Segundo Domingo de la Pascua (April 23, 2017)

Hoy, en el momento en que Jesús aparece ante Sus Discípulos después de Su resurrección, podemos apreciarlo ocupando Su cuerpo glorioso e inmortal. San Francis de Sales nos dice lo siguiente:

¡Observen como la fe de los apóstoles de Jesús ha sido sacudida después de Su crucifixión! Todos se hallan reunidos en un cuarto a puertas cerradas, llenos de miedo. Entonces entra Jesús, se ubica en medio de ellos, y los saluda: La paz sea con ustedes. Les muestra las marcas y los símbolos de la reconciliación de la humanidad con Dios y les dice, observen mis manos y mi costado. ¿Por qué hace esto? Para reafirmar su fe vacilante. Sin la presencia de nuestro Salvador ellos se sintieron tímidos, les falto la fuerza. Eso mismo ocurre cuando uno no está con Dios. Ellos sintieron miedo. Como un barco en medio de una tormenta y sin capitán a bordo; ese era el estado de ese pobre barco. Nuestro Señor aparece ante sus discípulos trayendo consigo el alivio a sus temores.

Qué dicha tan grande, qué júbilo experimentan los Apóstoles cuando ven a su Maestro nuevamente entre ellos. Jesús reafirma su fe acobardada, reanima sus esperanzas apagadas, e ilumina su amor sagrado por Dios. La fe, la esperanza, y el amor sagrado, son indispensables para nosotros durante nuestra permanencia en la tierra. Una vez estemos en el cielo sólo el amor sagrado perdurará. Durante los días posteriores a Su resurrección, especialmente con Sus discípulos, y particularmente durante la aparición que nos ha sido narrada hoy, nuestro Salvador se dedica a hacer una sola cosa: enseñarnos que es necesario creer, tener esperanza, y amar.

El llega para devolver la seguridad a este lugar asaltado por el miedo. El toma nuestras miserias y las ennoblece. ¿Necesitan fuerza? Aquí están mis manos. ¿Necesitan un corazón? Aquí está el mío. Con gentileza, Su poder nos va dando poder. La fe viviente reconoce su poder. Confortados por el amor sagrado, la fe viviente se dedica al servir a Dios fielmente. Que permanezcamos arraigados en la fe, en la esperanza dichosa, y en el amor sagrado y fervoroso, en el cual nos podamos regocijar por toda la eternidad.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales, particularmente Oeuvres: Semones)

Domingo de Pascua (Abril 16 de 2017)

Hoy experimentamos la Victoria de Jesús sobre la muerte. ¡Qué dicha saber que el amor de Dios es más fuerte que la muerte! San Francisco de Sales comenta lo siguiente:

La resurrección de Jesús nos adorna con una nueva vida llena de gloria. Tan ardiente era el deseo que existía en el corazón de nuestro dulce Salvador, de obtener la salvación para nosotros, que generosamente decidió compartir con nosotros Su gloria. En Su redención, el amor de nuestro Salvador, siendo más poderoso que la muerte, se desborda, derrite nuestros corazones y nos transforma. Con su llegada a este mundo El elevó nuestra naturaleza por encima de todos los ángeles, y al ser transformado nos hace tan a Su imagen y semejanza, que podríamos llegar a decir que nos parecemos a Dios. Al convertirse en uno de nosotros, Nuestro Salvador asumió nuestra semejanza y nos dio la Suya.

Reflexionen sobre la naturaleza que Dios les ha dado. Es la más superior que existe en este mundo visible. Tiene la capacidad de alcanzar la vida eterna y de estar unida en perfección con Dios. ¿Cómo alimentamos esa unión? Debemos comenzar por amar la divina semblanza del Creador, primero en nosotros y después en los demás. Cuando Maria Magdalena fue a la tumba, no reconoció al Salvador por que El estaba vestido como un jardinero. Ella no lo vio en la forma en que quería verlo. ¿Acaso no es Nuestro Salvador, vestido de jardinero, a quien encontramos durante las pruebas que tenemos que afrontar cada día? Abramos las puertas de nuestro corazón para que nuestro Salvador pueda saturarlo con el amor divino. Entonces podremos comenzar a servir al Jardinero, tal y como EL desea que lo hagamos.

Nuestro Salvador anhela poder sembrar muchas flores en nuestro jardín, pero a Su gusto. Nuestra tarea es cultivar bien nuestras almas y atenderlas fielmente. Cuando la primavera llega, se renueva con flores que nos brindan alegría. Llegará un día en que nosotros también nos levantaremos a una vida de dicha eterna. Nuestra ferviente aspiración debe ser alcanzar este Paraíso encantador. Encaminémonos rumbo a esa tierra bendita que nos ha sido prometida, dejando a un lado todo aquello que nos lleva por mal camino, todo lo que pueda retrasar nuestro viaje. Caminemos entonces en el jardín de Jesús resucitado. ¡Este es un día para regocijarse!

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales, particularmente la Introducción a la Vida Devota).

Domingo de Ramos/De la Pasión (Abril 9 de 2017)

Hoy caminamos con Jesús rumbo al Monte Calvario. Con Su muerte en la Cruz, todos pudimos experimentar el amor abnegado que El siente por nosotros. Nosotros también hemos sido llamados a imitarle. San Francisco de Sales comenta:

Contraria a la sabiduría de la cultura, los verdaderos cristianos que buscan la santidad depositan toda su perfección en la locura de la Cruz. Todos los santos se hicieron sabios en su locura por seguir a Jesús. Ellos padecieron las humillaciones y el desprecio de los eruditos, los conocedores de la cultura. Aun así, ellos lavaron sus pies y sus manos en las aguas sagradas del perdón. Nosotros también debemos limpiar nuestras obras, y nuestros afectos, para poder glorificar a Dios.

