salesianas contemporáneas sobre la gratitud:

Gracias Dios: por calmar el apuro de mi alma para que no se tropiece, por reemplazar mi ansiedad y mi preocupación por atención y dedicación, y por recordarme que una sola cosa es necesaria: la confianza en ti.

Gracias Dios por todos los dones que me has dado este día. Sólo tú sabes cuántas veces, en mi afán de hacer las cosas a mi manera, me he tropezado contigo sin siquiera reconocerte. Agradezco la paciencia que tienes conmigo. Pido por que yo pueda permitirte cumplir con tu parte.

Gracias Dios por bendecir mis esfuerzos, sin que te haya importado el que hayan sido grandes o pequeños, o si han sido llevados a cabo bien o mal. Lo único que te ha importado es que yo he hecho un esfuerzo por cumplir Tu Voluntad. Eso siempre ha bastado.

Gracias por responder a mi ira con tu gentileza, por responder con tu verdad a mis mentiras insignificantes, por sanar mis heridas, y por sanar a aquellos a quienes he herido.

Gracias por llevarme de la mano en este día. Gracias por un día lleno de mil pruebas triviales, y de pequeñas oportunidades, y por la fuerza que he tomado prestada de ti en aquellos momentos dispersos en que he reconocido tu presencia, y he respondido a ella de la mejor manera que pude hacerlo.

Gracias por plantar, en cada rincón de este día, pequeños recordatorios de tu presencia, en otras palabras, dulces inspiraciones destinadas a florecer en amor. Cultiva estas inspiraciones en mi todos los días que están por venir. ¡Por favor no te detengas ahora!

Gracias por caminar conmigo, por hablar conmigo, y por guiarme con gentileza en medio del jardín de tu amor. Gracias por colocarme en este jardín donde yo sólo te encontraré.

(Adaptación basada en Libera tu Corazón (Set Your Heart Free), de John Kirvan, Ave Maria Press, 1997)

Domingo 27 en el Tiempo Ordinario (Octubre 6, 2019)

Las lecturas del Evangelio de hoy nos recuerdan que pertenecer a una comunidad creyente no es suficiente. Para que nuestra fe viva debemos compartirla a través de nuestro servicio. San Francisco de Sales opina lo siguiente:

La fe viviente produce los frutos de las buenas obras en cualquier temporada. Cuando nos abrimos a recibir las verdades de la palabra de Dios vivimos de acuerdo a Su amor, y no de acuerdo a nuestra naturaleza. De este modo, nuestra fe en el amor divino nos eleva para unir nuestro espíritu con Dios, y nos lleva a amar la imagen de Dios en los demás.

El siervo atento debe demostrar que posee una fe infranqueable en nuestro Salvador, especialmente cuando se enfrenta a problemas interiores y exteriores. No debemos perder nuestro coraje, menos aun cuando estamos intentando ayudar a quienes se niegan a aceptar el amor de Dios. Por el contrario, debemos orar y ayudarlos tanto como su desgracia nos lo permita. Utilicemos todos los remedios a nuestro alcance para prevenir el inicio, desarrollo, y dominio de la maldad. Imitemos a nuestro Señor en este sentido; El nunca deja de exhortarnos, prometernos, prohibirnos, ordenarnos e inspirarnos para que alejemos nuestra voluntad de la maldad, pero sin privar nuestra voluntad de su libertad.

Aun así, no busquemos un amor que intente sobrepasar la perfección en esta tierra. Nuestro progreso por la senda del amor sagrado puede ser comparado a esa mítica ave llamada el fénix. Una vez el fénix resurge de entre las cenizas, acabando de salir del cascaron, no posee más que unas plumas endebles y pequeñas que sólo le permiten saltar en lugar de volar. A medida que va adquiriendo fuerza, planea libremente por el aire pero no permanece volando por mucho tiempo, y desciende a la tierra a descansar. Una vez su fuerza y su espíritu han sido completamente renovados, el ave permanece en la cima de la montana. Cuando lleguemos al cielo, nosotros poseeremos un corazón y un espíritu completamente libres de contradicciones y conflictos. Como aún no poseemos ni el espíritu, ni la fuerza de los bienaventurados, por ahora es suficiente que amemos con todos nuestro corazón. Esto simplemente significa, amar con un corazón bueno y sin reserva. ¡Coraje hermanos! Encendamos nuestra fe una vez más, avivémosla utilizando los dones que Dios nos ha concedido, para llevar a cabo las buenas obras por medio del amor sagrado; sin duda esto está en nuestro poder.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Domingo 26 en el Tiempo Ordinario (Septiembre 29, 2019)

Las lecturas de hoy nos recuerdan que continuamente debemos abrirnos a recibir el amor de Dios, y trabajar por ese amor que aún Le debemos. San Francisco de Sales observa lo siguiente:

Ricos y pobres por igual son llamados a cumplir con el servicio que se le debe a Dios. En el Evangelio de hoy vemos como Lázaro, a través del sufrimiento, persevera en su fiel amor a Dios y muere feliz. Mientras que el rico se aferró con tal fuerza a su riqueza que la convirtió en su dios.

Al igual que el rico, nosotros podemos llegar a obsesionarnos con nuestras posesiones. Cuando eso ocurre, oramos para que Dios haga nuestra voluntad, en lugar de orar para nosotros cumplir con la voluntad de Dios. En otras palabras, tratamos de utilizar a Dios como un medio para nuestros fines, lo cual es una ilusión. Dios mismo es nuestro fin verdadero.

