Cuarto Domingo de la Cuaresma (31 de Marzo de 2019)

Las lecturas de hoy hacen un llamado para que vivamos como hijos de la luz. Es el Dios de Jesucristo quien nos guía en medio de nuestra ceguera, y nos conduce por la senda de la luz del amor de Dios. San Francisco de Sales hace una acotación similar cuando nos dice: “Cuando salimos a caminar al medio día, escasamente alcanzamos a ver la luz del sol cuando ya empezamos a sentir su calor. Así mismo sucede con la luz de la fe: escasamente alcanza a iluminarnos cuando ya empezamos a sentir el calor del amor de Dios que nos colma de esperanza en Su bondad. Cuando nos esmeramos por hacer todo lo que está a nuestro alcance para abrir nuestros corazones, y recibir el amor divino, nuestra fe se aviva y nuestra esperanza se fortalece. La fe es lo que hace posible que podamos comprender la belleza, la bondad que encierra el misterio de Dios revelado en Jesucristo”.

Cuando aceptamos las enseñanzas de Jesús en la fe, el amor sagrado ilumina nuestros corazones. Es a través de Cristo que Dios nos acerca a la luz de la fe. En el momento en que Él nos otorga la fe, Él entra en nuestra alma y se comunica con nosotros por medio de las inspiraciones. Sólo Dios puede iluminarnos y hacer que nuestros ojos enceguecidos puedan volver a ver. Cuando la luz de Dios nos permite identificar la fuente de nuestra ceguera, esa es una indicación de conversión interior. Entonces nos liberamos de nuestros deseos egoístas, y llegamos a conocernos verdaderamente, y a aceptarnos a nosotros mismos como hijos de la luz. Aun cuando siempre habrá en nosotros un profundo deseo de lograr la felicidad, la fe nos revela la infinita maravilla de la felicidad eterna.

La fe es la mejor amiga de nuestro espíritu; es la base de nuestra esperanza y de nuestro amor. La fe es lo que nos da la certeza de que la oferta que Dios nos ha hecho, de que nos otorgará su gracia, es imperecedera. Por lo tanto, no debemos temer a Nuestro Salvador, ya que Él nos tratará como un buen padre y madre tratan a sus hijos. Cuando los hijos van caminando por el prado suave, los padres les permiten caminar solos ya que no hay riesgo de que se hagan daño. En cambio cuando llegan a un camino que consideran peligroso, los padres toman a sus hijos en sus brazos y los cargan con ternura. Ofrezcamos a Dios todo lo que somos. Caminemos siempre por la senda del amor al prójimo, tal y como es nuestro deber hacerlo por ser los hijos queridos de Dios. De esta manera conseguiremos vivir como hijos de la luz.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Tercer Domingo de Cuaresma (24 de Marzo de 2019)

Las lecturas de hoy están dirigidas a los catecúmenos que se preparan para el bautismo. Las escrituras revelan como Dios se preocupa por aquellos que, al igual que Moisés y las mujeres Samaritanas, tienen fe y esperanza, y saben vivirlas. Al respecto, San Francisco de Sales añade lo siguiente: “La fe de Moisés en la palabra de Dios fue lo que le permitió utilizar su cayado para lograr que el agua fluyera de la roca. Es necesario prestar atención a la Palabra de Dios, para que podamos nutrirnos de ella al tiempo que cumplimos con nuestras obligaciones en este mundo. Toda nuestra bondad consiste en aceptar la verdad que encierra la Palabra de Dios, y perseverar en ella. En la Eucaristía, la “Divina Palabra hecha carne” es la que nos alimenta.

Nuestro deber es crecer en la Palabra de Dios. Incluso en momentos en que no estén orando, compórtense como si lo estuvieran haciendo. Reflexionen durante el día sobre la infinita bondad de Dios para que dichos pensamientos los renueven. La buena lectura también ayuda a avivar el corazón, y a que este adquiera nueva fuerza y vigor.

