Fiesta de la Sagrada Familia (Diciembre 31 de 2017)

Hoy celebramos la fiesta de la Sagrada Familia. Como nos dice San Francisco de Sales, a veces tendemos a olvidar que la Primera Familia de la Iglesia Cristiana tuvo que afrontar bastantes pruebas:

Muchas veces nos molestamos por que las cosas no salen como nosotros esperábamos. Pero a veces lo que deseamos ni siquiera era posible para la familia de nuestro Señor. Piensen en todas las dificultades y los cambios, las alegrías y las tristezas que tuvo la Sagrada Familia. Maria recibió la noticia que concebiría un Hijo del Espíritu Santo, nuestro Señor y Salvador. ¡Qué dicha significó esta noticia para ella! Poco después José al verla en estado, y sabiendo que el hijo no era suyo, quedo sumido en una profunda aflicción. Maria se lleno de dolor al darse cuenta de que su querido José estaba a punto de dejarla. Una vez pasada la tormenta ambos experimentaron una gran alegría. La misma alegría llenó sus corazones cuando los pastores llegaron junto con los Reyes Magos a ver al niño.

Sin embargo, poco después el ángel del Señor apareció ante José en un sueño y le dijo, “Toma al niño y a Su madre y huye con ellos a Egipto”. Indudablemente este mandato preocupó a Maria y a José. Aún así, él no respondió: “¿Porqué he de hacer este viaje de noche? ¿Acaso no puede esperar hasta la mañana? No tengo ni un caballo ni dinero”. Si nosotros estuviéramos en el lugar de José, ¿no habríamos inventado mil excusas para no hacerlo? Mientras que él inmediatamente hizo todo lo que el ángel le ordenó. La paz y la serenidad mental que poseían Maria y José demuestran su constante disponibilidad a cumplir con la voluntad de Dios, aún a pesar de todos los sucesos inesperados que tuvieron lugar durante sus vidas.

Nosotros también, cuando encontremos problemas similares en nuestras vidas, debemos repetirnos una y otra vez, para grabar esta verdad en nuestra mente, que ninguna perturbación va a conducir nuestro corazón y nuestra mente a un estado en el que perderemos el control de nuestro temperamento. Al igual que hiciera con la Sagrada Familia, Dios nos guiará por nuestro propio camino sin importar cuán difícil sea.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales, Serenidad de Corazón: Sobrellevando los Problemas de Esta Vida, Sophia Press)

La Vigilia de Navidad (Diciembre 24 de 2017)

Esta noche celebramos la vigilia de Navidad, y ES una ocasión para reflexionar acerca del misterio del nacimiento de Jesús, Nuestro Señor y Salvador. A continuación escucharemos algunos de los pensamientos de San Francisco de Sales respecto a la navidad:

Cuando una persona quiere construir una casa o un palacio primero debe tener en cuenta para quien está construyendo dicha vivienda. Seguramente utilizara diferentes planos dependiendo del estatus social de la persona. Así mismo ocurre con el Divino Maestro. Dios construyó el mundo para la Encarnación del Hijo. La sabiduría divina pudo prever desde la eternidad que la Palabra adoptaría nuestra naturaleza al llegar a la tierra. Con el fin de lograr esta tarea Dios escogió una mujer, la santísima Virgen Maria, quien dio vida a Nuestro Salvador.

Por medio de la Encarnación Dios nos hizo ver algo que la mente humana difícilmente hubiese podido imaginar o entender. Tan grande es el amor de Dios por todos nosotros que en el momento en que se hizo humano deseó colmarnos con su divinidad. Dios deseo coronarnos con bondad y dignidad divina. Dios quiso que fuésemos Sus Hijos, dado que hemos sido hechos a Su imagen y semejanza.

Nuestro Salvador vino a este mundo para enseñarnos lo que debemos hacer para poder preservar la divina semejanza de Dios. Con mucha seriedad debemos llenarnos de coraje para vivir de acuerdo a lo que somos. Nuestro Salvador vino para que nosotros pudiéramos vivir la vida al máximo. EL siempre se mostró completamente lleno de misericordia y bondad para con la familia humana.

Muchas veces cuando las almas más endurecidas han llegado al punto de vivir como si Dios no existiera, Nuestro Salvador les permite encontrar Su Corazón lleno de piedad y de misericordia para con ellos. Todos aquellos que conocen esta verdad guardan un sentimiento de gratitud por haber tenido la oportunidad de vivirla. Desechemos todo aquello que tengamos en nuestro hogar que no provenga de Dios. Cuando abrimos nuestros corazones a Su amor, estamos dando vida al Niño Jesús dentro de nosotros, para así contribuir a establecer del reino de Dios en la tierra.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Cuarto Domingo de Adviento (Diciembre 24 de 2017)

En el Evangelio de hoy escuchamos acerca de la buena disposición de María para cumplir con la voluntad de Dios. A continuación San Francisco nos ofrece algunos de sus muchos pensamientos sobre cómo debemos abrirnos al amor de Dios, que equivale al cumplimiento de Su voluntad en nuestras vidas:

El don más grande de María era su total disposición para recibir el amor de Dios. Dios se comunica con nosotros a través de inspiraciones, y de los movimientos internos de nuestro corazón. Debemos abrirnos a aceptar de buena manera las inspiraciones que EL se complazca en enviarnos. Por inspiraciones me refiero a todos esos deseos internos, a todos los instantes de arrepentimiento, los pensamientos y los afectos que Dios deposita en nuestros corazones, para despertarnos y atraernos a las virtudes autenticas, a el amor sagrado y a las buenas resoluciones. En resumen, todo lo que nos conducirá por la senda del bienestar eterno. Cualquier pensamiento que nos produzca ansiedad o miedo debe ser desechado, ya que dichas emociones no provienen de Dios, que es el Príncipe de la Paz.

