La Solemnidad de Jesucristo Rey (25 de noviembre de 2018)

Hoy celebramos la Fiesta de Cristo Rey. San Francisco de Sales decía que fue por obra de la inspiración divina que la palabra “rey” fue escrita en la inscripción que yacía sobre la cruz de Jesús. Al respecto, él añade lo siguiente:

Nuestro Señor vino a este mundo como pastor, y como el Rey de los Pastores. Los Pastores representan a todos aquellos que se han comprometido a llevar una vida sagrada. En ese sentido, todos somos pastores, y Nuestro Señor desea favorecer a todos los que son como Él. Como buen y amoroso Pastor de nuestras almas, que son sus ovejas, Jesús vino a enseñarnos lo que debemos hacer para que podamos alcanzar la plenitud a través Suyo. Él vino a restablecer aquello que se había perdido, y nunca nadie ha sido traicionado por Él.

Jesús, en condición de rey, fue llamado a convertirse en Salvador, y fue Su deseo que otros compartieran también la gloria de transformarse en líderes, particularmente Su santa Madre. Jesús hizo posible que la bondad de Dios fuese más abundante que la maldad. El superó a la muerte, la enfermedad, las grandes dificultades, y el abuso de los deseos sensoriales. La obra de Jesús es verdaderamente sanadora, sobre todo cuando toca nuestra miseria y la hace digna de amor. Cuando nosotros poseemos el amor de Dios, estamos facultados para participar en la obra de nuestro Salvador.

Dios quiso salvar al pueblo Hebreo a través de Abraham, Isaac, Jacobo y de otros profetas. Pero el momento en que podemos ver realmente el deleite y la preocupación de Dios por este mundo, es cuando nos envía a nuestro Salvador Jesús. Nosotros sembramos la vid para poder cosechar sus frutos, aun cuando las hojas y las yemas preceden a ese fruto. Del mismo modo, a pesar de que Nuestro Salvador ocupaba el primer lugar dentro del plan eterno de creación de Dios, la vid (el universo) fue sembrado primero. Es por esto que a Jesús se le denomina “el primogénito de toda la creación”. Como hojas o como flores, las múltiples generaciones que precedieron a Jesús prepararon el camino para Él. Qué felices nos sentimos todos cuando escogemos a Jesús como nuestro líder, aquel que nos provee una paz y tranquilidad incomparable siempre y cuando nos decidamos a seguirlo. Nuestro Salvador nos demuestra que el mal jamás podrá vencer la majestad de Dios, sino que al contrario, Su bondad será la que vencerá a la maldad: Tal es la obra de un verdadero Rey.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales, específicamente Los Sermones, Ediciones L. Fiorelli,)

Trigésimo Tercer Domingo en el Tiempo Ordinario (18 de Noviembre de 2018)

Las lecturas de hoy nos recuerdan que mientras tengamos esperanza en y fe en Dios no tenemos nada que temer. San Francisco de Sales tiene mucho que decirnos acerca de la esperanza, la fe y la confianza en Dios:

Tengan esperanza en Dios por que Él los liberará de sus cargas, o les proporcionará la fuerza necesaria para soportarlas. Cuando tenemos fe en Dios ésta nos protege de nuestros enemigos y de los terrores de la noche. Decir, “Yo creo en Dios” es afirmar que hemos depositado nuestra confianza no en nuestra propia fuerza sino en Su fuerza. Es muy cierto que Dios se encarga de cuidarnos con suma dulzura cuando nos liberamos de nuestras ansiedades y miedos, y los dejamos en manos de la Divina Providencia. Aun así, Él desea que nosotros hagamos todo lo que esté en nuestro poder para cumplir con nuestras obligaciones. Continúen avanzando llenos de valentía, pero háganlo con sencillez. Dios quiere que utilicemos todos los medios comunes y corrientes a nuestra disposición para lograr la esperanza y la confianza.

Jamás debemos pensar que no poseemos el talento necesario para llevar a cabo la labor que hemos sido llamados a realizar. Pensar que no somos lo suficientemente virtuosos es algo que no debe preocuparnos. Los Apóstoles fueron pescadores a quienes les fueron otorgados talentos y santidad, en la medida en que los necesitaron, para poder cumplir con la misión que Dios les encomendó. Sigan adelante sin preocuparse y sin retroceder. Si ustedes se dedican a trabajar para dar gloria a Dios, Él siempre les dará todo lo que necesiten en el momento indicado, y les proveerá todo lo que requieran; y no solo a ustedes sino a todos aquellos que han sido encargados a su cuidado.

Si se sienten desmoralizados busquen refugio inmediatamente en los brazos de Dios, y permitan que Él los proteja. No se enfurezcan si a veces sufren leves ataques de ansiedad y tristeza, dichos sentimientos son una oportunidad para poner en práctica las mejores y más queridas virtudes: la confianza en Dios y la gentileza. Cuando las cosas nos salen mal ¿no es ese el mejor momento para confiar en Dios? Debemos animarnos los unos a los otros en el amor sagrado. Debemos caminar por la senda de la esperanza sin desfallecer; con fervor pero en paz; con cuidado pero con total seguridad. Escalemos juntos el Monte Tabor donde en medio de la esperanza, la fe y la confianza en Dios, encontraremos a Jesús transfigurado en la gloria.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales, particularmente los Sermones, L. Fiorelli, Eds.)

Trigésimo segundo Domingo en el Tiempo Ordinario (11 de noviembre de 2018)

Las lecturas del Evangelio para hoy nos exhortan a dar más de nosotros mismos, y a un nivel mucho más profundo. San Francisco de Sales nos proporciona un consejo simple: para poder dar más de nosotros mismos, es necesario convertir en prioridades las cosas que realmente importan en la vida:

El amor de Dios es benévolo, pacifico y tranquilo. Nuestro amor, para que surta efecto, debe emanar de ese amor divino. Para poder amar del mismo modo en que lo hizo Jesús, es necesario cultivar un corazón generoso, dispuesto a tender la mano a quienes padecen la pobreza, ya sea material o spiritual. Amen a los necesitados. Alégrense cuando tengan la oportunidad de invitarlos a sus casas, y también cuando puedan ir a verlos donde viven. Compartan lo que poseen con ellos. Dios los compensará, no solo en la próxima vida sino también en esta. 8Nuestros corazones deben estar dispuestos a recibir el reino de Dios antes que cualquier otra cosa. Cualquiera que sean las riquezas que ustedes poseen, nunca olviden que nosotros sólo somos administradores de las cosas de este mundo. Dios las ha puesto a nuestro cuidado, pero nuestros corazones no se deben apegar a ellas para así evitar que se conviertan en una fuente de ansiedad para nosotros. Si cuidamos de todo lo que poseemos, tal y como Dios quiere que lo hagamos, jamás vamos a perder la tranquilidad si por alguna razón llegáramos a perderlo todo.

