En el Evangelio de hoy escuchamos a Isabel declarando que María ha sido
bendecida, al haber sido elegida para ser la madre de nuestro Señor. San
Francisco de Sales dice:
Cuando Isabel declara a María como bendita, María afirma que en realidad ha
sido bendecida ya que toda su felicidad proviene de Dios. Dios observa a
María en toda su humildad y la exalta. María, en su humildad, se siente
sobrecogida ante la maravilla de que Dios la ha hecho madre de Jesús.
Un amor lleno de exaltación hacia Dios y hacia los demás, al mismo tiempo
que una humildad profunda, son los sentimientos que se agolpan de manera
especial en el corazón de María. La humildad permite que María experimente
la inmensa e inexhaustible profundidad de la bondad de Dios. Después de
experimentar la inmensidad del amor de Dios, se percata de cuán diminuta es
ella ante la sublimidad de Dios. Entonces actúa inmediatamente impulsada
por su amor hacia El, diciendo: Hágase en mí según Tu palabra. Al dar su
consentimiento a la voluntad de Dios, María nos da una muestra del acto de
caridad mas grande que se pueda concebir. Porque en el instante en que ella
accede, la Palabra Divina se hace carne. Y María, llena de una gracia
infinita, desea el amor de Dios para el mundo entero.
Al igual que en el caso de María, el primer fruto que nos brinda la gracia
de Dios es la humildad. La humildad nos permite experimentar el amor
infinito de Dios. Al mismo tiempo, la humildad hace que nos percatemos de
cuán limitada es nuestra capacidad de amar a Dios y a los demás. Mientras
la gracia hace que nos inclinemos hacia la excelencia del amor divino de
Dios, la humildad hace que podamos ver cómo Su amor purifica profundamente
nuestro corazón ante El y sus criaturas. Al igual que en el caso de María,
el amor de Dios en nosotros hace que amemos a los demás.
¡Qué buena señal es la humildad de corazón en la vida espiritual! Si somos humildes, y accedemos a que la voluntad de Dios se haga en nuestras vidas, nosotros también podemos dar a luz al Niño Jesús en nuestro corazón. Hacer a un lado los deseos de nuestra voluntad es doloroso. Pero vale la pena depositar nuestra confianza plena en la obra de Dios en nosotros, para así poder dar a luz a Cristo en nuestro corazón. Muy seguramente nuestro Salvador divino, con nuestro consentimiento, nos bendecirá eternamente y nos introducirá a la vida eterna.
(Sermones de San Francisco de Sales, L. Fiorelli, Ed.; San Francisco de Sales, Oeuvres.)