Cuando les llegue una buena inspiración recíbanla como si se tratara de un embajador enviado por el líder de una nación. Abórdenla con sencillez y gentileza. Escuchen con calma la propuesta de Dios. Reflexionen acerca del amor que inspira en ustedes y valórenla. Alimenten sus buenos deseos y manténganlos vivos mientras dormitan en los brazos de la providencia de Dios. En otras palabras, otorguen su consentimiento total, amoroso y permanente a sus inspiraciones; acéptenlas en paz y con plena confianza en que Dios les otorgará todo el amor que necesitan para llevarlas a buen término. Hay ocasiones en que cuando Dios nos pide que hagamos una buena obra todo lo que EL quiere de nosotros es que demostremos nuestra buena voluntad para llevarla a cabo, no necesariamente la realización de la misma. Al tiempo que Jesús se ocupaba de establecer el Reino en la tierra, dejó como tarea a Sus apóstoles, y a las futuras generaciones, que le ayudaran a completar la obra que había iniciado.

Aún así, antes de acceder y de actuar en base a cualquier inspiración que parezca importante o inusual, siempre deben consultar a su consejero espiritual para reafirmar si ésta es verdadera o falsa. Una vez la aprobación haya sido otorgada deben apresurarse a poner dicha inspiración en práctica. El fruto de la práctica es la verdadera virtud, la cual nos permitirá estar en constante disposición, como lo estuvo Maria, para recibir el amor infinito de Dios.

(Francisco de Sales, Introducción…; Power & Wright, Francisco de Sales, Juana de Chantal)

Tercer Domingo de Adviento (Diciembre 17 de 2017)

El Evangelio de hoy nos habla de Juan el Bautista. San Francisco de Sales desglosa ciertos aspectos del carácter de Juan que nosotros podríamos comenzar a desarrollar en nuestros corazones durante esta temporada de Adviento:

Juan Bautista vivía en el desierto como una roca, inamovible en medio de las olas y las tempestades que traen consigo las tribulaciones. Nosotros, por el contrario, cambiamos de acuerdo al tiempo y la estación. Cuando el tiempo es bueno nada puede igualar nuestra dicha. Pero cuando la adversidad se avecina sobre nosotros, de repente quedamos totalmente desanimados. A veces nos molestamos por cualquier nimiedad que vaya en contra nuestros gustos. Como resultado somos incapaces de restablecer la paz de nuestra alma por mucho tiempo, y no sin antes haber tenido que recurrir al uso de muchos “ungüentos sanadores”. En resumen, espiritualmente somos inconstantes, no sabemos qué es lo que queremos. Un momento nuestro corazón se encuentra alegre, al siguiente momento somos severos y estamos amargados. Somos como cañas que permiten que cualquier humor o estado de ánimo las agite en todas las direcciones.

Juan Bautista nos dice que debemos aprender a nivelar estos caminos en preparación para la llegada de nuestro Señor, que es para nosotros la senda a la plenitud. Hasta cierto punto todos los santos lograron dicha nivelación, aunque ninguno la alcanzó a la perfección. En cada uno de ellos hubo algo que estropeó la perfección de su ecuanimidad espiritual. Esto fue cierto incluso en el caso de Juan el Bautista. Nosotros debemos examinar nuestras acciones; debemos reformar todas aquellas que no encierran una buena intención, y perfeccionar aquellas que si la tienen. Nuestra meta debe ser actuar con una sola intención: conformarnos a la verdadera imagen de Dios en nosotros. Porque la razón por la cual Jesús vino a la tierra, fue para mostrarnos nuestro verdadero yo en Dios.

Siempre debemos recordar que la gracia de Dios nunca nos falla, y que si somos fieles y cooperamos con la primera gracia que Dios nos otorga recibiremos muchas más. Por esta razón en la Escritura Sagrada Dios nos recomienda que seamos fieles en el seguimiento de nuestros impulsos, nuestro entendimiento e inspiraciones. Cuando hagamos esto, la grandeza que encierra la infinita misericordia de Dios indudablemente brillará para nosotros.

(Adaptación de los Sermones de San Francisco de Sales V.4, L. Fiorelli, ed.)

Segundo Domingo de Adviento (Diciembre 10 de 2017)

En el Evangelio de hoy experimentamos “Una voz en el desierto” que nos llama a encauzar los caminos de Dios. San Francisco de Sales nos dice cómo podemos lograr esto:

Los caminos que van y vienen solo desgastan y desorientan a los viajeros. Para poder encauzar los caminos de Dios en nuestros corazones, el único propósito que debemos tener es el de complacer a Dios. Nosotros debemos ser como el marinero que mientras navega el barco mantiene sus ojos fijos en la aguja de la brújula. Debemos mantener nuestros ojos fijos en un objetivo: adquirir una buena disposición; la virtud más satisfactoria de la vida spiritual. Debemos orientar nuestros sentimientos, emociones e inclinaciones permanentemente en dirección al amor de Dios, quien los transforma para que podamos adquirir un buen carácter.

Cuando nuestros corazones se debaten constantemente entre nuestro amor por Dios y nuestro amor propio, sucumbimos a un estado de miedo, de ansiedad y de confusión. El enfrentarnos a nuestras grandes faltas nos puede ocasionar cierto miedo malsano que pone nervioso el corazón, y que muchas veces nos conduce al desánimo. Es por esta razón que a lo largo de nuestra vida debemos ejercitar nuestra confianza en Dios, y encomendarnos a la bondad de Dios quien nos ama.

Aun así, el temor sagrado nos ayuda a emplear los medios apropiados para evitar los problemas. El temor sagrado y la esperanza nunca deben existir el uno sin el otro. La esperanza nos exhorta a anhelar la dicha sagrada que hallaremos en la bondad suprema de Dios. EL hace uso de estas dos virtudes para llevar a cabo la sanación espiritual en nosotros.

Nuestra vida está llena de caminos tortuosos que sólo pueden ser enderezados por medio de un cambio de actitud. Cuando dirigimos nuestro corazón hacia el amor de Dios, experimentamos un verdadero amor propio. Cuando el amor sagrado reina en nuestros corazones, amansa todos los demás amores. El amor divino somete todas nuestras emociones y nuestros afectos naturales al plan de Dios, y a Su servicio. Todos nuestros movimientos hallan reposo en este amor sagrado. Los corazones de aquellos que poseen abundante amor sagrado están llenos de confianza y esperanza, ya que ellos caminan por la senda que los llevará directamente a la plenitud en Dios.

(Adaptación de las escrituras de San Francisco de Sales, particularmente los Sermones, L. Fiorelli, Ed.).