No obstante, nosotros también debemos alimentar y fortalecer la Divina Palabra, abriendo nuestros corazones. Tenemos que estar atentos, y reflexionar sobre todo aquello que Dios tiene para revelarnos en lo más profundo de nuestros corazones. Nuestro deber es digerir la divina palabra parar que esta pueda convertirse en parte nuestra, de tal manera que nos alimente y nos fortalezca. Entonces, al igual que Jesús, podremos transformar nuestras palabras en hechos y poner en práctica las enseñanzas que hemos recibido, con pleno discernimiento de las necesidades más inmediatas.

El deseo de Nuestro Salvador es que confiemos plenamente en la Divina Providencia. Quienes confían en Dios siempre cosecharan los frutos de su fe. Nuestro Salvador se encarga de cuidar de todos aquellos que demuestran que realmente tienen la voluntad para dejar en Sus manos el cansancio y la ansiedad que produce el empeño por avanzar en la santidad.

Puede que haya momentos en que nos preguntamos si esa voluntad para complacer a Dios por el resto de nuestras vidas nos va a durar para siempre.

Porque es cierto que en este mundo ¡no hay nada más débil, y más susceptible a los cambios que nosotros! Por eso debemos expresar a nuestro Señor nuestras buenas intenciones; Él se encargara de renovar nuestra voluntad cuantas veces sea necesario, para que así tengamos la determinación suficiente para vivir la Palabra de Dios en esta vida.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Segundo Domingo de Cuaresma (17 de Marzo de 2019)

En las lecturas de hoy, el Pacto de Abraham y la Transfiguración nos revelan lo mucho que Dios desea nuestro amor, para, y por medio de este, poder otorgarnos la gloria eterna. San Francisco de Sales añade: “Cuando Dios habló con Abraham y le prometió que tendría descendientes tan numerosos como las estrellas en el cielo, Abraham sólo poseía la Palabra de Dios que le daba la seguridad de que así sería. Dios también nos habla a nosotros por medio de inspiraciones, y estas nos revelan los misterios de la fe”.

Es a través de la fe que llegamos a conocer la Palabra de Dios. Poco a poco y con cuidado El va fortaleciendo, por medio del amor divino, aquellos corazones que acceden a Sus inspiraciones. Estas primeras percepciones del amor de Dios son vertidas en nosotros por el Espíritu Santo. Aun así, estos primeros movimientos del amor sólo representan el alba de la fe. Son como los capullos verdosos de la primavera. La fe comienza con el amor por las cosas de Dios. La fe nos demuestra que hemos inculcado en nosotros mismos una inclinación, natural y sagrada, a amar a Dios por sobre todas las cosas. No existe ningún otro amor que pueda satisfacer este deseo.

Aun cuando todos poseemos el poder para rechazar la inspiración divina, no podemos impedir que Dios nos inspire. Las inspiraciones son favores que Dios hace mucho antes de que nos percatemos de ellos. Dios nos despierta cuando estamos dormidos. Pero de nosotros depende si nos levantamos o no. Aun cuando Dios puede despertarnos sin nuestra ayuda, El no nos va a levantar sin nuestra cooperación. Debemos dar nuestro consentimiento al llamado de Dios, por que El siempre respetará nuestra libertad. Dios no tiene esclavos, sólo amigos. Es por ello que Nuestro Salvador jamás nos abandona. Somos nosotros quienes lo abandonamos a El.

Nuestra confesión de fe es el acto de escoger amar y servir a Dios como siervos fieles. Caminen sencilla y fielmente por el camino que Dios ha trazado para ustedes, y caminarán con confianza. Estén en paz, por que Nuestro Salvador, quien ha demostrado Su gloria, los ha tomado de la mano y los ha encaminado rumbo a la gloria eterna.