Si decidimos responder a las desgracias con bondad, paz y tranquilidad, contribuiremos a alimentar la llama del amor sagrado que está creciendo dentro de nosotros. Ninguno de nosotros escoge sufrir una pérdida por voluntad propia; pero lo que sí escogemos es cómo vamos a dar algo de nosotros a los demás, cobre todo cuando sucedan cosas que nos causen dolor. En esos momentos debemos alegrarnos, por que dichos infortunios nos presentan una oportunidad para depositar nuestra confianza más completamente en el amor y la bondad de Dios. Por lo tanto, cuando enfrentemos circunstancias sobre las cuales no tenemos ningún control, debemos ceder con bondad en nuestro corazón y soportarlas con paciencia, con coraje, y con regocijo. Si vivimos de este modo seremos ricos porque poseeremos el amor divino, el cual nos confiere el poder necesario, como en el caso de los santos, para entregarnos más plenamente a los más necesitados.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales y Santa Juana de Chantal.)

Trigésimo Primer Domingo del Tiempo Ordinario (4 de noviembre de 2018)

“¿Cuál es el primero de los mandamientos?”

Para ser precisos, ¿cuál es la dimensión más importante de nuestra fe? ¿Cuáles son los cimientos sobre los cuales reposa el cristianismo?

La respuesta de Jesús es inequívoca: el amor. Este amor tiene tres facetas.

El amor a Dios. Francisco de Sales nos dice que la razón por la que amamos a Dios es por quien Él es: nuestra dignidad y nuestro destino. “Amamos a Dios porque Él es la más suprema e infinita bondad”.

El amor al prójimo. Francisco de Sales nos dice: “El amor de Dios no sólo nos ordena amar al prójimo, sino que también genera y verte el amor al prójimo en nuestros corazones. Del mismo modo en que hemos sido hechos a imagen de Dios, el amor sagrado que tenemos los unos por los otros es la verdadera imagen de nuestro amor celestial por Dios”.

El amor propio. Este es el aspecto que quizás más tendemos a pasar por alto; al fin y al cabo, "amor propio" suena como ser egocéntrico. ¿Por qué debemos amarnos a nosotros mismos? Simple y profundamente porque “estamos hechos a imagen y semejanza de Dios” dice Francisco de Sales. Cuando nos comportamos de la mejor manera, todos somos “las imágenes más sagradas y vivientes de lo divino”.

¿Por qué el verdadero amor propio es tan fundamental para nuestro amor por Dios y por el prójimo? Sencillamente porque, si no podemos amarnos a nosotros mismos, ¿cómo podemos alabar y agradecerle a Dios por crearnos? Si no podemos amarnos a nosotros mismos, cómo podremos amar a nuestro prójimo, quien no solamente fue creado a imagen de Dios sino que fundamentalmente fue hecho a imagen y semejanza nuestra, dado que todos provenimos de la misma fuente: Dios mismo.

La plenitud de la perfección cristiana –la plenitud de vivir la vida de Cristo– puede compararse con una mesa de tres patas. En la medida en que cualquiera de las tres patas sea débil, toda la mesa estará en serio peligro. Una mesa así no puede sostener un peso importante. Así pues, también, si uno de los tres amores de nuestras vidas –a Dios, el propio, al prójimo– es deficiente, todos los tres sufrirán y no podremos cargar el peso del mandamiento de Dios que nos llama a construir algo de Su reino aquí en la tierra.

Para estar seguros, el amor es la simple respuesta a aquello que es más importante en nuestras vidas. Sin embargo, en nuestra experiencia de vida este amor nunca es tan simple como quisiéramos creerlo.

¿Cómo es su amor por Dios? ¿Cómo es su amor por el prójimo? ¿Cómo es su amor propio?

¿De verdad?

TODOS LOS SANTOS (noviembre 1, 2018)

“Unamos nuestros corazones a estos espíritus celestiales y a estas almas benditas. Del mismo modo en que los ruiseñores jóvenes aprenden a cantar en compañía de los viejos, nosotros por medio de nuestra unión celestial con los santos debemos aprender la mejor forma de orar y de alabar a Dios” ( Introducción a la Vida Devota, Parte II, Capitulo 16).

Estamos apoyados en los hombros de unos gigantes. A lo largo de los últimos dos mil años incontables hombres, mujeres, y niños de muchas eras, lugares, y culturas han pasado sus vidas al servicio de las Buenas Nuevas de Jesucristo. De entre esos tantos un grupo más pequeño de individuos ha logrado obtener la distinción de ser conocidos como “santos”.

Estos son personas reales que nos sirven de ejemplo. Estos son personas reales en quienes nos inspiramos. Estos son personas reales en quienes buscamos ánimo y en quienes buscamos la gracia.

Estos santos – estas personas reales- iban abriendo un camino en medio de las pruebas a las que se enfrentaban, a medida que vivían y proclamaban el Evangelio. El reto para nosotros es seguir su ejemplo de formas que encajen con el estado y la condición de vida en la que nos encontramos.

En caso de que aún no se hayan dado cuenta, ustedes también han sido llamados a llevar una vida santa – centrados en Dios, una vida de entrega - en los lugares donde viven, donde aman, donde trabajan y donde juegan cada día. Francisco de Sales escribió: “Observen el ejemplo que nos dan los Santos en cada etapa de sus vidas. No hay nada que no hayan hecho por amor a Dios y para ser seguidores devotos de Dios… Porqué entonces no habríamos de hacer lo mismo, de acuerdo con nuestra posición y vocación en la vida, por mantener esa preciada resolución y las declaraciones que hemos hecho?” (Introducción a la Vida Devota, Parte V, Capitulo 12).

Qué significa ser un santo? Sorprendentemente es algo mucho más práctico y que esta más al alcance de nuestras manos de lo que suponemos. Francisco de Sales observaba que: “Debemos amar todo lo que Dios ama, y Dios ama nuestra vocación; por ende nosotros también debemos amar nuestra vocación y no debemos desperdiciar nuestra energía anhelando tener una vida diferente, sino que por el contrario debemos continuar con nuestra labor. Sean como Martha y también como Maria, y sientan dicha de ser como ellas… de cumplir fielmente con la tarea que han sido llamados a desempeñar…” (Stopp, Cartas Selectas, Pagina 61)

A los ojos de San Francisco de Sales la santidad se mide por medio de nuestra voluntad y nuestra habilidad para aceptar el estado y la condición de vida en la que nos encontramos. Los santos son personas que acogieron sus vidas como vinieron, desde lo más profundo de su ser, y sin desperdiciar tiempo deseando o esperando una oportunidad de poder vivir la vida de alguien más. La Santidad está marcada por nuestra voluntad para honrar la voluntad de Dios como nos ha sido manifestada durante los altibajos de nuestro diario vivir.

