Vigesimosegundo Domingo en el Tiempo Ordinario (3 de Septiembre de 2017)

En el Evangelio de hoy Jesús nos reta a perder nuestra vida para poder encontrarla. San Francisco de Sales nos habla de perder nuestra vida para poder encontrarla en Cristo, por medio de un cambio de corazón.

Perder nuestra vida en este sentido significa deshacernos de todos nuestros amores malsanos y egoístas. Esto probablemente nos hará sufrir. Pero no debemos dejar que nuestras imperfecciones nos perturben, porque la santidad consiste en librarnos de ellas. ¿Cómo podemos dejarlas a un lado a menos que nos percatemos de ellas y las superemos? La victoria sobre nuestros defectos consiste en ser conscientes de ellos, y en no consentirlos.

Mientras estemos vivos seguiremos siendo susceptibles a la conmoción que produce la ira, y el afecto. Estas emociones del corazón no deben sorprendernos, ya que son inclinaciones naturales y espontaneas. No son estas las emociones que queremos arrancar de raíz. ¡La santidad no consiste en no sentir nada! Lo que si debemos desarraigar, son los actos que se desprenden como consecuencia de dichas emociones. Un ejemplo son esos rumores que voluntariamente alimentamos en nuestros corazones por varios días, y que lo único que logran es hacer que desperdiciemos nuestra energía.

En la medida en que nuestro adorado Jesús se encuentre presente en sus corazones, todo su ser se alejara de una cultura que con mucha frecuencia los ha engañado. Una vez hayan muerto en lo que respecta a su vida pasada, encontrarán una nueva vida en Cristo. Las estrellas no dejan de brillar en presencia del sol; lo que sucede es que la luz solar es tan brillante que las oculta. Del mismo modo, nosotros ya no estamos solos cuando vivimos en Jesús, ya que nuestra vida está oculta en Cristo con Dios.

La persona que se gane nuestros corazones, nos ha ganado completamente. Aun cuando nuestro corazón es la fuente de nuestras acciones, este necesita nuestras instrucciones para saber cómo proceder. Si ustedes viven a Jesús en sus corazones, no pasara mucho tiempo antes de que comiencen a exteriorizar esta vivencia en todo lo que hacen. Dediquen y consagren su corazón, su alma y su voluntad a Dios, como si los tuvieran en sus manos. Poco a poco, a medida que vayamos cambiando la orientación de nuestro corazón, encontraremos nuestra verdadera existencia en Jesús viviente. Nosotros aprendemos a amar lo que Dios ama. Cuando eso suceda, tal y como hiciera Maria, podremos decir, “¡Todo mi ser proclama la grandeza del Señor!”

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Vigesimoprimer Domingo en el Tiempo Ordinario (27 de Agosto de 2017)

En el Evangelio de hoy escuchamos a Pedro que, con pleno convencimiento, identifica a Jesús como “Cristo, el Hijo del Dios viviente”. San Francisco de Sales tiene mucho para decirnos sobre San Pedro:

Dios no siempre escoge a los mas santos para gobernar y server en Su Iglesia. Nuestro Señor escogió a Pedro como el Líder de los Apóstoles, aún a pesar de sus muchas imperfecciones. Pedro poseía un gran fervor, pero tendía a ser impulsivo. Aunque indudablemente siguió a nuestro Salvador con todo su corazón, tuvo más de un tropiezo después de su llamado inicial. Presumía diciendo que él jamás abandonaría a Nuestro Señor. Sin embargo, para su sorpresa se descubrió a si mismo maldiciéndolo y negando haberlo conocido. ¡Ese acto desgarró el corazón de Nuestro Señor!

Aún así, Nuestro Señor no rechazó a San Pedro porque estaba seguro que él poseía una determinación férrea y constante de corregirse a sí mismo. Pedro debió confiar más en el poder del Señor, en lugar de depender en el fervor que sentía. La disposición natural de Pedro de satisfacer sus sentimientos y deseos, en parte explica el porqué de sus de sus fallas. Si durante nuestro proceso de conversión actual experimentemos ciertas fallas, esto no quiere decir que vamos a abandonar la búsqueda de la santidad. Tal y como lo hizo Pedro, debemos armarnos de una determinación firme e inquebrantable, y tomar las medidas que sean necesarias para corregir nuestro comportamiento. Solo entonces nosotros también recibiremos favores y bendiciones especiales en la tierra y en el cielo.

¡Qué gran razón para depositar toda nuestra esperanza y confianza en Nuestro Señor! Porque aún si vivimos nuestra vida en medio de crímenes e injusticias horribles, podremos encontrar perdón si regresamos a la Fuente de nuestra Redención, a Cristo. No debemos escuchar esa voz que nos dice que nuestras faltas son imperdonables. Debemos decir con valentía que nuestro Dios murió por todos nosotros. No importa cuán impía sea una persona, él o ella encontrará la redención en nuestro Salvador. Reflexionemos acerca de la paciencia con la que nuestro divino Salvador espera por aquellos que lo han rechazado. Entonces, tal y como lo hiciera Pedro, podemos decir, “Tú eres el Cristo, Hijo del Dios viviente” nuestro Redentor.

(Adaptación de los escritos de San Francis de Sales)

Vigésimo Domingo en el Tiempo Ordinario (Agosto 20 de 2017)

En el Evangelio de hoy experimentamos la profunda fe de la mujer de Canaán en Jesús. San Francisco de Sales elabora un poco más acerca de su respuesta llena de confianza, perseverancia, y fe en Jesús.

Si Dios no nos da un indicio de que ha escuchado nuestras oraciones, o si no responde a ellas inmediatamente, perdemos nuestro coraje. Nosotros no sabemos perseverar en la oración; la abandonamos completamente, ahí y entonces. Ese no fue el caso de la mujer de Canaán. En un principio Nuestro Seño no presto atención a su oración. Su falta de respuesta casi parecía una injusticia hacia ella. No obstante, la mujer persevero en su llamado a Jesús, incluso después que los apóstoles le pidieron que le dijera que se marchara.