Tal y como lo hicieron los Santos, debemos ir al Monte Calvario con nuestro Señor, pasar trabajos, y soportar persecuciones. Cuando los problemas externos e internos se apoderen de ustedes, tomen sus buenas resoluciones y, como lo haría una madre que rescata a su hijo del peligro, deposítenlas sobre las heridas de nuestro Señor y pídanle que los proteja, tanto a ustedes como a ellas. Quédense allí en el resguardo sagrado, y esperen hasta que la tormenta haya pasado. Con la ayuda de Dios progresarán bastante. Como nos demuestra Jesús, el hecho de que podamos pecar no significa que tenemos poder, por el contrario, significa que hemos quedado indefensos. Incluso las persecuciones que Jesús tuvo que soportar a manos de sus enemigos, no fueron lo suficientemente poderosas como para destruir el amor constante e incomparablemente sólido que Nuestro Salvador siente por todos nosotros. Así mismo debe ser el amor que hemos de tener los unos por los otros: firme, fervoroso, sólido y perseverante.

Cuando accedemos a amar de forma divina, deshaciéndonos de nuestra voluntariedad, nos asemejamos a los pájaros que emigran. Entonces emigramos de un mundo invernal, en el que encontramos corazones fríos, gélidos, a la primavera donde el amor de Dios es el sol que calienta al corazón humano. Este Fuego Sagrado nos llena de un amor infinito y totalmente entregado. Este amor jamás dirá: “Bastante es suficiente”. Nuestro Salvador nos amo con un amor tan fervoroso y perseverante, que incluso la muerte no consiguió enfriarlo. El amor divino es más fuerte que la muerte. Ojalá que permanezcamos siempre al pie de la Cruz de Nuestro Salvador para poder alimentarnos de Su amor abnegado, el cual hemos sido llamados a imitar.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales, en especial de los Sermones)

Quinto domingo de la Cuaresma (Abril 2 de 2017)

Hoy, mientras Jesús levanta a Lázaro de entre los muertos, nos exhorta a que vivamos y creamos en El. San Francisco de Sales nos explica lo que significa vivir en el Espíritu de Jesús:

Jesús desea devolver la vida a quienes han muerto, para así poder dar fe del amor de Dios por nosotros. El se dirige quienes se hallan moribundos a causa del pecado, para reiterarles que todos podemos escuchar la voz de Dios a través del espíritu. El Espíritu nos despierta con gentileza a una nueva vida humana. No importa cuán debilitados estén nuestros corazones a causa del pecado, el Espíritu los fortalece con un amor sagrado que es reparador y vivificante. El Espíritu Santo es como una fuente de agua viviente que fluye en cada parte de nuestros corazones, para poder esparcir su amor divino en ellos.

Todos nuestros afectos siguen al amor. En el amor deseamos, nos regocijamos, sentimos esperanza y desesperación, miedo, odio, evitamos cosas, nos sentimos tristes, nos enojamos, y nos alegramos. El amor es el fundamento de nuestra vida vivida en el Espíritu de Jesús. Cuando el amor divino reina en nuestros corazones, transforma todos los afectos que hemos escogido para que de esta forma podamos vivir, caminar, y trabajar en el Espíritu de Jesús. El Espíritu no tiene ninguna intención de entrar en nuestros corazones sin nuestro permiso. EL nos inundará con el amor divino sólo si cuenta con nuestra cooperación. Entonces bien, ¿qué debemos hacer para nutrir nuestro espíritu, de tal forma que el Espíritu de Jesús pueda habitar en él? Cuando permitimos que sea la razón la que guíe nuestros apetitos, sentimientos y emociones, estamos viviendo en el “espíritu”. Por el contrario, vivimos en la “carne” cuando permitimos que nuestros apetitos, sentimientos, y emociones determinen nuestras acciones. Escojamos sin ambigüedad alguna la vida en el espíritu.

Cuando un enfermo toma sólo una parte de la medicina requerida se cura a medias. Así mismo ocurre con el amor divino. En la medida en que nosotros accedemos a acogerlo en nuestras vidas, el Espíritu nos llena con amor sagrado. Por lo tanto, no sólo debemos estar preparados para recibir el amor de Dios a las puertas de nuestro corazón, también debemos recibirlo con pleno consentimiento. Debemos alimentar ese amor, guiados por la sagrada razón y sabiduría. Impregnados completamente por el amor del Espíritu, nuestros corazones nos impulsan a llevar a cabo actos sagrados que nos aproximan progresivamente a la gloria inmortal. Aceptemos una nueva vida humana en el Espíritu de Jesús quien nos levanta, rumbo a la Gloria eterna.

(Adaptación del Tratado del Amor de Dios)

Cuarto Domingo de la Cuaresma (Marzo 26 de 2017)

Hoy Jesús nos recuerda que El es la luz del mundo; fuente de toda bondad, justicia, y verdad. Todos hemos sido exhortados a vivir en Su Luz. San Francisco de Sales nos comenta lo siguiente:

La mente humana encuentra total satisfacción en el descubrimiento, en poder conocer la verdad de las cosas. Entre más grande sea una verdad, más grande será el deleite. Aún así, nuestra condición humana nos hace diestros en la búsqueda de honores, riquezas y poder. Diariamente la experiencia nos enseña que todos estos amores inútiles nos vuelven propensos a apartarnos de la verdad, en lugar de considerar la verdad del amor de Dios. El amor de Dios nos hace pensar sobre la verdad de un Paraíso colmado de felicidad eterna.

El amor sagrado refresca y fortalece nuestros corazones, cuando aceptamos con fe la verdad que encierran las enseñanzas de Jesús. Cuando la bondad de Dios nos da la luz para poder percatarnos de nuestra ceguera, esto es señal de que ha habido una conversión interna. Es entonces que nos reconocemos como hijos de la Luz. Cuando quitamos todos los obstáculos que nos impiden amar a Dios, adquirimos la capacidad para amarnos los unos a los otros, tal y como EL desea que nos amemos. Cuando descubrimos una imperfección humana, ya hemos hecho la mitad del trabajo necesario para corregirla; porque habremos recibido el entendimiento que nos permitirá liberarnos de nuestra ceguera. Sin embargo, es importante que tengamos paciencia al afrontar nuestras faltas. Debemos aprender a reconocerlas con calma y sin alboroto. Nada es más favorable para el crecimiento de ese tipo de “maleza”, que nuestra ansiedad por deshacernos de ella. Caminen siempre por la senda de la santidad, y verán como esas imperfecciones se irán debilitando.