Cómo han sido ustedes llamados a ser santos el día de hoy? Cómo podemos abrir caminos de amor en medio de tantas pruebas el día de hoy?

Trigésimo Domingo en el Tiempo Ordinario (28 de octubre de 2018)

En el Evangelio de hoy experimentamos la compasión de Jesús cuando cura al ciego que ha demostrado tener fe en Su poder sanador. Al respecto, San Francisco de Sales nos dice lo siguiente:

La mano misericordiosa de Dios sostiene sus corazones. Él jamás los abandonará, aunque se encuentren preocupados o angustiados. Nunca se alejen de Él cuando se sientan tristes o sumidos en la amargura; por el contrario, acudan a nuestro Señor y a nuestra Señora, cuyo amor por ustedes es inagotable. La bondad de Dios, con su fuerza gentil, vendrá a socorrernos siempre y cuando estemos dispuestos a aceptar la ayuda que tanto necesitamos. De ninguna manera debemos desanimarnos. Si cooperamos con el cuidado amoroso de Dios para con nosotros, Su bondad nos ayudará de una manera distinta y mucho mayor. La misericordia de Dios nos lleva de un estado bueno a un estado mucho mejor con el objetivo de que podamos avanzar en el amor sagrado.

Si ustedes dedican un momento cada día para acercar sus corazones a Dios, van a fortalecer sus mentes de tal manera que no volverán a ser perturbados por esos pensamientos habituales e inútiles los molestan y los atormentan ahora. En esos momentos deben repetir: “Si Señor, voy a hacer esto porque Tú deseas que lo haga”. El escoger soportar dificultades para poder lograr lo mejor para nosotros, independientemente de los reclamos de que nos hacen nuestros propios sentimientos, es una poderosa muestra de oración ante Dios. Si por algún motivo llegaran a fracasar en sus esfuerzos no se disgusten. Llenos de confianza en la misericordia de Dios, levántense y continúen caminando en paz y con calma, tal y como lo hicieran antes: por la senda de la fe. A pesar de que somos débiles, nuestra debilidad jamás será superior a la misericordia que Dios demuestra a quienes desean amarlo y depositar sus esperanzas en Él.

Conozco a muy pocas personas que hayan logrado progresar en la vida sin haber tenido que pasar por pruebas. Es por esto que ustedes deben tener paciencia. Después de la borrasca Dios les enviará la calma, porque ustedes son Sus hijos. Nuestro Divino Salvador siempre nos ha demostrado que Su misericordia supera Su justicia, que Su amor y Su deseo de perdonar son infinitos y que Él es rico en compasión; por consiguiente, Nuestro Redentor desea que todos seamos sanados a través del amor Divino. Tengan fe en el poder sanador de Dios.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales y Juana de Chantal)

Vigésimo Noveno Domingo en el Tiempo Ordinario (21 de octubre de 2018)

En el Evangelio de hoy Jesús nos dice que ser grande equivale a ser un servidor. San Francisco de Sales hace énfasis en el hecho de que la mejor manera de server a Dios, es cumpliendo con las responsabilidades diarias y propias del estado en el que se encuentras nuestras vidas:

Grábense en la mente una cosa: Dios desea que ustedes sean Sus siervos, pero que lo hagan sin dejar de ser quienes son. Esto quiere decir que ustedes sirven a Dios mucho mejor cuando se esfuerzan por tratar de ser pacientes, gentiles, y por poner amor por todas las actividades y responsabilidades propias del estado actual de sus vidas. Una vez que se hayan convencido de esto, deben aprender a valorar esa condición de vida y, teniendo en cuenta que es la voluntad de Dios, deben amar todo lo que ésta implica. Deben darle prioridad en sus corazones, recordarlo con frecuencia, meditarlo con seriedad, acogerlo de buena manera, y disfrutar la verdad que encierra.

Cultiven sus jardines propios de la mejor manera que les sea posible. Dediquen sus esfuerzos a ser los mejores en ser o que son, y recojan las cruces, grandes o pequeñas, que encuentren por el camino sin olvidar acudir a Dios frecuentemente para pedirle que los ayude. No se queden enfrascados tratando de determinar la importancia de las cosas que hacen, ya que dichas cosas por sí mismas son insignificantes. Consideren solamente la dignidad que encierran por hacer parte de la voluntad de la providencia de Dios, y por el hecho de haber sido planeadas según Su sabiduría. En resumen, ¿si estas cosas complacen a Dios, y son reconocidas por ello, a quien podrían resultarle desagradables?

Poco a poco utilicen su voluntad para seguir la voluntad de Dios. Él, que no hace nada en vano, nos proporciona la fuerza y el coraje justo en el momento en que los necesitamos. Esa resistencia que ustedes experimentan se irá debilitando gradualmente y muy pronto desaparecerá por completo. Recuerden siempre que los arboles solamente pueden dar fruto gracias a la presencia del sol, unos más temprano y otros más tarde, y no todos producen las mismas cosechas. Nosotros somos demasiado afortunados por el hecho de que podemos permanecer en presencia de Dios; contentémonos con saber que Él nos ayudará a dar nuestros frutos tarde o temprano, o sólo ocasionalmente, según sea Su voluntad. Nuestra disposición para aceptar la voluntad de Dios nos permitirá convertirnos en Sus siervos fieles de nuestro Señor, quien jamás nos deja desamparados cuando lo necesitamos.

(Adaptación de Francisco de Sales, Juana de Chantal… por W. Wright & J. Power, Editores)

Vigésimo Octavo Domingo en el Tiempo Ordinario (14 de octubre de 2018)

En el Evangelio de hoy nos reta a que dejemos todo a un lado y sigamos a Jesús quien nos traerá la verdadera riqueza. Al respecto, San Francisco de Sales nos dice algo similar:

Dejar a un lado todas nuestras posesiones terrenales significa que debemos ponerlo todo en manos de nuestro Señor. Paso seguido, debemos pedirle que nos conceda el don de poder amarlo verdaderamente de la forma en que Él desea que lo hagamos. Ustedes pueden atesorar riquezas siempre y cuando éstas se limiten a ocupar un lugar en sus casas, no en sus corazones. Ustedes pueden dedicarse a incrementar sus fortunas y sus recursos, siempre y cuando lo hagan de una manera que sea no solo justa sino también honrada y caritativa, y que además dediquen esa fortuna para honrar y glorificar a Dios. Nuestra obligación es amar a Dios por sobre todas las cosas, y después de eso amar a los demás.