Ella demostró una gran seguridad al momento de hacer su petición, enfrentándose a unas borrascas y tempestades que normalmente hubieran debilitado la convicción de cualquier persona. Nosotros, al igual que la mujer de Canaán, debemos confiar firmemente en el poder y la voluntad de Nuestro Salvador, particularmente cuando experimentamos amargura. ¿Acaso creen que Dios, que ha le ha dado un hogar a la tortuga y al caracol, no los va cuidar, y a demostrar misericordia con ustedes, que son Sus hijos? Este tipo de confianza siempre va de la mano con la fe atenta.

La fe atenta fue lo que la mujer de Canaán nos demostró. Ella estaba entre quienes escuchaban a Jesús, y lo observaba detenidamente. Su fe fue grande. No sólo porque ella presto suma atención a lo que había escuchado decir acerca de ÉL, sino porque también decidió creer lo que los demás le dijeron. Nosotros nos encargamos de hacer de nuestra fe en Dios algo más vívido, cuando reflexionamos con detenimiento acerca de los misterios de nuestro Salvador. Estas reflexiones generan en nuestro corazón un deseo por las innumerables virtudes de Jesús.

La perseverancia es una virtud que fluye de una fe que permanece atenta a los misterios que las Escrituras y la Tradición nos enseñan. Nuestra felicidad está basada en la perseverancia. Si en algún momento tenemos la impresión que Nuestro Señor no nos está escuchando, es solo porque EL desea obligarnos a gritar con más fuerza, y acercarnos más a Dios quien nos da el poder para perseverar. ¡Armémonos de coraje! Y al igual que la mujer de Canaán, caminemos fielmente y con seguridad por la senda de Nuestro Salvador. Solo así seremos eternamente felices.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales,
Particularmente Los Sermones , ediciones L. Fiorelli).

Asunción de la Sagrada Virgen Maria (15 de Agosto de 2017)

Hoy celebramos la Asunción de Maria. Al respecto, San Francisco de Sales observa lo siguiente:

La tradición sagrada nos enseña que Maria murió y entró al cielo en estado de gloria. Maria ascendió en honor a su Hijo, y también para despertar la santidad en nosotros. Todas sus acciones tenían como objetivo glorificar a su Hijo. Maria también desea que cada una de nuestras acciones sirva para dar gloria a Dios.

Después de la muerte de su Hijo, la Madre de Jesús se convirtió en testigo fehaciente de la verdad acerca de Su naturaleza humana. Se convirtió también en una luz para los fieles que quedaron profundamente afligidos. Con qué devoción ha de haber amado ella su cuerpo sagrado, sabiendo que éste era la fuente viviente del cuerpo del Salvador. Aún así, para poder servir bien a Dios, ella debía dar un respiro a su cuerpo cansado para así poder recuperar sus fuerzas. Que no les quepa la menor duda, que cuidar de nuestros cuerpos es uno de los actos de caridad más excelentes que podemos llevar a cabo. Como dijera el gran San Agustin, el amor sagrado de Dios en nosotros se traduce en la obligación de amar nuestro cuerpo apropiadamente, dado que éste es necesario para llevar a cabo las buenas obras, hace parte de nuestra persona, y compartirá con nosotros la felicidad eterna.

Verdaderamente, el cristiano debe amar su cuerpo ya que éste representa la imagen viviente del Salvador encarnado. Nosotros somos descendientes del mismo linaje, y por lo tanto nuestro origen y nuestra sangre le pertenecen a EL. Al igual que Maria, debemos ser conscientes de nuestra excelencia humana para poder dar gloria a Dios haciendo uso de los dones que El nos ha dado. Durante la resurrección general nuestros cuerpos mortales se harán inmortales, y serán hechos de nuevo a imagen y semejanza de Nuestro Señor.

Maria nos pide que permitamos a su Hijo reinar en nuestros corazones. Examinemos los afectos de nuestro corazón para ver si están en sintonía, para que al igual que Maria podamos cantar las grandes proezas que Dios está haciendo en nosotros. En medio de todos los peligros, en medio de las tempestades, “Vuelvan sus ojos hacia la estrella del mar e invóquenla”. Con su ayuda sus barcos llegarán al puerto sin sufrir desastres ni naufragar.

(Adaptación de los Sermones de San Francisco de Sales, L.Fiorelli, Ediciones)

Decimonoveno Domingo en el Tiempo Ordinario (Agosto 13 de 2017)

En el Evangelio de hoy Jesús nos reta a que tomemos el riesgo de seguirlo, y de profundizar cada vez en nuestra fe mientras que la tormenta de la vida nos zarandea de un lado a otro. San Francisco de Sales nos dice algo similar:

Cuando, llenos de temor, nos enfrentamos a tempestades y terremotos, llevamos a cabo actos de fe y de esperanza. Aún así, existe otro tipo de temor que nos hace verlo todo difícil y complicado. Gastamos más tiempo pensando en las dificultades a futuro, que en las cosas que debemos hacer en el presente. Levántense y no se dejen asustar por las labores del día. La noche es para descansar y el día para trabajar, eso es lo natural.

Hay tres cosas muy simples que podemos hacer, para poder tener paz. Debemos tener una intención muy pura de procurar, en todas las cosas, el honor y la gloria de Dios. Seguidamente, debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance, por más pequeño que sea, para lograr este fin. Finalmente, debemos dejar todo lo demás en manos de Dios. En mi vida he visto muy pocas personas que logran progresar sin ser puestos a prueba, por lo tanto ustedes deben ser pacientes. Después de la tempestad, Dios enviará la calma. Los niños sienten temor cuando están lejos de los brazos de su madre. Pero sienten que nada puede hacerles daño si están tomados de su mano. Tomen la mano de Dios y EL los protegerá de todo, ya que estarán blindados con la verdad y la fe.

Si les hace falta coraje, hagan lo mismo que Pedro y griten “¡Sálvame Señor!” Después continúen tranquilamente con su viaje. En muchas ocasiones llegamos a creer que hemos perdido la paz porque nos sentimos afligidos. Pero debemos recordar que no perderemos la paz siempre y cuando continuemos dependiendo totalmente de la voluntad de Dios, y desde que no abandonemos nuestras responsabilidades. Debemos tener coraje para cumplir con nuestras tareas; si lo hacemos nos daremos cuenta de que con la ayuda de Dios iremos mas allá de los confines del mundo, mucho más allá de sus límites. Confíen en Dios y todas las cosas les resultarán fáciles; aunque puede que al principio esto les asuste un poco.