Nuestro Salvador nos tuvo en sus manos, y se encargó de guiar nuestra vida aún cuando no quisimos entregarnos a EL de lleno. En este momento, en que lo único que deseamos es cumplir fervorosamente con la voluntad de Dios, ¿no creen que EL desea proteger a esos pequeños corderos que se han apartado del dulce Pastor? Concentrémonos fielmente en nutrir, con reverencia y confianza, el don de la conversión que Dios nos ha otorgado. Hagamos de la gracia de Dios algo efectivo en nuestras vidas, perseverando en nuestras sagradas resoluciones, y en nuestros buenos deseos. Será entonces que podremos vivir en la Luz de Cristo, y generar verdad, justicia, y bondad.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Tercer Domingo de la Cuaresma (Marzo 19 de 2017)

Las lecturas para hoy nos hablan de los catecúmenos. Moisés experimenta una fe más profunda en la Palabra de Dios. La mujer samaritana experimenta una nueva vida en Cristo. San Francisco de Sales anota: Hay dos vidas completamente diferentes que está representadas en nosotros: La “antigua vida” y la “nueva vida”. En la “antigua vida” nosotros vivimos de acuerdo a las culpas y padecimientos que hemos contraído como resultado de nuestra condición y cultura humana. Somos como el águila que arrastra sus plumas viejas por el piso, incapaz de alzar el vuelo. Si deseamos entrar a la “nueva vida”, debemos liberarnos de la antigua vida, ‘sepultándola en las aguas del sagrado bautismo y la penitencia”.

En la “nueva vida” vivimos en base al amor, el favor, y la voluntad de nuestro Salvador. Nuestra nueva vida en Cristo nos sana y nos redime. Es vida, vívida, y vivificante. Nos da la capacidad de remontarnos por los aires porque estamos “vivos para Dios y en Jesucristo nuestro Señor”. Nuestra nueva vida también es como el águila, que una vez se ha despojado de sus plumas viejas, adquiere plumas nuevas. Rejuvenecida por el crecimiento de sus nuevas plumas vuela con gran poderío. Desafortunadamente, existen tiernas almas, recién nacidas de entre las cenizas de la penitencia, que experimentan gran dificultad para volar por el aire libre del amor sagrado. Aún cuando viven, animadas, aladas por el amor, puede que sigan conservando dentro de sí ciertos hábitos propios de su antigua vida. Durante nuestro paso transitorio por este mundo podemos inclinarnos por el amor sagrado, o por los amores inútiles.

Cuando escogemos dedicarnos a perseguir amores inútiles, nos volvemos titubeamos en nuestra decisión de servir a Nuestro Señor. Esto es normal. Cuando ofendemos a un amigo es normal sentirnos avergonzados. Pero jamás debemos vivir en la vergüenza. Nuestro proceso de maduración en el amor divino es tal, que siempre queda una apertura para los asaltos de otros objetos y aparentes beneficios. El motivo por el cual experimentamos inseguridad para encomendarnos a Dios en nuestra fragilidad, es para que podamos arrojarnos, con más fuerza aún, a Sus brazos misericordiosos. Debemos tener coraje para descartar la antigua vida. Afiancemos nuestra confianza para así poder vivir una nueva vida en Jesucristo, quien desea profundizar nuestro amor para que podamos ser eternamente amorosos.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Segundo Domingo de Cuaresma (Marzo 12 de 2017)

Este domingo escalamos el Monte Tabor con Jesús. Allí alcanzamos a vislumbrar brevemente la gloria de nuestro Salvador, cuyo amor divino nos transforma continuamente. San Francisco de Sales observa: Jesús, por medio de su Transfiguración, nos muestra un destello de la felicidad eterna que nos espera. Nuestro Señor se transfiguró para generar en nosotros el deseo de obtener la felicidad eterna en su totalidad.

Nuestro gentil Salvador hace uso de sus atracciones e inspiraciones divinas, para acercarnos a la expresión más pura de Su amor. Cuando Dios nos da fe, El se comunica directamente con nuestra mente a través de las inspiraciones. El Espíritu Santo se encarga de propagar en nosotros estos primeros indicios del amor de Dios. En aquellos corazones que acceden, EL va fortaleciendo, poco a poco, gentilmente, el amor sagrado que emana de las inspiraciones.

Los discípulos experimentaron tanta dicha en el Monte Tabor que por un instante desearon quedarse allí. Entreguemos nosotros también todos nuestros afectos a Nuestro Salvador, y aspiremos a obtener la felicidad que Dios ha preparado para nosotros. EL nos ha otorgado todos los medios necesarios para alcanzar la felicidad de la gloria eterna. Nosotros también estamos escalando el Monte Tabor, ya que también hemos hecho la firme resolución de servir bien a Nuestro Salvador, y a amar Su divina Bondad. Aún así, y como sucede cuando comenzamos a avanzar por la senda de la santidad, muchas veces encontramos que nuestros afectos todavía están enredados en amores inútiles. Pero no se disgusten por ello. Tómenlo como una oportunidad de poner en práctica las virtudes. Ustedes sienten un gran deseo de lograr la santidad. Alimenten ese deseo y permítanle que crezca cada día. Si se tropiezan, clamen a Nuestro Señor quien desea obtener su amor, y quien los tomará de la mano. Escalemos entonces el Monte Tabor, sin desfallecer, rumbo a la visión celestial que nuestro Salvador nos ha dado.

Caminen dichosos por entre las dificultades que se presentan en esta vida pasajera. Asuman todos los retos que se les presenten a lo largo del camino que Dios ha señalado para ustedes, y manténganse en paz. La transformación es el verdadero sello de una manifestación divina. ¡Ojalá que ustedes siempre sientan el deseo de ser transformados!