(Adaptado de los escritos de San Francisco de Sales)

Primer Domingo de Cuaresma (10 de Marzo de 2019)

El Evangelio para este Primer Domingo de Cuaresma nos recuerda que, cuando seamos tentados por nuestros deseos egoístas, debemos enfocarnos en la forma de amar de Dios, que fue ejemplificada por Jesús. He aquí algunos de los pensamientos de San Francisco de Sales sobre cómo amar primero a Dios, y después hacer lo que nosotros queremos.

Jesús fue tentado para así enseñarnos que durante el curso de nuestra vida siempre tendremos que escoger entre el bien y el mal. Aún cuando Jesús nos dice que la vida del Cristiano requiere un continuo rechazo a la maldad, y que siempre escojamos la bondad y la verdad de Dios, El también nos urge a que caminemos con confianza por el sendero del amor como los hijos más queridos de Dios. Cuando vivimos para hacer la voluntad de Dios nada puede hacernos daño por que la fe en Dios nos protege. El amor de Dios se convierte entonces en la fuente de todos nuestros deseos.

Aún así, incluso si deseamos cumplir con la voluntad de Dios, esto no significa que estamos exentos de que nuestro egoísmo infecte nuestro pensamiento. Muchas personas que confiaron en su propia fuerza para obrar las maravillas de Dios, fracasaron cuando se hallaron en la línea de fuego; mientras que aquellos que encontraron su fuerza en la ayuda de Dios lograron milagros. Puede que sintamos que no tenemos la fuerza suficiente para hacer frente a nuestros deseos egoístas. Pero no debemos temer a nuestra debilidad. Ya que deseamos pertenecer enteramente a Dios, debemos confiar en que Su fuerza nunca nos fallará cuando flaqueemos.

Aún cuando debemos adoptar una firme y reiterada resolución de no caer deliberadamente en la imperfección, no debemos sorprendernos si al final esto sucede. En esos momentos debemos confiarnos a la bondad de Dios, quién no por esto nos amará menos. Depositen gentilmente su corazón de vuelta en las manos de Nuestros Señor, pidiéndole al mismo tiempo que lo sane. Entonces encamínense de nuevo por el sendero de la moralidad, haciendo uso de las virtudes que contrarrestan sus deseos egoístas.

A medida que vayamos creciendo en la santidad, más perturbados nos sentiremos al reconocer nuestras faltas. Cuando nos damos cuenta de que no somos los santos que esperábamos ser, nos sentimos desanimados en la búsqueda de la verdadera virtud. Pero no se apresuren tanto. Empiecen por vivir su vida con rectitud, y cumplir con las tareas propias del estado en el que se encuentran. La perfección consiste en llevar a cabo pequeñas obras de acuerdo a nuestra vocación, con amor, por medio del amor y en nombre del amor. Confíen en Dios. El transformará todos sus deseos en algo sagrado, cuando El decida hacerlo.

(Adaptado del libro de J. Power & W. Wright, Francisco de Sales, Juana de Chantal; L. Fiorelli, ed. Sermones)

Decimotercer Domingo del Tiempo Ordinario (3 de marzo de 2019)

En medio de nuestras preocupaciones diarias, en el Evangelio de hoy Jesús nos reta a que hagamos nuestro mejor esfuerzo por producir un buen fruto. Jesús nos invita a que confiemos plenamente en Él durante los altibajos, las pérdidas y los logros de la vida diaria. Aunque no siempre podemos evitar producir un mal fruto, debemos enfocarnos en las veces en que logramos dar buenos frutos.

San Francisco de Sales nos ofrece su comprensión de los fundamentos de nuestra confianza ingenua en Dios:

El sol visible toca todas las cosas con su calor vivificante y, como un amante universal, les da el vigor que necesitan para crecer. De ese mismo modo, el amor de Dios alienta el corazón humano. Nadie puede esconderse del amor de Dios. Dios quiere amarnos y a su vez quiere nuestro amor.