Las Escrituras se refieren a Nuestro Señor como El Príncipe de la Paz. Cuando EL es el amo absoluto, EL se encarga de mantener todo en paz. Mantenernos en calma en medio de los conflictos, asumir con serenidad las pruebas que se nos presentan: todo esto es señal de que verdaderamente estamos imitando al “Príncipe de la Paz”.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales,
particularmente Los Sermones , L. Fiorelli ediciones).

Celebración de la Transfiguración del Señor (6 de agosto de 2017)

San Francisco de Sales nos reta a que seamos transfigurados en Cristo por medio de nuestras actividades diarias:

Durante la Transfiguración, Jesús nos permitió ver una chispa de la gloria eterna. Aunque el Profeta dijo, “nunca te olvidaré… te llevo tallado en la palma de mi mano”, Jesús fue más allá y dijo, “nunca te olvidaré, porque llevo tu nombre grabado en mi corazón”. En la Transfiguración Jesús nos muestra Su corazón llameante y lleno de amor por nosotros.

Al igual que los Apóstoles que deseaban permanecer en Su presencia, nosotros debemos hacer lo mismo. Por lo tanto, poco a poco debemos dejar atrás nuestros afectos por las cosas mundanas y aspirar a la felicidad que Nuestro Señor preparó para nosotros. ¿Qué mejor oportunidad para dar testimonio de nuestra fidelidad a Dios que justo cuando las cosas están saliendo mal?

Existe una tentación real de sentirnos insatisfechos y deprimidos a causa del mundo cuando tenemos necesidad de estar en él. Sin embargo, siempre encontraremos dificultades en el “ajetreo” del mundo. Creer que podemos ser santos sin sufrir es una ilusión. Donde hay más dificultad, hay más virtud. Sin embargo, si tropezamos, debemos regresar a la senda de la virtud con confianza y fe en la misericordia de Dios.

Debemos ser como la abeja. Mientras elaboramos con cuidado la miel de la santidad, al mismo tiempo producimos la cera de las cuestiones mundanas. Si a Nuestro Señor le parece dulce la miel, la cera también le honrará, ya que ésta se utiliza para hacer las velas que proporcionan luz a todos aquellos a nuestro alrededor. Enfoquémonos en ser transfigurados siempre en Cristo. ¡Imaginen todo lo que haremos y en lo que nos convertiremos cuando experimentemos el amoroso corazón de nuestro Señor enardecido con Su amor por nosotros!

(Adaptado de los escritos de San Francisco de Sales)

Decimoséptimo Domingo en el Tiempo Ordinario (Julio 30 de 2017)

El Evangelio de hoy nos dice que debemos buscar el Reino de los cielos sin importar el costo, ya que éste todo lo vale. San Francisco de Sales nos ofrece consejos prácticos sobre cómo continuar avanzando en nuestra búsqueda del Reino:

Lo que debemos que hacer no es más de lo que ya estamos haciendo: debemos adorar la providencia de Dios, arrojarnos a los brazos de Dios, y entregarnos a Su cuidado. ¡Benditos aquellos que han escogido entregarse en las manos de Dios! Para poder renovar y cumplir con esta decisión, tan solo tenemos que proclamar que amamos a Dios exclusivamente, y que amamos todo lo demás por amor a EL. Ser constantes en este empeño nos ayuda bastante ya que infunde amor en todas nuestras obras; es particularmente útil para todas las acciones que llevamos a cabo en el cumplimiento de nuestras labores diarias. El cumplimiento de las tareas requeridas, en base a la vocación de cada persona, ayuda a incrementar el amor divino y recubre de oro una obra de santidad.

Debemos ser como aquella valiente mujer de la que habla el Antiguo Testamento. “Ella alarga su mano a las cosas fuertes, generosas y enaltecidas, y aún así no esquiva el aplicar su mano al huso, y sus manos a la rueca”. Extiendan sus manos a las cosas fuertes, adquieran experiencia por medio de la oración y de la meditación, recibiendo los sacramentos, guiando a las almas para que amen a Dios, e infundiendo inspiraciones positivas en sus corazones. Hagan labores importantes de acuerdo con su vocación; pero jamás olviden su huso ni su rueca. Esto quiere decir que deben poner en práctica las pequeñas virtudes como la sencillez, la paciencia, la humildad, y la generosidad, las cuales crecen como flores cada vez que llevan a cabo pequeñas obras con un gran amor.

El ruiseñor no siente menos amor por su canción cuando hace una pausa, que cuando canta. Del mismo modo, el corazón que es devoto no siente menos amor cuando se concentra en el cumplimiento de las labores externas, que cuando está orando. En dichos corazones el silencio y el habla, el trabajo y el descanso, cantan con un amor rebosante de dicha. Su oración diaria de vida se propaga a todas sus acciones. Ellos buscan el Reino de Dios a cualquier costo, y éste les es revelado.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales,
particularmente su Tratado Sobre el Amor de Dios).

Decimosexto Domingo en el Tiempo Ordinario (Julio 23 de 2017)

Las lecturas de hoy nos recuerdan la manera en que la justicia y la misericordia de Dios obran conjuntamente para cuidar de la familia humana. St. Francis de Sales notes:

Dios es la Bondad misma. Esta infinita bondad de Dios tiene dos manos: una mano representa la misericordia, la otra es la justicia. La Justicia y la misericordia sólo pueden prosperar donde hay bondad. Dios hace uso de la misericordia para lograr que nosotros acojamos todo aquello que es bueno. La justicia se encarga de arrancar de raíz cualquier cosa que nos impida experimentar los efectos de la bondad de Dios. Nos impulsa a rechazar el mal.