Primer Domingo de Adviento (Diciembre 03 de 2017)

Hoy es el primer domingo de Adviento. Las Lecturas nos recuerdan que debemos ser conscientes de nuestra necesidad de Cristo, quien nos fortalece hasta el final. San Francisco de Sales hace hincapié constantemente en la importancia de vivir a Jesús para que podamos convertirnos en seres humanos plenos. Pero para vivir a Jesús es preciso ser libres de espíritu. En una carta dirigida a Juana de Chantal, San Francisco escribe lo siguiente:

La voluntad de Dios con respecto a los mandamientos y las obligaciones propias de nuestra vocación es clara. Sin embargo, hay muchas cosas que ni los mandamientos ni los deberes propios de mi vocación me obligan a hacer. En esos casos, es necesario examinar detenidamente, en libertad de espíritu, qué daría una mayor gloria a Dios. Dije “libertad de espíritu” porque estas cosas deben hacerse sin presiones y sin ansiedad. Si no es algo importante, no debemos preocuparnos en demasía, sino que debemos decidir cómo actuar después de haberlo pensado brevemente. Si lo que hicimos o lo que decidimos no parece ser lo adecuado, no debemos culparnos ni molestarnos por ello; debemos confiar en Dios y reírnos de nosotros mismos.

Hagan todo por amor, nada por obligación. Amen la obediencia más de lo que temen la desobediencia. Yo deseo que ustedes gocen de esa libertad de espíritu que está exenta de ataduras, de escrúpulos y de ansiedad, y no del tipo de libertad que excluye la obediencia (ésa es la libertad de la carne). Si realmente aman la obediencia y la mansedumbre, quiero creer que cuando haya una causa legítima y con fines caritativos que los aleje de los oficios religiosos, ésta representará para ustedes otra forma de obediencia, y que su amor compensará por todo aquello que deban omitir durante sus prácticas religiosas. La libertad y la autonomía sagradas deben reinar y nosotros no debemos cumplir con ninguna otra ley ni dejarnos coaccionar por nada que no sea el amor. Ya sea que nos exhorte a hacer algo por los pobres o por los ricos, el amor todo lo hace bien y de cualquier forma complace a nuestro Señor.

(Joseph Power, OSFS y Wendy M. Wright, Francisco de Sales, Juana de Chantal)

Cristo Rey (26 de Noviembre de 2017)

A pesar de su popularidad dentro de la Iglesia, la celebración de Cristo Rey no fue incluida en el calendario litúrgico hasta 1925. San Francisco de Sales nos habla un poco más acerca de Jesús el Rey:

Jesús, el rey, fue llamado a convertirse en nuestro Salvador. EL deseó que otros, particularmente su santa Madre, pudieran compartir la gloria que encierra el liderazgo. Nuestra Señora Bendita nos pide que acojamos a su Hijo como el Rey de nuestros corazones, para que de este modo EL pueda reinar en nosotros. Sus mandamientos son buenos y muy útiles, ya que otorgan bondad a quienes de otra forma carecerían de ella, e incrementa la bondad en aquellos que continuarían obrando bien, aun si no fuesen mandados a hacerlo.

Es por ello que Jesús hizo que la bondad de Dios predominara por encima de la maldad. El reinado de Dios resulta realmente beneficioso cuando toma en cuenta nuestras miserias, y las hace merecedoras del amor divino. Cuando el Espíritu Santo vierte el amor divino en nuestros corazones, no sólo recobramos nuestra salud sino que también recibimos el poder necesario para participar en la obra de nuestro Salvador: Propagar el amor y el cuidado de Dios entre todos aquellos que se encuentren a nuestro alrededor.

Dado que el Señor nos ha sanado a todos por igual, y que EL desea que todos contribuyamos a difundir el conocimiento de Su Reino, nosotros también debemos amar todo aquello en los demás que, desde nuestro punto de vista, equivalga a una representación genuina de la sagrada Persona de nuestro Amo. No debemos amar nada de nuestro prójimo que sea contrario a esa imagen sagrada. Caminemos entonces de la misma forma en que lo hiciera Jesucristo. EL entregó Su vida, no sólo para sanar a los enfermos, para obrar milagros, y para enseñarnos los pasos que debemos seguir para llevar una vida humana de manera divina. EL también nos enseñó cómo entregar nuestra vida, con tanto amor como EL mismo lo hizo, por aquellos que pueden llegar a quitárnosla.

Qué felices somos cuando escogemos a Jesús como nuestro líder, quien nos otorga una paz y una calma sin igual si nos decidimos a seguirlo. Ojalá permanezcamos fieles a los deseos de nuestro Rey, para que así podamos comenzar en esta vida la obra que, con el favor del amor de Dios, continuaremos eternamente en el Cielo: Vivir en la gloria con Jesús quien, al haber vencido al mal por medio del bien, ha comprobado que EL es el verdadero Rey.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales, particularmente los Sermones, L. Fiorelli, Ediciones).

Trigésimo Tercer Domingo en el Tiempo Ordinario (19 de Noviembre de 2017)

En el Evangelio de hoy Jesús nos dice que es igualmente importante y útil, el servirle fielmente haciendo uso de un talento o de varios. He aquí algunos pensamientos de la tradición salesiana respecto al uso de nuestros talentos:

¿Cuál fue el error del ciervo que enterró su único talento? Que desperdicio demasiado tiempo evaluando su capacidad para hacer el trabajo que hacia su amo. Se dedicó a pensar en todas las demás aptitudes que le hacían falta, y esto se convirtió en un obstáculo parar que pudiese cumplir fielmente las tareas que le habían sido asignadas. Se quedó aferrado a un falso sentimiento de seguridad. Sentía miedo del riesgo que implica el embarcarse en un viaje espiritual.

Colocar nuestros talentos al servicio de Dios implica que debemos ser pacientes con los demás, pero antes que nada con nosotros mismos. Como sucedió a la mayoría de los santos, nos tomará años poder librarnos de nuestros deseos egoístas, incluyendo nuestra ambición de lograr una falsa seguridad. Aún así, gradualmente iremos desechando nuestros afectos desordenados, y nos iremos abriendo a lo que Dios desea para nosotros. Entonces seremos libres de llevar a cabo nuestras actividades diarias, con plena confianza en que estamos cumpliendo con la voluntad de Dios. Nuestra verdadera seguridad, nuestra verdadera felicidad, se halla en Dios-quien nos otorga todo lo necesario para que podamos establecer Su reino en todas nuestras tareas diarias.