Es el amor eterno y fiel de Dios lo que nos atrae a una vida llena de fe. Dios está en la entrada; no solo está tocando, sino que está llamando nuestra alma y despertándola: “Vengan, levántense, apresúrense”. Dios incluso clama públicamente: "¡Regresen a mí! ¡Vivan!” Nuestro Salvador divino nos demuestra fielmente que su misericordia supera su justicia y que su redención es abundante. Él desea que todos seamos sanados y que nadie perezca. “Los he amado con un amor eterno y los edificaré nuevamente”. Estas son las palabras de Dios. En ellas, Él nos promete que cuando nuestro Salvador vino al mundo él estableció un Nuevo Reino en su iglesia.

Aun así, el Espíritu Santo –una fuente de agua viviente que fluye a cada parte de nuestro corazón para propagar el amor de Dios– no desea entrar en nosotros a menos que sea con el consentimiento de nuestro corazón. Nunca seremos privados del amor de Dios, pero podemos privar al amor de Dios de nuestra cooperación. Dios nunca nos quita nuestros dones. Somos nosotros quienes apartamos nuestros corazones de Él. Por lo tanto, debemos estar atentos al progreso que logramos en el amor que le debemos a Dios. Porque el amor que Dios nos da nunca será insuficiente. Respondamos a este amor divino con el que el espíritu de Jesús quiere desbordar nuestros corazones. Entonces experimentaremos una vida nueva en el Espíritu que nos hace enfrentar las realidades de la vida sin preocupaciones excesivas o sin ansiedad abrumadora.

(Adaptado del Tratado Sobre el Amor de Dios de San Francisco de Sales)

Séptimo Domingo del Tiempo Ordinario (Febrero 24, 2019)

Las lecturas de hoy nos revelan que, dado que fuimos hechos a imagen de Dios, estamos llamados a ser compasivos y a perdonar como lo hizo Jesús.  San Francisco de Sales observa lo siguiente: 4“Nuestro señor vino a este mundo para que todos podamos vivir una vida más abundante y mejor. Cuando vemos los males excesivos que padecen nuestros seres queridos, esto despierta una gran compasión y amor en nosotros. Aun así, debemos ayudarles y expresarles nuestro amor a todos aquellos quienes más nos necesitan. A menudo, son ellos quienes nos ocasionan más dolor que bienestar”.

Consuelen a los enfermos y visiten a los pobres. Compadézcanse de sus enfermedades, permitiendo que estos actos conmuevan sus corazones. Es así que demostramos que nuestro amor procede del amor sagrado. Oren por ellos cuando los ayuden. Sin embargo, no descuiden sus responsabilidades con su hogar mientras cuidan de otros. Debemos pedirle a Dios que nos ayude a amar al prójimo, principalmente a aquellos a quienes no nos sentimos inclinados a amar. Ellos tendrán una vida más abundante según el ejemplo que ustedes les den.  

Dado que Dios quiere que amemos y valoremos a los demás, debemos ver el amor de Dios en nuestro prójimo. Aunque en un principio nos sintamos renuentes a hacerlo, no debemos darnos por vencidos en la práctica expresa de este amor por el prójimo. Pero no debemos sorprendernos si no somos amables y gentiles. Tengan paciencia con los defectos de los demás, pero sobre todo con los suyos propios. Tengan el valor para levantarse después de caerse. No hay mejor manera de crecer en el amor de Dios que comenzar de nuevo una y otra vez y nunca pensar que hemos hecho lo suficiente.

No se preocupen si su labor les da o no el fruto que esperaban obtener, porque no es el fruto lo que se les pedirá. Lo único que se les preguntará es si cultivaron con devoción esas tierras inhóspitas y áridas. No se les preguntará si han cosechado algo, siempre y cuando se hayan esmerado lo suficiente por sembrar las semillas. 