Quienes tienen un verdadero deseo de servir a nuestro Señor, y de escapar del mal, no deben atormentarse con pensamientos sobre la muerte o sobre el juicio divino. El temor sagrado que sienten aquellos que aman a Dios, representa para EL una reverencia filial. Ellos temen disgustar a Dios, simplemente porque EL es su bondadoso y amoroso padre. El buen hijo no obedece a su padre porque él tiene el poder para castigarlo o desheredarlo, simplemente lo obedece porque es un padre amoroso y preocupado. El temor sagrado fortalece nuestro espíritu humano; confía plenamente en la bondad de Dios. La misericordia de Dios, al vernos vestidos de “carne, como un viento” que viene y va, jamás permitirá que nos lancemos a la ruina total. La clemencia infinita de Nuestro Salvador siempre se inclina a favor nuestro.

Cuando los pecadores más se empecinan en pecar, cuando viven como si no existiera un Dios, es entonces que nuestro Salvador les permite hallar Su corazón lleno de lástima, de piedad y generosidad para con ellos. A pesar de que David ofendió a Dios, siempre recibió aliento del corazón indulgente y la clemencia divina. Reflexionemos sobre cómo la bondad de Dios, desde la eternidad, nos ha valorado, y nos ha proveído de todos los medios necesarios para avanzar por la senda del amor sagrado. Ahora Dios nos otorga la oportunidad de hacer el bien, y de seguir adelante con las pruebas que actualmente debemos enfrentar. La grandeza que encierra la misericordia de Dios continúa brillando en las obras impresionantes e inspiradoras de Jesús. ¡Qué gran razón para depositar toda nuestra esperanza, y nuestra plena confianza en la clemencia de Dios!

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Decimoquinto Domingo en el Tiempo Ordinario (Julio 16 de 2017)

En las lecturas del Evangelio de hoy Jesús nos dice que si logramos entender Su palabra con el corazón, ésta dará fruto en abundancia. San Francisco de Sales nos ofrece la siguiente reflexión al respecto:

La palabra de Dios es tan poderosa y eficaz que puede conceder vida a los necesitados. ¡Qué buena señal es el hecho de que un Cristiano se complazca escuchando la palabra de Dios, y perteneciendo completamente a EL! Quienes logran abandonarlo todo para entregarse a Dios, sin ningún tipo de reserva, son como el girasol que, no contento con volver sus flores, sus hojas, y su tallo en dirección al sol, también, y como resultado de una incomprensible maravilla, logra re-direccionar su raíz bajo la tierra. Amar a Dios completamente significa que Lo amamos como autoridad, y que amamos todo lo que EL comanda.

Jesús, quien murió por amor a nosotros, desea que escuchemos Su palabra hasta hacerla nuestra. Después de prestar atención a la Palabra de Dios, debemos abrir nuestro corazón y ser receptivos para que podamos entender lo que hemos oído. Comprender la palabra de Dios nos ayuda a mantenerla. Nuestras acciones deben ser congruentes con nuestras palabras. Esto quiere decir que en el momento en que expresamos nuestra resolución de hacer algo, debemos llevarlo a cabo inmediatamente. Imploremos a la Divina misericordia para que nos fortalezca, y así poder hacer efectivo todo aquello que nuestro corazón desea y aprueba.

Nuestro Señor nos deja muy en claro que Su palabra se hará realidad en nosotros desde el momento en que nos decidamos a aceptar Su voluntad como nuestra. Esto no quiere decir que nos vamos a sentir “bien”, o como unos “santos”, al cumplir con la voluntad de Dios. Lo que importa es que reverenciamos Su palabra, y que mantenemos nuestra intención de obtener provecho de ella. La Divina Bondad se mostrará satisfecha con esto. Dios se complace con poco; EL se enfoca en las intenciones de nuestro corazón, no en nuestros sentimientos. Sin embargo, quienes escuchan la palabra de Dios con especial atención y deseo, nos hablan de las victorias que han logrado sobre sí mismos y sobre sus debilidades. La totalidad de nuestra bondad, consiste en aceptar la verdad que encierra la palabra de Nuestro Salvador. Nuestro objetivo debe ser perseverar en nuestra capacidad para vivir esa verdad, para que así logremos llevar una vida en abundancia.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Decimocuarto Domingo en el Tiempo Ordinario (Julio 9 de 2017)

El Evangelio de hoy nos habla sobre la necesidad de que nuestros corazones sean gentiles y humildes. San Francisco de Sales observa lo siguiente:

Asegúrense de que la gentileza y la humildad sean valores que se hallan en sus corazones. Poco a poco deben lograr que sus ágiles mentes aprendan a ser pacientes, gentiles, humildes, y afables ante las mezquindades, la inmadurez, y las imperfecciones de los demás. La humildad y la gentileza son genuinas y buenas, cuando logran protegernos de la inflamación e hinchazón que usualmente nos producen las heridas en nuestros corazones.

Una de las mejores formas de poner en práctica el valor de la gentileza, es cuando la cultivamos dentro de nosotros mismos. La razón nos exige que nos sintamos disgustados y arrepentidos cada vez que cometemos una falta. Aún así, cuando esto ocurre, no debemos dejarnos llevar por un disgusto emocional que nos haga sentir amargura, pesimismo, o rencor en contra de nosotros mismos. La mejor manera de corregir nuestros errores es a través del arrepentimiento tranquilo y firme, en lugar de optar por la severidad. Los ataques de ira en contra de nosotros mismos tienen su origen en nuestro amor propio, el cual se muestra trastornado y disgustado al verse obligado a reconocer su imperfección. Si yo verdaderamente hubiese cometido una falta, corregiría a mi corazón de una manera razonable y compasiva, y le diría: “¡Ay mi pobre corazón, henos aquí, hemos caído al hoyo que con tanta determinación resolvimos evitar! Bueno, debemos levantarnos de nuevo y dejarlo atrás para siempre. Encaminémonos una vez más por la senda con plena confianza en Dios. EL nos ayudará, y la próxima vez lo haremos mejor”.

Cuando ustedes sientan paz interior lleven a cabo todos los actos de gentileza que puedan, sin importar cuán pequeños sean, y hagan todo lo posible por desarrollar un espíritu de compasión. Si reprendemos, corregimos, y advertimos, dando prevalencia a la razón, y con serenidad, todos la amarán y aprobarán sin importar cuán firme sea. Si sentimos que la ira se ha despertado en nosotros debemos implorar la ayuda de Dios, tal y como lo hicieron los apóstoles cuando el viento y la tormenta los lanzaron de un lado a otro. Esta vida es sólo una travesía, cuyo destino final es la feliz existencia que aún está por venir. Debemos marchar como compañeros, unidos por la gentileza, la paz, y el amor.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales, en particular Francisco de Sales, Juana de Chantal, de J. Power & W. Wright, Paulist Pres).

