DOMINGO 26 EN TIEMPO ORDINARIO (Septiembre 27, 2020)

Énfasis Sugerido

“Que todos piensen en los demás humildemente… cada uno de ustedes pensando en los intereses de los demás en vez de en los propios”.

Perspectiva Salesiana

Vivir con humildad, como decía San Agustín, es vivir con la verdad: la verdad de Dios, la verdad de nosotros mismos, la verdad de los demás. Vivir en la verdad no es solamente un ejercicio intelectual: es algo que debe hacer una diferencia profunda en la forma en la que vivimos nuestras vidas.

San Francisco de Sales veía a Jesucristo como el modelo perfecto de la humildad. Cuál era la verdad de Jesús? Primero, el poseía divinidad. Segundo, Cristo no se aferraba egoístamente a su naturaleza divina. Tercero, Cristo compartía generosamente y libremente su poder (conforme a la voluntad del Padre) individualmente con hombres, mujeres y niños en un tiempo particular, en un espacio particular y en un lugar particular de la historia humana. Cuarto, tanto nos amaba Cristo que compartió su dividinad con nosotros al hacerse completamente humano: experimentando el nacimiento, celebrando la vida, acogiendo la muerte.

El misterio de la capacidad de Cristo para liberarse de todo solo puede entenderse cuando se ve desde la óptica de su divino poder. La significancia de su humildad es aun más grande cuando se aprecia como una expresión de su absoluta generosidad. Su servicio para con nosotros es aún más extraordinario cuando consideramos que debimos ser nosotros quienes lo sirvieran a él.

Ser humilde es vivir en la verdad como vivió Jesús. Como Cristo, nosotros primero debemos reconocer que, como somos hechos a imagen y semejanza de Dios, nosotros también somos buenos. Segundo, tenemos que reconocer que la dignidad que Dios no ha otorgado no esta destinada a satisfacer solamente nuestras necesidades. Por el contrario, nosotros hemos sido creados para “ver por los demás en vez de por nosotros mismos”. Tercero, debemos reconocer que sin importar cuan bueno y bello y sagrado sea el orden creado, nuestra Gloria última es vivir para siempre en el cielo. Cuarto, debemos andar con la creencia de que solo aquellos que entregan su vida al servicio cada día, serán elevados a la hora del juicio final.

Nuestra gloria no se halla en aferrarnos a la dignidad y el destino que Dios nos ha dado. No, nuestro poder es glorificado, y poderosamente vivido, cuando usamos esa dignidad y ese destino para acercarnos a los demás en el amor. Así como Cristo nosotros somos más poderosos cuando nos dedicamos a buscar la salud, la santidad y la felicidad de los demás.

Así como Cristo, los siervos humildes saben que pueden ser verdaderamente felices solo cuando concentran todos sus esfuerzos cada día para hacer que la dicha de los demás “sea completa”. Al dejar todo lo que somos de lado, abrimos más espacio para los demás… y en ese proceso llegamos a conocer la plenitud de la dicha por que nos habremos hecho completamente humanos de la forma en que Dios lo dispuso para nosotros.

Para concluir, cada rodilla debe doblarse en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra ante la presencia del Todopoderoso. Aún así, nosotros que caminamos en presencia de Dios debemos también erguirnos y vivir en la verdad: por Dios, por nosotros, y muy especialmente, por los demás.