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Primer Domingo de la Cuaresma (Marzo 5 de 2017)

El Evangelio de hoy se enfoca en las tentaciones de Cristo. San Francisco de Sales nos dice lo siguiente: Nuestro Señor no fue en busca de la tentación. No obstante, El permitió que el Espíritu lo guiara al desierto para que fuera tentado, y así poder mostrarnos cómo debemos resistir. Ninguna persona que esté al servicio de Dios estará exenta de las tentaciones. Sin embargo, esto no significa que debemos ir a buscarlas. Si el Espíritu nos conduce a un lugar donde nos cruzamos con la tentación, debemos confiar en que El también se encargará de devolvernos al camino correcto.

Cuando se percaten de que la tentación los está rondando, actúen como los niños cuando ven un oso en el campo. Ellos inmediatamente corren a los brazos de su padre o su madre, o al menos los llaman para que les brinden protección o auxilio. Recurran a Dios del mismo modo, porque no debemos confiar en nuestra propia fuerza, o nuestro propio coraje, para vencer el mal. Si la tentación persiste, ocupen sus pensamientos con cualquier tipo de actividad que sea sana y loable. Cuando ustedes permiten que los buenos pensamientos tengan cabida, que encuentren un espacio en sus corazones, éstos se encargarán de desplazar los malos pensamientos.

No importa qué tipo de tentación los aseche, y no importa el tipo de placer que implique, mientras que ustedes se rehúsen a consentirla ésta no logrará ofender a Dios. Permitan a los enemigos de nuestra salvación continuar al asecho en el umbral de sus corazones, tratando de obtener acceso a ellos. Mientras que el rechazo hacia ellos se mantenga vigente en nuestros corazones, podemos estar tranquilos porque el amor divino, la vida del alma, persiste dentro de nosotros. A través de la oración continua, de los sacramentos, y de la confianza en Dios, nuestra fuerza retornará y todos gozaremos de una vida saludable y feliz.

Caminen con confianza entonces, y manténganse en paz. Vivan bien en medio de la gentileza, la humildad, y la sencillez. Si creen en Dios, y en la verdad de la palabra de Dios, nada puede hacerles daño. Resuelvan no pecar, pero no se sorprendan, ni se dejen perturbar, si caen en el pecado. Debemos encomendarnos a la bondad de Dios quien, a pesar de todo, no nos amará menos.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Octavo Domingo en el Tiempo Ordinario (26 de febrero de 2017)

En el Evangelio de hoy Jesús nos reta a que nos esforcemos por evitar preocuparnos y sentirnos ansiosos cuando debamos enfrentar los problemas diarios. Jesús nos invita a tener plena seguridad y confianza en Él frente a los altibajos, las pérdidas y las ganancias de cada día. San Francisco de Sales nos ofrece su opinión de por qué debemos confiar en Dios como si fuésemos niños:

El sol toca todas las cosas con su calor vivificante y, como un amante universal, les proporciona el vigor que necesitan para crecer. Del mismo modo en que el amor de Dios anima el corazón humano. No hay persona que pueda esconderse del amor de Dios; Él desea amarnos y a su vez desea nuestro amor.

Es el amor eterno y fiel de Dios lo que nos acerca a una vida llena de fe. Dios está a la entrada, no solo está tocando a la puerta sino llamando a nuestra alma y despertándola: “Ven, levántate, apresúrate”. Dios incluso clama en las calles: “¡Regresen a mí! ¡Vivan!” Nuestro divino Salvador nos demuestra con fe que su misericordia sobrepasa su justicia, y que su redención es abundante. Él desea que todos seamos plenos y que nadie perezca. “Yo los he amado con un amor eterno y los levantaré nuevamente”. Estas son las fieles palabras de Dios; la promesa que Él nos hizo de que cuando nuestro Salvador viniera a este mundo establecería un Nuevo Reino a través de su Iglesia.

Aun así, el Espíritu Santo, una fuente de agua viviente que fluye en cada parte de nuestro corazón para impregnarlo totalmente con el amor de Dios, no desea entrar en nosotros a menos que sea con el consentimiento de nuestro corazón. Nunca seremos privados del amor de Dios, pero nosotros somos los que podemos privar al amor de Dios de nuestra cooperación. Dios nunca nos quita los dones que nos ha otorgado. Somos nosotros quienes alejamos nuestros corazones de Dios. Por ello debemos estar atentos al progreso del amor que le debemos a Dios. Porque el amor que Dios nos entrega nunca nos faltará. Respondamos a ese amor divino con el que el Espíritu de Jesús desea colmar nuestros corazones. Entonces experimentaremos una nueva vida en el Espíritu que nos ayudará a enfrentar las realidades de la vida sin preocuparnos excesivamente y sin dejarnos llevar por la ansiedad.

(Adaptación del Tratado del Amor de Dios de San Francisco de Sales)

Séptimo Domingo en el Tiempo Ordinario (19 de febrero de 2017)

En el Evangelio de hoy Jesús nos llama a poner en práctica el amor supremo. ¡Jesús nos llama a perdonar y a amar a nuestros enemigos! Evidentemente, esta no es una tarea fácil. San Francisco de Sales subraya la noción de que quizás la mejor manera en que podemos convertirnos en instrumentos del amor misericordioso e indulgente de Dios, es aceptando en primer lugar ese mismo amor divino, misericordioso, e indulgente nosotros mismos.

Verdaderamente no debemos desfallecer. Porque aun cuando somos débiles, nuestra debilidad no es tan grande como la misericordia de Dios hacia todos aquellos que deseamos responder al amor de Dios. Todos nosotros estamos sujetos a algunas pasiones o a cambios y altibajos. No debemos preocuparnos por estas emociones. Perseveremos en nuestro llamado a alcanzar la santidad. Todos estamos esforzándonos por darlo todo por Dios de buena fe. Es el amor misericordioso de Dios lo que constantemente nos transforma, por lo tanto debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance.