Decimotercer Domingo del Tiempo Ordinario (2 de julio de 2017)

En el Evangelio de hoy, Jesús nos dice cómo debemos amarlo si vamos a ser Sus discípulos. San Francisco de Sales observa lo siguiente:

La voluntad de Dios era que Adán amara a Eva con ternura, pero no a tal grado que el complacerla transgrediera la orden que Dios le dio. El amor de nuestra familia, amigos y benefactores es lo que desea Dios. Aun así, podemos llegar a amarlos en exceso. Este también puede ser el caso con nuestra vocación, no importa cuán espiritual, e incluso con nuestras devociones cuando las amamos como si fueran nuestra finalidad. Debemos recordar que estos solo son medios para alcanzar nuestro propósito definitivo: el amor de Dios.

¿Por qué surge nuestro amor excesivo por las personas y las cosas? Porque esas cosas que debiéramos amar conforme a la voluntad de Dios, las amamos por otras causas y motivos. Puede que esos motivos no sean contrarios a Dios pero están al margen de Él. Es decir, se centran más en nuestros deseos que en aquello que Dios desea para nosotros.

Aun así, hay almas que aman solo aquello que Dios desea y de la manera en que Dios lo desea para ellos. Bienaventuradas son realmente dichas almas porque aman verdaderamente a Dios, a sus amigos en Dios, e incluso aman a sus enemigos por Dios. Es a Dios a quien ellos aman por sobre todas las cosas, e incluso en todas las cosas. Estas almas son excepcionales y singulares. Son como pescadores de perlas que no dicen que están pescando ostras sino perlas. Estas grandes almas encuentran la perla que es la amorosa presencia de Dios en todas las personas y todas las cosas, y esa es la razón de su dicha.

En el Evangelio de hoy, Jesús nos urge a amar del modo que Dios quiere que amemos. Para desear lo que Dios desea para nosotros, debemos despojarnos de todo aquello en nuestros deseos y afectos que no procede de Dios. Entonces seremos libres de amar a todas las personas y cosas en Cristo y para Cristo. Es la presencia del amor divino de Cristo en nosotros lo que nos permite convertirnos en sus discípulos.

(Adaptado del Tratado Sobre el Amor de Dios de San Francisco de Sales)

Décimo Segundo Domingo del Tiempo Ordinario (Junio 25, 2017)

En el Evangelio de hoy, Jesús nos dice que debemos temer a aquellos que intenten destruir nuestras almas, y confiar en Dios, quien se preocupa por nosotros. San Francisco de Sales observa lo siguiente:

Todos queremos aceptar el bien y huir de todo aquello que es malvado. Cuando experimentamos un mal, nos entristecemos y queremos liberarnos de esa tristeza. Tiene sentido que busquemos deshacernos de ese sentimiento. El miedo y la ansiedad provienen de un deseo desmesurado de escapar de la dificultad que enfrentamos o de alcanzar la meta que esperábamos.

Siempre que sientan una necesidad apremiante de hacer un bien o de escapar de cierta intranquilidad, deben asegurarse de que su mente está tranquila y en paz. Cuando se den cuenta de que están ansiosos, preséntense ante Dios. Decídanse a no ceder ante sus deseos hasta que la paz haya retornado a sus mentes. Asegúrense de hacer juicios sólo cuando se hayan serenado y con base en los verdaderos valores incluidos en las enseñanzas de Jesús. Entonces intenten, sin apuros, sin molestias o ansiedad, lograr lo que desean. Actúen, pero no conforme a lo que desean sino con base en la razón.

Cuando intentemos escapar de nuestros problemas, debemos hacerlo con paciencia, gentileza y calma. Debemos recurrir a Dios para que nos ayude, en lugar de depender sólo de nuestros propios esfuerzos. Si recurrimos solamente a nosotros mismos, lo único que lograremos es desgastarnos. Caminen humildemente por la senda que nos indica nuestro Señor y no se preocupen. Canten canciones de alabanza y agradecimiento. Participen en una variedad de actividades saludables. También tengan en cuenta que el contarle a su confesor o a otra persona de confianza las causas de su ansiedad los empoderará para que puedan hallar sosiego. Si nos mantenemos orientados al amor de Dios, ni los problemas ni el miedo a problemas futuros nos separarán de él. Nuestro amor se fundamenta en Jesucristo, quien cuida de nosotros y nunca nos traiciona. Verdaderamente, es enorme la confianza que nuestro Salvador desea que tengamos en Sus cuidados. Todos los que creen en esa confianza cosechan grandes frutos.

(Adaptado de los escritos de San Francisco de Sales, en particular la Introducción a la Vida Devota)

Cuerpo y Sangre de Cristo (Junio 18, 2017)

Hoy celebramos la verdadera presencia de Cristo en la Eucaristía. He aquí algunas de las reflexiones que San Francisco de Sales hace en relación a este Sacramento.

Después de la resurrección Jesús entró en la habitación donde se habían reunido los apóstoles; aún cuando las puertas estaban cerradas con llave. El quería asegurarles que seguía con vida y que permanecía entre ellos. De este mismo modo Jesús nos entrega Su cuerpo y Su sangre, transformados en pan y vino, para convencernos de que Su presencia entre nosotros es real.

El punto máximo del amor de Dios por nosotros, un amor que se basa en la autoentrega, es manifestado en la Eucaristía. Cristo instituyo el sacramento de la Eucaristía para que la totalidad de la familia humana pudiese estar íntimamente ligada a El. Una vez unidos en Cristo, este sacramento también nos llama, y nos ayuda, a unirnos a los demás por medio de una clase conexión espiritual que Nuestro Salvador desea que exista entre nosotros. Esta unión agrupa a muchos y muy diferentes miembros, y los moldea en un sólo cuerpo. Es por esto que este sacramento es conocido también como la Comunión, ya que representa para nosotros la unión común del amor sagrado que ha de existir entre nosotros.