(Adaptado de los escritos de San Francisco de Sales)

Sexto Domingo en el Tiempo Ordinario (Febrero 17, 2019)

Las lecturas de hoy nos recuerdan todas esas cualidades vitales que reciben todos aquellos quienes siguen las enseñanzas de Dios, y confían en Su bondad. San Francisco de Sales igualmente anota que: “Entre mas grande sea nuestra confianza en Dios, más aumentará la vitalidad de nuestro espíritu. Si vamos a permitir que el amor de Dios opere en nosotros, debemos hacer campo en nuestro corazón para que el Espíritu Santo pueda inundarlo con el amor sagrado. Cuando permitimos que nuestras preocupaciones acarreen ansiedad y miedo, estamos limitando nuestra habilidad de actuar de la forma en que Dios desea que actuemos”.

¿Qué debemos hacer cuando sentimos el deseo de servir a Dios, pero nos falta la fuerza suficiente para poner ese deseo en práctica? Ofrezcámosle este deseo a Dios. El lo renovará cuantas veces sea necesario para así hacer posible que perseveremos en ese anhelo de cumplir con Su Voluntad. Si depositamos nuestra confianza plena en la bondad de Dios, eventualmente nos será otorgada la capacidad de llevar a cabo el deseo de pertenecer a El.

Con esto no estoy tratando de decir que ustedes siempre deben sentir esa determinación de pertenecer enteramente a Dios. Puede que haya muchas veces que nos sintamos renuentes a enfrentar ciertos eventos que se presentan en nuestras vidas, cosas que Dios no desea para notros pero aún así permite que sucedan. No se preocupen si se sienten así, ya que son muy pocas las personas que logran liberarse de estas emociones. Lo que si deben hacer es reconocer constantemente que ustedes pertenecen a Dios, incluso si no siempre sienten que así es. La meta de pertenecer únicamente a Dios es algo que debemos escoger deliberadamente, y mantenernos enfocados en ella. Si nos concentramos en ese objetivo nuestros sentimientos de reticencia se irán transformando gradualmente, a medida que permitimos que el amor de Dios inunde nuestro corazón.

Depositemos con frecuencia nuestra buena voluntad en manos de Dios,  y El renovará nuestra verdadera disposición tantas veces como sea necesario en el transcurso de esta vida mortal. Aquellos que se entregan en paz a la Providencia de Dios se están permitiendo a si mismos ponerse en marcha; como la persona que duerme en un barco que avanza sin detenerse por un mar de tranquilidad. ¡Benditos son aquellos que depositan su confianza en Dios, por que la confianza en Dios aviva el espíritu humano!

(Adaptado de los escritos de San Francisco de Sales).

Quinto Domingo en el Tiempo Ordinario (Febrero 10, 2019)

En las lecturas de hoy escuchamos a Isaías, a Pablo, y a Pedro en el momento en que se dan cuenta de que los pecados que cometieron en el pasado no les impidieron convertirse en verdaderos discípulos de Dios. San Francisco de Sales observa: “No hay duda de que cuando hemos sido desleales con Dios nos queda siempre un sentimiento de vergüenza. Esta vergüenza resulta ser muy buena cuando es utilizada de manera constructiva. La vergüenza sólo es útil si contribuye al establecimiento de una unión íntima entre nuestro corazón y Dios”.

Jamás debemos quedarnos sumidos en la vergüenza, o permitir que nuestro corazón se quede hundido en la tristeza o la inquietud. San Pablo nos enseña que debemos “desechar la naturaleza vieja y ponernos la nueva”.  Debemos revestirnos de Dios y elevar nuestros corazones por medio de una confianza sagrada en El. Los fundamentos de nuestra confianza se hallan en Dios, y no en nosotros mismos. Nuestro bienestar depende de nuestra capacidad total para dejar que sea el Espíritu de Dios quien nos guíe y nos dirija, y nos transforme a través del amor divino.

Aun cuando los santos eran conscientes de sus muchas imperfecciones, estas no les impidieron seguir adelante con la tarea de Dios. Dios dejó indelebles en muchos de sus queridos discípulos las cicatrices de sus inclinaciones malvadas, incluso después de que ellos se convirtieron, pero sólo por su bien. Por ejemplo Pedro, quien tropezó infinidad de veces después de recibir su llamado inicial y fracasó miserablemente en el momento en que negó a Dios.