Para poder amar a Jesús, es necesario que también le entreguemos nuestras posesiones imaginarias, como es el caso del honor, los afectos, y la fama, para que así podamos dedicarnos a buscar la gloria a Dios en todas las cosas. Nuestras posesiones no son nuestras, Dios nos las ha dado para que las cultivemos y es Su deseo que las hagamos fructíferas para beneficio del Reino en la tierra. Por lo tanto, nuestra obligación es cuidarlas y hacer uso de ellas según Su voluntad.

Liberarnos de nuestras posesiones significa apartar de nuestras vidas todo lo que sea superfluo y que no provenga de Dios. Aun así, a nadie se le ocurriría emplear un hacha para podar una viña de un solo tajo. La forma adecuada de hacerlo es nadie utilizaría un hacha para podar una viña; la manera adecuada de hacerlo es utilizar una hoz para cortar muy cuidadosamente los sarmientos uno por uno. En nuestro caso, debemos proceder de igual manera: debemos avanzar paso a paso. No podemos pretender llegar al lugar en el que aspiramos estar en un solo día.

Emprender la búsqueda del cumplimiento de la voluntad de Dios en nuestras vidas implica una labor enorme, y a la vez resulta pequeña comparada con la magnitud de la recompensa que recibiremos. Una persona generosa puede lograrlo todo con la ayuda del Creador. Asegúrense en todo momento de poner la esencia misma de sus corazones en manos de nuestro Salvador. Entonces verán que a medida que el divino Amante va asumiendo Su lugar en sus corazones, el mundo y todas sus búsquedas inútiles irán quedando a un lado y ustedes podrán vivir llenos de dicha, y en completa y perfecta libertad de espíritu como hijos de Dios.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Vigésimo Séptimo Domingo en el Tiempo Ordinario (7 de octubre de 2018)

En el Evangelio de hoy Jesús nos revela que Dios hizo del matrimonio una relación de compromiso sagrado. San Francisco de Sales nos ofrece algunas observaciones paralelas con respecto al matrimonio:

El matrimonio es algo sagrado, ya sea en medio de la riqueza o de la pobreza. Preservar la santidad del matrimonio es sumamente importante para un estado, ya que dicha unión representa el origen y la fuente de todo aquello que fluye del estado. ¡Si tan solo nuestro Salvador fuese invitado a cada uno de los matrimonios que se celebran, como lo fue a las bodas de Caná, el vino de Su consuelo y Sus bendiciones jamás harían falta!

Las personas casadas deben compartir siempre ese amor mutuo al que el Espíritu Santo se refiere en las Escrituras, y que tanto les recomienda. El primer efecto de ese amor divino, es una unión indisoluble de los corazones, los afectos, y el amor entre el esposo y su esposa. El segundo efecto de este amor divino, es una fidelidad inviolable que debe ser respetada por el esposo y la esposa. El tercer fruto del matrimonio es el nacimiento y la crianza de los hijos. El matrimonio es el parvulario del Cristianismo. Es un gran honor, para aquellos de ustedes que son casados, el hecho de que Dios les permita contribuir a una labor tan noble como es la creación a través del nacimiento y la crianza adecuada de los hijos.

Esposas y esposos, continúen avanzando en el amor mutuo que se deben el uno al otro. Procuren que ese amor no degenere en ningún tipo de celos. Muchas veces los celos son como el gusano que crece dentro y se nutre de la manzana más madura y blanda; es un sentimiento que se va gestando aún a pesar del amor más ardiente y convincente que pueda existir entre una pareja de casados. Pero esos celos jamás lograrán penetrar una relación, siempre y cuando ambas personas compartan una amistad basada en la verdadera virtud. Si el amor va siempre de la mano de la fidelidad, juntos generarán intimidad y confianza mutua. ¡Qué mejor entonces que querernos y valorarnos los unos a los otros por medio de un amor completamente sagrado, santo y divino!

(Adaptación de la Introducción a la Vida Devota de San Francisco de Sales)

Vigésimo Sexto Domingo en el Tiempo Ordinario (30 de Septiembre de 2018)

Las lecturas de hoy nos hacen un llamado a que nos comprometamos y nos dediquemos completamente a Dios. San Francisco de Sales nos dice que esto se puede lograr siempre y cuando cultivemos una vida fundamentada en el amor sagrado.

La felicidad suprema del mundo consiste en amar muchas cosas como si fuesen nuestras. Ese tipo de afectos surgen con facilidad una y otra vez dentro de nosotros. Pero es nuestra obligación aprender a distinguir entre las inclinaciones y los apegos. Si nuestros sentimientos provienen de nuestras inclinaciones no debemos preocuparnos. Por ejemplo, puede que en un día llegue a sentir rabia mil veces en contra de alguien que me ha calumniado. Pero si me encomiendo a Dios, y llevo a cabo un acto de caridad a favor que aquel que ha generado en mí tanta indignación, no habré obrado de mal manera, ya que el control de mis sentimientos naturales no es algo que está en mi poder, particularmente cuando tengo que enfrentarme a un león.

Ahora bien, cuando se trata de lidiar con nuestros apegos la historia es muy diferente. Es nuestra prepotencia exagerada lo que hace que apeguemos tanto a ciertas cosas. Aun cuando es posible que lleguemos a dominar hasta cierto punto nuestro egocentrismo desmesurado, éste jamás dejará de existir dentro de nosotros mientras vivamos en la tierra. Pero si deseamos calmar esos sentimientos que nos llevan a hacer cosas de las que después nos arrepentimos, es fundamental que cultivemos el amor sagrado en nosotros. Para hacer esto debemos desechar todos los amores egoístas y exagerados de nuestra vida, y entregarnos exclusivamente a ese amor que sólo busca la gloria de Dios en todas las cosas. El amor sagrado comienza a crecer dentro de nosotros a medida que empecemos a dejar a un lado todo aquello que no nos sirve para alcanzar la bondad de Dios. “Dejar ir” (la santa indiferencia) es una virtud tan difícil de adquirir que incluso en un monasterio toma una década aprender a cultivarla. Sin embargo, esta virtud no es tan terrible como suena, porque nos da la libertad de espíritu necesaria para amar el mundo a nuestro alrededor del mismo modo en que Dios lo ama. Dejemos que sea la razón la que nos guie, en vez de nuestras tendencias o nuestro disgusto por las virtudes que nos resultan trabajosas. Aun cuando nuestros apegos son cosas preciadas, nuestro deber es utilizarlos para amar a Dios, nuestra única y verdadera Posesión, a quien hemos de dedicar y entregar nuestras vidas.