La avaricia no es la única inclinación desordenada que podemos llegar a experimentar. Existen otras, que incluyen el egoísmo, la ira, el orgullo o la envidia. Pero si nos abrimos a recibir el amor de Dios, ni nuestro temperamento, ni nuestras inclinaciones, van a entorpecer nuestros continuos esfuerzos por lograr llevar una vida santa. Aun así, no importa cuán abundante sea una fuente de agua, la potencia con que esta agua regará las plantas del jardín es directamente proporcional al tamaño de la canal que la transporta. El Espíritu Santo es como una fuente de agua viva que fluye dentro de nuestros corazones intentando empaparlos con su gracia, siempre y cuando nosotros accedamos a ello. La gracia jamás nos fallará, por el contrario, somos nosotros quienes faltamos a la gracia. El amor vivificante de Dios jamás resulta deficiente, siempre y cuando nosotros tengamos la voluntad de recibirlo.

Después de su conversión San Pablo, quien por naturaleza era astuto, descortés y severo, se abrió completamente a recibir la gracia de Dios. Entonces el amor de Dios, apoderándose de la severidad de Pablo, lo convirtió en un hombre decidido a hacer el bien, e invencible para que pudiera enfrentar toda clase de sufrimientos y trabajos ¿Acaso el amor de Dios no está por encima de la naturaleza? Sean perseverantes, y con la ayuda de Dios podrán reestructurar todas sus inclinaciones de forma racional. Entonces se volverán más atentos al amor que le deben a Dios, y todas sus buenas obras darán los frutos que proceden del Espíritu de Dios, que es el manantial de nuestro propio espíritu.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Domingo 25 en el Tiempo Ordinario (Septiembre 22, 2019)

El Evangelio de hoy nos dice que las personas que viven en función de sí mismas, y de sus necesidades, son calculadoras con sus amistades. Los cristianos por otra parte, deben enfocarse en ser confiables y servir a Un Sólo Amo. He aquí algunos de los pensamientos de San Francisco de Sales con respecto a la amistad:

La existencia y la continuidad de la verdadera amistad requiere que exista una comunicación estrecha entre los amigos. Cuando sentimos gran estimación por aquellos a quienes amamos, abrimos nuestro corazón a su amistad de tal manera que sus inclinaciones, buenas o malas, puedan entrar en nosotros. Cuando una abeja cualquiera sale en busca exclusivamente de miel, al succionar, sin saberlo, también absorbe las cualidades venenosas de la planta de la cual ha sacado esa miel. Nuestro Señor nos ha dicho que debemos ser buenos banqueros y cambistas. No reciban dinero mal habido junto con el buen dinero. Esto quiere decir, no se comprometan con ningún tipo de amor que sea contrario al amor de Dios.

Es cierto que debemos amar a nuestros amigos a pesar de sus culpas. Aun así, la verdadera amistad requiere que compartamos lo bueno, no lo malo. Quienes buscan oro en un río lo hacen tamizando la arena que van dejando depositada en la orilla. Del mismo modo aquellos que comparten una buena amistad deben remover la arena de las imperfecciones, y no permitir que estas entren en sus almas.

La verdadera amistad reside en el corazón, donde el amor de Dios ocupa el lugar principal. Por lo tanto esa amistad está cimentada en el amor de Dios, y esto garantiza que durará por siempre. Esa amistad anima, ayuda, y aconseja a los amigos que hagan buenas obras. Cuando dos personas transitan por un camino resbaloso se apoyan la una en la otra para evitar caerse; eso mismo ocurre con la amistad que es genuina. Esta nos mantiene a salvo y nos ayuda ante los muchos peligros que debemos enfrentar. Esta no permite que el amigo perezca ante la maldad sin antes tratar de ayudarlo y de encaminarlo por la senda del bien, porque la amistad genuina sólo puede sobrevivir entre las verdaderas virtudes. Es buena, santa y sagrada. ¡Qué bueno es amarnos y apreciarnos los unos a los otros en este mundo, del mismo en que lo haremos, eternamente, en la vida próxima!

Domingo 24 en el Tiempo Ordinario (Septiembre 15, 2019)

Las lecturas de hoy nos recuerdan el deseo de Dios, motivado por su gran amor, de ir en nuestra búsqueda cuando nos hemos descarriado. A continuación presentamos algunas reflexiones hechas por San Francisco de Sales sobre la misericordia amorosa de Dios:

El vino que deleita y fortalece el corazón representa toda la dicha y las satisfacciones terrenales. Por otra parte, el amor de Dios, por sobre todos los placeres terrenales, posee una fuerza y un poder incomparable para restaurar y refrescar el corazón humano. Solo el amor divino tiene la capacidad de otorgar al corazón humano la satisfacción y la dicha perfecta. Nuestro Amante Divino no se contenta con tan sólo proclamar públicamente su intenso deseo de ser amado. Nuestro Salvador va de puerta en puerta, golpeando, reprochando, y proclamando: ¡Regresa a mí y vive! Yo te he amado con un amor que es eterno.

Nuestro Salvador jamás deja de demostrarnos que su misericordia está por encima de todas sus obras, aún si nos apartamos demasiado de la senda del amor de Dios. Cuando nuestro Señor ve un alma zambullida en el mal se apresura a ayudarla. Al acceder al amor de Dios, que viene a rescatarnos de nuestra miseria, somos como plantas casi marchitas que en un momento se vieron debilitadas por el invierno, pero que ahora crecen verdosas y vigorosas. Entonces recuperamos nuestras fuerzas, y nuestra vida, gracias al “vino” del amor celestial que alegra el corazón humano. Dios, en su infinita misericordia, desea que todos alcancemos la vida eterna, y que nadie perezca.