No podemos pretender hacernos santos de un momento a otro. Poco a poco, paso a paso, debemos ir adquiriendo el dominio de nosotros mismos, algo que a los santos les tomó años poder lograr. Tengan paciencia. Dios nos lleva de la mano y así lleva a cabo muchas obras que requieren nuestra cooperación. Hay árboles que dan fruto cada año, mientras que otros lo dan cada tres años. Contentémonos con saber que Dios nos permitirá dar nuestros frutos tarde o temprano.

La bondad de Dios permite que El tenga toda la voluntad de llevarnos y guiarnos por este largo peregrinaje en la tierra. Aún así, El siempre deseará que nosotros demos pequeños pasos por cuenta propia; haciendo todo lo posible para poner de nuestra parte en la práctica de las virtudes y el cumplimiento de las buenas obras,  con la ayuda del amor de Dios.

(Adaptado de los escritos de San Francisco de Sales)

Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario (Febrero 3, 2019)

En las lecturas de hoy de la Primera Carta a los Corintios, San Pablo nos dice lo que significa amar. San Francisco de Sales basó la totalidad de su vida y sus enseñanzas en el concepto del amor:

Por amor vivimos, sentimos y nos movemos. Todos nuestros afectos siguen el rumbo de nuestro amor. El amor es la vida del corazón. Nuestras acciones son un reflejo de nuestro corazón. Aquellos que abren su corazón al amor de Dios, transmiten el amor de Dios cuando actúan. El amor divino todo lo puede y todo lo soporta, cuando permitimos que reine en nuestros corazones. Un corazón que está lleno del amor sagrado vive una vida limpia, saludable, nueva. Esta nueva vida es alegre y vigorizante. Es la unión de la perfección.

El amor de Dios siempre se halla presente en nosotros, pero desafortunadamente nosotros no lo vemos. Como no captamos la presencia del amor de Dios en nosotros, con facilidad lo olvidamos. Entonces nos comportamos como si Dios estuviera muy lejos de nosotros. El amor de Dios se halla presente de forma muy especial en sus corazones y en el centro mismo de su espíritu. Refúgiense de vez en cuando en la soledad de su corazón, aún si están en medio de una conversación o transacción. Hablen con Dios. Las demás personas no pueden perturbar este espacio de soledad mental, dado que ellas no tienen la capacidad de adentrarse en sus corazón; este permanece solamente en presencia de Dios.

Nuestra vida se asemeja al movimiento perpetuo y diverso de las olas del mar.  Hay días en que nos mantenemos a flote gracias a la esperanza, y hay veces en que nos hundimos en el temor. Aún cuando todo a nuestro alrededor cambie, nosotros debemos ser como la aguja de la brújula del marinero que siempre apunta a la Estrella del Norte. Nuestra voluntad siempre debe mirar, buscar y aspirar al amor de Dios. No existe nada que nos pueda remover del amor de Dios por que el compromiso que hemos hecho, de nunca renunciar al amor misericordioso de Dios, nos mantendrá firmes incluso cuando enfrentados a los cambios que esta vida nos imponga.  No pierdan el coraje, ni dejen que su espíritu se hunda en un mar de contradicciones. Dios jamás dejará de atender sus corazones, por que el amor de Dios es eterno.

(Adaptado de los escritos de San Francisco de Sales).