Jesús nos dice que a la hora de hacer el trabajo de Dios, quienes poseen un sólo talento son tan útiles e importantes como quienes poseen varios. Las abejas son un buen ejemplo de esto. Hay unas que se dedican a recolectar la miel, otras que cuidan de la colmena, y otras que la mantienen limpia. Sin embargo, todas se alimentan de la misma miel. Nosotros también, tanto los fuertes como los débiles, trabajamos juntos en Cristo. Los siervos fieles hacen todo lo que saben para complacer a Dios, quien llena el vacío que sienten. A través de sus obras diarias ellos dejan entrever su potencial para unirse a EL. Ellos reconocen que Dios rige cada una de sus las actividades que llevan a cabo día tras día. Bienaventurados son aquellos que hacen uso de sus talentos para establecer el amor de Dios a su alrededor. ¡EL jamás les permitirá ser improductivos! No importa si tan sólo pueden hacer algo mínimo por Dios, EL de igual manera les colmará de bendiciones en esta vida y en la próxima.

(Adaptación de los escritos de San Francis de Sales)

Trigésimo Segundo Domingo en el Tiempo Ordinario (Noviembre 12 de 2017)

En el Evangelio de hoy Jesús nos dice que quienes experimentan el reino celestial son sabios y prudentes. San Francisco de Sales nos ofrece las siguientes observaciones al respecto:

Los buenos cristianos, quienes viven en este mundo materialista, deben hacer uso de la prudencia para poder mejorar su situación. Deben dedicarse al cuidado de sus familias y a atender las necesidades. Si actuaran de otra manera estarían faltando a sus responsabilidades. Aún así, los buenos cristianos también confían en la sabiduría de Dios, por encima de sus habilidades propias. Ellos trabajan fielmente, pero permiten que Dios se preocupe por sus trabajos. Las obras que realizan resultan insignificantes, si tienen en cuenta tan sólo el hecho de que la dignidad de dichas obras se debe a que han sido establecidas por la voluntad de Dios, dispuestas por la Providencia, y proyectadas de acuerdo a Su sabiduría. La sabiduría de Dios es el amor que EL siente por nosotros.

Aún así, el problema del espíritu humano es que éste casi nunca escoge mantenerse en un curso neutral sino que usualmente opta por irse a los extremos. Podemos preocuparnos demasiado por nuestro bienestar, o ser totalmente indiferentes al respecto. Cuando nos empeñamos en tratar de seguir siempre por un camino recto, es natural que de vez en cuando nos inclinemos hacia un extremo u otro. Podemos recobrar nuestro equilibrio si escogemos la sabiduría y la prudencia de Dios, porque éstas nos acercan a Su amor, y nos ayudan a rechazar todo aquello que nos pueda hacer mal.

No permitamos que los deseos terrenales se interpongan en el camino de la sabiduría amorosa de Dios. En la medida en que reorganicemos nuestras vidas por medio de la oración y de la práctica de las virtudes, nos daremos cuenta de que el amor de Dios nos dará la fuerza para actuar equilibradamente, y para que nuestros esfuerzos por vivir sabiamente sean fructíferos. Debemos ser como los niños que con una mano se aferran a sus padres, mientras que con la otra arrancan moras de las zarzas. Así entonces, si con una mano ustedes manejan los bienes de este mundo, con la otra deben sujetar siempre la mano de su Padre celestial, cuya amorosa sabiduría nos proporciona infinidad de medios para que podamos entrar en el reino de los cielos.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Trigésimo Domingo del Tiempo Ordinario (5 de noviembre de 2017)

En el Evangelio de hoy Jesús nos dice que debemos ser siervos buenos y fieles que se preocupan por la ley y el pueblo de Dios. San Francisco de Sales nos dice lo siguiente:

Nuestro Señor solo desea que seamos totalmente receptivos a Su voluntad para con nosotros. Cuando acogemos la voluntad de Dios consagramos nuestros corazones a Su amor. Deseamos servir a Dios fielmente tanto en las tareas grandes como en las pequeñas. Las moscas nos incomodan no por su fuerza, sino debido a que son muchas. Igual sucede que muchas tareas triviales nos dan más problemas que aquellas que son importantes. Aunque debemos estar prestar atención a las tareas que Dios nos ha encomendado, no debemos dejar que éstas nos preocupen. La preocupación impide nuestra capacidad para razonar y nubla nuestro buen criterio. Así pues, sin prisa, intenten realizar sus tareas con calma y de manera ordenada, una después de la otra. Con cuidado, pongan en orden sus asuntos para hoy con la mente serena. Mañana se encargarán de poner en orden otras cosas.

La ansiedad es el deseo de escapar de algo difícil en el presente o de obtener un bien que se esperaba. Cuando no tenemos éxito de la manera que deseamos, nos sentimos ansiosos e impacientes. Nada obstaculiza nuestro progreso en el amor sagrado más que ansiedad. Es por ello que debemos tener mucho cuidado de que nuestro corazón sea flexible y receptivo al amor de Dios. Cuando permitimos que el amor divino rija sobre nuestras tareas, nuestro amor no es menor que cuando oramos. Nuestro trabajo y nuestro descanso alaban y sirven felizmente a Dios. Por lo tanto, nuestros deberes diarios brillan como si fueran obras de santidad. Por una sola taza de agua, nuestro Salvador les prometió a sus fieles un mar de dicha perfecta.

Estamos dispuestos a recibir la voluntad de Dios cuando llevamos a cabo con amor nuestras pequeñas obras de caridad y cuando aceptamos todas las pequeñas pruebas a lo largo del día. Tales oportunidades se nos presentan de un momento a otro. Hacer pequeñas obras con una intención realmente pura para complacer a Dios es hacerlas de manera excelente. Entonces nuestras tareas diarias hacen que el amor divino crezca, porque vivimos a Jesús quien nos enseña cómo ser buenos y fieles siervos de Dios.

(Adaptado de los escritos de San Francisco de Sales.)