Aun así, todos nosotros guardamos uno que otro amor falso. Estos amores nos alejan de nuestra inclinación natural a amar a Dios. Pero si somos fieles a esta inclinación, la misericordia de Dios nos ayudara a progresar en el amor sagrado. Por eso entonces, vertamos en presencia de Dios todos esos amores desordenados que poseemos, y permitamos que El nos transforme completamente. Traten de mantener su voluntad firmemente anclada en ese deseo de encontrar el bien que Dios les ha mostrado, y así nuestro Señor los ayudara a progresar en el ejercicio del amor divino. Dios ha dispuesto que la cura supere siempre a la enfermedad. La Divina Providencia más de una vez ha hecho que dos piezas de madera torcidas se conviertan en hermosas obras de arte.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Domingo 23 en el Tiempo Ordinario (Septiembre 8, 2019)

El Evangelio de hoy nos recuerda que si en verdad valoramos el hecho de ser discípulos de Jesús, debemos ser decididos, y nuestra mente debe estar enfocada solamente en aquellas cosas que nos conducen por la senda del amor a Dios, y del amor a nuestros semejantes. San Francisco de Sales dice que es posible que esta labor requiera una reorientación de nuestros afectos:

El amante verdadero no se deleita en casi ninguna otra cosa que no sea el objeto de su amor. Así mismo sucede con nuestras amistades que son buenas y excelentes. Estas amistades son enteramente para Dios, y de Dios. El amor y la amistad que tenemos en Dios nos durará toda la eternidad, ya que su cimiento, que es sólido y permanente, es el amor divino.

Como resultado de nuestro deseo de amar a Dios, sobre todas las cosas, poco a poco nos vamos desprendiendo de todos aquellos afectos que son insignificantes, que no tienen valor ante EL, ya que nada nos garantiza que durarán por siempre. Además, sentir amor por cosas y amistades cuyo núcleo no es el amor de Dios sólo nos llevará por una senda vacía. Aún así no podemos permanecer demasiado tiempo privados de toda clase de afectos. Debemos aceptar aquellos afectos que sean dignos de nuestro servicio al amor divino. Si nos hemos despojado de nuestro antiguo amor por nuestros padres, nuestro país, nuestro hogar, nuestros amigos y nuestras cosas, ahora debemos reanudar ese afecto por ellos, pero de forma completamente nueva. Ahora este afecto que sentiremos no será para nuestro beneficio propio, sino que hará parte de nuestro servicio a la gloria de Dios.

El pescador teje una red sólida y bien amarrada, de forma que esta pueda flotar sobre las olas del mar. Estando en sus nidos las aves son amas del océano. Del mismo modo, aún si existen cosas transitorias que rodean sus corazones manténganlos siempre a flote, por encima de cualquier cosa, para que así puedan presidir sobre ellas. Sus corazones deben estar abiertos solamente para el cielo. Una vez que dejamos todo por el amor de Dios, adquirimos la libertad para poner en práctica las virtudes de acuerdo al amor divino. Amemos pues a nuestros queridos amigos, amemos nuestras relaciones y nuestras cosas, pero sólo por medio del amor y la amistad sagrada, los cuales perdurarán en la eternidad.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Decimosegundo Domingo en el Tiempo Ordinario (Septiembre 1, 2019)

Las lecturas de hoy nos enseñan que la humildad y la generosidad son valores que nos otorgaran la vida eterna. He aquí algunos de los pensamientos de San Francisco de Sales sobre estas virtudes, que se hacen presentes en varios de sus escritos:

La humildad es completamente generosa, y hace que asumamos todas las tareas que se nos han encomendado armados de un coraje invencible. Cuando somos humildes nos sobra la valentía, porque estamos depositando toda nuestra confianza en Dios en vez de en nosotros mismos. Al mismo tiempo la confianza en Dios da origen a un espíritu generoso en nosotros.

Nuestro generoso corazón puede estar lleno de dudas sobre nuestra propia capacidad de realizar cualquier cosa. Pero no debemos quedarnos sumidos en esas dudas, sino que debemos seguir haciendo aquellas cosas que sabemos que van a complacer a Dios. Cuando realizamos una labor nuestras dudas emergen porque valoramos en gran medida nuestra reputación. Deseamos ser maestros que jamás cometen un error. Pero son nuestras amadas imperfecciones las que nos obligan a reconocer nuestras deficiencias, y hacen que pongamos en práctica nuestra humildad, el amor sacrificado, la paciencia, y la vigilancia. A la final, los procesos que vivimos en medio del dolor engrandecen nuestro corazón e incrementan nuestro coraje. Dios siempre se complace en poder levantarnos cuando nos encontramos débiles.