(Adaptación de las Conferencias Espirituales de San Francisco de Sales por Carneiro)

Vigésimo Quinto Domingo en el Tiempo Ordinario (23 de Septiembre de 2018)

El Evangelio de hoy nos reta a servir a Dios con la sencillez de un niño. La humildad de corazón es algo que deja huella en un hijo amoroso, y es también una de esas “pequeñas virtudes” sobre las que San Francisco de Sales hace énfasis:

Al igual que un pequeño cuyo único deseo es que su madre lo alimente, nuestro corazón demuestra su sencillez cuando amar a Dios es su único deseo. Entonces permitimos que sea nuestro Señor quien nos lleve por la senda y continuamos avanzando de acuerdo a los deseos de Dios, y no en base a nuestras preferencias individuales. Cuando una persona es realmente humilde, él o ella comparten tiempo con el Señor. Él o ella son como niños cuyo único anhelo es poder descansar en brazos de su madre, porque es allí donde se sienten protegidos y amados.

La sencillez exige que nuestro “yo” interior coincida con nuestro “yo” exterior. Esto no quiere decir que somos menos sencillos en esos momentos en que sonreímos a pesar de que nos sentimos molestos. Es cierto que cuando nos enfrentamos a dificultades todo dentro de nosotros se agita. Esto es natural, dado que nuestra miseria tiende a adoptar cursos de acción extremos. Pero cuando reconocemos que un sentimiento se ha apoderado de nosotros, esto no necesariamente quiere decir que tenemos que aceptarlo. Por lo tanto, cuando nos sentimos preocupados por algo y sonreímos, estamos demostrando que somos capaces de hacer frente a las dificultades de una manera buena, sana, y simple, que nos puede ayudar a florecer como hijos de Dios.

Si caminan con humildad, caminarán también con seguridad. Si están con alguien que cambia de humor constantemente, no se preocupen por cómo deben actuar. Simplemente muéstrense tan alegres como siempre. En estos momentos esa persona está triste, pero habrá momentos en que serán ustedes los que se sentirán así. Ayuden a esa persona, y ayúdense ustedes mismos, a disfrutar del tiempo que tienen para compartir juntos. En otro momento, será esa persona la que los ayudará a ustedes a sentirse mejor. De este modo ustedes serán para los demás como niños que sirven a Dios. Entre más logremos deshacernos de todo aquello que nos impide amar a Dios y a los demás, mas nos acercaremos a Su amor. La sencillez lo deja todo en manos de Dios. ¡Bienaventurados aquellos que ya no viajan por sus propios medios, ósea, siguiendo sus propios pensamientos, deseos, preferencias e inclinaciones, sino de acuerdo a la voluntad de Dios! Porque en la sencillez de sus corazones encontrarán Su amor y Su paz.

(Adaptación de los Escritos de San Francisco de Sales)

Vigesimotercer Domingo en el Tiempo Ordinario (16 de septiembre de 2018)

En el Evangelio de hoy experimentamos a Dios a través de Jesús quien, en el momento en que devolvió el oído al sordo, avivó la esperanza de un Nuevo Mundo para la familia humana. Al respecto, San Francisco de Sales hace el siguiente comentario:

La esperanza es como una flecha que se eleva a alta velocidad hasta las puertas del Cielo, pero no puede entrar ya que es una virtud exclusivamente terrenal. La esperanza es posible porque Dios infunde en nuestros corazones la aspiración a la vida eterna, al mismo tiempo que nos asegura que podremos alcanzarla. Dios contribuye a que la esperanza germine en nuestros corazones a través de las múltiples promesas hechas en las Escrituras. El hecho de que Él nos garantice que tendremos la oportunidad de lograr una vida de dicha eterna, es algo que fortalece nuestros deseos y trae sosiego a nuestro corazón. Ese sosiego es la raíz de la virtud a la que llamamos esperanza. Llenos de confianza en la fe, que nos dice que podremos disfrutar la realización de las promesas que Dios nos ha hecho, esperamos con paciencia y esperanzados, al mismo tiempo que vamos creciendo en el amor de Dios por nosotros y por los demás.

Aún cuando la esperanza y las expectativas producen dicha en nuestro corazón, también puede llegar generar tristezas en las almas fervorosas; ya que al darnos cuenta que no hemos logrado convertirnos en los santos que anhelábamos ser, con frecuencia nos desanimamos y desistimos en la búsqueda de la virtud que nos lleva a alcanzar la santidad. Tengan paciencia, dejen a un lado esa preocupación ansiosa por su propio bienestar y no teman, nada les hará falta.

No hay necesidad de afanarnos tanto. Debemos emplear los medios que tenemos a nuestra disposición, de acuerdo a nuestra vocación, y permanecer en paz. Debemos continuar por la senda llenos de fervor, pero con tranquilidad, con sumo cuidado, pero a la vez con firmeza. Esto quiere decir que debemos creer más en la Divina Providencia que en nuestras propias obras. Cuando toda ayuda humana nos falle, Dios se hará cargo y cuidará de nosotros. Tenemos a Dios que es nuestro Todo. Confiemos en Él, y con el tiempo Él nos ayudará a ser santos. Porque Dios, bajo cuya guía nos hemos embarcado en este recorrido, siempre estará atento para proveernos todo lo que sea necesario para que podamos alcanzar la perfección. Decidámonos a vivir bien, y de acuerdo a nuestra vocación: con paciencia, gentileza, y sencillez. Porque no ha existido jamás alguien que haya depositado su confianza en la Bondad y la Providencia de Dios y que haya sido defraudado.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Vigésimo Cuarto Domingo en el Tiempo Ordinario (9 de Septiembre de 2018)

Las lecturas de hoy nos recuerdan que seguir las enseñanzas de Jesús implica sufrimiento. San Francisco de Sales tiene una concepción interesante de lo que es el sufrimiento:

No creo que sea prudente que nosotros pidamos sufrir como lo hizo nuestro Señor; es evidente que no somos capaces de manejarlo de la manera que Él lo hizo. Creo que sería más que suficiente si logramos sobrellevarlo con paciencia.