A primera hora en la mañana debemos preparar nuestros corazones para estar en paz. Durante el día debemos esforzarnos para que nuestros corazones regresen a ese estado y, por así decirlo, debemos llevarnos en nuestras manos. Si de pronto hacemos algo de lo que nos arrepentimos, no debemos asombrarnos ni molestarnos. Reconozcamos nuestra falta. En silencio, dirijámonos a Dios e intentemos recuperar la compostura con serenidad. Digámosle a nuestra alma: “Hemos cometido un error, pero debemos seguir adelante y ser más cuidadosos”. Hagamos lo mismo cada vez que nos caigamos. No importa cuán frágiles y débiles nos sintamos, tenemos que recordar que el divino Artesano se regocija erigiendo edificios magníficos hechos con piezas de madera que están retorcidas y que pareciera que no sirvieran para nada.

Cuando logremos alcanzar la paz interior, no perdamos la oportunidad para hacer todas las buenas obras que podamos-con tanta frecuencia como sea posible- y sin importar qué tan pequeñas parezcan. Porque como dice nuestro Señor: “La personas que son fieles en las pequeñas cosas, recibirán grandes recompensas”.

Caminemos con humildad por la senda que nuestro Señor nos ha mostrado y sin preocuparnos. Porque si los polluelos se sienten completamente seguros cuando se encuentran cobijados por las alas de su madre, ¡cuán seguros deben sentirse los hijos de Dios estando bajo Su protección! El amor misericordioso de Dios es eterno.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales, particularmente Francisco de Sales, Juana de Chantal: Cartas de Guía Espiritual, J. Power, W. Wright, Eds. P).

Sexto Domingo en el Tiempo Ordinario (12 de febrero de 2017)

El salmo responsorial de hoy nos dice: “Bienaventurados aquellos que siguen la ley del Señor”. Al respecto, San Francisco de Sales nos explica lo siguiente:

¿Cómo seguir la “ley del SEÑOR” para vivir de mejor manera? Primero, debemos purificar todas nuestras intenciones tanto como nos sea posible. Debemos hacer el firme propósito de aprovechar el día de la mejor manera para que nuestra intención de vivir bien sea de conformidad con los designios de Dios. Debemos anticipar aquellas tareas, interacciones y sucesos que harán parte de nuestro día, y que representan oportunidades para servir a Dios. ¿A qué tipo de tentaciones se verán expuestos? ¿A la ira, al amor egoísta o a otro tipo de caprichos? Prepárense cuidadosamente para evitar, resistir, y vencer cualquier obstáculo que les impida vivir a Jesús verdaderamente.

Para que puedan seguir la ley del Señor, lo primero que deben hacer es un propósito sagrado de crecer en el amor que Jesús nos enseñó. Con el fin de prepararse para poner en práctica ese propósito, pídanle a nuestro Salvador que los ayude a utilizar los medios a su disposición para crecer en el amor sagrado y para poder servirlo de la mejor manera posible. Admitan que ustedes solos no pueden llevar a cabo la decisión de alejarse del mal y de hacer el bien tal y como Dios desea que lo hagan. Tomen sus corazones en sus manos y ofrézcanselos a nuestro Salvador junto con todas sus buenas intenciones. Pídanle que se encargue de proteger y de fortalecer sus corazones para que así ustedes puedan avanzar en Su amor verdadero.

Para que puedan seguir la ley del Señor deben aprender a orar. Deben recibir los sacramentos con frecuencia. A medida que se dedican a realizar las tareas propias de sus vocaciones, nunca olviden poner en práctica la humildad, la gentileza, la paciencia y la sencillez; virtudes que crecen como flores al pie de la Cruz.

A medida que se dedican al cuidado de sus familias con la debida diligencia, siembren en esas almas el amor por Dios infundiendo inspiraciones positivas en sus corazones. Las grandes oportunidades para servir a Dios pocas veces se presentan, pero las pequeñas oportunidades para hacerlo abundan. Al tiempo que ustedes cumplen con sus responsabilidades para que éstas glorifiquen a Dios, todas las actividades, incluso el comer, beber, el dormir o el divertirse, serán llevadas a cabo en el nombre de Dios quien, a través de Jesucristo, nos conduce a la verdadera plenitud.

(Adaptación de los escritos de San Francisco De Sales)

Quinto Domingo en el Tiempo Ordinario (Febrero 5, 2017)

Las lecturas de hoy nos recuerdan que nosotros somos la luz del mundo. Para San Francisco de Sales esto significa compartir nuestra vida en Cristo con los demás, para así poder dar gloria a Dios.

Así como Jesús iluminó al mundo con el resplandor de Su vida, nosotros debemos hacer lo mismo con nuestras vidas. Ustedes deben sentirse honrados por haber sido escogidos para esta misión. Consideren la nobleza y la excelencia que implica el hecho de ser humano. Ustedes han sido otorgados el don del entendimiento, el cual les permite conocer este mundo visible, pero también saber que existe un Dios que es sumamente bondadoso e indescriptible. Ustedes saben que la eternidad existe. También saben cual es la mejor manera de llevar una buena vida en este mundo visible, para que así puedan disfrutar de Dios por toda la eternidad. Más aun, ustedes poseen una voluntad extremadamente noble que les permite amar a Dios y al prójimo. Miren dentro de sus corazones y reconozcan cuan generosos son. El amor de Dios en ustedes les hace un llamado a amar a los demás.

Amar a nuestros semejantes en exceso es algo que jamás ocurrirá, siempre y cuando el amor de Dios ocupe el lugar primordial en nuestros corazones. La imagen de Dios en todos nosotros es el motivo más poderoso que poseemos para amarnos los unos a los otros. El amor por nuestros semejantes nos provee la oportunidad de hacer muchas cosas por Dios. Nunca digan, “no soy lo suficientemente virtuoso” o, “no tengo talento suficiente para expresarme bien”. Nada de eso importa. Simplemente háganlo, hagan lo que tengan que hacer. Dios les indicará lo que deben decir y lo que deben hacer. Si alguna vez sienten miedo, díganse a ustedes mismos: “El Señor proveerá”. Nuestro corazón encuentra su descanso exclusivamente en Dios, quien se preocupa por nosotros.