No debemos preocuparnos si nos damos cuenta que aún somos novatos a la hora de poner las virtudes en práctica. La totalidad de nuestra existencia está destinada a un proceso de aprendizaje sobre cómo amar de forma divina. Nuestra obligación de servir a Dios, y de avanzar por la senda del amor a Dios, continuará hasta el día de nuestra muerte. Si bien es cierto que Dios nos ha encomendado que hagamos todo lo posible por adquirir las virtudes sagradas, nuestra labor es cultivar nuestras almas de manera correcta. Por lo tanto debemos cuidar de ellas fielmente. Pero en lo que se refiere a cultivos y cosechas abundantes, dejemos que sea nuestro Señor quien se encargue de ellos. El labriego jamás será culpado por no haber tenido una buena cosecha, a menos que no haya labrado o sembrado sus tierras con el cuidado necesario. Por lo tanto avancemos con paciencia, y en lugar de molestarnos por haber conseguido un mínimo progreso en el pasado, tratemos de ser más diligentes para así obtener mayores resultados en el futuro.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Decimoprimer Domingo en el Tiempo Ordinario (Agosto 25, 2019)

En el Evangelio de hoy se nos recuerda que para poder entrar en el reino de Dios necesitaremos la misma fuerza que tuvieron Abraham, Isaac, y Jacobo, para confiar en la bondad de Dios. He aquí algunos de los pensamientos de San Francisco de Sales sobre cómo podemos desarrollar nuestra confianza en la bondad de Dios:

La confianza en Dios es la vida del alma. Para poder desarrollar nuestra confianza en EL primero debemos aprender a amar SU bondad. Solo podemos experimentar la bondad de Dios si abrimos nuestros corazones y permitimos que El entre en ellos. Debemos aprender a hablar con Dios, y a escuchar cuando El nos habla en lo profundo de nuestro corazón. Es entonces que comenzaremos a sentir amor por las cosas de Dios.

A veces cuando pasamos por circunstancias difíciles pareciera que nuestra confianza en Dios se debilitara. Cuando nos sintamos así debemos decir a Nuestro Señor, “Aún cuando ahora siento que no confió en ti soy consciente de que tu eres mi Dios, y por ello me encomiendo completamente en tus manos, esperanzado en tu bondad”. Aún si esto nos parece difícil de decir no es imposible. Entre más reconozcamos que nos falta la fuerza necesaria para confiar en Dios, más razones tendremos para confiar en Su bondad y en Su misericordia. Nuestras almas darán vida a Jesucristo. Hasta el momento en que El nazca en nosotros no podremos evitar sufrir en el cumplimiento de nuestra labor. Pero tengan la seguridad que Dios será tan gentil y misericordioso con nosotros en nuestros momentos de debilidad e imperfección, como lo es en nuestros momentos de fortaleza y perfección.

Cuando nuestra fuerza y nuestra confianza en el amor por las cosas de Dios incrementan, logramos despojarnos de aquellos afectos inferiores que no provienen de Dios. Buscar solamente el reino de Dios, y desear solamente dar testimonio de nuestra confianza en la bondad de Dios por medio del trato a los demás, es algo vivificante. Cuando aprendemos a confiar en Dios, logramos cosechar los frutos de nuestra confianza en Su bondad. Del mismo modo en que los marineros que arriban al puerto al que estaban destinados observan el cielo que se extiende sobre sus cabezas, en lugar de observar el mar por el cual navegan, ustedes deben observar a Dios. El trabajará con ustedes, en ustedes, y para ustedes. Como resultado su confianza en la bondad de Dios será fortalecida.

(Adaptación de las lecturas de San Francisco de Sales)

Vigésimo Domingo en el Tiempo Ordinario (Agosto 18, 2019)

Las lecturas de hoy nos recuerdan algunas de las pruebas que debemos soportar para poder formar parte del Reino del Señor. San Francisco de Sales nos dice que estas pruebas no deben asustarnos. Nuestra fe en la verdad de la palabra de Dios nos dará la victoria sobre nuestros enemigos.

Todo lo bueno del ser humano es resultado de perseverar en la verdad en vez de abandonarla. Todo lo bueno que tenemos consiste en que aceptemos la verdad de la palabra de Dios, y de nuestra perseverancia en ella. Es posible que esto implique que tendremos que sufrir para poder compartir en el Reino del Señor. Sin embargo, si nos armamos con el escudo de la verdad y de la fe venceremos valientemente a nuestros enemigos, porque nuestra fuerza proviene de Dios y no de nosotros mismos.

El miedo es el primer enemigo que debemos enfrentar cuando nos decidimos a servir a Dios. Pensamos que la santidad nos exige demasiado y decimos, "¡Por Dios, hay que ser perfecto para vivir una vida santa! Es una meta demasiado alta para mí. No puedo lograrlo. Jamás podré hacerlo”. ¡No hay que abrigar la vana esperanza de querer ser santos en tres meses! Piensen en la cobardía que mostró Pedro al momento de la crucifixión. Tengan siempre presente en sus mentes que todos podemos ser tentados. No le teman ni a la tentación ni a quienes buscan tentarlos. Ellos no tendrán poder alguno sobre ustedes, siempre y cuando ustedes porten el escudo de la fe y la armadura de la verdad. Es nuestra fe en la verdad de la palabra de Dios lo que nos mantiene firmes en nuestro propósito de servirle de la manera más generosa y perfecta que nos sea posible en esta vida.

No sientan miedo de no poder llevar a cabo la obra que Dios les ha llamado a realizar. Ustedes están armados con la verdad de Dios. Su Palabra los fortalecerá para que insistan en hacer lo que sea necesario para lograr su bienestar y felicidad, siempre y cuando ustedes se mantengan en la senda con humildad y cumpliendo con las prácticas religiosas. ¡Felices aquellos que cuentan con la verdad de Dios, porque ésta será su escudo contra las flechas de sus enemigos y les dará la victoria!