Tercer Domingo del Tiempo Ordinario (Enero 27, 2018)

En las lecturas para hoy, de la Carta a los Corintios, San Pablo dice que los miembros de la comunidad Cristiana tienen diferentes funciones y dones que contribuyen a la unidad de esta comunidad. San Francisco de Sales habla de los dones que nos unen aún en medio de nuestras diferencias:

Como miembros del cuerpo de la Iglesia estamos tan unidos que compartimos nuestro bienestar individual. Incluso los enfermos que aún a pesar de sus padecimientos son constantes, admirablemente, en la práctica de las virtudes, están contribuyendo al bienestar de la comunidad. Nuestro Salvador desea que el amor sagrado nos una. Como miembros vivientes de Jesucristo y de la Iglesia, los frutos de nuestra labor son distribuidos, y benefician a todos aquellos con quienes estamos ligados por medio del amor sagrado. Para hacer un vino se exprimen muchas uvas. Muchos granos de trigo son molidos y amasados para hacer una hogaza de pan. Compartir la Eucaristía juntos es un regalo y es la fuente de nuestra unión, por que la Eucaristía nos une como hijos de Dios.

Debemos valorar inmensamente los dones que hemos recibido de parte de Dios y hacer nuestro mejor esfuerzo por obtener el bienestar de todos. Puede que esto sea difícil a veces. Puede que muchas veces tengamos dudas en cuanto a si aceptamos las responsabilidades que nos han sido encomendadas. Aún así, y con sencillez en nuestro corazón, debemos decir “yo todo lo puedo en Dios quien me da fortaleza”. Nosotros hacemos lo que tenemos que hacer: sin preocuparnos por cuán grande es la tarea encomendada, el tiempo que requerirá, o las muchas demoras que se nos puedan presentar. Por que el Espíritu Santo, que habita en nosotros, hace que nuestras frágiles obras reflejen la grandeza del amor de Dios que nos une a todos.

(Adaptado de los escritos de San Francisco de Sales).

Segundo Domingo del Tiempo Ordinario (Enero 20, 2018)

El Evangelio de hoy habla de cómo Dios se hace presente en Jesús en el momento en que El transforma el agua en vino, y cómo esto es un símbolo de nuestra propia transformación en Cristo. San Francisco de Sales observa que:

Jesús vino a crear una nueva humanidad. El da inicio a su ministerio, el de transformar la persona humana, manifestando la bondad de Dios al hacer un milagro durante el banquete. Jesús realiza la transformación del agua durante la fiesta de las Bodas de Caná, cuando se percata de que los recién casados se han quedado sin vino. En otro banquete, celebrado antes de Su muerte, El instituye el sacramento de la Eucaristía para que nosotros podamos ser nutridos y podamos ser como El.

La bondad de Dios, en la Persona de Jesús, se manifiesta ante nosotros durante la transformación del agua en vino y la instauración de la Eucaristía. La presencia de Cristo en nuestras vidas transforma las tibias aguas de nuestro amor, en el vino del amor de Dios. El amor divino nos revigoriza y nos fortalece a lo largo del camino que nos conduce hacia la plenitud, que es Jesús viviente.

En el Evangelio de hoy María, convencida de que Jesús proveerá el vino para los recién casados, le comenta a Su hijo la necesidad que se ha presentado. Del mismo modo, nosotros debemos pedir a Dios con confianza que nos ayude con las necesidades espirituales y temporales que tengamos. En la Plegaria a Dios diariamente pedimos por la llegada del Reino de Dios, y por que se haga la Voluntad de Dios. Pero Jesús también nos dijo que debemos pedir a Dios por el pan de cada día.

Cuando estamos desanimados y nos sentimos desolados debemos plantear a Dios nuestra necesidad con pleno convencimiento de que El nos responderá de acuerdo a nuestras necesidades. Podemos decirle: “Presentarme ante Ti como soy es suficiente. Tu te harás cargo de mis miserias y mis necesidades como Tu lo desees”. Aún cuando Dios nunca nos dará más de lo que nuestro ego desea, tengan la seguridad de que El siempre nos proveerá todo lo necesario para nuestro bienestar. Siempre y cuando nosotros tengamos la disposición para aceptar Su presencia en nuestras vidas.

(Adaptado de los escritos de San Francisco de Sales, específicamente Los Sermones de San Francisco de Sales, L. Fiorelli, ed).