En la Eucaristía, el banquete perpetuo de la gracia divina, nos ha sido otorgada una promesa de felicidad infinita. Cuando recibimos la Eucaristía con frecuencia y con devoción, estamos fortaleciendo nuestra salud espiritual para así poder evitar el mal de manera efectiva. Esto fortifica nuestro corazón y nos hace como dioses en este mundo. Las frutas más delicadas, como las fresas, están sujetas a la descomposición. Pero pueden ser conservadas fácilmente por un año si se les coloca entre miel o azúcar. Así mismo ocurre -aunque de forma más grandiosa- cuando recibimos la Eucaristía, ya esta conserva nuestros débiles corazones y los protege del mal.

Tanto quienes se consideran perfectos, como aquellos que se consideran imperfectos, han de recibir la Eucaristía frecuentemente. Los perfectos por que poseen la predisposición para hacerlo. Los imperfectos para que puedan alcanzar la perfección. Nuestro Señor nos ama a todos con el mismo amor, El nos acoge en sus brazos a través de este Sacramento. Debemos afianzar estos gentiles y vigorizantes lazos del amor divino por medio de la Eucaristía.

(Adaptado de los escritos de San Francisco de Sales.)

La Santísima Trinidad (Junio 11, 2017)

Hoy es el domingo de la Trinidad. San Francisco de Sales hace énfasis en que debemos buscar una unión en el amor con los demás, de una manera que refleje el amor que existe entre las tres Personas divinas.

Los actos de bondad de Dios para con la familia humana son actos de las tres Personas. Su bondad se desborda sobre la salud espiritual de toda la familia humana por que hemos sido hechos a imagen y semejanza de Dios. El Padre proveyó todos los medios necesarios para que nosotros glorifiquemos la bondad divina de Dios. El Hijo, quien vino a este mundo, elevo nuestra naturaleza más allá que la de los angeles. Al hacerse humano, Nuestro Señor se hizo a nuestra semejanza y nos hizo a Su semejanza para que pudiéramos disfrutar el tesoro que es la vida eterna. El Espíritu, que vino a avivar a los Apóstoles que formaron la iglesia, continúa otorgándonos vida por medio del amor divino.

Nadie puede llegar a imaginar o a entender la unión que existe entre las tres Personas de la Trinidad. Es por ello que Jesús nos ha llamado, no a que nos unamos de forma idéntica a la de la Trinidad, sino a que nos unamos en el amor sagrado de forma tan pura y perfecta como nos sea posible. Por que a través de Cristo participamos del amor divino de la Trinidad, el cual nos hace hijos de Dios.

Los hijos del mundo todos están separados los unos de los otros ya que sus corazones se hallan en lugares distintos. Por otra parte los hijos de Dios, que tienen sus corazones “en el lugar donde se halla su tesoro”, sólo tienen un tesoro que es el mismo Dios. Siempre permanecen juntos y unidos por el amor de Dios. Nuestro Salvador nos ha restaurado en igualdad de condiciones y sin excepción alguna nos ha hecho a Su semejanza. Por lo tanto, no deberíamos sentir un amor calido y genuino por esa misma semejanza en los demás? No hemos sido llamados a amar nada que sea malvado en los demás, sólo la imagen y la semejanza de Dios. Apreciemos entonces el hecho de ser hijos de Dios que buscan unirse de forma similar a la de las tres Personas de la Trinidad, cuyo amor divino y desbordante alimenta y transforma a toda la familia humana.

(Adaptado de los escritos de San Francisco de Sales)

Domingo de Pentecostés (Junio 4, 2017)

El gran amor y los cuidados de Dios nuevamente se manifiestan en la Fiesta del Pentecostés. El hecho de que el Espíritu Santo viva en nosotros es un factor esencial para la espiritualidad de San Francisco de Sales.

El amor es lo que da vida al corazón. El Espíritu Santo, que nos ha sido otorgado, vierte el amor divino sobre nuestros corazones. El Espíritu es como una fuente de agua viviente que fluye en cada parte de nuestros corazones y va extendiendo su gracia. La gracia posee el poder de atraer nuestros corazones. A través del Espíritu Santo, Dios despierta y aviva nuestros corazones para que se percaten de su bondad. Muchas veces necesitamos que se nos despierte y se nos lleve de la mano para que hagamos uso apropiado de nuestra fuerza y talentos.

Si queremos sentir la presencia del Espíritu Santo en nosotros debemos deshacernos de nuestros caprichos y acomodar nuestra voluntad a la voluntad de Dios. Debemos ser como la arcilla en manos del alfarero, para que Dios pueda moldearnos y llevarnos por el sendero de la verdadera salud espiritual. Aun cuando no podemos impedir que Dios inspire nuestros corazones, todos poseemos el poder para rechazar el deseo que tiene Dios de amarnos. Del mismo modo el Espíritu Santo no tiene deseo alguno de obrar en nosotros sin nuestro consentimiento. Pero, si llegamos a consentir aunque sea mínimamente a las inspiraciones de Dios, qué felicidad obtendremos!

El fruto único del Espíritu Santo, que es el amor divino, nos llena de dicha interior y de consuelo, al mismo tiempo que llena nuestro corazón de una paz que perdura aun en medio de la adversidad, por medio de la paciencia. El amor sagrado nos hace amables y gentiles, y a la hora de ayudar a los demás lo haremos con una bondad sincera hacia ellos. Esa bondad, que proviene del Espíritu Santo, es constante y perseverante, y nos provee de un coraje duradero que nos hace afables, agradables y considerados con los demás. Esto hace que soportemos los cambios de su estado anímico y sus imperfecciones. Llevaremos una vida simple que será testimonio de nuestras palabras y acciones. El amor divino es la virtud de todas las virtudes. Apreciemos y cultivemos al Espíritu que habita en nosotros, para que el amor de Dios pueda reinar ahí también.

(Adaptado de los escritos de San Francisco de Sales y Juana de Chantal).