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Décimo Noveno Domingo en el Tiempo Ordinario (Agosto 11, 2019)

Las lecturas de hoy nos exhortan a ser siervos fieles de Nuestro Señor. Este es un tema recurrente en los escritos de San Francisco de Sales:

Las Escrituras nos dicen que debemos aferrarnos fuertemente a lo que tenemos. Aún así, nosotros somos como los corales que fácilmente se doblan por el movimiento de las corrientes marinas. Como aún habitamos en el mar de este mundo, somos propensos a doblarnos por lado y lado – de un lado por el amor divino, y del otro lado cediendo ante la tentación que representan los bienes que, aunque vacíos, aparentan ser benéficos.

Estos supuestos bienes son como zorros que se encargan de destruir nuestro viñedo; mientras que el amor divino nos urge a que hagamos de nuestro corazón un lugar fértil, por medio de las buenas obras. Por consiguiente debemos emplear nuestra mente en la práctica del amor sagrado, para que esos supuestos bienes no ejerzan su influencia sobre nosotros. La voluntad de Dios no es protegernos de los falsos bienes. Por el contrario, EL desea que practiquemos el amor sagrado más plenamente, resistiendo la tentación que estos representan. Lo que EL desea es que combatiendo obtengamos una victoria, y que por medio de una victoria obtengamos un triunfo.

Siempre habrá bienes falsos, como la riqueza y los honores, que despiertan la avaricia en nosotros. Si mantenemos nuestra fe enfocada en la Palabra de Dios podremos, ella distinguirá entre los bienes verdaderos por los cuales debemos trabajar, y los falsos que debemos rechazar. Nuestra fe hará que se encienda en nosotros una alarma ante la aparición de un bien falso, por más atractivo que este parezca. Inmediatamente el amor divino rechazará esa falsedad, ya que nuestra fe nos permite ver aquellas cosas que son realmente eternas.

Continuemos perteneciendo a Dios, aún en medio de las múltiples ocupaciones que implican la diversidad de cosas terrenales con las que hemos de lidiar. ¿Qué mejor oportunidad para ofrecer testimonio de nuestra fidelidad, que en los momentos en que todo nos sale mal? Las dificultades nos dan la oportunidad de poner en práctica nuestras virtudes y nuestra confianza en Dios quien desea asistirnos si tan sólo solicitamos su ayuda. ¡Qué felices seremos si viajamos por la vida, y dejamos los brazos de Nuestro Señor sólo para caminar, y para hacer todo lo posible por poner en práctica las virtudes y las buenas obras, siempre tomados de la mano de Nuestro Salvador!

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Décimo Octavo Domingo en el Tiempo Ordinario (Agosto 4, 2019)

En el Evangelio de hoy Jesús nos recuerda lo perjudicial que es que hagamos de nuestros éxitos materiales, y de nuestros placeres, las principales prioridades en nuestras vidas. San Francisco de Sales nos enseña cómo podemos re-direccionar estos afectos de forma que “podamos enriquecernos con las cosas que realmente interesan a Dios”:

A veces pareciera que jamás tenemos lo suficiente para satisfacer nuestros deseos. Incluso aún, siendo conscientes de que las riquezas, y las posesiones terrenales, sólo representan poderosas tentaciones que gradualmente van dilapidando nuestro corazón si nos aferramos a ellas de manera excesiva. Más aún, el cuidado que debemos tener para poder preservar e incrementar nuestro capital, y nuestros bienes materiales, agota nuestra energía. Aun así, yo quiero inculcar en sus corazones la riqueza junto con la pobreza. Encárguense de incrementar su riqueza y sus recursos, pero háganlo de forma justa, apropiada, y caritativa. Ustedes deben asegurarse, aún más que las personas de mundo, de que su propiedad sea rentable y fructífera.

Nada nos hará prosperar más en esta vida que dar limosna a los pobres. Dios nos retribuirá, no sólo en el próximo mundo sino también en este. Nuestras posesiones no son nuestras. Son un regalo de Dios quien desea que las cultivemos, y que las hagamos productivas y rentables, para el reino de Dios entre nosotros.

Cuando trabajamos para obtener un beneficio terrenal, y nos regimos por el amor pacífico de Dios, hacemos nuestra labor con cuidado, calmadamente, afablemente y agradablemente. Esta manera gentil y simple de actuar nos conduce al amor divino. El amor divino jamás dirá que bastante es suficiente. El amor sagrado anhela contar con el coraje necesario para progresar por la senda de la verdadera felicidad. Ustedes pueden poseer riquezas materiales sin necesidad de envenenarse con ellas, si tan sólo se limitan a dejarlas en sus casas y sus carteras, y no en sus corazones. Es de esta forma que viviremos con humildad espiritual en medio de la riqueza. En conclusión, en vez de dejarse cautivar por los bienes terrenales, permitan que su espíritu humano, que ya está encaminado al cielo, emigre rumbo a la bondad de Dios; quien sana y otorga sabiduría al corazón humano cuando este se abre al recibimiento del amor divino.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Décimo Séptimo Domingo en el Tiempo Ordinario (Julio 28, 2019)

Las lecturas de hoy nos urgen a que oremos diariamente cada vez que sintamos verdadera necesidad de Dios, ya que El desea satisfacer nuestras necesidades. He aquí algunos de las muchas reflexiones de San Francisco de Sales respecto a la oración:

Nuestro buen Amo claramente nos enseña, a través del Padre Nuestro, que primero debemos orar para que Dios sea reconocido y venerado por todos. Seguidamente, debemos pedir por eso que es fundamental para nosotros, la llegada del Reino de Dios. El Reino es el principio y el fin de nuestra existencia. Todos deseamos habitar en el cielo. Paso seguido, oramos para que se haga la voluntad de Dios. Una vez hayamos hecho estas peticiones Nuestro Señor deja en claro que debemos orar por el pan de cada día, todos los días.