CONMEMORACIÓN DE TODAS LAS ALMAS (2 de Noviembre de 2017)

Hoy celebramos la Fiesta de todas las almas. En el Evangelio de hoy experimentamos el momento en que Jesús nos revela que fuimos creados para la vida eterna. San Francisco de Sales observa lo siguiente:

Desde las alturas del cielo, Jesucristo nos mira con misericordia y nos invita a llegar allí. Él nos dice, “Vengan, queridas almas, y encuentren el descanso eterno en mis brazos generosos. He preparado deleites imperecederos para ustedes en la abundancia de mi amor”.

Consideren la nobleza y la excelencia de su alma. Nuestra alma es espiritual e inmortal. Reside en nuestro cuerpo; tiene entendimiento; tiene voluntad propia. Nuestra alma es capaz de saber, de razonar de juzgar y de ser virtuosa. En todo esto se parece a Dios, quien nos puso en este mundo para darnos gracia y gloria. Ustedes se preguntarán, “¿Cómo podrá mi alma, de ahora en adelante, entregarse completamente a Dios quien ha realizado tantas maravillas y gracias en mi?”

Al igual que las abejas, que permanecen solo entre las flores vivas, nuestros corazones solo encuentran descanso en Dios. Dios no desea que nuestro corazón encuentre otro lugar de descanso. Como la paloma que salió del arca de Noé solo para regresar a él, nosotros debemos regresar a Dios, quien nos ha mandado adquirir las virtudes sagradas. La verdadera virtud nos acerca a Dios. Aún así, no debemos preocuparnos si nos damos cuenta que somos muy novatos en la práctica de la virtud. El principal beneficio para nuestras almas es que en esta vida tan breve, es que pueden crecer sin límite en el amor por Dios.

Hagamos lo que sea necesario para adquirir las virtudes sagradas, pero si nuestro progreso en la santidad resulta deficiente, permanezcamos en paz y esforcémonos por hacer mejor las cosas a futuro. Debemos cultivar bien nuestras almas y atenderlas. Pero como los cultivos abundantes, el resto depende de Dios. Avancen hacia la eternidad. Aléjense de todo aquello que pueda desviarlos de la senda. Recuérdenle a su alma que merece la eternidad. Llenen su alma de coraje y agradézcanle a Dios, quien los creo para tan gran fin.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales, en particular la Introducción a la Vida Devota).

Trigésimo Domingo en el Tiempo Ordinario (29 de Octubre de 2017)

En las lecturas del Evangelio de hoy escuchamos a Jesús decirnos que debemos amar a Dios y a nuestros hermanos. Estos mandamientos son la base de la Espiritualidad Cristiana, y están presentes en todos los escritos de San Francisco de Sales:

Para demostrarnos cuán ferviente es el deseo de Dios por nuestro amor, EL nos exige ese amor en términos maravillosos: “Amarán al Señor con todo su corazón, con toda su alma, y con toda su mente. Este es el primer y más grandioso de todos los mandamientos”. Muchas veces nosotros creemos que Dios es tan grande, y nosotros tan pequeños, que seremos incapaces de amarlo. Entonces, para que no nos desanimemos y nos alejemos del amor de Dios, se nos ha dicho que somos sumamente capaces de amarlo con toda nuestra fuerza, incluso a pesar del pecado.

Amar a Dios por encima de todas las cosas significa que debemos colocar a Dios por sobre todos nuestros ídolos; porque nuestros corazones tienden a perseguir demasiadas cosas materiales y consuelos espirituales. Más aún, tan pronto como las obtenemos se agita en nosotros el deseo de empezar a buscarlos de nuevo. Nada nunca satisface nuestro corazón. La voluntad de Dios es que nuestro corazón no halle morada permanente en nuestros ídolos; que sea libre para regresar a EL, de quien proviene. Las abejas sólo pueden posarse sobre las flores que han florecido. Igualmente sucede con nuestro corazón. Nuestro corazón sólo puede hallar descanso en el amor de Dios. ¿Por qué entonces queremos interferir con ese deseo que sentimos por el amor de Dios, y nos dedicamos a perseguir otros amores?

El mandamiento que nos dice que debemos amar a Dios es mucho más importante que el mandamiento de amar a nuestros semejantes. Pero nuestra naturaleza se resiste con más fuerza a amar a los demás. Sin embargo, cuando depositamos nuestra confianza en el amor de nuestro Salvador, nos llenamos de coraje para amar la imagen de Dios que habita en los demás, y que frecuentemente está oculta a nuestros ojos. Entonces aprendemos a reconocer la semejanza con el Creador presente en nosotros y en los demás. Porque amar a Dios plenamente es amar todo aquello que es de Dios, y que está presente en todas las criaturas. Imitemos a Jesús, quien nos enseño mucho más a través de Sus obras que de Sus palabras. Nos enseño cómo amar a nuestro Dios con todo nuestro corazón, nuestra alma y nuestra mente, y a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

(Adaptación tomada de los escritos de San Francisco de Sales, particularmente El tratado del Amor de Dios).

Vigesimonoveno Domingo en el Tiempo Ordinario (22 de Octubre de 2017)

El Evangelio de hoy nos dice que debemos dar a Dios lo que es de Dios, y al estado lo que pertenece al estado. San Francisco de Sales observa que, para poder disfrutar de un estado justo, debemos obedecer a aquellos a quienes Dios ha otorgado la autoridad para gobernar. Sin embargo, él se enfoca más en lo que “es de Dios”, y lo explica a través del concepto de “la obediencia del amor”:

Nosotros poseemos un deseo natural de amar a Dios, que también nos dice que pertenecemos a EL. Somos como ciervos que llevan las iniciales de su dueño grabadas en la piel. Aún cuando él les permite deambular libremente por el bosque, todo el mundo sabe a quién pertenecen dichos ciervos. De manera similar, nosotros también somos libres, y nuestra inclinación natural de amar a Dios permite a nuestros amigos y enemigos saber que pertenecemos a EL, quien desea mantenernos unidos bajo la “obediencia del amor”.

Esta obediencia del amor consagra nuestro corazón al amor y al servicio de Dios. Jesús es el modelo a seguir. Cuando nosotros depositamos todos nuestros deseos en manos de Dios, estamos permitiendo que sea EL quien nos forme y moldee. Ese tipo de obediencia no necesita de amenazas, ni recompensas, de mandamientos, ni de ley, para despertar en nosotros. Se anticipa a todas estas cosas ya que se entrega libremente a Dios. Con sumo amor se da a la tarea de llevar a cabo todo lo que contribuya a la unión de nuestro corazón con EL, y emprende dicha travesía con naturalidad.