Sin embargo, no limiten la práctica de esa paciencia solo para los momentos en que deban llevar a cabo grandes obras de coraje. Quienes son genuinamente pacientes, y verdaderos siervos de Dios, son capaces de aguantar de igual manera los eventos grandes y pequeños de la vida. Ser menospreciados, criticados o acusados por nuestros amigos y parientes es algo que representa una prueba para nuestra virtud. La picadura de una abeja es mucho más dolorosa que la de una mosca. Del mismo modo, los daños y los ataques cometidos en contra nuestra por aquellos a los que amamos son mucho más difíciles de soportar que los ataques que sufrimos a manos de otros. Aun así, muchas veces ocurre que dos personas buenas, y bien intencionadas, terminan hostigándose y atacándose el uno al otro simplemente porque sus puntos de vista difieren.

Si algún mal llegara a sucederles, escojan remediarlo de una manera que sea agradable a los ojos de Dios. Si alguien los acusa falsamente de haber cometido una falta, ustedes tienen la obligación de responder con la verdad. Si la acusación persiste aún después de haber dado una explicación legítima, no se esfuercen por lograr que los demás acepten sus explicaciones. Con suma gentileza vayan reuniendo coraje. Ármense con esa paciencia que siempre debemos tener para con nosotros mismos. Dirijan su corazón a Dios con frecuencia, para que así puedan estar alerta frente a cualquier ataque sorpresivo. Ante todo estén muy pendientes de su “yo” temperamental, ese que siempre está dispuesto a inventar cosas. No se molesten si ese “yo” les hace tambalear y tropezarse. En nuestro interior el Espíritu de Jesús nos está transformando para que podamos encontrar el honor y la Gloria de Dios en todas las cosas.

En nuestro esfuerzo por sacar a relucir a Cristo, quien habita en nosotros, debemos dejar a un lado esa autosuficiencia desproporcionada que tanto nos hace sufrir. Todos podemos experimentar la paz siempre y cuando cumplamos con la Voluntad de Dios, recordando siempre que lo que Él más desea es nuestra fidelidad.

(Adaptación de la Introducción a la Vida Devota por San Francisco de Sales, Ryan ediciones; y Cartas, Power & Wright, editors)

Vigesimosegundo Domingo en el Tiempo Ordinario (2 de septiembre de 2018)

Las lecturas de hoy nos exhortan a vivir los mandamientos, la Palabra de Dios, de una manera que nos permita adquirir sabiduría, y que nos permita demonstrar ante Él que nuestro corazón es puro. San Francisco de Sales nos habla sobre los mandamientos de Dios, a la luz de vivir y amar Su voluntad:

Hay ciertos asuntos, como en lo que respecta los mandamientos o a las obligaciones propias de nuestra vocación, en que estamos plenamente conscientes de cuál es la voluntad de Dios. Amar significa vivir de acuerdo a Su voluntad. Quienes se consideran justos no lo son verdaderamente a menos que posean el amor sagrado, del cual depende la formación de un corazón realmente puro.

El verdadero amor siempre busca complacer a todos aquellos en quienes se deleita. La palabra de Dios nos resulta sumamente agradable ya que es decretada por el amor. Cuando disfrutamos con frecuencia los mandamientos de Dios, poco a poco nos vamos convirtiendo en quienes Él desea que seamos, al mismo tiempo que nuestra voluntad se transforma en la voluntad divina. Entre más nos deleitemos en el cumplimiento de la voluntad de Dios para con nosotros, más perfecta será nuestra transformación en el amor divino, que es la esencia verdadera de la sabiduría sublime. ¡Bienaventuradas aquellas almas que ya no se rigen por sus propios deseos, sino conforme a los designios de su Dios!

Para forjar en nosotros un amor saludable y santo por los mandamientos de Dios, debemos esmerarnos por descubrir su maravillosa belleza. Del mismo modo en el sol toca todas las cosas con su calor vivificante, y les proporciona el vigor necesario para que puedan ofrecer sus frutos, la bondad de dios toca y aviva todos los corazones para que puedan amar la palabra de Dios. Nuestro Padre nos ha facilitado medios más que suficientes para que nosotros podamos cumplir con los divinos mandamientos; nos ha proporcionado una abundante y generosa variedad de métodos para que logremos cumplir con el deseo divino que ha sido implantado en nuestros corazones.

Los mandamientos son dignos de amor, ya que éstos fomentan la bondad en quienes carecen de ella, y engrandecen la bondad en quienes la poseen. La dificultad no existe en aquello que amamos, y de haberla, es una dificultad que cuyo valor podemos llegar a apreciar. Es por esto que al mismo tiempo que la ley divina nos impone la obligación de obedecer la voluntad de Dios, también convierte ese compromiso en un amor santo, y todas las dificultades las transforma en júbilo.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Vigesimoprimer Domingo en el Tiempo Ordinario (26 de agosto de 2018)

En el Evangelio de hoy Jesús nos urge a que sigamos siendo fieles a Él, y a que continuemos viviendo en el “espíritu que nos da la vida”. Al respecto San Francisco de Sales observa lo siguiente:

Nuestro Salvador vino al mundo para recrear a la humanidad. Cuando vivimos en el Espíritu de Jesús trascendemos de nuestra vida común y corriente para empezar a vivir una vida más excelsa. El amor divino nos colma de tal manera, que somos como estrellas cuyo brillo ha sido eclipsado completamente por la luz del sol. Dios vive en nosotros, y nuestro único deseo es unir nuestra voluntad a Su Voluntad.

Para seguir progresando en nuestra vida en el Espíritu de Jesús, antes que nada debemos aceptarnos a nosotros mismos con todo y nuestras imperfecciones. No se den por vencidos, sean pacientes. Esperen y prosigan en el cumplimiento de sus actividades diarias llenos júbilo. Hagan todo lo que se les ha enseñado con un espíritu de gentileza y fidelidad. Desarrollen un espíritu de compasión. Una vez hayamos sembrado y regado debemos comprender que el desarrollo de esos árboles, que representan nuestras buenas inclinaciones y hábitos, queda en manos de Dios. Es por esta razón que debemos esperar para poder obtener los frutos de nuestros deseos, y de nuestra labor, de manos de la Divina Providencia.