No se preocupen si sienten que no están produciendo los frutos que ustedes pretenden dar. Al final solo se les preguntará si han cultivado fiel y sabiamente estas tierras estériles y áridas. Habrá otros que tendrán vidas más abundantes gracias al ejemplo que ustedes les están dando. Prosigan entonces, simplemente, y llenos de coraje. Nuestro Salvador estará con ustedes siempre, mientras se dediquen a trabajar por la gloria de Dios. Al igual que las estrellas permanecen escondidas cuando brilla la luz del sol, “Nuestra vida permanece escondida en Cristo con Dios”. Caminando por la senda de la Luz de Dios, y compartiendo la abundancia del amor de Dios en nosotros, así es como somos la luz del mundo.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Presentación del Señor (2 de febrero de 2017)

En el Evangelio de hoy escuchamos a María y a José cuando presentan al niño Jesús, el hijo de Dios, en el templo. Al respecto, San Francisco de sales nos dice lo siguiente:

El Rito Oriental llama a esta fiesta la “Presentación del Hijo de Dios en el Templo”, porque fue ese el día en que María y José fueron a Jerusalén a presentar al único Hijo de Dios en el Templo de Dios. En dicha ocasión habían diferentes tipos de personas reunidas en la Iglesia de Dios. En el Templo, junto con María y José, se encontraban Simeón y Ana, una profetisa y un viudo, ambos siervos buenos y fieles, y Nuestro Señor, que es Dios y hombre (Sermones 2:172-3).

Ese es el día en que el Hijo de Dios es ofrecido a Su Padre. Esta ofrenda es representada de manera hermosa con velas encendidas que nos recuerdan el momento en que María entró al Templo llevando en brazos a su Hijo, quien es la Luz del mundo. Hoy cuando los cristianos llevan velas encendidas en sus manos lo hacen para dar testimonio de que, si fuera posible, ellos llevarían a Nuestro Señor cargado en brazos del mismo modo en que lo hicieron María y Simeón (Sermones 2:173).

El glorioso San Simeón fue muy feliz cargando al Salvador en sus brazos. Nosotros podemos llevarlo sobre nuestros hombros si estamos dispuestos a soportar y a sufrir, con un buen corazón, todo lo que Dios desee enviarnos, sin importan cuán difícil y pesada llegue a ser la carga que Él coloque sobre nuestros hombros, tal y como lo hiciera con algunos santos (Sermones, 2:187).

Todos podemos cargar a Nuestro Salvador en nuestros brazos como lo hicieron San Simeón y María. Hacemos esto cuando soportamos con amor los trabajos y los sufrimientos que Él nos envía; dicho de otra forma, hacemos esto cuando el amor que tenemos nos hace sentir que el yugo de Dios es algo fácil y placentero, a tal punto que amamos estos dolores y estos trabajos, y que somos capaces de recoger dulzura en medio de la amargura. Si lo cargamos de este modo, Él, sin duda alguna, también nos cargará en Sus brazos (Sermones, 2:188).

¡Qué felices seremos si permitimos que nuestro querido Señor nos cargue en Sus brazos, y si lo cargamos a Él sobre nuestros hombros y en nuestros brazos, si nos entregamos completamente a Él y accedemos a que Él nos lleve donde desee! Entréguense en los brazos de Su Divina Providencia; sométanse a Su Ley y dispónganse a soportar todos los dolores y el sufrimiento que tengan que enfrentar en esta vida. Una vez hayan hecho esto, se darán cuenta que las cosas más difíciles y dolorosas les resultarán dulces y agradables, y podrán compartir la felicidad que experimentaron San Simeón y Ana, la profetiza. Tan solo hagan el intento de imitarlos en esta vida; así bendecirán al Salvador y Él los bendecirá a ustedes en el Cielo, junto con los santos gloriosos. (Sermones, 2:188).

Si imitamos a Simeón y a Ana tendremos la capacidad para ver más allá de las vicisitudes de nuestra vida actual, y podremos experimentar el reino de Dios entre nosotros.

Cuarto Domingo en el Tiempo Ordinario (Enero 29 de 2017)

El tema del Evangelio de hoy está enfocado en cómo ser felices por medio de la beatitud. Si analizamos la palabra beatitud encontramos que esta se refiere a un estado de felicidad, de una actitud positiva, que impregna cada aspecto de nuestra vida interior de tal forma que se manifiesta en todas nuestras acciones, alabando y agradeciendo a Dios. Cuando hemos sido bendecidos puede que no tengamos todas las cosas materiales que deseamos, pero tendremos todo lo que necesitamos. En nuestra condición actual reina la dicha y la felicidad. Todo aquello que llega a nuestra vida contribuye a que maduremos en nuestro amor por la vida y por Dios. Las Bienaventuranzas hacen parte del plan de Dios para nosotros en este momento. La beatitud es una actitud espiritual que nos permite reconocer que todo lo que tenemos es un don puro. La beatitud es la actitud de una persona amorosa que confía plenamente en Dios, sin preocuparse por los intereses personales. Las personas que poseen el don de la beatitud depositan todos sus intereses en Sus manos.

San Francisco de Sales nos habla de la beatitud como un regalo de amor que nos hace moldeables, dispuestos a escuchar los mandamientos, los consejos y las inspiraciones de Dios. Sin embargo, él es claro al decirnos que aún cuando la enseñanza de Nuestro Señor reza: “Bienaventurados son los pobres”, nosotros deseamos y buscamos ser tan acaudalados que nunca nos falte nada. Jesús dice también, “Bienaventurados los mansos”, pero cada uno de nosotros quiere regir sobre los demás. “Bienaventurados aquellos que son perseguidos por causa de la justicia”, pero nosotros buscamos venganza, y tratamos de impedir tener que padecer cualquier cosa por miedo a ser despreciados. “Bienaventurados son los que lloran”, y aún así todos quieren vivir dichosos en esta vida mortal y pasajera, como si nuestra verdadera felicidad se encontrara aquí.