Bautismo del Señor (Enero 13, 2019)

Hoy celebramos el Bautismo de Jesús, ocasión que marca el principio de su ministerio. San Francisco de Sales observa que Dios también nos ha llamado a su servicio, aún cuando esto a veces implica un gran esfuerzo para nosotros:

Nuestro Salvador emplea medios insondables cuando nos llama a servirlo, pero siempre lo hace de forma amorosa y diferente. Cuando adoptamos una firme resolución de querer servir a Dios de la forma, y en el lugar donde El nos ha llamado a servir, estamos demostrando que nuestra vocación es verdadera.

Aún si somos firmes, y perseveramos en nuestro servicio a Dios, puede que lleguemos a cometer faltas. También puede que pongamos en duda nuestra resolución de utilizar los medios que han sido puestos a nuestro alcance para servir a Dios. Todos estamos a merced de nuestros sentimientos y de nuestras emociones, y por ende sujetos a altibajos. Pero no debemos preocuparnos si algunas veces sentimos que nos estamos distanciando, o si sentimos desgano en respuesta al llamado a servir a Dios. Es normal experimentar esos altibajos. El que no seamos excesivamente virtuosos no nos hace menos dignos para el servicio. Lo importante es que nos mantengamos firmes aún si sufrimos estos cambios en el estado de nuestro ánimo. Hay ciertas virtudes que sólo pueden ser puestas en práctica cuando atravesamos por dificultades. No es la terquedad de nuestros sentimientos, sino nuestra intención de perseverar voluntariamente en el servicio a Dios, lo que determina la firmeza de nuestro compromiso a amar como Dios desea que amemos.

Un buen músico de cuerda tiene por hábito revisar de vez en cuando las cuerdas de su instrumento por si necesitan ser ajustadas o aflojadas, y así contribuir a que la armonía sea impecable en el momento de la interpretación. Así mismo nosotros de vez en cuando debemos examinar y evaluar todos los afectos de nuestro corazón, para ver si están en sintonía con los deseos y los mandatos de Nuestro Salvador. Fortalezcamos nuestro fervor reafirmando con frecuencia nuestro compromiso a ser los hijos de Dios, quienes han sido llamados a amar divinamente. Vivamos con coraje y seamos fieles a ese sentimiento original y emotivo en nuestros corazones que nos llama a servir a Dios; es así como seremos felices.

(Adaptado de los escritos de San Francisco de Sales)

María. Madre de Dios (Enero 1, 2019)

María ha sido llamada Madre de Dios porque ella es “madre del divino redentor”. Ella concibió, dio a luz y crió al Hijo de Dios aquí en la tierra. Ella es la más grande entre todos los santos, superada sólo por Su Hijo.

María desempeña un papel único en la historia de nuestra salvación. El que ella hubiese aceptado, sin sombra alguna de duda, la Voluntad de Dios en el momento de la Anunciación, ha tenido un efecto favorable para la totalidad de la familia humana. Ella dio Vida a toda la familia humana. Dado que ella es la Madre del Hijo de Dios, Madre de la Iglesia, y nuestra Madre, quien nos entregó a su Hijo, es más que apropiado que la honremos de forma especial.

Hoy es un día apropiado para honrar a María, quien ocupa el primer lugar entre todos los santos, y quien ha dado a luz al Gran Pacificador para el beneficio de la familia humana.

Bendición

Señor, hijo de María, has de nosotros, como familia humana que somos, un instrumento de tu paz:

  • Que donde exista el odio, demostremos amor.
  • Que donde haya herida, demostremos perdón.
  • Que donde haya duda, demostremos fe.
  • Que donde haya oscuridad, haya luz.
  • Que donde haya tristeza, se de la dicha.
  • Permite que busquemos consolar, más que recibir consuelo,

· Que seamos comprensivos, más que buscar que se nos comprenda, que amemos, en vez de buscar ser amados.

  • Por que dando recibimos.
  • Perdonando es que somos perdonados,
  • Y es con la muerte que nacemos a la vida eterna.

Amén.