No se dejen perturbar si se dan cuenta que no logran progresar como deseaban. En el momento en que tomamos la decisión de vivir una vida sagrada, la totalidad de nuestra existencia queda destinada a convertirse en una prueba práctica. Permanezcamos en paz; esforcémonos por lograr que la calma reine siempre en nuestros corazones. De nosotros depende que podamos cultivar bien nuestras almas, y debemos asistirlas fielmente en dicho empeño. Pero en lo que se refiere a tener una cosecha abundante, dejemos esto al cuidado de nuestro Señor. El trabajador jamás será responsable por una mala cosecha, a menos que él o ella no hayan sembrado el campo con el cuidado necesario. Nuestra dependencia constante en Dios nos asegura que estamos plantados sólidamente donde Él desea que estemos.

No me cabe la menor duda que nuestro Salvador los lleva siempre de la mano. Si en algún momento tropiezan, es sólo para recordarles que si sueltan Su mano la próxima vez van a caerse. Para aquellos de nosotros que amamos y tenemos esperanza en Dios, nuestra debilidad no resulta tan grande como Su misericordia.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Vigésimo Domingo en el tiempo Ordinario (19 de Agosto de 2018)

La enseñanza que nos deja las lecturas de hoy, es que debemos mantener nuestra salud spiritual a lo largo de nuestro viaje por la vida: Vivan sabiamente, utilicen el canto espiritual para dirigirse los unos a los otros, hagan un esfuerzo por comprender la voluntad del Señor, permitan que el Espíritu los colme, alaben a Dios, sean agradecidos y aliméntense con el Pan de Cristo que nos vivificará eternamente. San Francisco de Sales observa que este consejo nos ayudará a cumplir con la Voluntad de Dios para con nosotros:

Incluso el corazón, que ha de ser nuestro punto de partida, necesita recibir instrucción sobre cómo modelar su conducta externa para que las demás personas puedan apreciar en él, no solo la presencia del amor sagrado, sino también una gran sabiduría y prudencia. Dado que Dios ha estampado en nosotros un deseo infinito por la verdad y la bondad, nuestra alma en su sabiduría está consciente de que nada en este mundo podrá satisfacerla plenamente, hasta que no consiga hallar sosiego en las cosas de Dios.

Mientras que el desbordante amor de Dios se dedica a dar, nuestra fragilidad nos hace dependientes de la divina abundancia de Dios. Él se complace infinitamente en poder otorgarnos la gracia que nos conduce a la vida eterna. Nuestros corazones, sin importar cuán frágiles y débiles, no sucumbirán a la corrupción del pecado una vez que hayan sido nutridos por el cuerpo y la sangre incorruptible del Hijo de Dios. Es por esto que quienes participen del sacramento de la Eucaristía estarán contribuyendo a la salud de sus almas.

6Nuestro Señor ama inmensamente a aquellos que, llenos de felicidad, se entregan completamente a Su santo cuidado, ya que ellos están permitiendo que Su divina Providencia sea la que los gobierne. Ellos están convencidos de que Dios permite que en sus vidas solo sucedan eventos y cosas que contribuyan a su bienestar spiritual. La voluntad de Dios es que nosotros llevemos una vida de verdad y bondad, y que seamos salvados. Es por esto que cuando sientan que su angustia ha llegado al punto máximo, deben dejar sus corazones en manos de nuestro Salvador para que Él les ayude a sanar. Entreguemos toda nuestra voluntad a Dios quien sabiamente nos aconseja y aviva nuestros corazones, para que tanto nosotros como nuestros semejantes logremos comprender y a vivir Su voluntad.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Decimo Noveno Domingo en el Tiempo Ordinario (12 de agosto de 2018)

En la primera lectura de hoy San Pablo nos ruega que cambiemos nuestra vida de ira y maldad por una vida de bondad, de compasión y de perdón que se convierta en el sello que nos identifique como hijos de Dios. San Francisco de Sales nos dice cómo podemos pasar de la rabia a la gentileza y la bondad:

Uno de los mejores ejercicios de gentileza que podemos poner en práctica empieza con nosotros mismos. Para poder permitir que la gentileza reine en nuestros corazones, primero debemos dejar de molestarnos por nuestros defectos. Es natural que la razón haga que nos sintamos disgustados y avergonzados cuando cometemos una falta. Sin embargo, no debemos dejar que nuestros corazones se queden empapados de la amargura y el rencor que provienen de nuestro amor propio y egoísta, ese amor que queda desequilibrado al tener que enfrentarse a su propia imperfección. Esto restringe nuestra habilidad para amar.

Cuando estamos enfadados todos creemos que nuestra rabia es justificada. Pero créanme cuando les digo que un padre que reprende a su hijo con dulzura y amor tendrá un efecto más eficaz en él, que aquel que lo hace con rabia y conmoción. Así mismo, cuando nosotros cometemos una falta, si reprendemos a nuestro corazón demostrando más compasión por él que rabia en su contra, el arrepentimiento entrará en nosotros de una manera mucho más efectiva. Si por alguna razón nos dejamos llevar por la ira, repitamos lo siguiente: “Ay de mi pobre corazón, henos aquí ¡hemos caído en el mismo pozo que con tanta firmeza habíamos resuelto evitar! Bueno, nuestro deber ahora es levantarnos de nuevo y dejarlo para siempre”. Con un gran coraje, con confianza y seguridad en la misericordia de Dios, debemos regresar a la senda de la virtud. Cuando su mente esté en paz dedíquense a construir una reserva de gentileza. Que todas las palabras que digan y todas las cosas que hagan, sean dichas y hechas de la forma más serena que les sea posible. Permanezcan en paz. Nadie es tan santo como para no tener ningún defecto.

Aun así, todos hemos sido llamados a poner en práctica la libertad propia de los hijos de Dios que se saben amados. Ellos escogen libremente cumplir con la voluntad del Padre celestial quien los alimenta con el Pan de la Vida, su hijo Jesús. Debemos seguir caminando como hermanos y hermanas que somos, unidos en la bondad, la compasión y el perdón. Dios nos ama siempre, incluso en nuestros momentos de mayor debilidad. Es nuestro deber hacer lo mismo; en primer lugar con nosotros mismos y después con nuestros semejantes.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Decimo Octavo Domingo en el Tiempo Ordinario (5 de Agosto de 2018)

En el Evangelio de hoy escuchamos a Jesús que cuestiona a la multitud sobre la pureza de sus intenciones al decidir seguirlo. Mientras que las personas se preocupan por buscar alimentos perecederos, Él los exhorta a enfocarse en la consecución del “Pan de la Vida”: el “alimento que nos alcanzará para la vida eterna”. San Francisco de Sales nos dice cómo podemos prepararnos para hacer que el “Pan de la Vida” se materialice en nuestras vidas:

El lazo de unión más maravilloso e íntimo que nuestro Salvador comparte con nosotros es Su divina existencia. En preparación para ésta unión es importante que primero saquemos de nuestra todas las preocupaciones mundanas; que dejemos de pensar en todo aquello que sea pasajero. Una vez hayamos tomado la decisión de desechar nuestra mentalidad frívola, debemos adornar nuestra memoria con todos esos dones que Dios nos ha otorgado: la creación, la divina providencia y la redención.