Durante la oración Dios entra en el jardín de nuestra alma y siembra allí el amor divino. Con el tiempo, a medida que vamos cultivando, por medio de la oración, lo que Dios ha plantado en nuestros corazones, vamos también adquiriendo confianza en la evolución de nuestra amistad con EL. Nuestra amistad florecerá de forma tan entrañable, que incluso podremos pedir a Dios que nos otorgue todo lo que deseamos. Entonces, del mismo modo en que alabamos a Dios en la oración, también le pedimos por todo aquello que es bueno. Podemos pedir cualquier cosa a Dios, con la única condición que aquello que pidamos sea conforme a Su voluntad, y enaltezca Su gloria.

Durante la oración Dios nos otorga todos los buenos pensamientos que necesitamos para poder alcanzar la plenitud. La oración nos enseña cómo llevar a cabo cada una de nuestras acciones correctamente. Cada acción llevada a cabo por aquellos que veneran a Dios, es una oración continua. Quienes dan limosnas, visitan a los enfermos, y ponen en práctica las buenas obras, están orando. Ellos son voces que alaban a Dios con sus buenas obras.

El objetivo de la oración es desear solamente a Dios. Nuestro Salvador desea sembrar en nosotros abundante gracia y bendiciones, e incluso Su corazón, completamente encendido y ardiendo con un amor incomparable por nosotros. Confesemos a Dios nuestros deseos cuando estemos en presencia Suya, para que El pueda transformarnos totalmente en Si Mismo. ¿Cómo no abrir nuestros corazones durante la oración, para permitir que el Espíritu Santo pueda inundarlo de amor divino?

(Adaptación de los Escritos de San Francisco de Sales)

Décimo Sexto Domingo en el Tiempo Ordinario (Julio 21, 2019)

Las lecturas de hoy nos exhortan a escuchar la Palabra de Dios. San Francisco de Sales hace varias reflexiones sobre la importancia de escuchar, activamente, la Palabra de Dios. He aquí algunos de sus pensamientos:

Marta se mostraba ansiosa y molesta por varias cosas, mientras que a María nada le importaba más que escuchar las palabras de Jesús. Nuestro Señor reprendió a Marta por el hecho de estar tan ansiosa, no porque ella estuviera preocupándose de atender Sus necesidades. Marta tenía motivaciones encontradas. Por una parte deseaba servir a Nuestro Señor. Por otra parte, al ocuparse con tantas tareas a la vez, dejaba en evidencia su preocupación por ser vista como la anfitriona perfecta. Jesús deseaba que Marta lo escuchara, del mismo modo en que María lo estaba haciendo, y para ello un platillo bien preparado hubiese sido suficiente para satisfacer Sus necesidades.

Nuestro Señor deja muy en claro que no solamente debemos escuchar Sus palabras, sino que también debemos escucharlas con la intención de convertirlas en un beneficio para nosotros mismos. Para poder sacar un beneficio de la Palabra de Dios, debemos permitir que esta nos conmueva en lo más profundo de nuestro corazón. Sólo cuando escuchamos la Palabra de Dios con nuestro corazón logramos recibir buenas inspiraciones. El corazón se aviva y adquiere nueva fuerza y vigor.

Aun así, es difícil escuchar la Palabra de Dios con el corazón cuando este está lleno de ansiedad. Dios siempre se preocupa por Sus criaturas, pero de manera pacífica, y con tranquilidad. Sin embargo, nuestra preocupación y cuidados siempre presentan cierta tendencia hacia la ansiedad. Los pájaros usualmente se quedan atrapados en las redes porque se ponen a aletear alocadamente. Del mismo modo sucede con nosotros cuando deseamos escapar a la ansiedad. Decídanse a no obrar en función de sus deseos, por más obstinados que estos sean, hasta que sus mentes no hayan recobrado la paz. Pónganse en manos de Dios con gentileza. Traten, calmadamente, de moderar sus deseos de acuerdo a lo que les dicte la razón. Nuestra vida consiste en el hoy; este momento presente que estamos viviendo. Utilicen con sumo cuidado todo aquello que les ha sido otorgado. Libérense de cualquier otra preocupación y dejen todo en manos de Nuestro Señor. Su compasión y preocupación por nosotros nos proveerá todo lo necesario para satisfacer nuestras necesidades, siempre y cuando permanezcamos atentos a Sus palabras e inspiraciones.

(Adaptación de los Sermones de San Francisco de Sales de L. Fiorelli, ed.)

Décimo Quinto domingo en el Tiempo Ordinario (Julio 14, 2019)

Hoy recordamos que Jesús es la manifestación de Dios quien tanto desea nuestro amor, que hemos sido mandados a amarlo con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra fuerza y con toda nuestra mente. San Francisco de Sales ofrece la siguiente reflexión:

Dios ha sembrado en el corazón humano una inclinación especial y natural a amar el bien en general. Del mismo modo sembró en nosotros el deseo de amar Su bondad, que es mucho mejor y más amorosa que todas las cosas. El deseo de Dios de obtener nuestro amor es tan grande que hemos sido mandados a amarlo con toda nuestra fuerza. Por ello no tenemos pretexto alguno para dejar de amar la bondad infinita de Dios, la cual anima todas las almas. Cuando los mandamientos son decretados por amor le otorgan bondad a aquellos no la tienen, e incrementan la bondad en quienes ya la poseen. La ley del amor de Dios nos va quitando el desanimo a medida que refresca y reestablece nuestros corazones. Hacer lo que amamos no es un trabajo duro, pero aún si lo fuese, sería un arduo trabajo que no obstante amaríamos.