La sabiduría de las Bienaventuranzas es totalmente contraria a la de los sabios terrenales que no puede adherirse a ellas. Sometámonos a las enseñanzas que se nos han dado acerca de la voluntad de Dios sobre nuestra perfección y nuestra maduración espiritual. La manera en que podemos evitar perdernos en medio de cosas mundanas, es perseverando en la verdad, viviendo acorde a ella, y adquiriendo la capacidad de entenderla. Quienes mantienen la Palabra de Dios son declarados benditos por Nuestro Señor.

(Adaptación de los Sermones V.3. de L. Fiorelli)

Tercer Domingo en el Tiempo Ordinario (Enero 22 de 2017)

En el Evangelio de hoy Jesús llama a varios pescadores a que lo sigan. San Francisco de Sales ofrece las siguientes reflexiones sobre el llamado hecho a ellos, y a nosotros también, para que sigamos a Nuestro Salvador:

Cuando Nuestro Salvador le dice a Sus apóstoles que los ha escogido, no hace ninguna excepción. Incluso Judas recibió el llamado, aún cuando hizo mal uso de su libertad y rechazó los bienes que Dios le había dado. Nosotros debemos estar completamente seguros de que cuando Dios llama a alguien a acogerse al Cristianismo, ya sea soltero o casado, a ser religioso, bien sea sacerdote u obispo, El brinda a cada persona toda la ayuda necesaria para que pueda alcanzar la santidad por medio de su vocación.

Aun así, e incluso después de su conversión, algunos de los apóstoles estaban sujetos a ciertas imperfecciones. Tal es el caso de San Pedro, quien fracasó miserablemente al negar al Señor. De tal modo, nos damos cuenta de que es imposible superar en un dia todos los malos hábitos que hemos adquirido como resultado del mal cuidado que le hemos dado a nuestra salud espiritual. No obstante, Nuestro Salvador desea que ustedes le sirvan tal y como son, por medio de sus oraciones y de sus acciones, y de acuerdo al estado y la etapa en la que se encuentran sus vidas. Una vez estén convencidos que deben servir a Dios desde sus lugares, continúen haciendo lo que venían haciendo, sientan afecto por su estado en la vida. Sean buenos de corazón, cultiven su viñedo con amor divino.

A medida que se dedican a sus tareas diarias encomiéndense en manos de Dios, quien desea ayudarles a llevar a cabo todos sus propósitos con éxito. Deben tener fe en que Dios hará lo que El considere mejor para ustedes, siempre y cuando ustedes pongan de su parte y sean diligentes. No se sorprendan si los frutos de su labor se demoran en aparecer. Si cumplen con la labor de Dios con paciencia, su esfuerzo no será en vano. Nuestro Señor, quien hace hogares para las tortugas y los caracoles, los guiará bien; permítanle hacerlo. Debemos caminar fielmente por la senda de nuestro Señor, y permanecer en paz tanto en el invierno de la esterilidad como en el otoño de la fertilidad. Caminen con dicha, y sigan su vocación con plena confianza en la Divina Providencia.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Segundo Domingo en el Tiempo Ordinario (Enero 15, 2017)

En el Evangelio de hoy, el testimonio que ofrece Juan Bautista declara que Jesús, el Hijo de Dios, viene a erradicar el pecado del mundo. San Francisco de Sales ofrece las siguientes palabras al respecto:

Juan Bautista aceptó y proclamó a Jesús como el Hijo de Dios. Hubo personas que se negaron a reconocer a Jesús como el Salvador. Juan Bautista fue un hombre de gran humildad. El primer paso para alcanzar la humildad es que no pretendamos que se nos estime, o se nos idealice, por lo que no somos. Juan Bautista rechazó todos los honores y títulos que se le ofrecieron. El pudo haber enfocado la atención en sí mismo, pero por el contrario, reconoció a Jesús como el Redentor, y se encargó de encaminar a los demás hacia El.

Ahora bien, el éxito puede ser algo excelente: si lo disfrutamos y nos regocijamos en él porque glorifica a Dios, quien es el autor de todos nuestros logros. Aún así, el éxito y la ambición, ambos tienen la capacidad de seducir el corazón humano. Desafortunadamente nuestra naturaleza siempre se muestra demasiado ansiosa por atraer todo aquello que le represente un beneficio. Las personas siempre buscan erigir ídolos e imágenes las cuales consideran dioses ¿Cuántos de nosotros nos dejamos deslumbrar por cosas mundanas como la elegancia, el prestigio, la superioridad y la celebridad? En ese sentido nuestra forma de actuar es completamente diferente a la de Juan Bautista. Su espíritu sobrepasaba el espíritu de nuestro tiempo. Caminando por la senda de la humildad, Juan Bautista aceptó la grandeza de Nuestro Señor, y reconoció su dependencia en el Hijo de Dios como su guía.

Juan Bautista se rehusó a dejarse llevar por la vanidad. Padeció el martirio como verdadero amante de la verdad que era. Aún cuando nosotros no hemos sido llamados a ser mártires, debemos tener coraje para sufrir y pelear sobre todo en aquellos momentos en que las pequeñas tentaciones nos asechan. Si deseamos hacerle frente al mal, primero debemos armarnos con suficiente humildad para reconocer nuestra dependencia en la grandeza y la bondad de Dios. Si deseamos madurar en el amor divino, primero comencemos por imitar a Juan Bautista, aceptando al Amo de la verdad y la bondad en nuestros corazones. Una vez hayamos logrado esto, entonces podremos guiar a los demás en dirección a Nuestro Salvador: La luz de todas las naciones.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales, específicamente los Sermones, Fiorelli, ed.)

Bautismo del Señor (Enero 9 de 2017)

Hoy celebramos el Bautismo de Jesús. Este evento marca el inicio de su ministerio. San Francisco de Sales nos dice que Dios también nos ha llamado a servirlo, aún a pesar de los defectos presentes en nuestra naturaleza:

Nuestro Salvador tiene formas incomprensibles, pero a la vez diversas y encantadoras, de llamarnos a servirlo. Cuando poseemos una determinación firme e inquebrantable de querer server a Dios de la forma, y en el lugar, en que El nos llama a hacerlo, entonces estamos demostrando que nuestra vocación es verdadera.