Paso seguido debemos purificar nuestra voluntad deshaciéndonos de todos los afectos desordenados que existan en nuestra vida, incluyendo aquellos afectos cuyo objeto es algo positivo. Debemos evaluar cuidadosamente en quién y en qué hemos encauzando con tanto fervor nuestra devoción. Poco a poco debemos ir poniéndolos en orden para que entonces podamos decir a Nuestro Señor, como en su momento lo hiciera David, “Tú eres el Dios de mi corazón y mi herencia eterna”. El amor y el apego excesivo por los hijos, los padres, los amigos, las posesiones y las cosas materiales, termina por convertirse en un obstáculo para el Espíritu Santo quien desea inundar nuestros corazones con el amor divino que es imperecedero.

Nuestro Salvador se acerca a nosotros para que nosotros logremos ser todo en Él. Ustedes sólo deben demostrar gratitud por la sencillez de la fe que Dios les ha concedido. Pídanle a Él que jamás deje de otorgarles este don que es tan preciado y deseable. Aliméntense a lo largo del día de reflexiones sagradas sobre la infinita bondad de nuestro Dios. Entréguense a la providencia del Señor; Él jamás dejará de darles todo lo necesario para garantizar su bienestar. Exalten a Dios en esta vida, y así podrán glorificarlo junto con todos los bienaventurados en el Cielo.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Décimo Séptimo Domingo en el Tiempo Ordinario (29 de julio de 2018)

Hoy San Pablo nos urge a que nos amemos los unos a los otros con humildad, con gentileza y paciencia. San Francisco de Sales se refiere a éstas virtudes como “las pequeñas virtudes”:

Tratemos de aprender todas esas pequeñas virtudes como la paciencia, la humildad y la gentileza para ponerlas en práctica con nuestros semejantes. Es importante que sepan que la paciencia es la única virtud que nos puede garantizar que alcanzaremos la santidad. Aunque es necesario ser pacientes con los demás, también debemos serlo con nosotros mismos. La paciencia nos ayuda a poseer nuestra propia alma para que así podamos cumplir con la voluntad de Dios; la fuente de la felicidad más grande. Quienes aspiran al amor puro de Dios, deben ser más pacientes con ellos mismos que con los demás.

Ser pacientes con nosotros mismos nos lleva a ser humildes. Para poder adquirir una profunda humildad, debemos comenzar por reconocer la multitud de de bendiciones que Dios nos ha concedido. Nosotros las disfrutaremos y nos regocijaremos en ellas ya que las poseemos, pero daremos gloria a Dios ya que ha sido Él, solamente él, el artífice de las mismas. Debemos poner nuestros dones y talentos al servicio de Dios y de nuestros semejantes. Quienes son humildes poseen aún más coraje, ya que ellos han depositado toda su confianza en Dios. Diríjanse a nuestro Señor, quien ha dado Su vida por todos nosotros. La humildad nos perfecciona con respecto a Dios, y la gentileza con respecto a nuestros semejantes.

Poco a poco hagan que su rapidez mental de paso a la paciencia, la gentileza, la sencillez y la afabilidad, aun cuando enfrentados a la mezquindad, la inmadurez o las imperfecciones demostradas por aquellos que son más débiles. Estas pequeñas virtudes, las cuales deben ser puestas en práctica a diario, en sus hogares, en su lugar de trabajo, con sus amigos y con extraños, en cualquier momento y en todo momento-esas son las virtudes para nosotros. Dios, en su infinita bondad, se siente satisfecho con los pequeños logros de nuestro corazón. Cuando nosotros alimentamos nuestro corazón con la virtud, con buenos proyectos que nos permitan server a Dios y a los demás, éste es capaz de obrar maravillas.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales.)

Décimo Sexto Domingo en el Tiempo Ordinario (22 de julio de 2018)

Las lecturas de hoy nos recuerdan que nuestro Dios es un Dios compasivo. San Francisco de Sales frecuentemente hace énfasis en el cuidado amoroso de Dios, especialmente en la adversidad:

Nuestro Dios es el Dios del corazón humano. Cuando nuestro corazón está en peligro, solamente Él puede salvarlo y protegerlo. Así como Dios es el creador de todo cuanto nos rodea, Él mismo se encarga de protegerlo todo. Él sustenta y abarca toda la creación. En consecuencia, Su deseo es que todas las cosas sean buenas y hermosas. Es por esto que debemos tener la certeza que Dios vela por nuestros intereses, incluso en la adversidad. Las razones por las cuales debemos enfrentar ciertas pruebas no siempre nos resultan claras; debemos admitir sin embargo, que algunas veces nosotros mismos somos la causa de nuestros problemas.

Aun cuando es importante que seamos cuidadosos y que estemos atentos a todas aquellas cosas que Dios ha encomendado a nuestro cuidado, no debemos dejarnos llevar por la ansiedad, la incomodidad, ni tampoco debemos precipitarnos. La preocupación nubla la razón y el buen juicio, y nos impide hacer bien precisamente esas cosas que tanto nos inquietan. Las lluvias hacen que los campos abiertos den frutos, pero las inundaciones arruinan los campos y las praderas.

Así pues, asuman todos sus asuntos con la mente en calma y de manera ordenada, cada uno a su tiempo. Si intentan lograr todo al mismo tiempo, o de manera desordenada, su espíritu se sobrecargará y se deprimirá tanto que seguramente quedarán hundidos bajo el peso de la carga, y no lograrán llevar nada a buen término. En todos sus asuntos, deben luchar en paz y cumplir con el plan que Dios ha trazado para ustedes.

Dios nos provee una gran abundancia de medios apropiados para que podamos alcanzar la salvación. Por medio de una inyección maravillosa de la gracia de Dios en nuestros corazones, el Espíritu hace que nuestras obras se conviertan en obras de Dios. Nuestros buenos trabajos, como un pequeño grano de mostaza, tienen vigor y virtud para hacer un gran bien, ya que proceden del Espíritu de Jesús. Ustedes pueden estar seguros de que si confían firmemente en el amor compasivo de Dios, y en Su preocupación por nosotros, el éxito que tendrán de sus trabajos siempre será útil tanto para ustedes como para la comunidad creyente.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales, Tratado del Amor de Dios, Introducción a la Vida Devota).