La Asunción del Señor (25/28 de Mayo de 2017)

Hoy experimentamos a Jesús en Su cuerpo resucitado, ascendiendo hacia la plenitud del reino de Dios. Al respecto, San Francisco de Sales nos dice lo siguiente:

El misterio de la Asunción nos sorprende. Si logramos comprender la Asunción, se nos habrá otorgado el tesoro más abundante entre todos los dones de Jesús. Su cuerpo, ya no físico sino espiritual, penetra los cielos y se hace presente en la Eucaristía. Él se entrega a todos aquellos que desean recibirlo y acogerlo. Secretamente, Él está transformándolos a todos.

El amor de Dios diviniza nuestra humanidad continuamente. Nuestra vida de amor divino nos exige amar nuestros cuerpos adecuadamente, ya que estos forman parte de nuestra condición humana y compartirán con nosotros la felicidad eterna. Como cristianos, debemos amar nuestros cuerpos como la imagen viviente de nuestro Salvador encarnado. También debemos amar esa imagen divina en los demás.

Cuando comenzamos a vivir una vida “oculta en Dios con Jesucristo”, vivimos nuestro verdadero yo interior. Vivimos una nueva vida de amor divino. Nuestros afectos egoístas quedan al servicio del amor divino. ¿Cómo logramos esto? La fuerte luz del sol hace que las estrellas desaparezcan. De igual manera, cuando enfocamos nuestros afectos en las cosas imperecederas y eternas logramos que nuestros amores desproporcionados por las cosas efímeras se extingan. El fuego más fuerte y poderoso del amor de Dios apaga nuestro amor obsesivo por las cosas inferiores.

La resurrección y Asunción de Jesús nos empodera para vivir esta nueva vida de amor sagrado, la cual es totalmente opuesta a todas las creencias y las reglas de nuestra cultura materialista. El amor de Cristo es el manantial de nuestro amor. Nada urge el corazón de otra persona tanto como el amor. Caminemos jubilosos por entre las dificultades de esta vida perecedera, ya que todo es perfecto y será perfeccionado en la eterna beatitud del Cielo. Entonces nuestro Salvador nos glorificará con Su esplendor, porque amamos todas las cosas, no por nosotros mismos, sino por la gloria de Dios.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Sexto Domingo de la Pascua (21 de Mayo de 2017)

Las lecturas de hoy nos recuerdan que amar a Jesús significa tener presente Su palabra y pensar, sentir y actuar según Su palabra. San Francisco de Sales subraya la importancia de que aprendamos a mantener Su palabra y a vivir a Jesús por medio de una vida de oración y virtud.

La oración ilumina nuestra mente con el resplandor de la luz de Dios y expone nuestra voluntad al calor de Su amor. La oración es como un riachuelo de agua bendita que ayuda a las plantas de nuestras buenas intenciones a crecer y a florecer. Cada día debemos sacar tiempo para meditar. De ser posible, mediten temprano en la mañana cuando la mente usualmente está despejada y más enfocada después de haber descansado durante la noche. Para que puedan vivir a Jesús, pídanle a Dios que los ayude a orar de corazón.

Si meditan sobre la vida de Jesús aprenderán de Su ejemplo y moldearán sus acciones según Su patrón de vida. Gradualmente se acostumbrarán a pasar con facilidad de la tranquilidad de la oración al cumplimiento de sus múltiples tareas, aun si esas tareas son totalmente diferentes a los afectos que recibieron durante la oración. El abogado debe tener la capacidad de pasar de la oración a la defensa de sus casos, el comerciante a las finanzas y el padre al cuidado de sus hijos. Nuestros actos diarios, que hacen parte de la vida virtuosa que llevamos, deben derivarse de la meditación.

Cada persona debe poner en práctica las virtudes propias del tipo de vida que él o ella han sido llamados a vivir. Cuando vayamos a poner en práctica las virtudes debemos inclinarnos por aquellas que más se ajustan a nuestras obligaciones, en vez de aquellas que nos resultan más agradables. Por lo general, los cometas parecieran ser más grandes que las estrellas porque están más cerca de nosotros. De igual manera, a veces tendemos a creer que ciertas virtudes son mejores simplemente porque parecen tener más importancia. Aun así, para poder avanzar en el amor sagrado debemos escoger las virtudes que contrarresten nuestras falencias y debilidades habituales. Por ejemplo, si nos asalta la ira debemos poner en práctica la gentileza, sin importar cuán pequeño parezca este acto de virtud. La verdadera virtud no tiene límites. Si actuamos por reverencia a Dios y de buena fe, Él nos elevará hasta unas alturas realmente grandiosas para que podamos vivir a Jesús aun si sufrimos por hacer lo que es correcto.

Por supuesto, la Buena Nueva del Evangelio de hoy es que no estamos solos- no estamos abandonados a nuestra propia suerte- en nuestro intento por Vivir a Jesús. ¡Contamos con la promesa que nos hizo Cristo de que el Espíritu Santo nos ayudará, nos guiará y nos acompañará!

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Quinto Domingo de la Pascua (14 de Mayo de 2017)

Hoy Jesús nos implora que creamos en El. El es la Verdad que nos da vida, la que nos llena de fuerza para que podamos hacer grandes obras. San Francisco de Sales nos dice:

No existe nada más fuerte que la verdad. Vivir en la verdad es llevar una vida completamente conformada a la fe simple. La fuerza de la fe es tan grande que no le teme a nada. Todos poseemos esa fe férrea, pero como no siempre nos damos cuenta de que la llevamos dentro de nosotros, frecuentemente nos dejamos vencer por el miedo y nos volvernos débiles. La fuerza de la fe consiste, en parte, en el entendimiento del poder que ésta nos otorga, el cual nos dice que podemos hacer todo en nombre de Dios quien nos fortalece. La fuerza de nuestra fe nos hace reconocer la realidad de nuestra bondad y dignidad, como personas que tienen la capacidad de estar unidas a Dios, que es la Verdad. Nuestra fe, en unión con Dios, nos sustenta en medio de tantas y tan grandes debilidades, y nos provee la fuerza necesaria para convertirnos en personas auténticas.