Algunas veces nuestro Señor nos urge a que corramos a toda velocidad para cumplir con las tareas a nuestro cargo. De pronto nos hace detenernos a mitad de la carrera, cuando más afianzados nos sentíamos en nuestro recorrido. Aún cuando debemos hacer todo lo posible por llevar a buen término la obra de Dios, debemos también acoger los resultados con tranquilidad. Nuestra obligación es sembrar y regar cuidadosamente, pero el crecimiento pertenece exclusivamente a Dios.

No obstante, del mismo modo en que una dulce madre guía a sus pequeños hijos, les ayuda, y los sostiene en la medida en que ella ve la necesidad de hacerlo, nuestro Salvador también nos carga, y nos toma de la mano cuando nos enfrentamos a dificultades insoportables. Disfrutemos entonces de la serenidad de corazón, adoptando la obediencia del amor que nos une a Dios, a quien pertenecemos.

(Adaptación tomada de la obra de San Francisco de Sales, en particular el Tratado Sobre el Amor de Dios)

Vigesimoctavo Domingo en el Tiempo Ordinario (15 de Octubre de 2017)

En el Evangelio de hoy escuchamos a Jesús decirnos que quienes responden a la abundante gracia de Dios podrán entrar en Su reino. San Francisco de Sales nos habla un poco más acerca de esa respuesta que se espera de nosotros:

La bondad suprema de Dios ha vertido abundantes bendiciones sobre toda la familia humana. La voluntad de Dios es que todos logremos la salvación por medio del conocimiento de la verdad que nuestro Salvador vino a entregarnos- el fuego del amor sagrado- y desea que éste permanezca encendido en nuestros corazones.

¡Con qué fervor Dios desea nuestro amor! EL nos demuestra ese deseo colmándonos de amor divino. Dios, el sol de la justicia, nos envía numerosos rayos de inspiración, calienta nuestros corazones con bendiciones, y toca a cada uno de nosotros con el encanto del amor divino. La inspiración de Dios es la fuerza que da aliento a nuestra voluntad; la ayuda, la refuerza, y la mueve con tan suma gentileza que ésta acaba deseando volar libremente en busca del bien que encuentra en la inspiración de Dios.

Dios depositó en sus corazones las inspiraciones sagradas y ustedes las recibieron; cooperaron con ellas al consentirlas. Su voluntad comenzó a moverse libremente al unísono de la gracia celestial. Dios continuó fortaleciendo sus corazones a través de varios movimientos; hasta que finalmente llegó el momento en que EL inculcó en ustedes el amor sagrado, y ese amor se convirtió en fuente de vida y salud perfecta. No obstante, en todo momento ustedes tuvieron la libertad para aceptar o rechazar la divina bondad.

Solía decirse que un pequeño pez poseía el poder para detener a un buque navegando en alta mar. Sin embargo, ese pez no tenía el poder para hacer que el barco zarpara. Igual sucede con nuestro libre albedrio. Cuando el viento favorable de la gracia de Dios llena nuestra alma, todos tenemos plena libertad de escoger si lo recibimos, o lo rechazamos. Pero cuando nuestro espíritu zarpa, y se encamina una prospera travesía, no somos nosotros quienes hacemos que los vientos de la inspiración nos lleguen. Es Dios quien mueve el barco, que es nuestro corazón. Nosotros simplemente recibimos y consentimos ese viento proveniente del cielo. ¡Bienaventurados son aquellos que responden a la palabra de Jesús desde el fondo de sus corazones, porque el Reino de Dios les pertenece!

(Adaptación tomada del Tratado Sobre el Amor de Dios, de San Francisco de Sales)

Vigesimoséptimo Domingo en el Tiempo Ordinario (8 de Octubre de 2017)

En las lecturas del Evangelio de hoy Jesús nos dice que el Reino de Dios le será otorgado a aquellos que caminan por la senda del Señor, que es la senda de la verdad y del amor sagrado. San Francisco de Sales ahonda un poco más sobre este tema cuando nos dice:

¡Qué felices seremos si amamos esa divina Bondad que ha dispuesto tales favores y bendiciones para nosotros! Dios se convirtió en uno de nosotros para que pudiésemos ser como EL. Nuestro Salvador nos dio Su vida, no sólo para que curáramos a los enfermos, para que obráramos milagros, y para enseñarnos lo que debemos hacer para poder llevar una vida llena de alabanza y salud. El también dedico su vida entera a moldear Su propia cruz, soportando los insultos de todos aquellos por quienes hizo tanto bien. El escogió dar Su vida por Su pueblo, que ultimadamente lo rechazó.

Vivir en nuestro mundo, y vivir en contra de los valores culturales que enfatizan la necesidad de poseer riquezas materiales, que exaltan la ambición egoísta y el poder, equivale a nadar contra la corriente del río de esta vida. Sin embargo, nosotros podemos deshacernos de todas estas pasiones desordenadas si ponemos en práctica la gentileza interior, la humildad, la sencillez, y por encima de todo, el amor sagrado. Cuando desechamos todo aquello que habita en nosotros, que no proviene de Dios, estamos haciendo un esfuerzo por llevar una autentica vida humana de verdad y amor sagrado. Dado que nadie puede alcanzar una vida así sin la ayuda de Dios, esa vida requiere que continuamente nos apartemos de nosotros mismos para recibir la bondad que EL nos ofrece. Quienes escogen el amor divino de Dios viven por encima de sus deseos egoístas: ya no viven por ellos mismos, sino que viven en, y por el Salvador.