Las águilas tienen corazones fuertes y una gran capacidad de vuelo, pero su vista es mucho más poderosa que su destreza al volar. Es por ello que su vista se extiende mucho más allá, y mucho más rápido que sus alas. Del mismo modo nuestra razón nos hace conscientes de que la bondad de Dios es amorosa por sobre de todas las cosas. Pero nuestras mentes poseen más luz para discernir que Dios merece nuestro amor, que fuerza de voluntad para amar Su bondad. Por consiguiente, nuestro deseo natural de profundizar en el amor a Dios se ve truncado cuando los apetitos y sentimientos egoístas despiertan en nosotros.

Nuestro corazón humano produce de forma natural algunos inicios de amor a la bondad de Dios. Pero cualquier progreso en relación al objetivo de amar a Dios por sobre todas las cosas, es algo que se genera únicamente en los corazones que son asistidos y animados por la gracia divina. Aún así, si cooperamos fielmente con nuestra inclinación natural a amar a Dios por encima de todo, Su divina misericordia gentilmente nos proveerá toda la ayuda necesaria para que aprendamos a amar de forma divina.

(Adaptado de los escritos de San Francisco de Sales)

Décimo Cuarto Domingo en el Tiempo Ordinario (Julio 7, 2019)

Las primeras lecturas para el día de hoy hacen énfasis en la providencia de Dios, y en la necesidad de recibir la cruz de Jesús (nuestros compromisos) si queremos ser partícipes de nuestra nueva creación en Cristo. He aquí algunas de las reflexiones de San Francisco de Sales sobre el valor de la sencillez a la hora de imitar a Cristo:

Nuestro Salvador vino a hacer de la humanidad una nueva creación (IDL 1:10). El amor puro se convierte en el objetivo principal que Dios propone a la hora de crear a la humanidad. La totalidad del cosmos existe para exaltar a Dios, y nosotros, que somos la perfección dentro del cosmos, llegamos a entender este objetivo divino a medida que profundizamos en el amor a Dios. Jamás podremos complacer un mundo cuyo centro no sea Dios, a menos que nos perdamos junto con ese mundo. No importa lo que hagamos, un universo sin Dios se volverá en contra nuestra. Dejemos que este mundo ciego nos llame a gritos todo lo que quiera, como un gato castañea los dientes y maúlla para asustar a los pájaros durante el día. San Francisco de Sales: El hombre, el Pensador, Su Influencia, E.J. Lajeunie, O.P. Los verdaderos valores son firmes y constantes (IDL).

Sean sencillos en el cumplimiento de sus labores. No se dejen amargar ni deprimir por pequeñeces que no tendrán relevancia alguna en la eternidad. Lleven la vida en sus hogares con gentileza, amabilidad y caridad. Ojala que puedan alcanzar la dicha sagrada, y que su felicidad sea tal que les permita apartar un lugar de descanso para aquellas almas que han de alabar a Dios por siempre. Alaben a este buen Dios con amor, con todo su corazón, ya que este es el llamado sagrado que se les ha hecho, y ofrezcan a Dios el fruto que El desea encontrar en ustedes.

No demuestren desilusión si las cosas no se dan con la prontitud que desean. Dejen eso en manos de Jesús. El pan diario jamás les faltará desde que cumplan con la voluntad de Dios. Saben muy bien que la perfección no consiste en hacer cosas fuera de lo común, sino en la práctica de virtudes sólidas y verdaderas, en mantener plena confianza en Dios, en la amistad, en la compasión, en abrirnos, con prontitud y simplicidad, al cumplimiento de la voluntad de Dios (Joyas de Santa Juana de Chantal).

La sencillez no es nada más que un acto puro y simple de caridad. Como tal sólo tiene un objetivo y un deseo: amar a Dios (Conf. Coneiro, 96-7). La sencillez es una virtud. Las personas que son realmente sencillas pasan su tiempo con el Señor. Aprendan de la paloma cómo amar a Dios en la candidez de su corazón. Las palomas tienen una sola pareja por quien todo lo hacen. Ellas están muy seguras de su amor y se sienten felices al estar en su compañía. Todo esto para decirles que deben buscar en ustedes mismos la forma de incrementar el amor divino a través de la humildad de su corazón (Conf. Coneiro, 97).

La sencillez nos ayuda a expulsar de nuestros corazones toda preocupación, y la ansiedad que sentimos a medida vamos afianzando nuestros conocimientos sobre el arte de amar a Dios. La única manera de experimentar y de profundizar en el amor a Dios es haciendo aquellas cosas que lo complacen. La sencillez incluye todos los medios prescritos para que cada persona pueda obtener el amor de Dios, de acuerdo a su vocación individual. (Conf. Coneiro, 98)

La sencillez se opone a toda clase de sutileza, de trampas e hipocresía, que son tácticas que a veces utilizamos para engañar al prójimo. La sencillez requiere que nuestra disposición interior corresponda a nuestro comportamiento exterior. Esto no implica que debemos exteriorizar todo sentimiento que llevamos dentro. El amor de Dios requiere que admitamos aquellos sentimientos que nos inquietan, para que por medio de Su amor podamos transformarlos para que sirvan al buen propósito de Dios (Conf. Coneiro, 99-100). Con esto quiero decir que cuando cooperamos con la gracia de Dios a través del uso de la razón, y de nuestra libre voluntad, ese acto virtuoso de cumplir con la voluntad de Dios transforma todos nuestros sentimientos destructivos.