El objetivo de la autenticidad Cristiana es trascender más allá de nuestro espíritu egocéntrico, y encontrar nuestro verdadero espíritu en Cristo. Nuestro Señor vino a este mundo a darnos vida. Aun así, a lo largo de nuestras vidas prevalecerán en nosotros ciertos intereses egoístas que nos apartan del camino vivificante de Dios. Poco a poco, debemos ir dejando a un lado esos afectos por las cosas inferiores, y aspirar a la felicidad que El desea para nosotros. Entre más fervor demostramos en nuestro propósito de dejar ir esos amores inferiores, más cabida estamos dando al amor de Dios para que pueda hacer obras maravillosas en nosotros. Entre más nos liberemos de nuestros deseos egoístas, y accedamos a lo que Dios desea para nosotros, más libre será nuestro espíritu humano de la intranquilidad interior.

Las abejas se muestran intranquilas mientras no tienen una reina. Nosotros también estamos intranquilos hasta que damos luz a nuestro Salvador, en nuestros corazones. Permanezcamos muy cerca de este Salvador sagrado quien nos reúne a su alrededor para mantenernos siempre bajo Su santa protección. El es como la reina abeja, a cual le preocupa tanto su enjambre, que jamás deja su colmena a menos que esté rodeada por todo su pequeño pueblo. Muy grande es la confianza que nuestro Redentor desea que depositemos en Su cuidado para con nosotros. Todos aquellos que confían en El siempre cosecharán los frutos de esta confianza. ¡Imitar su ejemplo verdadero y vivificante, realmente nos llevará a hacer grandes obras!

(Adaptación de los escritos de San Francis de Sales)

Cuarto Domingo de la Pascua (7 de Mayo de 2017)

Hoy experimentamos a Jesús, el Buen Pastor. El nos invita a escuchar Su voz para que “podamos tener vida, y tenerla en abundancia”. San Francisco de Sales hace la siguiente anotación:

Nuestro Buen Pastor nos reúne a su alrededor para mantenernos bajo Su protección. Lleno de gentileza, nos alimenta con Su amor. La mano de Dios es sumamente amorosa en el manejo de nuestro corazón; lo fortalece sin privarnos de la libertad. Aquellos que oyen bien Su voz jamás carecerán de inspiraciones sagradas para poder llevar una vida de llena de abundancia, y cumplir de manera consagrada con sus responsabilidades.

Para poder oír bien, primero debemos saber escuchar. Para poder escuchar la palabra de Dios, primero debemos prestarle atención abriendo nuestros corazones. Para poder escuchar la palabra de Dios, debemos aprenderla bien, y llevar a cabo lo que se nos ha inculcado. Cuando el maná cayó del cielo, los hebreos se levantaron cada día antes del amanecer a recogerlo. Lo comían para que les sirviera de alimento, y así poder recobrar sus fuerzas. De este mismo modo es que nosotros debemos digerir bien la palabra de Dios, para así poder convertirla en parte de nuestro ser.

Por lo tanto, aliméntense cada día haciendo lecturas espirituales que reafirmen la palabra de Dios en ustedes, y que los guíen por el camino al bienestar eterno. Permitan que la palabra de Dios que han escuchado continúe hablándoles durante el día. Pongan esto en práctica, y dejen todo lo demás en manos de Nuestro Salvador, quien sustentará nuestras verdaderas necesidades. Si nosotros hemos de tener una vida eterna en la abundancia, primero debemos de escuchar la voz de Nuestro Pastor quien nos guía, siempre y cuando le permitamos hacerlo.

Dado que fácilmente nos descarrilamos, Nuestro Salvador desea enseñarnos cómo lograr una vida llena de abundancia, dejándonos guiar por el amor por Su voz, en vez del amor por las voces de extraños quienes nos llevan por mal camino. El verdadero amor se da cuando vivimos a la luz del amor de Nuestro Salvador, en vez de a la luz de esos amores egoístas en los que la cultura hace tanto énfasis ¡Qué felices seremos si permanecemos en presencia del Pastor, escuchando y viviendo fielmente Su voz!

(Adaptación de los Sermones de San Francisco de Sales, L. Fiorelli, Ed.)

Tercer Domingo de la Pascua (Abril 30 de 2017)

Hoy los discípulos de Jesús experimentan el amanecer de la fe en Jesús resucitado, cuando lo encuentran en el camino a Emaús. San Francisco de Sales hace la siguiente observación:

Jesús, vestido como un peregrino, se encuentra con dos de Sus discípulos en el camino a Emaús. El les hace preguntas relacionadas a las conversaciones que han sostenido sobre Su resurrección, pero ellos no lo reconocen. Después de confesar las dudas que están experimentando en lo concerniente a Su resurrección, Jesús los instruye y los ilumina con Sus palabras. Entonces, en el momento en que Jesús se dispone a compartir el pan con ellos, finalmente reconocen al Salvador resucitado y creen en El.

Cuando una persona escucha con gusto la divina palabra, esto es una muy buena señal. Nosotros estamos en comunicación constante con Dios, quien nunca deja de hablar a nuestros corazones por medio de las inspiraciones y de los movimientos sagrados. Dios nos otorga a cada uno de nosotros las inspiraciones necesarias para vivir, trabajar, y mantener nuestras vidas en el espíritu.

Cuando Dios nos da la fe, El entra en nuestras almas, y con simpatía nos plantea que debemos creer a través de la inspiración. Pero nuestra alma, sumida en la oscuridad y la penumbra, sólo atisba un destello de esas verdades. Es como la tierra cuando está cubierta de niebla. No podemos ver el sol, pero alcanzamos a vislumbrar algo de su luz. Esta luz oscura de la fe entra en nuestro espíritu, y paso a paso nos lleva a amar la belleza de la verdad de Dios personificada en Jesucristo, y a creer en ella.

La fe es la mejor amiga de nuestro espíritu humano. La fe nos afirma la bondad infinita de Dios, y por lo tanto nos otorga suficientes razones para amarlo con todo nuestro poder. Debemos cuidar muy bien de lo que escuchamos en nuestro interior, y a nuestro alrededor, acerca de la divina palabra, para que ésta nos fortalezca. Sean entonces devotos de la palabra de Dios, ya sea que la escuchen en conversaciones familiares con amigos espirituales, o durante los sermones. Sigan el ejemplo de los discípulos. Permitan, con alegría, que las palabras de Nuestro Salvador alimenten sus corazones cual si fuesen un valioso ungüento sanador colmado de esperanza.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)