Aún cuando somos firmes y perseverantes en nuestro servicio a Dios, podemos llegar a cometer faltas. Puede que también lleguemos a poner en duda nuestra resolución de hacer uso de los medios nos han sido otorgados para servir a Dios. Todos estamos a merced de nuestros sentimientos y emociones, y por lo tanto estamos sujetos a cambios y altibajos. No debemos preocuparnos si a veces experimentamos sentimientos de desagrado o desaliento a la hora de responder a nuestro llamado al servicio de Dios. Es normal que experimentemos estas emociones. Aún si no somos extremadamente virtuosos, seguimos siendo aptos para servir a Dios. Pero debemos mantenernos firmes frente a nuestros cambios de estado de ánimo. Hay ciertas virtudes que sólo pueden ser puestas en práctica en medio de las dificultades. Es nuestra voluntad- no nuestras emociones y sentimientos- lo que da fe de cuán firme y categórico es nuestro compromiso de amar como Dios desea que amemos. Es la lucha de la voluntad de perseverar, lo que determina nuestro compromiso con el servicio a Dios.

El buen músico tiene la costumbre de revisar las cuerdas de su instrumento con frecuencia para cerciorarse si necesitan ser afinadas. Esto con el fin de garantizar que en el momento de interpretar una melodía ésta sea perfectamente armónica. Igualmente nosotros debemos examinar y poner a consideración todos los afectos de nuestra alma, para ver si son acordes a los deseos y los mandamientos de Nuestro Salvador. Fortalezcamos nuestro fervor, reafirmando a menudo nuestro compromiso de ser hijos de Dios, quienes han sido llamados a amar de forma divina. Vivan con coraje, manteniendo su fe anclada en la inclinación original de sus corazones de servir a Dios; de esta forma serán felices.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Epifanía del Señor (Enero 8 de 2017)

La fiesta de la epifanía nos recuerda que Dios está dispuesto a aceptar a todos aquellos que se acercan a Él con humildad en su corazón. San Francisco de Sales observa:

El nacimiento del Salvador estuvo marcado por varias maravillas. La primera fue la aparición de la estrella que guió a los reyes magos. Ellos llegaron al pequeño establo, sus corazones llenos de humildad, a homenajear y rendir tributo a nuestro nuevo Rey que allí yacía. Amemos a Nuestro Salvador del mismo modo, con sencillez en nuestro corazón, teniendo un solo propósito y objetivo para todo lo que hacemos. La sencillez no es más que un simple y puro acto de caridad, que llevamos a cabo con una sola meta en mente: obtener el amor de Dios. Un corazón que lleno de amor sagrado no demuestra menos afecto en momentos en que debe dirigir su atención al cumplimiento de tareas externas, que cuando está sumido en la oración. En tales corazones el silencio y el habla, sus acciones y sus contemplaciones, su trabajo y su descanso, todo alaba a Dios por igual. Esos corazones realizan todas sus obras, pequeñas y grandes, con un amor inmenso. Así, de este modo, eran las vidas de los santos.

Puede que nos preguntemos, “¿Cómo podemos obtener el amor de Dios?” Hay algunas personas que piensan que debemos dominar cierto arte para lograr la consecución del amor sagrado. Pero en realidad no se necesita ningún arte más que decidirnos a trabajar en el amor a Dios, lo cual significa que debemos dedicarnos a la práctica de todas esas cosas que lo complacen; simplemente, sin problemas ni preocupaciones. Ustedes deben imitar ese amor simple que caracteriza a las palomas. Ellas solo tienen una pareja por quien todo lo hacen, a quien desean complacer. Imítenlas también en su sencillez para demostrar su amor. Ellas se alegran con tan solo retozar en silencio, una en presencia de la otra.

La verdadera fórmula para que podamos encontrar y obtener el amor sagrado, implica que permanezcamos en presencia de Dios. Una vez en presencia Suya, deleitémonos en la dicha que produce el poder experimentar las diversas inspiraciones y afectos, por que pertenecemos exclusivamente a Dios. Acerquémonos a la cuna del Niño Dios, como lo hicieron los reyes magos, y enriquezcámonos en el amor por nuestro Salvador quien desea enseñarnos como debemos amar.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

María: Madre de Dios (Enero 1 de 2017)

María es llamada Madre de Dios, dado que ella es “la progenitora del divino redentor”. Ella concibió, dio a luz, y alimento al Hijo de Dios aquí en la tierra. Aún cuando es subordinada de su Hijo, ella es la más grande entre todos los santos.

María desempeña un papel único en nuestra historia de salvación. El hecho de que ella hubiese accedido, sin dudarlo un instante, a cumplir con la Voluntad de Dios en el momento de la anunciación, ha tenido una influencia sumamente benéfica para toda la familia humana. Fue ella quien dio Vida a toda la familia humana. Dado que ella es la Madre del Hijo de Dios, Madre de la Iglesia, y nuestra Madre, quien nos acerca a su Hijo, es más que apropiado honrarla de manera especial.

Hoy es un día apropiado para rendir tributo a María, quien ocupa el primer lugar entre todos los santos, y quien ha traído al Gran Pacificador a la familia humana.

Bendición

Señor, hijo de María, haz de nosotros, la familia humana, un instrumento de tu paz.

Donde haya odio, haz que amemos.

Donde haya herida, perdón.

Donde haya duda, fe.

Donde haya oscuridad, luz.

Donde haya tristeza, dicha.

Permite que no busquemos ser consolados, sino que ofrezcamos consuelo.

Que no busquemos ser comprendidos, sino que ofrezcamos comprensión, que no busquemos ser amados, sino que amemos.

Porque dando recibimos.

Perdonando es que somos perdonados,

Y es con nuestra muerte que nacemos a la vida eternal.

Amén.