(Generar un nuevo yo requiere que nuestro antiguo yo deje de existir). Imaginen las abejas. Una vez que las abejas han succionado el jugo amargo del tomillo lo convierten en miel (IDL 1.2). Así mismo ocurre cuando hacemos cosas dolorosas para poder hacernos más santos, y por consiguiente enteramente humanos, como Dios desea que lo seamos (TLG). Entre menos egoístas seamos más creceremos y nos acercaremos al lugar donde encontraremos el amor de Dios (Conf. Coneiro, 101).

Una vez hayan sido enriquecidos con la virtud de la sencillez, y que hayan llevado a cabo una acción que, a su juicio, hayan sido llamados a efectuar, no piensen en nada más. Si por alguna razón experimentan cierta ansiedad al respecto dirijan sus pensamientos a Dios, para que su punto de referencia sea siempre el Creador y no las creaturas que los inquietan (Conf. Coneiro, 100). Los problemas en si no son pecado (Conf. Coneiro, 99-100).

No tiene sentido que gastemos una hora reflexionando sobre cada cosa que hacemos en nuestra vida con el pretexto de que estamos siendo prudentes (Conf. Coneiro, 101). La sencillez solo busca el amor de Dios y no desperdicia tiempo haciendo o comentando aquellas cosas que ha percibido como correctas. Si saben que algo es correcto sencillamente háganlo. Dios se encargará del resto. Una vez que hayan cumplido con su responsabilidad nada más ha de preocuparlos por que Dios no quiere esto. La humildad no vive detrás de sus palabras y acciones. Todo lo deposita en manos de Dios. Simplemente sigue su camino. Si a lo largo del camino encuentra oportunidades de poner en práctica la virtud lo hace con cuidado, y como una forma apropiada de alcanzar el destino final que es el amor de Dios. Se rehúsa a apresurarse. Se mantiene en calma y serena por que confía en que Dios está consciente de su deseo de complacerlo, y sabe que esto es todo lo que necesita (Conf. Coneiro, 103).

Por un lado se nos dice que debemos cuidar muy bien de nuestra perfección y nuestro progreso, y por el otro lado se nos dice que no pensemos en ello. La miseria del espíritu humano es que este nunca adopta una posición neutral, sino que usualmente cede a los extremos. Estos extremos son los que debemos evitar (Conf. Coneiro, p.103).

Es posible que no se nos presente la oportunidad de hacer grandes hazañas, pero hay pequeñas obras que podemos llevar a cabo en todo momento y con gran amor (TLG 12:6, 268).

La verdadera sencillez busca nuestro bienestar ya que permite que el espíritu de Dios sea quien nos guíe y dirija completamente (Conf. Coneiro, 109)\.

Décimo Tercer Domingo en el Tiempo Ordinario (30 de Junio de 2019)

En el Evangelio de hoy Jesús les llama la atención a sus discípulos quienes quieren imitar a Elías en su forma violenta de combatir el mal. Jesús siempre actúa por la vía pacífica. San Francisco de Sales ofrece la siguiente reflexión:

Hay personas que creen que sentir gran ira es requisito para poder sentir gran entusiasmo o fervor. Nuestro Señor hizo que sus discípulos entendieran que Su espíritu y Su fervor para erradicar el mal de este mundo siempre fueron gentiles y misericordiosos. Aún cuando es cierto que debemos odiar el pecado, debemos también amar al pecador. A continuación les contaré la historia de un monje del siglo VI que ilustra mejor este punto.

Hubo una vez en un pagano que convenció a un cristiano para que se volviera idólatra. Enfurecido por este acontecimiento Carpus, un obispo quien supuestamente era reconocido como un hombre que llevaba una vida de santidad, oró para que ambos hombres dejaran de vivir. Al ver que esto no sucedió se llenó de ira en contra de ambos y los maldijo. Nuestro Salvador entonces apareció ante Carpus, y lleno de misericordia por ambos hombres les extendió Su mano para ayudarlos.

Hasta cierto punto es justificable que la pasión de Carpus, o su fervor por lograr erradicar el mal, hayan despertado su ira. Pero una vez la ira despertó en él abandonó toda razón y todo el fervor que la generó. Su enfado sobrepasó todas las barreras y los límites del amor sagrado, y consecuentemente del entusiasmo, que es el fervor del amor sagrado. Su ira se transformó del odio al pecado en odio al pecador; convirtió la más amable de las caridades en una crueldad extrema.

El más excelente ejercicio del fervor consiste en soportar toda dificultad que sea necesaria en aras de prevenir el mal, del mismo modo en que Jesús lo hizo hasta el día de su muerte en la cruz. El fervor sagrado, en especial, es una cualidad del amor divino que hace que muchos de los siervos de Dios observen, obren, y mueran en medio de las llamas del ardor. Mientras que la falsa pasión es atribulada, colérica, arrogante e inestable, la pasión verdadera no da lugar al odio, es afable, gentil, diligente e incansable. Felices aquellos que saben cómo controlar su fervor por medio del amor de Jesucristo, quien nos urge a que lo hagamos.

(Adaptado del Tratado del Amor de Dios de San Francisco De Sales)