Las abejas primero son larvas, pero abandonan dicho estado para poder convertirse en abejas voladoras. Nosotros hacemos lo mismo. Si llevamos una vida de gracia, lograremos una nueva existencia humana más sublime de la que teníamos antes de que aceptáramos el amor de Dios. Esta nueva vida de amor celestial anima y revive nuestra alma. Entonces, con la ayuda de Dios, adquiriremos la capacidad de dedicar nuestra existencia a caminar por la senda del amor divino. Como los hijos más queridos de Dios, podremos cosechar generosamente los frutos de la verdad y del amor sagrado que se encuentran en el Reino de Dios.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales, en especial los Sermones, L. Fiorelli, Ediciones)

Vigesimosexto Domingo en el Tiempo Ordinario (1 de Octubre de 2017)

En el Evangelio de hoy Jesús nos dice que si creemos en EL, y vivimos Sus enseñanzas, podremos entrar en el reino de Dios. Al respecto, Francisco de Sales nos dice lo siguiente:

Jesús ha venido para enseñarnos lo que debemos hacer para amar de forma divina. Su mensaje confunde a esa cultura que nos incita a perseguir logros falsos, una cultura que constantemente nos vende ideas como “¡Qué felices que son las personas acaudaladas!” A los ojos de Jesús, los bienaventurados son aquellos que viven la vida con plena confianza en Dios. Ellos obtendrán la paz y la tranquilidad perpetua. Ellos escuchan la palabra de Dios, la reciben, y se benefician de ella.

Existen dos razones por las cuales las personas no se benefician de la palabra de Dios. En primera instancia, puede que verdaderamente la escuchen y que ésta remueva algo en su interior, sin embargo deciden no hacer nada al respecto hasta el día siguiente. Nuestra vida es el hoy que estamos viviendo. ¿Quién puede prometerse a sí mismo un mañana? Nuestra existencia consiste en el momento presente que vivimos ahora. Sólo contamos con la certeza de este instante que estamos disfrutando, sin importar cuán breve sea.

Segundo, hay personas que poseen una gran cantidad de conocimientos, que se dedican a acumular todo tipo de consejos espirituales y de información, pero jamás los ponen en práctica. La única forma en que realmente aprendemos algo de las enseñanzas impartidas por Jesús, es cuando las hacemos parte de nuestra vida diaria. Para vivir a Jesús debemos darnos la oportunidad de deshacernos de nuestras emociones, hábitos, y afectos desordenados.

Debemos transformar nuestras emociones y afectos para que nos ayuden a convertirnos en personas que aman de manera divina. Esto sólo podremos hacerlo, una vez que desechemos todo aquello que haya en nosotros que no provenga de Dios. Para poder dejar nuestros vicios debemos poner en práctica las virtudes que nos ayudan a contrarrestar los vicios de los que queremos librarnos. Por ejemplo, si nuestra ira está fuera de control debemos poner en práctica la gentileza y la paciencia. No se preocupen por nada que no sea seguir las enseñanzas de Jesús. Confíen en la bondad de Dios; EL sin duda alguna les otorgará todo lo que necesitarán para poder entrar en Su reino.

(Adaptación de los Sermones de San Francisco de Sales,

L. Fiorelli, Ediciones)

Vigesimoquinto Domingo en el Tiempo Ordinario (24 de Septiembre de 2017)

En el Evangelio de hoy Jesús nos habla sobre el Reino del cielo: un lugar donde la misericordia generosa de Dios, y su bondad, exceden completamente nuestra concepción de la justicia. San Francisco de Sales nos hace la siguiente observación:

Cuando llegamos al punto en que hemos perdido toda esperanza de hallar el bien en las personas, es precisamente en ese instante que la infinita misericordia de Dios resplandece, y supera la justicia Divina. El proceder de Dios no es como el nuestro. Dios prefiere obrar milagros antes de dejarnos desvalidos. Es por esta misma razón que nuestro Salvador vino a redimirnos y a liberarnos de la tiranía del pecado. El corazón de nuestro Salvador está completamente lleno de misericordia y de bondad para con la familia humana.

La providencia de Dios posee más sabiduría de la que nosotros poseemos. A veces creemos que nos sentiríamos mejor si estuviéramos en otro barco. Puede que eso sea cierto ¡pero eso solo sucederá si logramos cambiar! La tentación de sentirnos insatisfechos, y de deprimirnos a causa del mundo en el que debemos vivir, siempre está latente en nosotros. No debemos desfallecer. Dios jamás nos abandonará. Somos nosotros quienes lo abandonamos a EL.

Cuando estamos preocupados no deseamos alejarnos de Dios. Una onza de virtud puesta en práctica en tiempos de adversidad, vale más que mil libras de virtud demostradas en tiempos de prosperidad. Puede que seamos débiles, pero nuestras debilidades jamás se igualarán a la inmensa misericordia que Dios demuestra a quienes desean amarlo, y a quienes depositan toda su confianza en EL. El problema, es que todos los rincones y las esquinas de nuestros corazones están abarrotadas con miles de deseos que impiden a nuestro Salvador colmarnos de todos los dones que EL quiere entregarnos.

Nosotros debemos ser como el marinero que mantiene sus ojos fijos en la aguja de la brújula a medida que direcciona su barco. Nosotros debemos mantener nuestros ojos bien abiertos para poder corregir nuestras ambiciones, y para tener una sola: complacer a Dios. Permitamos a nuestro Señor reinar en nuestros corazones, tal y como EL desea hacerlo. Si hacemos esto podremos estar en paz, y vivir sin apuros ni miedos dentro de nosotros, y podremos seguir nuestro camino. En la medida en que busquemos hacer el bien, y que nos mantengamos anclados en nuestro deseo de amar a Dios, estaremos avanzando por el camino correcto.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Vigesimocuarto Domingo en el Tiempo Ordinario (17 de Septiembre de 2017)

Las lecturas de hoy nos retan a que aprendamos a perdonarnos los unos a los otros. A continuación presentamos una recopilación de algunos pensamientos en relación al perdón que reflejan las enseñanzas de San Francisco de Sales:

El perdón es algo difícil de lograr. Incluso cuando deseamos perdonar a veces permitimos que sentimientos como la ira nos dominen. Si dejamos que la ira reine en nuestros corazones ésta pasará de ser un retoño para convertirse en una rama grande. El principal motivo por el cual no debemos albergar el enojo dentro de nosotros, es que éste no nos permite florecer como seres humanos sanos y alegres. El perdón por el contrario nos conduce a la plenitud en Cristo, cuyo espíritu inunda nuestro interior con el amor eterno.

Aún así, las heridas que se abren una y otra vez nos recuerdan que nunca podrán ser eliminadas completamente. Justo cuando creemos que hemos triunfado y alcanzado el perdón, descubrimos la ira revuelta una vez más en nuestros corazones. Aún cuando la hemos echado por la puerta de en frente, la rabia, como un ventarrón, se cuela de nuevo por cualquier ventana trasera que se haya quedado sin reparar.

No obstante, en ninguna parte está escrito que debemos permitir que nuestras debilidades controlen nuestras vidas. Dios no nos exige que impidamos a la ira entrar en nuestros corazones. Lo que El desea es que no toleremos que el enfado domine nuestros corazones. Poco a poco debemos aprender a perdonar, a medida que vamos depositando de nuevo, y con gentileza, nuestro corazón en manos de Dios, y le pedimos que lo sane. Díganle a Dios que ustedes desean perdonar del mismo modo en que Jesús perdono. Porque a Jesús a quien debemos encomendar todos nuestros afectos.

Si alimentamos el amor sagrado en nuestro corazón, por medio de la oración y de la práctica de los sacramentos, seremos más receptivos al poder del perdón. El perdón se manifiesta de manera más completa cuando accedemos a que nuestro Salvador entre en nuestros corazones, y que examine todas las habitaciones que necesiten reparación. No debemos dejar que nuestros padecimientos nos perturben, por el contrario, debemos encontrar el esplendor oculto en ellos para que el poder de Dios pueda brillar a través nuestro. Nuestro dolor más profundo nos recuerda nuestras debilidades, y nuestra necesidad de ser más compasivos frente a las debilidades de los demás. Es ahí donde reside el verdadero poder del perdón.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales)

Exultación de la Santísima Cruz (14 de Septiembre de 2017)

Hoy celebramos la Exultación de la Santísima Cruz. La victoria de Cristo sobre la muerte en una cruz nos revela el resplandor del amor puro que Dios siente por nosotros. Al respecto, San Francisco de Sales observa lo siguiente:

De la muerte de Jesús en la cruz ha emanado la vida eterna. La muerte de nuestro Salvador fue el precio que Él pagó para que nosotros pudiéramos tener una vida de Gloria eterna. El mundo no comprende la asombrosa paradoja que representa la Cruz de nuestro Salvador. Su muerte fue un exceso de amor que nos otorgó la vida eterna.

En la cruz, Jesús nos mostró cómo alcanzar la salvación a través del amor sagrado. Nada urge tanto el corazón de una persona como el amor. Como un enfermero bondadoso, Jesús, desde la cruz, nos nutrió con cariño, con un amor incomprensible. Él deseaba que entendiéramos que el amor que nos tenía permanecía intacto a pesar de su sufrimiento.

En la cruz, Jesús también quería enseñarnos cómo nuestro corazón debe comportarse con nuestros semejantes. Al ver la ignorancia y la debilidad de quienes lo torturaron, Él los perdonó en la cruz. Una oración de perdón es un sacrificio. Es el sacrificio de nuestros labios y nuestro corazón que hacemos ante Dios, tanto por nuestros semejantes como por nosotros mismos.

En la cruz, Jesús nos alimentó con su cuerpo y sangre. Dios envió a Jesús a sanar nuestra humanidad quebrantada. Verdaderamente, Él murió lleno de dicha por haber podido curarnos, aunque eso le costara la vida. Él se olvidó de Sí mismo, per no de Sus criaturas. No temamos ni desfallezcamos en nuestra lucha por vencer el mal con el amor sagrado y con la verdad, tal y como lo hiciera Jesús. Caminemos por la senda que Jesús nos enseñó con firmeza y fidelidad, y convirtámonos en santos como Él.

Debemos consagrar cada momento de nuestra vida al amor divino de la Cruz de nuestro Redentor. Esto quiere decir que todas nuestras obras, acciones, pensamientos y afectos deben ser para dar gloria a Dios. Si hacemos esto, nosotros también viviremos para Dios en Jesucristo, cuya Cruz victoriosa y exaltada es motivo de nuestra celebración el día de hoy.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales, particularmente su Tratado Sobre el Amor de Dios: Sermones, L. Fiorelli, eds.)

Vigesimotercer Domingo en el Tiempo Ordinario (10 de Septiembre de 2017)

El Evangelio de hoy nos reta a amarnos los unos a los otros poniendo en práctica la “corrección fraternal”, un concepto que ha desaparecido de nuestra cultura. San Francisco de Sales hace referencia a este concepto en relación al tema de la verdadera amistad:

A menudo ocurre que cuando tenemos una muy buena opinión de nuestros amigos, terminamos absorbiendo sus imperfecciones. Es cierto que debemos amar a nuestros amigos a pesar de sus faltas. Sin embargo, la verdadera amistad nos exige compartir el bien verdadero, no el mal. Por lo tanto, del mismo modo en que los excavadores de oro dejan la arena en la ribera y se llevan el oro que encuentran, quienes comparten una verdadera amistad deben remover la arena de la imperfección presente en la relación y no permitir que esa arena entre en sus almas.

La verdadera amistad solo sobrevive si está cimentada en la verdadera virtud. Es un afecto que viene de Dios, nos conduce a Dios, y sus lazos perduran eternamente en Dios. La amistad que es pasiva se dedica a observar a los amigos mientras escogen el camino equivocado: los deja perecer, en lugar de llenarse de coraje y hacer uso de la lanza de la corrección para ayudarlos. La amistad que es genuina y digna no puede progresar en medio del vicio. Aún si ese vicio es solo pasajero la verdadera amistad lo corregirá y lo sacará corriendo.

Cuando corregimos con compasión en lugar de ira, el arrepentimiento es asimilado de manera más profunda y penetra más efectivamente. No hay nada más efectivo y rápido que calme a un elefante enfurecido que cuando ve una pequeña oveja. Cuando la razón viene acompañada de rabia se vuelve más temida que amada. A diferencia de esto, la razón sin rabia, aún cuando es precisa y severa, reprende y advierte de manera pacífica. Los reproches generosos y amorosos de un padre tienen más poder a la hora de corregir al hijo que la rabia y la agitación.

¡Bienaventurados los que hablan sólo para “corregir fraternalmente” en el espíritu del amor sagrado y de la humildad profunda! ¡Mucho más bienaventurados quienes están preparados para recibir esta corrección con un corazón gentil, en paz y tranquilidad! Sólo por el hecho de demostrar su humildad, su fe y su coraje ellos ya han logrado un gran progreso, y alcanzarán el nivel más alto de la santidad Cristiana.

(Adaptación de los escritos de San Francisco de Sales, particularmente la Introducción a la Vida Devota)